El poder de la oración

hisopo

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5 Enero 2009
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Cuando Dios nos creo, puso algo en nosotros que hace que lo busquemos y recurramos a él. Tenemos conciencia de que necesitamos un poder mayor que el nuestro, para resolver los problemas que nos aquejan, para protegernos, para suplir nuestras necesidades. Recurrimos a un mundo sobrenatural en busca de ayuda. Los propios discípulos de Jesús tuvieron algunos problemas respecto a la oración. Podían ver en la vida del maestro lo importante que era la oración, cuántas cosas importantes ocurrían en respuesta a sus oraciones. Y es por eso que le rogaron: “Señor enseñamos a orar (Lucas 11:1). Al entregar a los discípulos el Padrenuestro, Jesús les enseña a entrar en relación con el Padre.

CUANDO ORAMOS ACERQUEMONOS CORRECTAMENTE A DIOS.

El orgullo y una actitud crítica hacia los demás constituyen pecados. Y el pecado nos separa de la presencia de Dios y de sus bendiciones. Pero el arrepentimiento (lamentar las cosas malas que hicimos y desear dejar de hacer lo malo) abre la puerta para que podamos recibir el perdón y las bendiciones de Dios. La humildad es lo opuesto al orgullo. El publicano sabía que era un pecador y lo reconocía. Sabía que no era merecedor de las bendiciones de Dios (¡ninguno de nosotros lo es!), pero se dirigió a Dios pidiendo clemencia. Y Dios le perdonó. El odio, el resentimiento y la renuncia a perdonar a quienes de una u otra forma nos han ofendido, cierra las puertas entre nosotros y Dios en la oración. Jesús dijo: “si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonara vuestras ofensas (mateo 6:14-15).

CUANDO ORAMOS GUIEMONOS POR LA BIBLIA

Jesús nos dio una formula para lograr cosas que nos sería imposible hacer sin ella: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho ( Juan 15:7). La Biblia nos señala cual es la voluntad de Dios respecto a nuestras vidas y nos hace saber cómo orar para que sea hecha su voluntad. Debemos orar por todo aquello que signifique honrar a Dios y también por las cosas que benefician a los demás, no solamente por lo que deseamos, o para satisfacer nuestros egoístas placeres.
“No tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:-3).

Muchas de las oraciones que figuran en la Biblia resultan excelentes guías para nosotros. Podemos derramar nuestras almas en las palabras de David cuando clama pidiendo perdón, o en la angustiosa oración de acatamiento de Jesús, inmediatamente antes de dirigirse a la cruz. Finalmente el Padre interviene y resucita a Jesús. Es la realización de la omnipotencia de Dios, mucho más allá de lo que podemos concebir o pedir: “Dios le resucitó” (hch 2,32)

“Ten piedad de mí oh Dios conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Salmo 51:1,10).

“padre mío, si es posible, pase de mí está copa, pero no se haga como yo quiero, sino como tú (Mateo 26:39).

FORTALEZCAMOS NUESTRA FE EN LA ORACIÓN

La fe en Dios y las cosas que nos prometió nos lleva a orar con plena confianza de que él nos responderá. “Es pues, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).

Es Dios mismo quien nos da la fe, la confianza de que hará cuanto prometió. Actúa por medio de su Palabra para fortalecer nuestra fe, y en está tarea cooperamos con él. “Corramos… puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 13:1,2).
“Cada cual… piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno (Romanos 12:3).
“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:7).

