La Gran Batalla

9 Marzo 2008
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Todos los días de nuestra existencia, por recogida que esta sea, nos vemos forzados a elegir entre una acción buena y otra censurable. Y a veces esta tiene aspecto tan seductor, tan plausible, tan placentero, que el rechazarla exige un consciente esfuerzo de voluntad. La tentación es universal y tan antigua como el Jardín de Edén. Nuestra felicidad o nuestra desdicha dependen de nuestra habilidad para vencerla en vez de dejarnos sojuzgar por ella.

La primera condición para resolver un problema es comprender su naturaleza. Y eso, precisamente, lo que muchas personas pasan por alto cuando de la tentación se trata. Apenas si tienen una vaga idea de cómo opera el espíritu y de ahí que nunca lleguen a adquirir aquel conocimiento de si mismo que es la clave del autodominio. Este conocimiento de nosotros mismos debe llevar implícito el reconocimiento de que somos egocéntricos por naturaleza en un primer estado desde que nacemos, y de que nunca nos veremos libres de esa tendencia. Aun cuando nuestro yo consciente permanece tan pugnaz y amoral como siempre. A veces lo que llamamos tentación no es más que obra de ciertos impulsos procedentes de esa oscura porción de nuestra personalidad, en choque con la conciencia del individuo.

Todo el mundo siente impulsos torcidos. Lo importante es reconocerlos como tales y hacer cargo de que uno no es el único que los experimenta. Entonces será posible comprenderlos y dominarlos. Un proverbio chino dice: “No puedes impedir que los pájaros revoloteen sobre tus cabeza; pero si puedes impedir que aniden en tu pelo”.

No se debería ahogar la voz de la conciencia, esta, antes que un grito, es un susurro; pero el castigo por desoírla puede ser mucho mas duro de lo que se imagina. Ya que uno crea que la conciencia sea de origen divino, ya que es solo un tenue eco de la autoridad paterna o quizás de un buen amigo, es, de todas suertes, el dispositivo de nuestra personalidad que mueve la mas destructora de todas las emociones: el remordimiento. Ese sentimiento es tan doloroso y perturbador, que incapacita virtualmente a quien lo padece. Y aun cuando el conciente logre rechazarlo, aun entonces sus paralizadores efectos pueden hacerse sentir en el inconciente. La mala salud, la perdida de energía, los vagos temores, la falta de confianza en si mismo, hasta la propensión al suicidio, bien puede y es lo que en las Escrituras se comprende “el estipendio y paga del pecado”. La mayoría de las personas no pueden ceder a la tentación sin castigo; pues aunque sus trasgresiones pasen inadvertidos, algo de su ser interior cuidara de que ellos se castiguen así mismos.
Para todo creyente una oración en demanda de auxilio es uno de los medios más eficaces de hacer aflorar la sabiduría y la fuerza que existen en el rico filón del inconciente.

No creo, sin embargo, que baste para ello recitar o repetir mecánicamente una plegaria. Para ser eficaz, la oración a de ir acompañada de humildad, del abandono de ciertos deseos, del reconocimiento de la propia impotencia. La entrega absoluta de si propio es la clave del fenómeno. Si este sentimiento invade el conciente con su respectiva respuesta y penetra hondo en el inconciente, se producirá una serenidad y una claridad de pensamiento que hacen no solo posible, sino casi inevitable, el llegar a una recta resolución.

Las tentaciones obran sobre los individuos con diversos grados de intensidad. Un ligero pero sincero autoanálisis puede ahorrarnos no pocos sin sabores. ¿Somos en extremo ambiciosos? Pues nos será mas difícil que a otros abstenernos de tomar por atajos tortuosos (o aun perjudicar al prójimo) para alcanzar el éxito. ¿Nos desvivimos por llegar a ser más importante de lo que juzgamos ser? Tendremos que ponernos en guardia cierta tendencia a jactarnos de tener relaciones influyentes, hablar sin tasa ni duelo de si mismo, a ver un desierto donde no lo hay, a medirlo o juzgarlo todo refriéndolo a si mismo. ¿Nos creemos perfeccionista? Pues tendremos que resistir la tentación de exigir demasiado de todo el mundo, empezando por uno mismo. ¿Nos encontramos profundamente disgustados de la vida? Pues sentiremos la pérfida invitación a escapar de la realidad en alguna forma, acaso mediante el alcohol o neurosis alguna.

