
Imagina por un instante que estás caminando por un sendero angosto y escarpado. De repente, alguien te toma por la fuerza y te dice: “Lleva esta carga por una milla más”. Naturalmente, tu reacción podría ser de resistencia, resentimiento o deseo de protestar. Pero Jesús te dice: "No sólo lleva esa carga, sino anda con esa persona dos millas" (Mateo 5:41).
¿Quién puede vivir así? ¿Quien podría amar tanto, obedecer tan radicalmente y entregarse tan totalmente a otro, incluso al enemigo? El propio Señor Jesucristo nos reta a vivir en una entrega que va más allá de lo natural, a abrazar una comunión tan profunda con Él que el resentimiento desaparece y el amor reine incluso cuando nos cueste.
Esta es la invitación: a una vida donde la desesperación del ego dio paso a la reconciliación suprema, donde la lucha del “yo” ceda el paso a la voluntad rendida de Dios. El camino es estrecho, la demanda es imposible sin la intervención divina, pero la recompensa es abundante: una comunión gloriosa con Cristo, el Supremo.



La vida cristiana no se trata de hacer lo mínimo, sino de rendirse por completo a lo supremo de Cristo.


Dios demanda santidad (1 Pedro 1:16), pero todos hemos pecado (Romanos 3:23).

La fe genuina nace en medio de la prueba (Hebreos 11:1).


En la cruz, Jesús pagó el precio que tú y yo no podíamos pagar (Romanos 5:8-9).






No se trata solo de obedecer... sino de hacerlo con gozo.







"Señor Jesús, reconozco que soy pecador y necesito tu perdón. Hoy te entrego mi vida y voluntad. Haz de mí un discípulo fiel, dispuesto a llevar la carga y caminar la segunda milla contigo. Llena mi corazón con tu Espíritu Santo, para que pueda vivir en paz, amor y obediencia a ti. Amén."





