ALIMENTO DIARIO Y MATUTINO (Viernes)
Hechos de los apóstoles
Semana 21 --- Pablo se purifica en Jerusalén
Viernes --- Leer con oración: Hch 18:23; 20:16-24, 36-38; 21:1-4, 11-14
“Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos” (Hch 20:36)
EL SEÑOR HABLA POR MEDIO DEL CUERPO
En Hechos 20:16 vemos que Pablo: “se había propuesto pasar de largo a Efeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén”. Así que desde Mileto, mandó llamar a los ancianos de la iglesia en Éfeso (v. 17), y les habló una palabra muy buena (vs. 18-24). Lo que queremos mostrar es que en su tercer viaje Pablo no siguió al Espíritu de manera tan absoluta como lo hizo en su segundo viaje. En su insistencia por ir a Jerusalén, estaba constreñido en su espíritu (v. 22), pero el Espíritu Santo le advertía de ciudad en ciudad, de las cadenas y tribulaciones que le esperaban en Jerusalén (v. 23). El Espíritu Santo intentó impedírselo, pero a pesar de ello prosiguió.
En el versículo 24 dijo: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”. Él quería completar su carrera, el ministerio que recibió del Señor Jesús de llevar la luz a los gentiles, para conducirlos al Señor. El ministerio del Señor para Pablo no era recoger ofrendas para Jerusalén. Esa ayuda era importante, pero ¿era necesario que él la llevase personalmente?
En Hechos 20:36-38 vemos que Pablo se arrodilló, oró con ellos y hubo gran llanto entre todos. Ellos lo abrazaron afectuosamente y le besaron tristes, porque él les dijo que no verían más su rostro, y lo acompañaron hasta el barco. Cuando llegaron a Tiro (21:1-4), encontraron a los discípulos y permanecieron allí por espacio de siete días, en los cuales los discípulos, movidos por el Espíritu, recomendaban a Pablo de que no fuese a Jerusalén. De allí se fueron a Cesarea, donde vivía Felipe el evangelista, y allí se demoraron algunos días. De Judea descendió un profeta llamado Agabo, quien tomó el cinto de Pablo, atándose los pies y las manos, dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles” (v. 11). De esta manera, vemos cuantas veces el Espíritu Santo intentó impedir que Pablo vaya a Jerusalén.
No podemos desobedecer al Espíritu Santo ni ofenderlo. Si el Espíritu quiere que hagamos algo, debemos hacerlo; pero si Él lo quiere impedir, no debemos hacerlo. Los discípulos intentaron persuadirlo de ir a Jerusalén, pero Pablo dijo: “¿Que hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (v. 13). Los hermanos estaban convencidos de que no valdría la pena que Pablo subiese a Jerusalén esta vez, pero no lograron persuadirlo, y se conformaron diciendo: “Hágase la voluntad del Señor” (v. 14). Pasado algunos días, Pablo subió a Jerusalén donde los hermanos lo recibieron con alegría. Ese fue el final del tercer viaje ministerial de Pablo que se inició en Hechos 18:23.
En toda esa experiencia, vemos a la Cabeza hablando a Pablo por medio del Cuerpo, así como le habló por medio de Ananías, en Damasco, al comienzo de su experiencia con el Señor. Cuando el Señor nos habla lo hace por medio de los hermanos, debemos dar oídos y practicar la vida del Cuerpo, atendiendo a las palabras de ellos y discerniendo en nuestro espíritu que es el Señor el que nos habla por medio del Cuerpo.
Punto Clave: Considerar en el espíritu lo que los hermanos hablan
Pregunta: ¿Usted ya tuvo la experiencia de oír la orientación del Señor por medio de los miembros del Cuerpo? Comente
Dong Yu Lan
Derechos reservados a: Editora “Arvore da Vida”
¡Jesús es el Señor!
SEMANA 2 — DÍA 5
Alimento matutino
Fil. 1:20-21 …De que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo…
3:10 A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte.