Todos tenemos algún punto flaco, algún rincón vulnerable, donde parece acecharnos la tentación. En realidad, la tentación no esta al acecho: son los defectos mismos de nuestro carácter lo que nos impelen a buscarla. Y siendo así, deberíamos tener mucho cuidado con los sofismas del mundo. He aquí el gran narcótico de que la gente se vale para anestesiar su conciencia y justificar el caer en tentación. Un desfalcador se dice a asimismo que lo que hace no es sino tomar el dinero ‘prestado’ y que de fijo lo repondrá y lo repuso. Un hombre infiel se jura a si mismo que si su novia o su esposa lo ignora no habrá de causarle daño alguno. En las mil tentaciones cotidianas que nos asaltan, desde la quebrantar los reglamentos del tránsito hasta de la de sisear en la cuenta de gastos que presentamos al superior, el sofista suele hacerse esta irreflexión: bah! Todo el mundo lo hace, ¿Por qué no he de hacerlo yo?

La completa honestidad para consigo mismo no es nada fácil. Pero si, al encararse con algún problema moral, recuerda uno que la tentación de justificar nuestros extravíos es la más insidiosa de todas, estará ya a dos dedos de obrar con rectitud. Con frecuencia las tentaciones fuertes tienden a apagar la luz de la razón. La inteligencia puede operar debidamente solo cuando se halla apartada del influjo de las emociones fuertes. Así pues, la mejor defensa esta en alejarse de la causa de la tentación (o apartarla de nosotros) antes de que se nuble nuestro buen juicio.

Por ser la tentación algo tan personal; por ser, tan a menudo, efecto de impulsos o motivos o motivos reprensibles, muchas personas suelen guardarse sus problemas celosamente para si; pero si se esta luchando con una disyuntiva ética, es preferible no luchar solo. Es mejor contar con nuestros padres o un buen amigo de mente despejada y probada reserva. El dialogo suele aclarar una situación mas eficazmente que un solitario cavilar.
Al exigir continencia y autodominio, tanto en los demás como en si mismo, hay que mostrarse razonable. Hasta los santos han pasado grandes trabajos para vivir incólume. “No hago el bien que debiera”, dijo Pablo, presa a la vez de humildad y de exasperación; “y si el mal que no quiero hacer”. Si un hombre de la férrea voluntad de Pablo se sentía así combatido, ¿es extraño que nosotros, mínimos mortales, hallemos a veces tan ardua la empresa? La fracción primitiva, egoísta, de nuestro ser se rebelara siempre contra toda ley, sacudirá el yugo de toda sujeción, resistirá toda autoridad.

La lucha parece no tener fin. Pero si uno reconoce la tentación como tal; si analiza sus propios puntos flacos; si no trata de justificar sus faltas con razonamientos especiosos, ira progresando, y si se aferra a sanos principios, aun cuando no siempre puede asirse a ellos su conducta, ira saliendo adelante. Se perderán todavía unos cuantos combates, pero es casi seguro que al fin y a la postre se ganara la batalla final. El cual regresaremos a la prresencia de Dios. Asi sea.

saludos y bendiciones,

espiritu

:)
 
Re: La Gran Batalla

Amado, de aqui vemos el valor invaluable de nuestro nuevo Adon, Jehoshua Ha Machia. ¿Por un momento te puedes imaginar este mundo sin nuestro Salvador?. Gloria al Señor. Nos a rescatado a varios de nosotros del alcoholismo, de la pornografia (lijuria), del tabaquismo, del adulterio, de las contiendas, de la rebeldía contra los padres, de la drogadicción, de la pobreza material, etc.