La historia de Abraham nos enseña que debemos creer sin cesar. Dios le dijo a Abraham que sería padre de naciones. Pero pasaron veinticinco años y Abraham no tenía hijos.
“y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto, o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudo, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gracias a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido (Romanos 4:19-21).
Abraham no solo mantuvo la fe, sino que se fortalecía en fe, cada vez más, plenamente convencido de la fidelidad de Dios. Cuando lo asaltaban los temores y las dudas elevaba su pensamiento a Dios, con los ojos abiertos a la dimensión espiritual; contemplaba a Dios majestuoso, omnipotente, omnipresente y comenzaba a alabar a Dios hasta alcanzar un nivel de fe cada vez mayor. Esa fe y obediencia trajeron al tan esperado Isaac (Romanos 4:16-24)
El ejemplo de Abraham nos enseña que debemos desechar el punto de vista natural de las cosas y adoptar el punto de vista que nos da la fe. No miremos nuestras propias limitaciones o a la montaña de dificultades que bloquean nuestro camino y miremos a Jesús. Aun en los momentos en que todo parezca salirnos mal, La montaña de problemas no puede atajarnos si avanzamos tomados de la mano de Jesús. Jesús apartará la montaña o nos mostrará un sendero por el cual cruzarla, o nos elevará por encima de ella.
Respondiendo Jesús, les dijo: “De cierto os digo si tuvierais fe, y no dudarais… si a este monte dijereis: quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis (Mateo 21: 21-22).

Cuando creemos que recibimos, debemos actuar de acuerdo con ello. Los que oran a Dios pidiéndole que los utilice, salen en fe para hacer lo que Dios les indica que hagan, confiando en su poder para hacerlo.
“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma… yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:17-18).

Creer es estar cierto que todo es posible para Dios. Estás expresiones se repiten a menudo en el Evangelio: “Nada es imposible para Dios”. “Para los hombres es imposible, para Dios es posible”.

Ante la pregunta de Cristo, el padre del muchacho epiléptico pidió a Jesús que ayudara su poca fe (Mc 9,24). Si somos conscientes de la debilidad de nuestra fe y de la profundidad de nuestro pecado, comprenderemos que sólo la oración puede hacer crecer nuestra fe y experimentar la misericordia de Dios.
Es bueno apoyarse siempre en la promesa de Cristo, que nos invita a pedir todo siempre en el nombre del Padre. Si nos creemos propietarios, podemos tener la certeza de que esta promesa no será vana y que Dios nos volverá a dar alcance a la vuelta del camino purificando nuestra fe. Desde que Jesús ve en nosotros el menor movimiento de confianza, se inclina a darnos la verdadera fe, y nos pone en estado total de confianza.

CUANDO OREMOS DEBEMOS VER LAS NECESIDADES DE LOS DEMÁS

Jesús miró a la gente que lo rodeaba y vio sus necesidades. Sintió una gran preocupación por los que sufrían. Recibía con amor a los pobres, a los desheredados, a los ciegos, a los leprosos. En momentos en que Jesús predicaba a la multitud escuchaba absorta sus enseñanzas, Jesús sabía que estaba hambrienta y les ordenó a sus discípulos que dieran algo de comer a la gente.
El amor de Jesús por la gente lo hacía sufrir con los que sufrían. El amor de Dios en nosotros nos ayudará a mirar, a través de los ojos de Jesús. Tal amor nos arrancará oraciones como las que arranco de los labios de Jesús. Llegó al extremo de preocuparse de las necesidades de quienes se burlaban de él, y lo hizo exclamar: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:24).
Una y otra vez leemos que Jesús “fue movido a misericordia” o “tuvo compasión de la gente”. Esta compasión impulso a Jesús a la oración y a la acción. Sus milagros fueron en gran medida el resultado de su compasión, la manifestación del amor de Dios de atender a las necesidades de la gente.
“y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos (Mateo 14:14).
Algunos pensamos solamente en nuestros propios problemas o intereses y no en las necesidades de quienes nos rodean. Peor aun algunos ven las necesidades de los demás, pero no sienten ninguna preocupación por ellos. Debemos pedir a Dios que nos haga mas sensibles a las necesidades de la gente que nos rodea. Al hacerlo Dios derramará en nuestros corazones su amor por la gente por quienes oramos, y podemos orar con la compasión de Cristo.
La oración de Pablo brota de un impulso del corazón: “hermanos, el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios a favor de ellos es que se salven” (Rom 10.1). El mismo modo que el corazón no puede dejar de latir y de amar, la oración de Pablo no cesa de subir ante Dos por aquellos que ama.

Oración + obediencia + Amor + paciencia = RESULTADOS