Cuando terminaban las vacaciones de este último verano, me despedía de mi amigo Julián al que conozco hace ya más de treinta años, después de estar juntos unos días con la familia.
Julián es un hombre dinámico, optimista y deportista que aún juega a sus setenta años al tenis con sus hijos y a veces hasta les gana.
Uno de esos días en el que estábamos juntos tuvo que hacer un parón. Mientras jugaba un partido de tenis y marcando el termómetro cuarenta grados, de repente cayó desplomado al suelo. Rápidamente fue trasladado a un hospital para someterse a una exploración médica. Los médicos que le atendieron le diagnosticaron, después de efectuarle diversas pruebas, que no tenía excesiva importancia su pérdida de conocimiento quizás debido a las altas temperaturas que había soportado, recomendándole no jugar por el momento y si lo hacía como máximo un día a la semana.
No obstante, Julián hombre de fuertes convicciones religiosas y con una gran fe, temía que si Dios le había marcado una hora para llevárselo a ese cielo que tanto anhela, ya podría jugar o descansar que su final estaría decidido.
Sin embargo yo pienso que aún cuando cumpliera escrupulosamente todas las reglas de la Iglesia y sostuviera una fe inquebrantable, él no ama a Dios, sino que teme a Dios.
Porque en definitiva no entiendo como con toda esa fe que atesora, a veces tema que su esposa que sufre con tanta frecuencia dolores motivados por su avanzada artrosis que le reduce sus movimientos, no consiga mejorar sino al contrario cada día sus pasos sean más torpes y cortos.
Tema que sus hijos o nietos se desvíen del buen camino. Tema no aceptar esa penitencia que sin buscarla nos presenta la vida con sus dolores, con sus amarguras por enfermedades más o menos crónicas o por tener que soportar en muchísimos momentos… soledad.
Y lo que más me sorprende es su desconfianza ante el temor de que el Todopoderoso pudiera condenarle por no cumplir alguno de sus mandatos.
No obstante su deseo ha sido siempre el llegar al último día de vida limpio y puro de todo pecado.
No se, pero me parece a mí que él cree que Dios algunas veces no debe escucharle abrumado por las peticiones que masivamente le hace, pues las soluciones que espera no llegan o si lo hacen no con la celeridad que el deseara.
En cualquier caso, yo pienso, que lo importante sería no temer a Dios sino tener la suficiente dosis de fe y de esperanza para abandonar sus problemas en sus divinas manos. Y de este modo mirar hacia ese cielo azul y estrellado que nos ilumina para contemplar a Jesús de Nazaret y sentirse estar junto a Él.
Porque no hay duda de que Jesús se encuentra en la luna, en el sol, en los ríos limpios, en los verdes prados y en la rosas recién abiertas. Y por supuesto en lo más importante; en las gentes que se aman y se perdonan, pues ya nos lo dejó dicho: “búscame, estoy a tu lado aunque no me veas”.