Alimento diario y matutino (jueves)
El ministerio orgánico de Juan
Semana 5 --- La primera gran visión de Juan en el espíritu
Leer con oración: Mt 5:15; Ap 1:16, 20
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa” (Mateo 5:14-15)
UN TESTIMONIO QUE BRILLA
Apocalipsis 1:16b dice: “De su boca salía una espada aguda de dos filos”. Esta espada se refiere a la palabra de Dios. Las estrellas que brillan manifiestan al Señor, porque hablan por Él y expresan Su palabra. Esto no se refiere a personas especiales, sino a cualquiera de nosotros.
El versículo 16 concluye: “Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. Esta luz es para iluminarnos y así podremos reflejarla. En cada iglesia, sea grande o pequeña, todos pueden contemplar el rostro del Señor y manifestarlo, como estrellas que brillan. Todos los salvos en una ciudad son la iglesia allí, pero el problema es que muchas veces ellos no asumen el testimonio de la unidad por el Señor, sino que buscan sus propios intereses. Así como los apóstoles, que inicialmente buscaban la restauración del reino de Israel, muchos cristianos aún no han visto la necesidad del Señor, que es tener en cada ciudad a un pueblo que lo exprese y represente en unidad. Así como los primeros cristianos tenían que salir de Jerusalén hasta alcanzar a toda Judea, Samaria y a lo último de la tierra, como testigos del Señor, también nosotros debemos llevar el testimonio de la iglesia a otras ciudades.
En muchas ciudades hay hermanos que se reúnen, pero falta el brillo del candelero de oro. De acuerdo con la luz que hemos recibido en la Biblia, es necesario abandonar todos los nombres y afirmarse en la base de la iglesia, la localidad. Aunque el número de hermanos que tiene esa visión no sea grande, ellos son la iglesia, sustentan el testimonio de Jesús, el testimonio de la unidad. En esa ciudad, el candelero de oro debe brillar, pues no es para ser colocado debajo de un almud, una medida para medir cereales, sino sobre el candelero (cfr. Mateo 5:15). Hoy los alimentos son pesados en kilos, pero antiguamente la medida era el almud, que representa la necesidad del sustento. No podemos colocar el testimonio de la iglesia debajo del almud, es decir, no podemos estar más preocupados con nuestra subsistencia, que con el testimonio del Señor, que es la iglesia.
Para que haya el testimonio del Señor en cierto lugar, es necesario que esté la mesa del Señor. En esa ciudad, aunque seamos muchos, hay solamente una mesa, con un pan y una copa. Este es el testimonio de la unidad. Si somos el candelero de oro, si damos el testimonio de la unidad, el Hijo del hombre andará siempre en medio de nosotros, cuidándonos con Su presencia. Si nos equivocamos, Él nos corrige, pues Sus ojos, que son como llama de fuego, están siempre puestos en nosotros para purificarnos y escrutarnos. El candelero de oro tiene como objetivo, atraer a todos los hijos de Dios, para que juntos con nosotros, sustentemos el testimonio de la unidad. Apocalipsis 1:20 deja claro que las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y eso se refiere a los vencedores.
Cuando se habla de los siete candeleros de oro, las siete iglesias de Asia son mencionadas: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. El candelero que está en cada ciudad es para dar el testimonio de Unidad, y el Señor usó cada una de estas ciudades para profetizar con relación a la historia de la iglesia. En los capítulos 2 y 3, hay siete cartas a esas iglesias. Aunque hayan sido dirigidas a las iglesias locales de aquel tiempo, esas cartas proféticas son una figura de la situación de todas las iglesias, desde el comienzo de esta era hasta el regreso del Señor.
Punto Clave: Ser estrellas que brillan
Su punto clave es:
Pregunta: ¿Cuál es el gran beneficio de tener la mesa del Señor en una ciudad?
Dong Yu Lan
Derechos reservados a: Editora “Arvore da Vida”
¡Jesús es el Señor!