Nos ha dado una vida nueva ¿cuantos no estariamos ya muertos y con una herencia a los hijos de muchas maldiciones? Pero el amor de Di-os es tan inmenso y no hay forma de pagarle.

Ahora entiendo que al estar hechos a imagen y semejanza de Di-os, todo lo malo y el pecado nos daña, por eso tenemos que luchar contra el pecado original y nuestro otro yo, la parte mala de nosotros. De acuerdo contigo la oración, el hablar con Abba Padre todos los días y en los momento de tentación cerrar los ojos y llamarle para que tenga misericordia y cambie todos estos malos pensamientos en menos de un segundo es una garantía de su amor inmesurable.

Di-os nos bendice. ¡Alelu Yaj!:color_:
 
Re: La Gran Batalla

En esta época de ciencia y tecnología a más de uno debería estar satisfecho de vivir en esta época y no en otra. ¿Por qué razón, teniendo como tenemos a nuestro alcance todos los medios posibles, y los mas increíbles, de procurarnos bienestar y seguridad, sentimos esta patente y desesperada falta de confianza en la vida y en nuestras propias fuerzas? ¿Qué le ha ocurrido al hombre? ¿Qué fue desde que cruzo ‘la peligrosa soledad del mar’ a bordo de cascarones de nuez en busca de continentes desconocidos? ¿Qué se ha hecho del goce que sentía probando su temple contra los embates de la adversidad?

La valentía de los hombres de aquella época provenía en dar por supuesto que los éxitos y fracasos; dichas y tribulaciones forman la trama de la existencia, trama de la cual el hombre tiene que acomodarse confiando únicamente en Dios y con su propia fortaleza interior. La vida no son vacaciones como la gran mayoría piensa que es, todo lo contrario, es un campo de pruebas. Lo que importa no es cuantos y cuan prósperos serán nuestros días, sino el como vamos a soportar la prueba y a mostrar nuestro brío. En aquellos tiempos los hombres dignos no desertaban ante el infortunio. Nosotros, muy a diferencia de aquellas generaciones, hemos sido criados en la tradición, cuando no en la realidad, de que dicha y seguridad nos pertenecen. Consideramos una y otra como derechos naturales. Por lo tanto, cuando nos sorprende el peligro y el desastre, optamos bien por disfrazar nuestro fracaso con alguna neurosis, bien por hacer frente al enemigo con cierta bravura, pero sorprendidos y turbados como si fuésemos victimas de inesperada e inexplicable injusticia.

Pero la seguridad es y ha sido siempre mera ilusión, la vida puede ser magnifica aventura o mero proceso de vegetación decadente. En palabras sabias de un amigo dijo: “Dios me ha enviado al mundo para resolver problemas, prestar servicio. Si no los tuviese y no hiciese nada, solo podría pensar que me consideren inepto para resolverlos”.

Afortunadamente para nosotros, la época en que vivimos tiene todavía infinitos problemas y mortales temores. ¿Podemos recordar aquel goce de la aventura, aquella alegre conformidad de “pagar el precio” que dio a nuestros predecesores no solo el valor de sufrir sino el de sufrir con deleite y gallardía? ¿Qué puede enseñarnos la vida que nos sostenga en las vicisitudes y en la tenebrosa aventura que nos espera?

Aun mayor que la amenaza de una tercera guerra mundial es la que suponen, por un lado, la idea de que las cosas materiales pueden satisfacer nuestras inquietudes e infelicidades y, por otro, el miedo a la vida, el consiguiente afán de huir a las responsabilidades, de encontrar a Dios: La creencia de que la incapacidad del individuo para entenderse con este universo ilimitado y amenazador puede remediarse por medio de la organización en masa, con ideales agnósticas.

