Ya son cuarenta años de vida, o de menos vida.
Cuarenta años, en que miro para atrás, y todo está igual que lo que se ve venir adelante. Todos estos míseros años he estado montado en una guagua, sin dinero, con hambre, con trescientos cincuenta millones, setecientos mil, quinientos treinta y cuatro punto cinco líos persiguiéndome. Viviendo en la más asquerosa pobreza, con cucarachas en el fregadero y en las alfombras. Con la desgracia sobre mi gigantesca cabeza.
Ya tengo cuarenta años, lo que se dice es el clímax en la vida profesional del hombre, y mira lo que soy. Un miserable con buen título. Eso es peor que un pobre. Un abogado que vive como un pordiosero.
Esto no va a cambiar. Todo continuará siendo un camino fangoso, frío y oscuro, que se adentra en una cueva llena de cucarachas y murciélagos. Cueva que termina en la muerte por su puesto. Sin logros, sin alegrías, sin legado.
Fango, frío y oscuridad. Soledad también, no es menos importante mencionarlo, pero de eso ya tengo en abundancia. Soy un animal ridículo, que cuando abre la boca solo profiere estupideces, aunque no lo desee.
La vida es un abismo. MI vida es un maldito y frío abismo.
23 de septiembre de 2008
Las diferencias entre los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) con el Evangelio según San Juan son dramáticas. Aún así, para la mayoría de los cristianos no son razón de preocupación alguna. De hecho, es el evangelio predilecto para citar por casi todas las denominaciones, pues es el único donde Jesús se identifica a sí mismo como Dios mismo, como la “luz del mundo”; y como el “Camino, La Verdad y La Vida”.
Resulta evidente que el autor del evangelio según San Juan tenía la firme intención de identificar a Jesús como la encarnación de todas las deidades greco romanas y de misterio de mayor auge durante el siglo II de nuestra era. Este evangelio fue probablemente escrito a principios del siglo II, aunque la Iglesia Católica ha defendido que fue en los años 90 D.C. De todas formas, el acuerdo general sigue siendo que es el más tardío de los evangelios.
Es importante tomar en cuenta que durante el siglo II de nuestra era, Justino Mártir escribió en su Primera Apología que la figura de Jesús era un equivalente al Logos (Verbo, Palabra, Sabiduría) de las escuelas de pensamiento neoplatónicas; y que su historia era equivalente a la de otros hijos de Júpiter. Se refería a dioses como Hércules, Dionisios y Apolo.
No resultaría extraño que quien escribió el evangelio según San Juan hubiese sido un discípulo de Justino Mártir, pues es él quien históricamente hace la primera identificación de Jesús con el Logos, o Verbo de Dios.
El argumento es el siguiente.
Neoplatonismo:
El evangelio según San Juan comienza identificando a Jesús con el “Verbo”, que es una traducción del nombre “Logos” en griego. Los neoplatónicos identificaban a la esencia máxima del universo como el Uno. Ese “Uno” tenía dos emanaciones de su misma naturaleza o “hipostasis”. La segunda era el “Verbo”, o “Sabiduría”, o “Palabra”. La tercera emanación era el “Alma del Mundo”. No hay que hacer mucho esfuerzo para ver aquí la base para la doctrina de la trinidad que fue copiada por el Concilio de Nicea en el 325 de nuestra era.
Es obvio también que el autor del evangelio de Juan quiere ganarse adeptos de entre los neoplatónicos al decirles que ese “Verbo”, o sabiduría del Uno, o sabiduría de Dios era Jesús.
Inmediatamente pasa a decir el evangelista que ese Verbo se encarnó y habitó entre nosotros. Eso concuerda con la figura del dios Prometeo, quien siendo hijo de Zeus (Júpiter para los romanos) se encarna en figura de hombre para traer la luz al mundo. Literalmente trae el secreto del fuego a los hombres y por eso su padre Zeus lo clava de manos y pies a una piedra, para que un animal devorara sus entrañas.