SEMANA 12 — DÍA 4
Alimento matutino
Ap. 22:1-2 Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle. Y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto…
5 No habrá más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.
En tercer lugar, una iglesia edificada disfruta del fluir de la vida divina y del suministro de dicha vida. Las Escrituras nos muestran que hay un río de agua de vida que procede del trono, y que a ambos lados de este río crece el árbol de la vida que produce doce frutos y da sus frutos cada mes (Ap. 22:1-2). Esto nos da a entender que en la presencia y bajo el señorío de Dios encontramos el fluir de la vida divina. Aquí está el río de agua de vida que sacia la sed de las personas y las riega; aquí también están los frutos del árbol de la vida que satisface a los hambrientos. Todo aquel que venga aquí podrá obtener el suministro que necesita.
En cuarto lugar, una iglesia edificada tiene luz. En la Nueva Jerusalén hay luz (21:23).Esta luz no es la luz natural, ni tampoco la luz del sol o de la luna, sino que esta luz es Dios mismo. Dios es la luz mientras que Cristo es la lámpara. Dios hace que Su gloria resplandezca en Cristo, y esta gloria es la luz de la ciudad. El hecho de que en esta ciudad no haya necesidad de la luz del sol o de la luna quiere decir que en este edificio no es necesaria la luz natural. Dios mismo, quien se manifiesta en medio de ellos, en Cristo, es la luz de ellos. También podríamos decir que el Dios que en Cristo se expresa por medio de ellos es la luz. Por tanto, cuando uno está en medio de ellos, uno siente que la luz resplandece allí. Esto es como cuando el salón de reuniones está lleno de luz. La electricidad esplendorosa, al expresarse por medio de los fluorescentes, se convierte en la luz. Por tanto, cuando uno camina en un cuarto así, todo se ve claramente, las sillas, las personas que están sentadas, la entrada y el pasillo. Allí uno puede verlo todo claramente. (The Building Work of God, págs. 93-95)
Lectura para hoy
No podemos vivir en tinieblas. Sólo podemos vivir en la luz. La Nueva Jerusalén tendrá una luz muy particular: el Dios redentor y resplandeciente (Ap. 21:23). El Dios redentor brilla como el Dios resplandeciente. La gloria iluminadora de Dios es la luz que está en Cristo, y el Cristo redentor es la lámpara que contiene la luz. Dios está contenido en Cristo; Cristo es el único envase de Dios. La gloria de Dios es la luz de la ciudad, y Dios está en Cristo como el contenido, y resplandece por medio de Cristo.
Además, toda la ciudad, la Nueva Jerusalén, es el difusor que transmite la luz divina a las naciones que están fuera de ella (v.24a)…La luz iluminadora es Dios mismo en Su gloria contenido en Cristo como la lámpara. Esta lámpara es el difusor. Hoy en día este difusor que disemina la luz divina es el Cuerpo de Cristo. Con el tiempo, toda la Nueva Jerusalén será el difusor de la luz divina. Todas las naciones que están alrededor de la ciudad recibirán esta trasmisión en la que Dios es la luz de gloria y Cristo es la lámpara que lo contiene.
La luz de la ciudad santa es la luz divina única y eterna en la cual viven y actúan los elegidos redimidos dentro de los confines de la ciudad, donde no se necesita la luz natural creada por Dios, o sea el sol y la luna, ni de la luz artificial hecha por el hombre (Ap. 21:23, 25; 22:5a).En todo el universo sólo existen tres clases de luz. Primero, existe la luz natural creada por Dios, o sea, la luz del sol y la luna. Luego tenemos la luz artificial hecha por el hombre. En tercer lugar, tenemos la luz verdadera, la luz auténtica, la cual es Dios mismo. Apocalipsis nos dice que en la Nueva Jerusalén no hay necesidad de la luz natural que proviene de la luna ni del sol, ni tampoco hay necesidad de la luz artificial. Esto se debe a que tenemos la mejor luz, la cual es la fuente de toda luz. Esta luz es Dios mismo, quien resplandece en Cristo y es transmitido así a todas las naciones. (La aplicación de la interpretación de la Nueva Jerusalén a los creyentes que buscan más del Señor, págs. 45-46)
Lectura adicional: The BuildingWork of God, cap. 7; La aplicación de la interpretación de la Nueva Jerusalén a los creyentes que buscan más del Señor, mensajes 4-5
Witness Lee
Derechos reservados a: “Living Stream Ministry”
¡Jesús es el Señor”
El ministerio orgánico de Juan
Semana 5 --- La primera gran visión de Juan en el espíritu
Leer con oración: Mt 5:15; Ap 1:16, 20
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa” (Mateo 5:14-15)
UN TESTIMONIO QUE BRILLA
Apocalipsis 1:16b dice: “De su boca salía una espada aguda de dos filos”. Esta espada se refiere a la palabra de Dios. Las estrellas que brillan manifiestan al Señor, porque hablan por Él y expresan Su palabra. Esto no se refiere a personas especiales, sino a cualquiera de nosotros.