Después de que el Señor en Su vivir humano nos mostró lo que era un típico Dios-hombre de una manera práctica, Él realizó la redención por medio de Su muerte y resurrección a fin de redimirnos y regenerarnos, y así pudiésemos ser hechos iguales a Él. Tenemos Su misma naturaleza y vida. De esta manera llegamos a ser Dios y los hijos de Dios. Sin embargo, todavía hay muchas cosas negativas en nosotros. Damos gracias al Señor porque en Su muerte Él eliminó todas las cosas negativas. Él llevó a la cruz nuestra carne y nuestra naturaleza pecaminosa. Asimismo, Él acabó con todos nosotros en la cruz. Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él; así que, la vieja creación, la carne, Satanás y el mundo, es decir, todo lo que se incluye en el viejo hombre, también llegaron a su fin en la cruz. Hoy en día, puesto que hemos sido regenerados, ya no debemos participar en estas cosas ni vivir por ellas. Al contrario, debemos rechazar nuestro yo así como el Señor Jesús se negó a Su yo. Nuestro yo es corrupto, aun hasta el punto de ser irremediable. En cambio, Cristo no tiene ningún indicio de maldad y Él es absolutamente bueno, pero, aun así, tenía que renunciar a su buen yo. Dado que ése es el caso, cuánto más necesitamos nosotros renunciar a nuestro yo maligno. Por consiguiente, hoy, si deseamos experimentar la realidad del Cuerpo de Cristo, tenemos que llevar la vida de un Dios-hombre. Para poder llevar esta vida necesitamos recibir la cruz. (La cumbre de la visión y la realidad del Cuerpo de Cristo, págs. 52-53)
Lectura para hoy
La primera estrofa de Himnos, #297 dice: “Si resurrección anhelo, /Tengo que la cruz amar;/De la muerte surge vida, /De la pérdida, el ganar”. La segunda estrofa dice: “Para que se forme Cristo, / Yo no debo más vivir. / Bajo de la cruz viviendo, /Mi alma tiene que morir”.Si conocemos el poder de la resurrección, ciertamente nos deleitará permanecer en el molde de la cruz y ser conformados a él. Por eso, Filipenses 3:10 [indica que]…no podemos ser conformados a la muerte de Cristo por nuestra propia cuenta; no podemos negarnos por nuestra propia cuenta. Somos conformados a la muerte de Cristo por el poder de Su resurrección, que no es una cosa ni un asunto sino una persona: el Espíritu vivificante.
Cuando Jesús vivía, el que era manifestado no era Jesús ni un carpintero de Nazaret, sino Dios. En las virtudes humanas de Jesús los atributos divinos fueron manifestados. Lo que remanifestaba era el Dios-hombre, el resultado de la unión y mezcla de Dios y el hombre. Este Dios-hombre fue agrandado en la resurrección de Cristo. Mientras que anteriormente este Dios hombre consistía de un Hijo, ahora ha sido agrandado como Hijo primogénito junto con los muchos hijos. Este Dios-hombre agrandado es un organismo, el cual es el Cuerpo de Cristo.
El Cuerpo de Cristo no es meramente un término sino una realidad. La realidad del Cuerpo de Cristo es la unión y mezcla de Dios y el hombre a fin de expresar en el vivir un Dios-hombre corporativo. Para ello, tenemos que experimentar la muerte y la resurrección, muriendo y resucitando diariamente. También tenemos que estar en el Espíritu y andar conforme al Espíritu a diario.
