Sacado de internet:
¿Se Convirtió Jesús en una Criatura al Hacerse Hombre?
Preexistencia Divina del Verbo
La Biblia enseña claramente que Jesús, antes de nacer en la tierra, existía eternamente como Dios.
Juan abre su Evangelio declarando:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).
Esto muestra que
el Verbo (Jesús) es eterno y divino, no parte de las cosas creadas, ya que
“todas las cosas por él fueron hechas” (Juan 1:3).
De hecho,
“sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3), lo que implica que
todo lo creado fue hecho por medio de Él, y por tanto Él mismo
no es un ser creado.
También Pablo afirma la preexistencia y deidad de Cristo:
“Porque en él fueron creadas todas las cosas... todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16-17).
Estos pasajes subrayan que
el Hijo de Dios preexistente es el Creador de todo, existente
“antes de todas las cosas”, y sostiene el universo con su poder.
Asimismo, Jesús habló de la gloria divina que compartía con el Padre
antes de la creación del mundo, indicando su existencia eterna:
“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5).
En este ruego, Jesús reconoce que dejó a un lado esa gloria celestial al venir al mundo, pero afirma haberla poseído en la eternidad pasada junto al Padre.
Esto confirma que Jesús, el Hijo, no comenzó a existir al nacer en Belén, sino que es el Verbo eterno y divino que existía desde el principio con Dios.
En resumen, según las Escrituras Jesús es verdadera y plenamente Dios desde la eternidad.
No es una criatura en su naturaleza divina; más bien es el Creador eterno.
Cualquier afirmación sobre Jesús acerca de “hacerse criatura” debe entonces
tomar en cuenta su preexistencia divina: Jesús no dejó de ser Dios ni perdió su eternidad.
Cualquier cambio que ocurra al venir en carne
no implica que su naturaleza divina se volviera creada, sino que sucedió algo asombroso: el Dios eterno asumió adicionalmente una naturaleza humana creada.
“El Verbo se hizo carne”
A pesar de ser eterno Dios,
el Hijo de Dios tomó una naturaleza humana en un momento específico de la historia.
Juan 1:14 lo expresa de manera directa:
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).
Este versículo declara la
encarnación: el Verbo divino
“fue hecho carne”, es decir, llegó a ser verdaderamente humano. La frase “fue hecho carne” indica que asumió
una realidad creada (la “carne”, es decir, nuestra naturaleza humana física). No se trata de que simplemente aparentó ser hombre, sino que
realmente se hizo hombre y vivió entre nosotros.
La encarnación ocurrió mediante el nacimiento virginal. La Biblia relata que Jesús fue concebido en el vientre de María por obra del Espíritu Santo,
naciendo como un bebé humano.
“Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gálatas 4:4). Al “nacer de mujer”, Jesús ingresa verdaderamente a la raza humana como uno de nosotros, cumpliendo los mismos procesos de gestación y nacimiento que cualquier ser humano (aunque su concepción fue milagrosa). Este
nacimiento humano significa que
su naturaleza humana tuvo un comienzo en el tiempo, a diferencia de su naturaleza divina que es eterna.
Otra forma en que la Escritura lo expresa es que el Hijo “participó” de la misma naturaleza que tenemos nosotros. Hebreos 2:14 afirma:
“Así que, por cuanto los hijos (la humanidad) participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo” (Hebreos 2:14). Jesús tomó “carne y sangre”, es decir, una naturaleza humana completa (cuerpo y alma). Más adelante, el mismo pasaje dice:
“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17). Esto enfatiza que la encarnación de Cristo lo hizo
semejante a nosotros en todo aspecto esencial de la humanidad, excepto en el pecado.
Es importante notar que
la naturaleza humana que Jesús asumió es parte de la creación de Dios. Cada ser humano es una criatura creada por Dios; al Jesús hacerse hombre, el cuerpo y la naturaleza humana que él tomó fueron creados por Dios en el vientre de María. Como dice Hebreos 10:5 acerca de la encarnación:
“Por lo cual, entrando en el mundo, dice: ... mas me preparaste cuerpo” (Hebreos 10:5). Dios Padre preparó un cuerpo humano para Su Hijo al enviarlo al mundo.
Ese cuerpo humano de Jesús fue creado, formando parte de la creación física. En este sentido,
el Hijo de Dios, al unirse a una naturaleza humana, llegó a tener una existencia como criatura en la historia,
sin dejar de ser Dios en su ser eterno.