El individuo, aun cuando sea un agnóstico, es quien en últimos términos ha de luchar solo consigo mismo, con las relaciones personales, con los propios sufrimientos y con la muerte. Ningún sistema político puede vivir la vida por nosotros. Debemos tomar la existencia como es en realidad: un permanente reto a nuestro valor, reto sin el cual nunca sabríamos de que material estamos hechos ni alcanzaríamos el completo desarrollo de nuestra personalidad.

Sin duda el ansia de estabilidad y seguridad nos es inherente; y no me duele confesar que, a pesar de mis predicaciones, soy más de una vez victima de las mismas ilusiones que deploro. Algunos días me sorprendo echando cuentas de mis bienes materiales, el dinero, amistades, mi trabajo, el mañana incierto. De pronto experimento saludable reacción y comprendo que mi trabajo puede quebrar, mis ahorros desvanecerse, mis amigos alejarse. Estas lúgubres consideraciones me amedrentan; pero me rehago, saco fuerza de flaqueza, cierro los ojos y acepto las vicisitudes de la amistad y la incertidumbre de mis días. En pocas palabras, acepto la vida. ¿Con que puedo contar entonces? La respuesta es simple, conmigo mismo y obviamente en un amigo que nunca falla, Dios.

Esto puede no parecer una gran respuesta, pero al hacer tal cálculo no estoy contando con el –yo- que se ve, sino con otro ser que en casos gravemente difíciles he encontrado dentro de mi, en una ciudad secreta, tan oculta entre la selva de los diarios acontecimientos que a menudo el camino que a ella conduce se obstruye o se me olvida y la llave de la puerta se me extravía. Pero el –lugar seguro- continúa allí. Me ha amparado antes y puedo volver a encontrarlo. ¿Por qué he de sentir miedo, siendo así? Apenas hago esta reflexión ya no lo siento.

Tengo mucha fe en Dios. Y tengo un noble concepto del alma humana. Creo en ello porque he comprobado su existencia real. A veces, cuando las cosas se tuercen, me he encontrado corriendo en círculos como la pobre liebre perseguido por perros y cazadores. De pronto ya casi sin aliento, me he acordado del otro yo que hay dentro de mí y que no esta indefenso ni siente miedo. Mi yo amedrentado y perseguido se ha refugiado en el lugar oculto- y ha dado un portazo a sus perseguidores. El enemigo podrá golpear la puerta pero no apoderarse de mí-. Y esa certeza me proporciona una gran paz y un firme sentido de reintegración. A veces hasta he podido salir al encuentro del enemigo para descubrir con frecuencia que no había tal enemigo.

Nunca podríamos dar con –el lugar seguro- a no ser que nos hayamos mantenido en el terreno firme de la integridad moral, la virtud y la veracidad. El camino de la ciudad esta automáticamente cerrado al mentecato, al embustero, al tirano, al que busca medro personal. Esta cerrado aun para mí siempre que me apartara del código estricto del honor y la decencia. Cada uno de nuestros actos mezquinos, intolerantes, desleales nos traicionan con el enemigo. Podría parecer prospero y fuerte, o adoptar talante de valeroso y seguro de mi mismo como hacen los malhechores. Pero en el fondo seria pobre de personalidad, medroso, inseguro y vulnerable.

Todos y cada uno de nosotros de buena voluntad dispone de idéntico recurso. Encontrar esa ciudad íntima es la tarea más urgente y significativa de nuestra vida. Una vez que hayamos despojado a los bienes materiales, del falso papel de salvaguardias que les atribuimos, podremos aceptarlos con gratitud por el bien efectivo que son susceptibles de producirnos y el cual, como buenos peregrinos, debemos compartir con nuestros semejantes.

