LUMEN GENTIUM -CONSTITUCION DOGMATICA. (Luz de las gentes). Del Concilio Vaticano II.
PABLO OBISPO,
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS JUNTAMENTE CON LOS PADRES DEL SACROSANTO CONCILIO PARA
PERPETUA MEMORIA
Constitución Dogmática
"LUMEN GENTIUM"
Sobre la Iglesia
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CAPITULO VIII
LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
I. "PROEMIO"
52. LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA EN EL MISTERIO DE CRISTO
El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo, "cuando llegó el fin de los tiempos, envió
a su Hijo hecho de Mujer... para que recibiésemos la adopción de hijos" (Gál., 4, 4-5). "El cual por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen"[172]. Este misterio
divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en ella los fieles,
unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la
gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo"[173].
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II. OFICIO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
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59. LA BIENAVENTURADA VIRGEN DESPUES DE LA ASCENSION
Queriendo Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por
Cristo, vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés "perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María,
la Madre de Jesús, y los hermanos de El" (Hech., 1, 14), y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, el cual
ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación. Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original[183], terminado el curso de su vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial[184] y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Apoc., 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte[185].
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III. LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA
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62. MEDIADORA
Y esta maternidad de María perdura si cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en
la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez
asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la
eterna salvación[186]. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y
angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es
invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora[187]. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que
nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador[188].
Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de
Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde
realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus
criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.
La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los
fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.
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IV. CULTO DE LA BIENAVENTURADAVIRGEN EN LA IGLESIA
66. NATURALEZA Y FUNDAMENTO DEL CULTO
María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por encima de todos los ángeles y los hombres, en cuanto
que es la Santísima Madre de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la
Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de "Madre de Dios", a
cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas[192]. Especialmente desde el Concilio de
Efeso, el culto del pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación,
según las palabras proféticas de ella misma: "Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas
grandes el Poderoso" (Lc., 1, 48). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia aunque es del todo singular, difiere
esencialmente del culto de adoración, que se da al Verbo Encarnado lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo promueve
poderosamente. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites
de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles,
hacen que mientras se honra a la Madre, el Hijo, en quien fueron creadas todas las cosas (cf. Col., 1, 15-16) y en quien "tuvo a
bien el Padre que morase toda la plenitud" (Col., 1, 19), sea debidamente conocido, amado, glorificado y sean cumplidos sus
mandamientos.
67. ESPIRITU DE LA PREDICACION Y DEL CULTO
El Sacrosanto Sínodo enseña deliberadamente esta doctrina católica y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen
religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la
Bienaventurada Virgen y de los santos[193]. Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la
divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez de
espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios[194]. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los
Santos Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y
privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad.
Aparten con diligencia todo aquello que, sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a
cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, por su parte, los fieles que la verdadera devoción
no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a
reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos excita a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.
V. MARIA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE
68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y
principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe., 3, 10), brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.
69. Ofrece gran gozo y consuelo a este Sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados
quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que van a una con nosotros
por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios[195]. Ofrezcan todos los fieles
súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de
la Iglesia, ensalzada ahora en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos,
interceda también ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano,
como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria
de la Santísima e individua Trinidad.