Esa figura de “Dios hecho carne” no se encuentra en los otros tres evangelios. Sí dicen esos evangelios que Dios es el Padre de Jesús, pero no que Jesús es Dios mismo encarnado. Eso hubiese sido muy escandaloso para los cristianos judíos, quienes conforme al judaísmo, no podrían concebir que Dios tomara la forma humana, que la misma está corrupta, y es nada más que “polvo”, lo que es contrario a la gloria de Dios.
Cultos a Dionisios o a Baco:
Pasando de los neoplatonistas, el autor del evangelio de Juan busca identificar a Jesús con el dios Dionisios, dios del vino y de las grandes celebraciones o bacanales (Baco era el nombre griego del mismo dios). Eso sucede en el milagro de las bodas de Caná. Allí Jesús transforma el agua en vino. Milagro que no aparece registrado en los otros tres evangelios canónicos.
Jesús transforma el agua en el mejor vino, igual que el dios Dionisios. Así quedó cubierta esa base. Jesús es tan poderoso como Dionisios.
También Jesús es el mesías esperado por las sectas al margen del judaísmo. Esto queda constatado en otro relato que no aparece en los tres evangelios sinópticos. El encuentro con la Mujer Samaritana junto al poso de Samaria. Allí Jesús afirma que él es el Mesías a una comunidad que no honraba a Jerusalén como la ciudad santa.
Cultos solares (Apolo, Mitra, Horus):
El evangelio de Juan es el único de los cuatro evangelios canónicos que identifica a Jesús como la “Luz del Mundo”, como la “Fuente de Agua Viva”, como el “Camino, la Verdad y la Vida”; y que quien lo viera a él, veía al Padre. Esas frases no aparecen en los otros evangelios.
Todos esos títulos eran dados a los dioses de los cultos solares, que eran los que más adeptos reunían en la Roma del primer y segundo siglo.
Apolo era la “Luz del Mundo”.
Igualmente Horus era llamado por sus adeptos la “Luz del Mundo”, pues su ojo era el sol.
Mitra trajo la fuente de Agua Viva, y el Agua de Vida para el mundo cuando sacrificó al toro ceremonial; y de ese toro nació un río de sangre de vida eterna, y de agua de vida.
Para los seguidores de Horus, ese dios era el “Camino y la Verdad”.
Se hace evidente que el evangelista tenía la misma intención de Justino Mártir de identificar en Jesús todas las virtudes y poderes de los dioses paganos, para sustituirlas por las del dios cristiano.
Más extraño resulta aún que el milagro más espectacular de todos los que Jesús pudo haber realizado solamente se registre en el evangelio según San Juan. Allí se narra el suceso de la resurrección de Lázaro. Resulta muy sospechoso que algo tan grande y apoteósico como levantar con vida a un muerto de su tumba después de varios días de haber fallecido se le escapara mencionarlo a los autores de los otros evangelios. Ni siquiera San Pablo lo menciona en sus cartas, que fueron escritas tan temprano como en los años 50 y 60 después de la muerte de Cristo.
Es obvia la intención proselitista del autor del evangelio de Juan. Este evangelista estaba dirigiendo ese relato a los creyentes del culto a Horus.
Según los relatos de ese dios (que son muchos, y muy diversos, pues vienen de épocas muy remotas)… Horus tenía poder sobre la vida y la muerte.
Horus resucitó a El-Azarus. El nombre de El-Azarus es una corrupción del nombre Osisris, padre de Horus, a quien él resucitó después que Set lo desmembrara. La equivalencia entre el nombre de El-Azarus, y el nombre helenizado de Lázaro es evidente.
Jesús es Horus… o por lo menos tiene los mismos poderes que Horus, según el evangelista.
Jesús como el Sanador: El culto a Apolo:
Los fieles al dios Apolo defendían que ese dios, cuyo símbolo era el sol, tenía el poder de sanar las enfermedades si se le oraba.
El evangelio de Juan menciona el milagro de sanación de la Piscina de Bethesda, relato que no está en los otros tres evangelios. Hay más relatos de sanciones en los otros evangelios, pero este relato de la Piscina tiene tantos símbolos, que eso lo hace muy sospechoso. Está el hombre que no puede moverse, ante el agua que era sacudida por un ángel. La piscina cuenta con cinco arcos. El número cinco iba a ser rápidamente identificado por los creyentes en los cultos mistéricos, pues simboliza los cinco elementos, los cinco sentidos, los cinco dedos de la mano (en alusión al poder de crear y actuar del ser humano).
