Para Maripaz y haaz:
El ícono cristiano está estrechamente ligado a esta palabra en cuanto que el único y verdadero ícono es el Verbo hecho carne, Jesucristo (cf. Hb 1,3: irradiación de la gloria de Dios e impronta () de su substancia).
El Verbo imprime el «caracter» del Padre a toda la creación. Se puede representar a Dios visiblemente entonces porque confluyen la creación por el Verbo y la encarnación del Verbo.
El lenguaje del ícono no es conceptual, no es sonoro, no tiene la violencia de la evidencia; en cambio habla a quien lo mira con corazón tranquilo y por mucho tiempo.
Dice expresivamente Daniel Ange:
<BLOCKQUOTE><font size="1" face="Helvetica, Verdana, Arial">Comentario:</font><HR>
Amo los íconos solo por esto: en ellos Dios habla con un lenguaje de pobres.
Es una consolación para los pobres.
Amo a los íconos, porque se parecen a Dios: tienen su misma manera de acercarme, pobremente, discretamente, silenciosamente.
Un ícono no se impone.
No violenta la mirada (como hace la cultura contemporanea).
No demuestra nada, no comprueba nada, no quiere ser una evidencia.
Como Dios. Se necesita tiempo, muchas veces años para entrar en ellos. Delante a quien mira el ícono aguarda, espera, espera ser penetrado y comprendido, y por esto amado. Pide una confianza, suscita una larga paciencia, despierta una cierta ternura.
Como hace Dios. Sus formas son austeras, pobres, se abren solo al corazón. No
crea un «pathos», no está adornado, no exagera, no estimula la emoción o la sensibilidad, sino solamente aquella que despierta la sonrisa en un niño.
Atrapa la mirada solamente para
ablandar el corazón del hombre. En el ícono todo es pobre y pide alzar los ojos hacia lo alto, hacia aquella región de la cual recibe --no se sabe bien cómo-- su silencio y su luz.
Una conclusión expresada en pocas palabras:
«Lo que el Libro (la Biblia) dice con las palabras, el ícono lo anuncia con los colores y lo hace presente» (Concilio Constantinopolitano IV, X, 3.)
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El que mira y se deja mirar por el ícono es el que participa de la naturaleza divina de Cristo, por estar bautizado.
El ícono realiza un servicio en orden a tal
participación.
• El prototipo no está en la imagen según la escencia sino que tiene una relación de semejanza.
La presencia del arquetipo en el ícono es análoga a la presencia del locutor en la palabra que profiere.
La relación de semejanza realiza en el que mira una comunión con Cristo de orden
intencional (orienta la mirada hacia aquel que mira).
• En este sentido, la parte central del ícono son sus ojos:
ellos son la ventana hacia el Rostro de
Cristo. Los ojos están cargados de «intencionalidad» expresiva.
El segundo Concilio de Nicea (787) pone fin, desde el punto de vista teológico y dogmático a la controversia sobre los íconos.
Los padres establecen que: «... de modo semejante a la imagen de
la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los sagrados
vasos y ornamentos, en las paredes y cuadros en las casas y caminos, las de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, de la Inmaculada Señora nuestra la santa Madre de Dios, de los preciosos ángeles y de todos los varones santos y venerables.
Porque cuanto con más frecuencia son
contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que éstos miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor, no ciertamente la latría verdadera que según nuestra fe sólo conviene a la naturaleza divina;
sino que como se hace con la figura de la preciosa y vivificante cruz, con los evangelios y con los demás objetos sagrados de culto, se las honre con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa
costumbre de los antiguos.
"Porque el honor de la imagen se dirige al original" (San Basilio)
y el que venera una imagen, venera a la persona en ella representada.» (Ds 302).
• El Concilio establece por lo tanto que se deben venerar de igual manera la imagen visible y la imagen verbal, la que entra en la mente por los ojos y la que entra por las orejas, la imagen luminosa y la imagen sonora, la palabra oral o escrita y una imagen.
Dicen más:
la imagen es una palabra, es un lenguaje análogo al de la palabra que realiza el anuncio y la celebración de la
salvación.
-- Fundamentos teológicos de las imágenes sagradas
• La encarnación del Verbo de Dios
Quien me ve a mi ve al Padre (Jn 14,9)
El es imagen (ícono) del Dios invisible (Col 1,15)
Es irradiación de la Gloria e impronta de su substancia (Hb 1,3)
Este Jesus que ha estado entre ustedes y fue llevado al cielo volverá de la misma manera
que lo han visto ir al cielo (Hch 1,1)
• El ícono es mediador entre las dos venidas, entre los dos hechos:
la encarnación y la escatología.
• La Iglesia de la misma manera que guarda su palabra debe guardar su rostro para reconocerlo cuando vuelva.
7. Himno en la fiesta de la Ortodoxia
El 11 de marzo, primer domingo de Cuaresma, se celebró en Constantinopla la victoria de los sostenedores de la latría a los íconos.
El kontákion, breve oración bizantina se sigue repitiendo
desde entonces una y otra vez:
El Verbo incircumscripto de Dios Padre,
se ha circumscripto encarnándose en tí Madre de Dios,
y habiéndo restablecido la imagen (eikon) deformada
a su antigua dignidad,
la ha unido a la divina belleza.
Por lo tanto reconociendo y confesando la salvación,
nosotros la representamos con la acción y la palabra.
El Dios-Hombre, el Señor,
está presente en su Palabra para hablarnos, en el prójimo para encontrarnos,
en su Nombre para socorrernos,
en su ícono para mirarnos,
en la asamblea para reunirnos,
en su Cuerpo y Sangre entregados para asimilarnos a Él.