La manera de vivir la realidad del Cuerpo de Cristo es experimentar la muerte y la resurrección, lo cual se logra cuando conviven Dios y el hombre. Mediante la muerte todos nuestros problemas fueron resueltos; por medio de la resurrección nuestra naturaleza humana fue elevada y fuimos engendrados para ser los muchos hijos de Dios. Aunque ahora somos hijos de Dios, todavía tenemos muchas cosas negativas. Por consiguiente, cada día debemos permanecer en la cruz. Debemos morir cada día y a cada momento; todo tiene que morir. (La cumbre de la visión y la realidad del Cuerpo de Cristo, págs. 53, 56, 57)
Lectura adicional: La cumbre de la visión y la realidad del Cuerpo de Cristo, cap. 4;Puntos prácticos en cuanto a la compenetración, caps. 4-5; El vivir del Dios-hombre, mensaje 13
Witness Lee
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Semana 21 --- Pablo se purifica en Jerusalén
Viernes --- Leer con oración: Hch 18:23; 20:16-24, 36-38; 21:1-4, 11-14
“Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos” (Hch 20:36)
EL SEÑOR HABLA POR MEDIO DEL CUERPO
En Hechos 20:16 vemos que Pablo: “se había propuesto pasar de largo a Efeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén”. Así que desde Mileto, mandó llamar a los ancianos de la iglesia en Éfeso (v. 17), y les habló una palabra muy buena (vs. 18-24). Lo que queremos mostrar es que en su tercer viaje Pablo no siguió al Espíritu de manera tan absoluta como lo hizo en su segundo viaje. En su insistencia por ir a Jerusalén, estaba constreñido en su espíritu (v. 22), pero el Espíritu Santo le advertía de ciudad en ciudad, de las cadenas y tribulaciones que le esperaban en Jerusalén (v. 23). El Espíritu Santo intentó impedírselo, pero a pesar de ello prosiguió.
En el versículo 24 dijo: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”. Él quería completar su carrera, el ministerio que recibió del Señor Jesús de llevar la luz a los gentiles, para conducirlos al Señor. El ministerio del Señor para Pablo no era recoger ofrendas para Jerusalén. Esa ayuda era importante, pero ¿era necesario que él la llevase personalmente?
En Hechos 20:36-38 vemos que Pablo se arrodilló, oró con ellos y hubo gran llanto entre todos. Ellos lo abrazaron afectuosamente y le besaron tristes, porque él les dijo que no verían más su rostro, y lo acompañaron hasta el barco. Cuando llegaron a Tiro (21:1-4), encontraron a los discípulos y permanecieron allí por espacio de siete días, en los cuales los discípulos, movidos por el Espíritu, recomendaban a Pablo de que no fuese a Jerusalén. De allí se fueron a Cesarea, donde vivía Felipe el evangelista, y allí se demoraron algunos días. De Judea descendió un profeta llamado Agabo, quien tomó el cinto de Pablo, atándose los pies y las manos, dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles” (v. 11). De esta manera, vemos cuantas veces el Espíritu Santo intentó impedir que Pablo vaya a Jerusalén.
No podemos desobedecer al Espíritu Santo ni ofenderlo. Si el Espíritu quiere que hagamos algo, debemos hacerlo; pero si Él lo quiere impedir, no debemos hacerlo. Los discípulos intentaron persuadirlo de ir a Jerusalén, pero Pablo dijo: “¿Que hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (v. 13). Los hermanos estaban convencidos de que no valdría la pena que Pablo subiese a Jerusalén esta vez, pero no lograron persuadirlo, y se conformaron diciendo: “Hágase la voluntad del Señor” (v. 14). Pasado algunos días, Pablo subió a Jerusalén donde los hermanos lo recibieron con alegría. Ese fue el final del tercer viaje ministerial de Pablo que se inició en Hechos 18:23.
En toda esa experiencia, vemos a la Cabeza hablando a Pablo por medio del Cuerpo, así como le habló por medio de Ananías, en Damasco, al comienzo de su experiencia con el Señor. Cuando el Señor nos habla lo hace por medio de los hermanos, debemos dar oídos y practicar la vida del Cuerpo, atendiendo a las palabras de ellos y discerniendo en nuestro espíritu que es el Señor el que nos habla por medio del Cuerpo.
Punto Clave: Considerar en el espíritu lo que los hermanos hablan
Pregunta: ¿Usted ya tuvo la experiencia de oír la orientación del Señor por medio de los miembros del Cuerpo? Comente
Dong Yu Lan
Derechos reservados a: Editora “Arvore da Vida”
¡Jesús es el Señor!
SEMANA 2 — DÍA 5
Alimento matutino
Fil. 1:20-21 …De que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo…
3:10 A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte.