También es importante señalar que este evangelio identifica a cinco figuras al pie de la cruz cuando crucifican a Jesús (su madre y la hermana de su madre; María la mujer de Clopás, María Magdalena y el discípulo a quien Jesús amaba). El simbolismo podría ser intencional.
Jesús el Maestro Sabio:
El culto a Apolo también defendía que ese dios impartía consejos sabios y discursos muy elocuentes llenos de verdades a sus adeptos. Es curioso notar como en el evangelio según Juan, Jesús está todo el tiempo dando discursos, lo que contrasta con los otros evangelios que se limitan al sermón de la montaña en el evangelio de Mateo, y el sermón de la llanura en el de Lucas, sin contar los discursos escatológicos, o del fin del mundo, que no existen en el de Juan.
También es importante mencionar que en el evangelio de Juan, Jesús no saca demonios nunca. No hay relatos de exorcismos, que eran rituales más ligados a las religiones semitas, no a las grecorromanas, donde el concepto de demonios era prácticamente inexistente. Lo que sí tenían eran dioses perversos o enemigos de otros dioses.
En definitiva, el evangelio según San Juan es el que menos confiabilidad histórica merece de los cuatro. Fue diseñado de tal modo que identificara a Jesús como la consumación de todos los cultos de la época en una sola figura. Como el sustituto perfecto para la fe de todos los gentiles.
Se distancia aún más ese evangelio de los otros tres cuando tampoco incluye el milagro de la Transfiguración. En la misma, Jesús aparece junto a Moisés y Elías. Está claro que eso era un símbolo dirigido a los judíos exclusivamente. Jesús es tan importante como Moisés y Elías. Es la consumación de los profetas.
Juan evita ese relato que no hubiese tenido pertinencia para su lector de cultura helénica-romana.
Cuarenta años, en que miro para atrás, y todo está igual que lo que se ve venir adelante. Todos estos míseros años he estado montado en una guagua, sin dinero, con hambre, con trescientos cincuenta millones, setecientos mil, quinientos treinta y cuatro punto cinco líos persiguiéndome. Viviendo en la más asquerosa pobreza, con cucarachas en el fregadero y en las alfombras. Con la desgracia sobre mi gigantesca cabeza.
Ya tengo cuarenta años, lo que se dice es el clímax en la vida profesional del hombre, y mira lo que soy. Un miserable con buen título. Eso es peor que un pobre. Un abogado que vive como un pordiosero.
Esto no va a cambiar. Todo continuará siendo un camino fangoso, frío y oscuro, que se adentra en una cueva llena de cucarachas y murciélagos. Cueva que termina en la muerte por su puesto. Sin logros, sin alegrías, sin legado.
Fango, frío y oscuridad. Soledad también, no es menos importante mencionarlo, pero de eso ya tengo en abundancia. Soy un animal ridículo, que cuando abre la boca solo profiere estupideces, aunque no lo desee.
La vida es un abismo. MI vida es un maldito y frío abismo.
23 de septiembre de 2008
Las diferencias entre los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) con el Evangelio según San Juan son dramáticas. Aún así, para la mayoría de los cristianos no son razón de preocupación alguna. De hecho, es el evangelio predilecto para citar por casi todas las denominaciones, pues es el único donde Jesús se identifica a sí mismo como Dios mismo, como la “luz del mundo”; y como el “Camino, La Verdad y La Vida”.
Resulta evidente que el autor del evangelio según San Juan tenía la firme intención de identificar a Jesús como la encarnación de todas las deidades greco romanas y de misterio de mayor auge durante el siglo II de nuestra era. Este evangelio fue probablemente escrito a principios del siglo II, aunque la Iglesia Católica ha defendido que fue en los años 90 D.C. De todas formas, el acuerdo general sigue siendo que es el más tardío de los evangelios.
