Dios nos dio libre albedrío como una piedra angular.
Las influencias externas, las de este mundo o del otro, fomentan, pero no causan.
La causa somos nosotros.
Tal como digo en mi lema: "Ningún mal entra en el hombre; sólo puede salir de él".
Cien por cien somos nosotros los que nos enajenamos de la armonía de Dios, plasmada en sus buenas leyes.
Y es esta mi convicción, que los malignos proponen, mas sólo cada uno elige.
¿Y quiénes son "los malignos"? - quizá podáis preguntar -.
Existen en este mundo y también en el más allá. Son espíritus oscuros, que no han hallado la luz.
No entienden lo que es la vida, pues luz es entendimiento, y no saben dónde viven, aunque crean que lo saben.
Promueven en derredor lo que les "hizo felices", en su vida aquí o allá, y no ven más horizontes.
Los alcohólicos, beber; los fornicarios, follar; los glotones, deglutir; los envidiosos, odiar; los iracundos, matar, y cada cual por su vicio, procuran "alimentarse" de los que a esos vicios ceden aquí en el mundo mortal, porque aquí, desde la carne, lo que emanamos es fuerte, mucho más fuerte que "allá", y de ello ellos se "alimentan" como abejas que libaran lo que las flores ofrecen.
Refuerzan nuestras tendencias y las suyas a pecar.
Pero imposible forzarnos, salvo si hemos sucumbido a ceder nuestro albedrío, primero por sugestión; más adentro, la obsesión; por último, posesión.