El “Despojo” (Kenosis) de Filipenses 2:6-7
La famosa carta a los Filipenses describe el profundo acto de humildad de Cristo al encarnarse. Filipenses 2:6-7 declara acerca de Jesús:
“quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-7). Veamos cuidadosamente cada parte de esta enseñanza:
- “Siendo en forma de Dios”: Antes de nacer como hombre, Cristo existía “en forma de Dios”, es decir, poseía plenamente la naturaleza divina y la gloria que le corresponde como Dios verdadero. Era igual a Dios.
- “No estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”: Aunque Jesús tenía toda la majestad y derechos divinos, no se aferró a esos privilegios. No se aferró a continuar manifestando solo su gloria divina, sino que estuvo dispuesto a relinquir su posición gloriosa por amor.
- “Se despojó a sí mismo”: Esto significa que se vació o se despojó voluntariamente. ¿De qué se despojó Jesús? No de su naturaleza divina, pues es imposible que Dios deje de ser Dios. Más bien, el contexto indica que se despojó de su rango o privilegios divinos: renunció a su gloria visible y a sus derechos, velando su deidad para aparecer como un hombre ordinario. En lugar de ejercer plenamente su poder y gloria, aceptó las limitaciones de la condición humana. El versículo mismo explica cómo tuvo lugar este “despojo”:
- “Tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”: La forma en que Cristo se vació fue añadiendo a sí mismo algo: Él tomó la “forma de siervo”. Es decir, asumió la naturaleza de un siervo humilde — se hizo un ser humano común y corriente, “semejante a los hombres”. Este es el corazón de la kenosis (vaciamiento): Jesús es Dios, pero se hizo hombre humilde. Al tomar nuestra naturaleza, ocultó su gloria divina bajo la humildad de la carne.
Filipenses 2:8 continúa:
“y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” Aquí vemos que
al hallarse como hombre, vivió en humildad y obediencia hasta las últimas consecuencias. El Hijo eterno aceptó incluso las debilidades y sufrimientos de la mortalidad humana (¡incluso la muerte!), algo imposible para Él en su sola naturaleza divina. Esto muestra cuán completo fue su “despojo”:
no retuvo privilegios que le eximieran de sufrir como humano.
Otro pasaje que ilumina esta humillación voluntaria es 2 Corintios 8
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” Jesús era “rico” en la gloria del cielo, pero al venir se hizo “pobre”: nació en una familia humilde, vivió sin lujos ni honor terrenos, experimentó hambre, cansancio y dolor.
Esta “pobreza” voluntaria es paralela a “se despojó a sí mismo” – indica que Cristo dejó a un lado el esplendor y privilegio que tenía con el Padre,
aceptando las limitaciones propias de ser una criatura humana en un mundo caído (aunque él mismo nunca pecó).
Cabe enfatizar que
“despojarse” no significa que Cristo dejara de ser Dios o que su esencia divina se convirtiera en criatura. Más bien,
él dejó de manifestar plenamente su gloria como Dios y asumió una existencia humilde. En la encarnación, la divinidad de Jesús quedó velada bajo la humanidad. Por ejemplo, durante su ministerio terrenal Jesús generalmente no mostró la gloria radiante de Dios (con la excepción de la Transfiguración, ver Mateo 17:1-2, donde brevemente brilló su gloria).
Se vació en el sentido de que añadió a su persona la naturaleza humana con sus limitaciones.
Jesús mismo oró acerca de recuperar la gloria divina manifestada después de cumplir su obra en la tierra:
“Yo te he glorificado en la tierra… Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:4-5). Esta petición indica que
durante su vida terrenal Jesús no estaba mostrando plenamente esa gloria que le pertenecía, sino que la había “puesto a un lado” temporalmente (se había despojado de su manifestación externa). Tras consumar la cruz, esperaba volver a exhibirla junto al Padre.
Así, la kenosis de Filipenses 2 es compatible con la realidad de que Cristo siguió siendo Dios, pero vivió como verdadero hombre humilde. Fue un
auto-humillación, no una auto-aniquilación de su deidad.