El versículo 16 concluye: “Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. Esta luz es para iluminarnos y así podremos reflejarla. En cada iglesia, sea grande o pequeña, todos pueden contemplar el rostro del Señor y manifestarlo, como estrellas que brillan. Todos los salvos en una ciudad son la iglesia allí, pero el problema es que muchas veces ellos no asumen el testimonio de la unidad por el Señor, sino que buscan sus propios intereses. Así como los apóstoles, que inicialmente buscaban la restauración del reino de Israel, muchos cristianos aún no han visto la necesidad del Señor, que es tener en cada ciudad a un pueblo que lo exprese y represente en unidad. Así como los primeros cristianos tenían que salir de Jerusalén hasta alcanzar a toda Judea, Samaria y a lo último de la tierra, como testigos del Señor, también nosotros debemos llevar el testimonio de la iglesia a otras ciudades.
En muchas ciudades hay hermanos que se reúnen, pero falta el brillo del candelero de oro. De acuerdo con la luz que hemos recibido en la Biblia, es necesario abandonar todos los nombres y afirmarse en la base de la iglesia, la localidad. Aunque el número de hermanos que tiene esa visión no sea grande, ellos son la iglesia, sustentan el testimonio de Jesús, el testimonio de la unidad. En esa ciudad, el candelero de oro debe brillar, pues no es para ser colocado debajo de un almud, una medida para medir cereales, sino sobre el candelero (cfr. Mateo 5:15). Hoy los alimentos son pesados en kilos, pero antiguamente la medida era el almud, que representa la necesidad del sustento. No podemos colocar el testimonio de la iglesia debajo del almud, es decir, no podemos estar más preocupados con nuestra subsistencia, que con el testimonio del Señor, que es la iglesia.
Para que haya el testimonio del Señor en cierto lugar, es necesario que esté la mesa del Señor. En esa ciudad, aunque seamos muchos, hay solamente una mesa, con un pan y una copa. Este es el testimonio de la unidad. Si somos el candelero de oro, si damos el testimonio de la unidad, el Hijo del hombre andará siempre en medio de nosotros, cuidándonos con Su presencia. Si nos equivocamos, Él nos corrige, pues Sus ojos, que son como llama de fuego, están siempre puestos en nosotros para purificarnos y escrutarnos. El candelero de oro tiene como objetivo, atraer a todos los hijos de Dios, para que juntos con nosotros, sustentemos el testimonio de la unidad. Apocalipsis 1:20 deja claro que las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y eso se refiere a los vencedores.
Cuando se habla de los siete candeleros de oro, las siete iglesias de Asia son mencionadas: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. El candelero que está en cada ciudad es para dar el testimonio de Unidad, y el Señor usó cada una de estas ciudades para profetizar con relación a la historia de la iglesia. En los capítulos 2 y 3, hay siete cartas a esas iglesias. Aunque hayan sido dirigidas a las iglesias locales de aquel tiempo, esas cartas proféticas son una figura de la situación de todas las iglesias, desde el comienzo de esta era hasta el regreso del Señor.
Punto Clave: Ser estrellas que brillan
Su punto clave es:
Pregunta: ¿Cuál es el gran beneficio de tener la mesa del Señor en una ciudad?
Dong Yu Lan
Derechos reservados a: Editora “Arvore da Vida”
¡Jesús es el Señor!