Y así podemos salir de nuestra ciudadela invulnerable con las banderas desplegadas para correr riesgos, asir firmemente las oportunidades, adaptarnos gustosos a los cambios. Con frecuencia nos sentiremos lastimados. No podemos librarnos de penas, tristezas y desilusiones. Pero, como la muerte misma, su aguijón no tendrá ya veneno. Tal vez tengamos nuestro corazón ensangrentada pero no abatida. Estaremos seguros en una forma real y perdurable, y nuestros caminos diarios estarán iluminados de reconfortante fe y esperanza para continuar en la lid en las vicisitudes de la vida.
 
Re: La Gran Batalla

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Para espiritu:

¿Me podrías contestar una pregunta? ... ¿Quien es para ti Jesucristo? ... me gustaría que te explayaras ... en la explicación ... tanto como gustes.

Que Dios les bendiga a todos

Paz a la gente de buena voluntad
 
Re: La Gran Batalla

hola, Saludos cordiales a Kahan y Miniyo.

Hablar de nuestro Señor Jesucristo es lo mas maravilloso que puede haber en este mundo que nos toco vivir. El es todo, sin El nada soy. Creo que me explayare en el siguiente epigrafe.

Que Dios los bendiga hermanos!!!
 
Aleluya, el Señor Jesucristo ya Viene!!!

Aleluya, el Señor Jesucristo ya Viene!!!

El Señor Jesucristo es y será siempre el Salvador de todo el género humano, fue un gran triunfo su primera venida a la Tierra, y será aun mayor su segunda venida triunfal. Los testimonios solemnes de millones que han muerto, así como de millones que viven, unidamente lo proclaman divino, el Hijo del Dios Viviente, el Redentor y Salvador de la raza humana, el Juez Eterno de las almas de los hombres, el Escogido y Ungido del Padre, en una palabra, el Cristo.

Para la historia, este Hombre entre los hombres ocupa el primer lugar, principal y único lugar como personalidad dirigente en el progreso del mundo. Nunca jamás ha producido el género humano un director de igual categoría. Considerado únicamente como personaje histórico es singular. Juzgado por las normas de estimación humana, Jesús de Nazaret supera a todos los hombres por razón de la excelencia de su carácter personal, la sencillez, belleza y valor genuino de sus preceptos y la influencia de su ejemplo y doctrina en el progreso de la raza humana, obviamente porque a estas características distintivas de grandeza extraordinaria, el alma devota cristiana añade un tributo que sobrepuja en gran manera la suma de todo los demás, a saber, su origen divino y la realidad eterna de su dignidad como Señor y Dios.

Todos sabemos que el efecto es necesariamente resultado de una causa suficiente. Ahora bien, ¿habrá algo menos sobrenatural que la historia del sepulcro vacio para explicarnos los estupendos efectos de que fue causa?

Es un hecho indiscutible que hace mas de 2000 años llego Jesús a Palestina. Sus amigos le amaron; era para ellos un profeta acaso un futuro rey. Sus enemigos lo trataron de fanático y de perturbador. Su vida fue la expresión perfecta del amor que se manifiesta en obras amorosamente encaminadas a servir por igual a pobres y a ricos. Su ternura cautivo el corazón de los niños y de los humildes; su filosofía de la vida llamo la atención de los sabios y de los mejores. Pero su valeroso radicalismo de la justicia encolerizo a los celosos partidarios de lo existente… y esos acabaron crucificándolo.

Hubiera podido evitar tan espantosa muerte. Pudo no haber ido a Jerusalén. Aun estando allí, el gran numero de amigos que tenia en la ciudad le hubiese permitido escapar de sus enemigos. Pudo transigir. Pero con firme resolución marcho a Jerusalén, aunque le advirtieron lo que allí le esperaba. Una vez llegado, soporto con serena constancia cuanto el odio y la envidia, y la frustrada ambición hicieron para herirle en lo mas vivo. Ni un solo reproche asomo a sus labios ante el beso del traidor y el abandono en que lo dejaron hasta sus discípulos amados. La hiriente burla de los sacerdotes, la insolencia de Herodes, la cobardía criminal de Pilatos, la befa del populacho, la brutalidad de los soldados; todo lo sobrellevo sin el mas leve movimiento del rencor.
“¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen!” Con esta suplica respondía a las torturas de los que se ensañaban en su cuerpo y en su espíritu. A la tempestad del odio y la malicia opuso triunfante serenidad del animo. Con lo supremo de su sacrificio hizo patente la realidad del infinito amor.