La Verdadera Humanidad de Jesús
Las Escrituras insisten en que Jesús asumió
una humanidad completa y auténtica, convirtiéndose en un ser humano verdadero. Esto significa que en todo lo esencial, Jesús fue como nosotros (excepto sin pecado). Consideremos varias evidencias bíblicas de la plenitud de la humanidad de Cristo:
- Nacimiento y desarrollo humano: Jesús nació como un bebé de su madre María (Lucas 2:7). Pasó por la infancia, niñez y madurez. “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). Creció y aprendió como cualquier otro ser humano, experimentando un verdadero desarrollo físico y mental.
- Cuerpo físico real: Al igual que nosotros, Jesús poseía un cuerpo de carne y hueso. Después de su resurrección, afirmó: “Mirad mis manos y mis pies… palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo” (Lucas 24:39). Esto confirma que incluso tras resucitar, seguía teniendo una naturaleza humana corporal, palpable y real. Durante su vida terrenal, su cuerpo experimentó necesidades y limitaciones físicas:
- Hambre: “Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre” (Mateo 4:2).
- Sed: En la cruz Jesús dijo: “Tengo sed” (Juan 19:28), mostrando que su cuerpo necesitaba hidratación.
- Cansancio: “Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo” (Juan 4:6). Después de un largo viaje a pie, sentía fatiga como cualquier persona.
- Sueño: Dormía cuando estaba agotado; por ejemplo, se quedó dormido en la barca (Marcos 4:38).
- Emociones humanas: Jesús experimentó el rango de emociones humanas legítimas. Se alegró, pero también lloró y sintió tristeza. Juan 11:35 registra el versículo más corto y a la vez profundo: “Jesús lloró” ante la tumba de su amigo Lázaro, reflejando un dolor humano genuino. También sintió angustia; en Getsemaní dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38), evidenciando turbación emocional ante el sufrimiento que se acercaba.
- Tentabilidad: Aunque Jesús nunca pecó, sí fue tentado como hombre. “Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Para que las tentaciones fueran reales, Jesús debía tener una naturaleza humana capaz de sentir el peso de la tentación. Él conoce por experiencia lo que es luchar contra la tentación (Mateo 4:1-11 muestra varias tentaciones específicas que enfrentó en el desierto).
- Capacidad de sufrir y morir: En su humanidad, Jesús pudo sufrir dolor y finalmente murió físicamente en la cruz. Dios, en su naturaleza divina, es inmortal y no puede morir (1 Timoteo 1:17 dice que Él es “inmortal”). Pero Jesús murió: “inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19:30). Esto solo fue posible porque había asumido una naturaleza humana mortal. Su muerte fue real – sufrió tormento físico, agonía y expiró como cualquier ser humano que muere.
Todas estas evidencias bíblicas confirman que Jesús no era un ser celestial
disfrazado de hombre, ni un híbrido extraño,
sino verdadero hombre. Tenía todo lo que constituye a un ser humano (cuerpo, alma, mente, voluntad humana) y vivió dentro de las condiciones propias de la existencia humana (salvo que no tuvo pecado propio).
La Escritura le llama explícitamente “hombre” en numerosas ocasiones. Por ejemplo, el apóstol Pablo afirma:
“hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5). Incluso resucitado y glorioso, Jesús sigue siendo humano (glorificado), pues sigue siendo nuestro mediador
hombre.
Además, Jesús se refería a sí mismo constantemente como “
el Hijo del Hombre”, un título que enfatiza su identificación con la humanidad (por más que también tenga connotaciones mesiánicas, implica literalmente “humano”).
Por tanto, en todo sentido esencial Jesús compartió nuestra condición creada: nació, vivió en el mundo material, dependió de Dios Padre en oración, y murió.
Su humanidad es plena.
¿Jesús es “criatura” en su humanidad?
Con todo lo visto, podemos abordar la pregunta: dado que Jesús es Dios eterno no creado, pero a la vez se hizo verdaderamente humano,
¿es correcto decir que “Jesús, al hacerse hombre, se convirtió en una criatura”?