Después de que el Señor en Su vivir humano nos mostró lo que era un típico Dios-hombre de una manera práctica, Él realizó la redención por medio de Su muerte y resurrección a fin de redimirnos y regenerarnos, y así pudiésemos ser hechos iguales a Él. Tenemos Su misma naturaleza y vida. De esta manera llegamos a ser Dios y los hijos de Dios. Sin embargo, todavía hay muchas cosas negativas en nosotros. Damos gracias al Señor porque en Su muerte Él eliminó todas las cosas negativas. Él llevó a la cruz nuestra carne y nuestra naturaleza pecaminosa. Asimismo, Él acabó con todos nosotros en la cruz. Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él; así que, la vieja creación, la carne, Satanás y el mundo, es decir, todo lo que se incluye en el viejo hombre, también llegaron a su fin en la cruz. Hoy en día, puesto que hemos sido regenerados, ya no debemos participar en estas cosas ni vivir por ellas. Al contrario, debemos rechazar nuestro yo así como el Señor Jesús se negó a Su yo. Nuestro yo es corrupto, aun hasta el punto de ser irremediable. En cambio, Cristo no tiene ningún indicio de maldad y Él es absolutamente bueno, pero, aun así, tenía que renunciar a su buen yo. Dado que ése es el caso, cuánto más necesitamos nosotros renunciar a nuestro yo maligno. Por consiguiente, hoy, si deseamos experimentar la realidad del Cuerpo de Cristo, tenemos que llevar la vida de un Dios-hombre. Para poder llevar esta vida necesitamos recibir la cruz. (La cumbre de la visión y la realidad del Cuerpo de Cristo, págs. 52-53)
Lectura para hoy
La primera estrofa de Himnos, #297 dice: “Si resurrección anhelo, /Tengo que la cruz amar;/De la muerte surge vida, /De la pérdida, el ganar”. La segunda estrofa dice: “Para que se forme Cristo, / Yo no debo más vivir. / Bajo de la cruz viviendo, /Mi alma tiene que morir”.Si conocemos el poder de la resurrección, ciertamente nos deleitará permanecer en el molde de la cruz y ser conformados a él. Por eso, Filipenses 3:10 [indica que]…no podemos ser conformados a la muerte de Cristo por nuestra propia cuenta; no podemos negarnos por nuestra propia cuenta. Somos conformados a la muerte de Cristo por el poder de Su resurrección, que no es una cosa ni un asunto sino una persona: el Espíritu vivificante.
Cuando Jesús vivía, el que era manifestado no era Jesús ni un carpintero de Nazaret, sino Dios. En las virtudes humanas de Jesús los atributos divinos fueron manifestados. Lo que remanifestaba era el Dios-hombre, el resultado de la unión y mezcla de Dios y el hombre. Este Dios-hombre fue agrandado en la resurrección de Cristo. Mientras que anteriormente este Dios hombre consistía de un Hijo, ahora ha sido agrandado como Hijo primogénito junto con los muchos hijos. Este Dios-hombre agrandado es un organismo, el cual es el Cuerpo de Cristo.
El Cuerpo de Cristo no es meramente un término sino una realidad. La realidad del Cuerpo de Cristo es la unión y mezcla de Dios y el hombre a fin de expresar en el vivir un Dios-hombre corporativo. Para ello, tenemos que experimentar la muerte y la resurrección, muriendo y resucitando diariamente. También tenemos que estar en el Espíritu y andar conforme al Espíritu a diario.
La manera de vivir la realidad del Cuerpo de Cristo es experimentar la muerte y la resurrección, lo cual se logra cuando conviven Dios y el hombre. Mediante la muerte todos nuestros problemas fueron resueltos; por medio de la resurrección nuestra naturaleza humana fue elevada y fuimos engendrados para ser los muchos hijos de Dios. Aunque ahora somos hijos de Dios, todavía tenemos muchas cosas negativas. Por consiguiente, cada día debemos permanecer en la cruz. Debemos morir cada día y a cada momento; todo tiene que morir. (La cumbre de la visión y la realidad del Cuerpo de Cristo, págs. 53, 56, 57)
Lectura adicional: La cumbre de la visión y la realidad del Cuerpo de Cristo, cap. 4;Puntos prácticos en cuanto a la compenetración, caps. 4-5; El vivir del Dios-hombre, mensaje 13
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