Lo sepultaron y dijeron: “¡Todo ha concluido!” Sus enemigos lo decían gozosos; sus amigos afligidos y desesperanzados. Habían soñado con un reino en el cual seria Jesucristo el rey, y ellos sus auxiliares y ministros. Ahora se lamentaban, diciendo; “¡Nosotros esperábamos que el fuera quien había que redimir a Israel!” Pero todo había terminado. Y huyeron a ocultarse en lugares apartados de la ciudad hasta que cesara la tormenta.

Nos han llegado a nosotros relatos de testigos oculares de lo ocurrido en aquella hora infausta, la más negra derrota y la desesperanza. Los relato de quienes se hallaban en lugares cercano al de los acontecimientos, pero es lo cierto que en las horas mediante de la puesta del sol de aquel sábado de los judíos al amanecer del otro día aconteció algo grandioso. No seré yo quien se atreva a describirlo; menos aun explicarlo.

Verdad es que tampoco me hubiese atrevido, si hubiese vivido años atrás en los comienzos de la aviación por ejemplo, a asegurar que había visto a un hombre que, en un aparato metálico, iba volando entre las nubes. En la actualidad acogeríamos con una sonrisa compasiva cualquier expresión de asombre ante lo que hoy es común y corriente. Y sin embargo, no faltan quienes, al referirse a lo que nos dicen que aconteció en Jerusalén, exclaman: “¡Absurdo! ¡Imposible!”

Según podrá entenderse, no estoy hablando de milagros en cuanto estos signifiquen una desviación o suspensión del orden natural que conocemos. Estoy pensando en un orden más alto, en un orden en que actúan fuerzas vitales cuya existencia reconocen los científicos aun cuando nunca hayan podido medirlas ni someterlas al dominio del hombre. Pienso primera y principalmente en la virtud invencible del amor que, compadecido de la mortal angustia que ofuscaba a aquellos hombres y del dolor que traspasaba el corazón de aquellos mujeres, se resiste a alejarse de ellos sin haberlos consolado y fortalecido con su presencia. Y al pensar en esto, no dejo de maravillarme…

Porque es cierto que en aquella mañana de un domingo de pascua fue grande la conmoción y el tumulto. Corre la gente de aquí para allá; tan pronto forma grupos como se dispersa; llena el aire un rumor de comentarios, de risas, de gritos, de sollozos. Habla la gente de que se han visto apariciones; dicen que del cielo han bajado ángeles. Crece la agitación de los ánimos a pesar de cuanto hacen sacerdotes y autoridades para calmarla. La inquietud va creciendo día por día.

Entonces sobreviene el hecho asombroso. Los acobardados, los desilusionados discípulos se han convertido de pronto en héroes a quienes nada amedrenta ni obstáculo alguno hace retroceder. El miedo los hizo abandonar a Jesucristo cuando el vivía. Ahora no temen enfrentarse a la muchedumbre; van a ella con la increíble afirmación de que Jesucristo vive; de que ha vuelto de entre los muertos. Algo verdadero y real alienta ahora e esos hombres.

El valor con que hablan y la impresión que causan en la multitud que los escucha se explican únicamente por lo profundo del convencimiento de la realidad de un Jesucristo resucitado que los anima. Están dando la vida, la suerte, el honor, a la veracidad del hecho increíble que relatan. Los persiguen y los encarcelan. Ven ante si la decapitación, o la crucifixión, o la hoguera en que arderían vivos. Pero nada hace flaquear la fe con que sostienen la verdad de lo acontecido en la mañana de aquel domingo de pascua y en los días siguientes a ella.