En un sentido calificado y bíblicamente equilibrado, sí podemos afirmar que Jesús en su encarnación asumió la condición de criatura,
sin negar su deidad preexistente. Esto debe entenderse cuidadosamente:
- Su persona es eterna y no creada, pero su naturaleza humana sí es creada. Cuando decimos “Jesús es una criatura como nosotros en su humanidad”, nos referimos a que participa plenamente de la creación de Dios al ser humano. El hombre fue creado del polvo de la tierra (Génesis 2:7), y cada ser humano es formado por Dios en el vientre materno (Salmo 139:13-16). Jesús voluntariamente entró en ese orden creado: fue concebido milagrosamente en el vientre de María y nació como parte de la raza humana, con un cuerpo y un alma que tuvieron un inicio en el tiempo. En ese respecto, Jesús pertenece a la creación (es criatura) por cuanto a su humanidad. Él es descendiente de Adán y de Abraham según la carne (Lucas 3:23-38 traza su genealogía humana).
- La Biblia armoniza ambas realidades (deidad y humanidad) en la única persona de Cristo. El apóstol Juan lo expresa de manera sencilla: Jesús es a la vez “Dios” y “carne” (Juan 1:1, 1:14). No es mitad Dios y mitad hombre; es totalmente Dios desde la eternidad, y se hizo totalmente hombre en la encarnación. Así, en su encarnación, la persona divina del Hijo añadió una naturaleza humana creada a su naturaleza divina no creada.
Es crucial evitar malentendidos. Cuando afirmamos la humanidad creada de Jesús,
no estamos diciendo que la persona de Jesucristo (el Hijo de Dios) haya sido creada desde cero en Belén. La herejía arriana, por ejemplo, sostenía falsamente que el Hijo era una criatura anterior al mundo. La Iglesia siempre ha rechazado esa idea porque la Biblia enseña que
el Hijo es eterno Dios. Lo que sí enseña la Biblia es que
el Hijo eterno entró al mundo como un hombre, y ese
modo de existencia humana comenzó en un momento dado. En otras palabras:
el Verbo increado asumió una naturaleza humana creada, de modo que
Jesucristo es a la vez increado (según su Deidad) y creado (según su humanidad).
Podemos ilustrarlo con lo que vemos en las Escrituras respecto a Jesús: hay cosas dichas de Él que solo pueden aplicarse a
Dios, y otras que solo pueden aplicarse a un
hombre. Por ejemplo: Jesús dijo
“antes que Abraham fuese, Yo Soy” (Juan 8:58), reclamando eternidad e identidad divina (increado). Pero también dijo desde la cruz
“Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46), expresando angustia humana y realmente sufriendo la muerte (lo cual implica su naturaleza creada y finita en ese aspecto).
Ambas realidades eran verdaderas en la única persona de Cristo.
Llamar a Jesús “criatura”
puede ser correcto si inmediatamente aclaramos que nos referimos a su humanidad. La frase
“Jesús es una criatura como nosotros” apunta a la maravillosa verdad de Hebreos 2:17: que Jesús
“fue hecho semejante a sus hermanos en todo”, compartiendo nuestra condición creada. Él es
como nosotros en humanidad: sujeto al tiempo, al espacio, a las debilidades físicas (hambre, dolor), etc. En ese sentido,
sí, Jesús se hizo parte de la creación — el Creador entró en su propia creación y caminó en medio de ella.
Sin embargo, debemos tener presente que
Jesús es único.
No es solamente una criatura, es el
Dios hecho carne. A diferencia de nosotros, que somos solo criaturas humanas,
Jesús tiene dos naturalezas: es simultáneamente verdadero Dios y verdadero hombre. Por eso la Biblia puede llamarle
“Emmanuel... Dios con nosotros” (Mateo 1:23) a la vez que lo presenta llorando en un sepulcro o fatigado del camino.
En Cristo, lo infinito y lo finito se unen sin mezclarse ni confundirse: su deidad no fue convertida en humanidad ni absorbida por ésta, sino que
ambas coexisten perfectamente.
Al considerar Filipenses 2 junto con la plena humanidad de Jesús, vemos precisamente que
el Hijo de Dios “se convirtió en siervo”. Tomó la posición de criatura obediente:
“se humilló a sí mismo haciéndose obediente…” (Filipenses 2:8). Jesús vivió como
el hombre perfecto, obediente a Dios en todo. Esto significa que en la tierra Él oraba al Padre, dependía del Espíritu Santo, se sujetaba a la voluntad de Dios. Todo ello confirma su genuina humanidad creaturial
bajo la autoridad del Padre (Juan 5:19, Juan 14:28).
