Y he puesto mis palabras en tu boca
y te he escondido a salvo
dentro de mi mano.
Yo extendí el cielo como un dosel
y puse los cimientos de la tierra.
Yo soy el que le dice a Israel:
“¡Tú eres mi pueblo!”».
¡Despierta, oh Jerusalén, despierta!
Has bebido la copa de la furia del Señor.
Has bebido la copa del terror;
la has vaciado hasta la última gota.
Ni uno de tus hijos queda con vida
para tomarte de la mano y guiarte.
Estas dos calamidades te han ocurrido:
la desolación y la destrucción,
el hambre y la guerra.
Y ¿quién ha quedado
para compadecerse de ti?
¿Quién ha quedado para consolarte?
Pues tus hijos se han desmayado
y yacen en las calles,
tan indefensos como antílopes
atrapados en una red.
El Señor ha derramado su furia;
Dios los ha reprendido.
Pero ahora escuchen esto,
ustedes los afligidos,
que están completamente borrachos,
aunque no por haber bebido vino.
Esto dice el Señor Soberano,
su Dios y Defensor: «Miren,
yo les quité de las manos
la copa aterradora;
ya no beberán más de mi furia.
En cambio, entregaré esa copa
a quienes los atormentan,
a los que dijeron:
“Los pisotearemos en el polvo
y caminaremos sobre sus espaldas”».