Es importante tomar en cuenta que durante el siglo II de nuestra era, Justino Mártir escribió en su Primera Apología que la figura de Jesús era un equivalente al Logos (Verbo, Palabra, Sabiduría) de las escuelas de pensamiento neoplatónicas; y que su historia era equivalente a la de otros hijos de Júpiter. Se refería a dioses como Hércules, Dionisios y Apolo.
No resultaría extraño que quien escribió el evangelio según San Juan hubiese sido un discípulo de Justino Mártir, pues es él quien históricamente hace la primera identificación de Jesús con el Logos, o Verbo de Dios.
El argumento es el siguiente.
Neoplatonismo:
El evangelio según San Juan comienza identificando a Jesús con el “Verbo”, que es una traducción del nombre “Logos” en griego. Los neoplatónicos identificaban a la esencia máxima del universo como el Uno. Ese “Uno” tenía dos emanaciones de su misma naturaleza o “hipostasis”. La segunda era el “Verbo”, o “Sabiduría”, o “Palabra”. La tercera emanación era el “Alma del Mundo”. No hay que hacer mucho esfuerzo para ver aquí la base para la doctrina de la trinidad que fue copiada por el Concilio de Nicea en el 325 de nuestra era.
Es obvio también que el autor del evangelio de Juan quiere ganarse adeptos de entre los neoplatónicos al decirles que ese “Verbo”, o sabiduría del Uno, o sabiduría de Dios era Jesús.
Inmediatamente pasa a decir el evangelista que ese Verbo se encarnó y habitó entre nosotros. Eso concuerda con la figura del dios Prometeo, quien siendo hijo de Zeus (Júpiter para los romanos) se encarna en figura de hombre para traer la luz al mundo. Literalmente trae el secreto del fuego a los hombres y por eso su padre Zeus lo clava de manos y pies a una piedra, para que un animal devorara sus entrañas.
Esa figura de “Dios hecho carne” no se encuentra en los otros tres evangelios. Sí dicen esos evangelios que Dios es el Padre de Jesús, pero no que Jesús es Dios mismo encarnado. Eso hubiese sido muy escandaloso para los cristianos judíos, quienes conforme al judaísmo, no podrían concebir que Dios tomara la forma humana, que la misma está corrupta, y es nada más que “polvo”, lo que es contrario a la gloria de Dios.
Cultos a Dionisios o a Baco:
Pasando de los neoplatonistas, el autor del evangelio de Juan busca identificar a Jesús con el dios Dionisios, dios del vino y de las grandes celebraciones o bacanales (Baco era el nombre griego del mismo dios). Eso sucede en el milagro de las bodas de Caná. Allí Jesús transforma el agua en vino. Milagro que no aparece registrado en los otros tres evangelios canónicos.
Jesús transforma el agua en el mejor vino, igual que el dios Dionisios. Así quedó cubierta esa base. Jesús es tan poderoso como Dionisios.
También Jesús es el mesías esperado por las sectas al margen del judaísmo. Esto queda constatado en otro relato que no aparece en los tres evangelios sinópticos. El encuentro con la Mujer Samaritana junto al poso de Samaria. Allí Jesús afirma que él es el Mesías a una comunidad que no honraba a Jerusalén como la ciudad santa.
Cultos solares (Apolo, Mitra, Horus):
El evangelio de Juan es el único de los cuatro evangelios canónicos que identifica a Jesús como la “Luz del Mundo”, como la “Fuente de Agua Viva”, como el “Camino, la Verdad y la Vida”; y que quien lo viera a él, veía al Padre. Esas frases no aparecen en los otros evangelios.
Todos esos títulos eran dados a los dioses de los cultos solares, que eran los que más adeptos reunían en la Roma del primer y segundo siglo.
Apolo era la “Luz del Mundo”.
Igualmente Horus era llamado por sus adeptos la “Luz del Mundo”, pues su ojo era el sol.
Mitra trajo la fuente de Agua Viva, y el Agua de Vida para el mundo cuando sacrificó al toro ceremonial; y de ese toro nació un río de sangre de vida eterna, y de agua de vida.