A la vez, solo alguien que es por naturaleza Dios podía vaciarse de esa manera y luego ser exaltado sobre toda criatura (Filipenses 2:9-11 muestra que tras su obra como siervo, Dios lo exaltó para que todos le adoren, lo cual solo corresponde a Dios).
En cuanto a la frase “parte de la creación”, cabe señalar que
en su humanidad Jesús sí forma parte de la creación de Dios. Su cuerpo era material creado, su alma humana fue creada, y ocupó un lugar en la historia junto con otras criaturas.
Colosenses 1:15 le llama “el primogénito de toda creación”, lo que algunos podrían malinterpretar como si fuera el primero creado. Pero el contexto (Colosenses 1:16-17) aclara que significa
preeminencia sobre la creación, no que Él mismo sea creado en su deidad. Aun así,
es interesante que Jesús es también llamado “primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18), indicando que en su humanidad encabeza la nueva creación redimida.
Él inauguró una nueva humanidad resucitada. Todo esto para decir que
Cristo se ha involucrado plenamente en la creación: primero al hacerse hombre mortal, luego al resucitar en un cuerpo glorificado, convirtiéndose en el primero de una nueva creación.
Finalmente, 1 Juan 4:2 subraya la importancia doctrinal de confesar a Cristo como verdaderamente humano:
“En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios.” Negar la verdadera carne (naturaleza creada) de Jesús es considerado un grave error. La Biblia nos obliga a afirmar
tanto la plena deidad como la plena humanidad de Jesús. Por tanto, podemos y debemos decir que
Jesús, sin dejar de ser Dios, se hizo realmente hombre,
un miembro de la raza creada de Adán (Lucas 3:38 incluso llama “hijo de Adán, hijo de Dios” al trazar la genealogía de Jesús, mostrando su lugar dentro de la humanidad).
Conclusión
A la luz de la Palabra de Dios, podemos concluir que
es compatible con las Escrituras afirmar que Jesús, al hacerse hombre, “se convirtió en una criatura”, siempre y cuando entendamos correctamente esta afirmación. La Biblia muestra una armonía sublime entre
la preexistencia divina de Cristo y
su encarnación como verdadero hombre.
- Como Dios eterno, Jesús no es creado; Él es antes de todas las cosas, el Verbo divino que estaba con Dios y era Dios desde el principio (Juan 1:1). Nada de su encarnación niega ni disminuye esa realidad.
- Como hombre verdadero, Jesús nació, vivió y murió dentro de la creación. Tomó una naturaleza creada (carne y sangre), un “cuerpo preparado” por Dios (Hebreos 10:5), haciéndose semejante a nosotros en todo. En ese sentido, sí llegó a ser parte de la creación — asumió la condición de criatura, con sus limitaciones y dependencias.
La
doctrina cristiana histórica lo expresa diciendo que Cristo es
una persona con dos naturalezas: la naturaleza divina (increada, eterna) y la naturaleza humana (creada, temporal). Las Escrituras sustentan esta verdad en cada punto que hemos revisado. Por tanto, podemos hablar de Jesús
como criatura en su humanidad sin caer en herejía, siempre que afirmemos simultáneamente que
Él es el Dios no creado en su identidad eterna. Este misterio de la encarnación inspira adoración: el Creador del universo se humilló hasta ser un bebé en un pesebre, un carpintero caminando por Galilea, un siervo sufriente en la cruz –
todo para nuestra salvación – y sin embargo nunca dejó de ser Dios.
En conclusión,
Jesucristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Las Escrituras respaldan que
el Verbo divino preexistente “se hizo carne”, uniendo la eternidad con lo temporal. Así, en su humanidad asumida, Jesús comparte plenamente nuestra condición creada (es “criatura” como nosotros, con cuerpo y alma humana); pero en su deidad, Él trasciende la creación como su Señor.
Esta unión de lo divino y lo humano en Cristo es el corazón del evangelio: solo
siendo Dios podía salvarnos, y solo
haciéndose hombre podía morir en nuestro lugar. ¡Qué grande misterio y qué gran verdad revela la Biblia: el Dios infinito se hizo finito, el Increado entró en la creación, para hacernos partícipes de su vida eterna! Cada pasaje estudiado nos lleva a admirar esta hermosa coherencia bíblica:
el Hijo de Dios se hizo Hijo del Hombre, para que los hijos de los hombres llegáramos a ser hijos de Dios. Amen.