SEMANA 12 — DÍA 4
Alimento matutino
Ap. 22:1-2 Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle. Y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto…
5 No habrá más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.
En tercer lugar, una iglesia edificada disfruta del fluir de la vida divina y del suministro de dicha vida. Las Escrituras nos muestran que hay un río de agua de vida que procede del trono, y que a ambos lados de este río crece el árbol de la vida que produce doce frutos y da sus frutos cada mes (Ap. 22:1-2). Esto nos da a entender que en la presencia y bajo el señorío de Dios encontramos el fluir de la vida divina. Aquí está el río de agua de vida que sacia la sed de las personas y las riega; aquí también están los frutos del árbol de la vida que satisface a los hambrientos. Todo aquel que venga aquí podrá obtener el suministro que necesita.
En cuarto lugar, una iglesia edificada tiene luz. En la Nueva Jerusalén hay luz (21:23).Esta luz no es la luz natural, ni tampoco la luz del sol o de la luna, sino que esta luz es Dios mismo. Dios es la luz mientras que Cristo es la lámpara. Dios hace que Su gloria resplandezca en Cristo, y esta gloria es la luz de la ciudad. El hecho de que en esta ciudad no haya necesidad de la luz del sol o de la luna quiere decir que en este edificio no es necesaria la luz natural. Dios mismo, quien se manifiesta en medio de ellos, en Cristo, es la luz de ellos. También podríamos decir que el Dios que en Cristo se expresa por medio de ellos es la luz. Por tanto, cuando uno está en medio de ellos, uno siente que la luz resplandece allí. Esto es como cuando el salón de reuniones está lleno de luz. La electricidad esplendorosa, al expresarse por medio de los fluorescentes, se convierte en la luz. Por tanto, cuando uno camina en un cuarto así, todo se ve claramente, las sillas, las personas que están sentadas, la entrada y el pasillo. Allí uno puede verlo todo claramente. (The Building Work of God, págs. 93-95)
Lectura para hoy
No podemos vivir en tinieblas. Sólo podemos vivir en la luz. La Nueva Jerusalén tendrá una luz muy particular: el Dios redentor y resplandeciente (Ap. 21:23). El Dios redentor brilla como el Dios resplandeciente. La gloria iluminadora de Dios es la luz que está en Cristo, y el Cristo redentor es la lámpara que contiene la luz. Dios está contenido en Cristo; Cristo es el único envase de Dios. La gloria de Dios es la luz de la ciudad, y Dios está en Cristo como el contenido, y resplandece por medio de Cristo.
Además, toda la ciudad, la Nueva Jerusalén, es el difusor que transmite la luz divina a las naciones que están fuera de ella (v.24a)…La luz iluminadora es Dios mismo en Su gloria contenido en Cristo como la lámpara. Esta lámpara es el difusor. Hoy en día este difusor que disemina la luz divina es el Cuerpo de Cristo. Con el tiempo, toda la Nueva Jerusalén será el difusor de la luz divina. Todas las naciones que están alrededor de la ciudad recibirán esta trasmisión en la que Dios es la luz de gloria y Cristo es la lámpara que lo contiene.
La luz de la ciudad santa es la luz divina única y eterna en la cual viven y actúan los elegidos redimidos dentro de los confines de la ciudad, donde no se necesita la luz natural creada por Dios, o sea el sol y la luna, ni de la luz artificial hecha por el hombre (Ap. 21:23, 25; 22:5a).En todo el universo sólo existen tres clases de luz. Primero, existe la luz natural creada por Dios, o sea, la luz del sol y la luna. Luego tenemos la luz artificial hecha por el hombre. En tercer lugar, tenemos la luz verdadera, la luz auténtica, la cual es Dios mismo. Apocalipsis nos dice que en la Nueva Jerusalén no hay necesidad de la luz natural que proviene de la luna ni del sol, ni tampoco hay necesidad de la luz artificial. Esto se debe a que tenemos la mejor luz, la cual es la fuente de toda luz. Esta luz es Dios mismo, quien resplandece en Cristo y es transmitido así a todas las naciones. (La aplicación de la interpretación de la Nueva Jerusalén a los creyentes que buscan más del Señor, págs. 45-46)
Lectura adicional: The BuildingWork of God, cap. 7; La aplicación de la interpretación de la Nueva Jerusalén a los creyentes que buscan más del Señor, mensajes 4-5
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