Para los seguidores de Horus, ese dios era el “Camino y la Verdad”.
Se hace evidente que el evangelista tenía la misma intención de Justino Mártir de identificar en Jesús todas las virtudes y poderes de los dioses paganos, para sustituirlas por las del dios cristiano.
Más extraño resulta aún que el milagro más espectacular de todos los que Jesús pudo haber realizado solamente se registre en el evangelio según San Juan. Allí se narra el suceso de la resurrección de Lázaro. Resulta muy sospechoso que algo tan grande y apoteósico como levantar con vida a un muerto de su tumba después de varios días de haber fallecido se le escapara mencionarlo a los autores de los otros evangelios. Ni siquiera San Pablo lo menciona en sus cartas, que fueron escritas tan temprano como en los años 50 y 60 después de la muerte de Cristo.
Es obvia la intención proselitista del autor del evangelio de Juan. Este evangelista estaba dirigiendo ese relato a los creyentes del culto a Horus.
Según los relatos de ese dios (que son muchos, y muy diversos, pues vienen de épocas muy remotas)… Horus tenía poder sobre la vida y la muerte.
Horus resucitó a El-Azarus. El nombre de El-Azarus es una corrupción del nombre Osisris, padre de Horus, a quien él resucitó después que Set lo desmembrara. La equivalencia entre el nombre de El-Azarus, y el nombre helenizado de Lázaro es evidente.
Jesús es Horus… o por lo menos tiene los mismos poderes que Horus, según el evangelista.
Jesús como el Sanador: El culto a Apolo:
Los fieles al dios Apolo defendían que ese dios, cuyo símbolo era el sol, tenía el poder de sanar las enfermedades si se le oraba.
El evangelio de Juan menciona el milagro de sanación de la Piscina de Bethesda, relato que no está en los otros tres evangelios. Hay más relatos de sanciones en los otros evangelios, pero este relato de la Piscina tiene tantos símbolos, que eso lo hace muy sospechoso. Está el hombre que no puede moverse, ante el agua que era sacudida por un ángel. La piscina cuenta con cinco arcos. El número cinco iba a ser rápidamente identificado por los creyentes en los cultos mistéricos, pues simboliza los cinco elementos, los cinco sentidos, los cinco dedos de la mano (en alusión al poder de crear y actuar del ser humano).
También es importante señalar que este evangelio identifica a cinco figuras al pie de la cruz cuando crucifican a Jesús (su madre y la hermana de su madre; María la mujer de Clopás, María Magdalena y el discípulo a quien Jesús amaba). El simbolismo podría ser intencional.
Jesús el Maestro Sabio:
El culto a Apolo también defendía que ese dios impartía consejos sabios y discursos muy elocuentes llenos de verdades a sus adeptos. Es curioso notar como en el evangelio según Juan, Jesús está todo el tiempo dando discursos, lo que contrasta con los otros evangelios que se limitan al sermón de la montaña en el evangelio de Mateo, y el sermón de la llanura en el de Lucas, sin contar los discursos escatológicos, o del fin del mundo, que no existen en el de Juan.
También es importante mencionar que en el evangelio de Juan, Jesús no saca demonios nunca. No hay relatos de exorcismos, que eran rituales más ligados a las religiones semitas, no a las grecorromanas, donde el concepto de demonios era prácticamente inexistente. Lo que sí tenían eran dioses perversos o enemigos de otros dioses.
En definitiva, el evangelio según San Juan es el que menos confiabilidad histórica merece de los cuatro. Fue diseñado de tal modo que identificara a Jesús como la consumación de todos los cultos de la época en una sola figura. Como el sustituto perfecto para la fe de todos los gentiles.
Se distancia aún más ese evangelio de los otros tres cuando tampoco incluye el milagro de la Transfiguración. En la misma, Jesús aparece junto a Moisés y Elías. Está claro que eso era un símbolo dirigido a los judíos exclusivamente. Jesús es tan importante como Moisés y Elías. Es la consumación de los profetas.
Juan evita ese relato que no hubiese tenido pertinencia para su lector de cultura helénica-romana.