En el trascurso de 60 años estremecen de linde a linde al Imperio Romano las repercusiones que causa en el paganismo la nueva creencia… ¡cuyo fundamento es la fe en la historia de la Resurrección! Doce hombres contra el mundo! Doce hombre sin bienes de fortuna, ni estudios, sin apoyo oficial… Y sin embargo, lo atestiguado por ellos da principio a lo que un erudito contemporáneo considera “el máximo brote de energía moral y espiritual que ha visto el mundo”.

En esta mañana al renovar una vez mi fe, alienta en mí la creencia de la energía creadora que llena el universo y esta inmanente en el más menudo de los insectos y en lo más distante de las estrellas. En algún punto situado entre la pequeñez del insecto y la enormidad de la estrella, estoy yo a merced de la omnipresente energía en acorde creador de Dios.

¿Verdad que es sencilla y humilde mi fe pero de gran contenido en un hecho real e histórico? Pero es la fe que dulcifica lo amargo de la vida; que pone un destello de amor y valentía en la diaria faena; que presta sus alas al alma. Y que vuela en un encuentro con el Señor Jesucristo para que con esa plena identificación seamos uno con El.

Yo no seria nada si no hubiera venido el Cristo, porque reconozco que por mi mismo es imposible ser un individuo perfecto. Hubo una vez una pregunta para el creyente: ¿Qué serias si no fueras cristiano? Y todos coincidieron en dar la misma respuesta que yo ahora, seria un materialista o en todo caso solo creería en mi mismo a pesar de mi imperfeccion. Aunque irrelevante la pregunta, puesto que un creyente jamás optaría por ser un materialista porque conociendo la verdad de la realidad de Dios, negaría un hecho. Sin embargo, demuestra en esta irrelevancia, que solo hay un Dios verdadero que existe por si mismo, y que aunque alguno no lo haya comprobado o no tenga evidencia de su realidad, no hace que no sea real la existencia de Dios. Solo es el no conocimiento de su realidad.

Para los que ya conocemos la verdad, queda aun un largo camino, y no desviarnos del trayecto es de lo mas sensato tener siempre en cuenta, para que seamos como las cinco vírgenes prudentes que no imitaron a las otras cinco insensatas.

Saludos cordiales y muchas bendiciones para todos.
 
Re: La Gran Batalla

Saludos estimada Iglesia y Templo de Dios, espiritu!

Resulta agradable a mí espiritú cada palabra que escribes ya que en mi opinión tus palabras están llenas de VIDA, a pesar de que no utilizas muchos elementos biblicos es relevante tu explicación personal sobre las diversas circunstancias del ser humano con respecto a la fé en Dios y sobre el concepto de Jesucristo.-

totalmente de acuerdo con tus comentarios!!

que la PAZ esté contigo, no la que dá el mundo sino la que viene de lo alto!
 
Re: La Gran Batalla

La gran batalla es nuestras mente.....
 
Re: La Gran Batalla

Todos los días de nuestra existencia, por recogida que esta sea, nos vemos forzados a elegir entre una acción buena y otra censurable. Y a veces esta tiene aspecto tan seductor, tan plausible, tan placentero, que el rechazarla exige un consciente esfuerzo de voluntad. La tentación es universal y tan antigua como el Jardín de Edén. Nuestra felicidad o nuestra desdicha dependen de nuestra habilidad para vencerla en vez de dejarnos sojuzgar por ella.

