A todos los santos...

30 Septiembre 1999
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A todos los santos, escogidos y apartados para Dios en Cristo Jesús; a todos los de limpio corazón que, en cualquier lugar de la Tierra, invocan el nombre del Señor:
"Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que hora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia" (1 Pedro 2:9,10)

¡Cuán bendita es la palabra de nuestro Dios, quien a través de su apóstol, aún hoy, nos habla y nos alienta, confirmando que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos; que aunque el cielo y la tierra pasarán, su Palabra permanece inmutable y sus promesas son fieles y verdaderas!

Os comparto esta Palabra, que para nosotros es una maravillosa realidad, como también para vosotros; para los que de corazón limpio invocan al Señor. Habéis alcanzado misericordia, habéis sido llamados a la familia de Dios, atraídos a Cristo.

Ninguno de nosotros le buscaba, ninguno de nosotros era digno de estar en su presencia; mas, nuestro Padre nos tenía en su corazón de antes de la fundación del mundo. Porque de tal manera nos amó, que nos puso en Cristo antes que el mundo fuese. Él nos amó y nos escogió, nos hizo linaje suyo, linaje santo, reyes y sacerdotes. Reyes, para que reinemos juntamente con su Hijo. Sacerdotes, para que ministremos en su santo templo la alabanza, la exaltación, la oración, la adoración a su Nombre.

Nos adquirió, nos compró a muy alto precio (la sangre del Cordero de Dios en la cruz del Calvario). No fue fácil nuestra redención, nuestro rescate. Pero el precio fue pagado por nuestro bendito Salvador. Es por eso que el Padre nos llama su "especial tesoro", no por nuestros méritos, sino por el precio al que fue rescatada nuestra alma. La perla de gran precio en la parábola es la Iglesia, y el mercader es el Señor que dio todo cuanto tenía para adquirinos ¡Cuán inmenso e insondable es su amor!

Nos llamó de las tinieblas. Nosotros estábamos en eterna oscuridad, bajo la potestad de Satanás. Éramos hijos de perdición. Teníamos sentencia de muerte sobre nuestras cabezas. Sentencia de muerte eterna. Pero él nos llamó. No le buscamos nosotros. Él nos llamó de nuestras tinieblas. Y nos puso en su luz admirable. Hoy somos hijos de luz. Somos Hijos de Dios, heredad suya, familia suya. ¡Bendito sea Jesús, nuestro Salvador!

Y nos llamó con un propósito: anunciar sus virtudes. Anunciar el amor de Dios, su misericordia, su benignidad, su paz, su grandeza. Todas, todas sus virtudes, que están manifestadas en una sola persona: su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Este es el verdadero propósito de su llamado: no sólo a que pasemos el resto de nuestros días como creyentes dándole gracias por haber sido salvos, sino dando a conocer a Cristo.

¿Cómo anunciaremos sus virtudes? ¿Cómo representaremos a Cristo fielmente aquí en la Tierra? Rindiéndole nuestro corazón, negándonos a nosotros mismos y tomando su cruz. Permaneciendo unidos a él como los pámpanos a la vid. Buscando su rostro, reuniéndonos como hermanos para inquirir en su santo templo. Contemplando al Señor día tras día con la cara descubierta, porque sólo así vamos siendo transformados a su imagen y semejanza, por el Espíritu Santo de Dios.

El Señor nuestro Dios quiere hablar aún hoy a los hombres, y salvarles. Hablarles por medio de su Hijo, cuya vida ha de manifestarse en la iglesia, que es el cuerpo de Cristo. No enviará ángeles, no enviará profetas al estilo del tiempo antiguo; sino manifestará su multiforme sabiduría a través de este hombre corporativo, este nuevo hombre en Cristo que es su iglesia. Nosotros que no éramos pueblo, pero que ahora somos pueblo de Dios; embajada de Dios en la Tierra, quizás en un lugar sencillo que los hombres no pueden ver, pero donde Sus ojos están puestos hoy para bendición.

Amado hermano, ¡alégrese tu corazón, porque has sido llamado para anunciar a Cristo, para que en tus pensamientos, tus palabras y tus hechos, los demás vean, no a ti mismo, sino al Señor. No sólo predicando, sino viviendo en verdad la vida de Cristo, por el Espíritu que nos ha sido dado. ¡Aleluya!

Ciertamente, hemos alcanzado misericordia.Ciertísimamente, habéis alcanzado misericordia. ¡Gloria a Dios!

¡Señor nuestro, que tu gracia y tu paz se multipliquen sobre nuestros hermanos en todo el mundo. Sea revelada a sus corazones la grandeza de tus propósitos; sea prosperada tu obra en todos y cada uno de ellos, para la sola gloria de tu nombre!

Aunque no les conoceré personalmente en este peregrinaje, sé que veré vuestros rostros en la presencia del Señor, el cual viene pronto por todos los suyos.

Os saludo en el amor de Cristo

Hermano Mario