Si nos remontamos para atrás, veremos como Dios crea al hombre y a la mujer en un lugar llamado Edén, Él mismo crea un árbol en dicho lugar pero no en otro; Dios indirectamente incita al hombre a que sea pecador, Él todo lo sabe pues así que sabía lo que harían, es más Dios crea al que los seducirá a tomar la manzana: Dios creó al que luego se le rebelaría y como Dios todo lo sabe porque es Dios y creó todo lo que existe, Dios crea la tentación que luego Él condenará... "Cree una manzana que no puedes tocar porque sino habrás pecado, pongo esa manzana a tu alcance aunque sé que existen seres que intentarán tentarte":Investiga

Por otro lado tomo una cita pequeña para no irme tanto:
"nos vemos forzados a elegir entre una acción buena y otra censurable"
Y no, no es así: no sólo existe el blanco y el negro, hay más colores en la caja.
Además, "felicidad o desdicha" no dpenden de la tentación, pues muchos (y hablo de muchos muchos) que siguen lo que en el cristianismo se llama tentación, son muy felices y tienen vidas exitosas tal cual ellos esperaban, el verdadero dilema cristiano comienza después de la muerte- pero que quede claro que no todos creen en lo mismo así que... es más complejo de lo que muchos creen o lo pintan que es.

Saludos, Paz en todos los hermanos foristas.
 
Re: La Gran Batalla

Hola, Sabaku no Mara.

Solo quiero hacer unas observaciones a lo que has expuesto:

1.- La Biblia NO dice que el árbol de la ciencia del bien y del mal fuese una manzana. Si lees el relato bíblico, notarás que no se describe el tipo de fruto en este árbol.

2.- Aunque Dios sabía que Adán y Eva, los primeros seres humanos, podían fallar, en realidad, Dios probó la capacidad de obediencia en ambos. ¿Un fabricante de automóviles diseñaría y construiría un vehículo que podría intentar dañar intencionalmente a su creador?

Esto nos lleva a pensar que la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás, el mismo que incitó a Eva y a Adán a pecar, este ángel no fue creado como tal. Su función era otra: el ángel asesino fue el principal dirigente de la adoración a Dios. La Biblia menciona que este ser era perfecto desde que fue creado hasta que se halló maldad en él. Su maldad consistió en querer compararse a Dios.

Como Dios es muy celoso de Su gloria, tuvo que poner el remedio a esta situación: expulsó del Reino a este rebelde, el cual arrastró consigo a una tercera parte de los ángeles del Reino a su rebelión.
 
Re: La Gran Batalla

Las leyes que prohiben de ninguna manera su funcion es incitar, es controlar el libre albedrio que presisamente no da a lugar ninguna incitacion a quebrantarla. Cuando la obra o la creacion es un error, una imperfecion o hace el mal, el responsable es el autor quien hizo la creacion o la obra. Pero si a la obra o la creacion (ser humano) se le otorga la libre facultad de decidir por si mismo, que si elige ser desobediente, imperfecto o hacer el mal, el unico responsable sera la creacion o la obra (ser humano) mas no del autor.


Para las leyes, se de los hombres o de Dios solo hay 'dos colores' o acata o trasgrede, obededce o desobedece, no hay mas colores. Lo malo o lo bueno se desprende de ello, es por lo que estamos en el medio. Y esa es la eleccion entre uno censurable y una accion buena.

<a href="http://www.suimagenes.com"><img src="http://images.paraorkut.com/img/imagenes/Naturaleza_959088445_oKYTlK3i5ovS.jpg" border=0 title="Imagenes para hi5"> <br>Imagenes para hi5 </a><br>
 
Re: La Gran Batalla

EL ORDEN DE LAS COSAS


Nada hay, ni en la naturaleza ni en el hombre, que sea producto de la casualidad. La naturaleza puede dar, a veces, la sensación de que obra al azar, produciendo de un modo inesperado y, al parecer, accidental, un carácter que no existía. Mas si se analiza bien, se vera que todo lo que sucede en su seno, es efecto de alguna ley patente. ¿Cómo pensar que eso medios naturales de protección sean de la ciega casualidad? Todos podemos regir nuestra vida por la acción de esa misma ley que preside a la evolución de la naturaleza.

La naturaleza no modifica sus leyes, en nuestro limitado entendimiento, algunas de las cosas que hace la naturaleza se le antojan crueles, implacables, absurdas, por lo mismo que la considera, en general, una madre benéfica y generosa. Para la naturaleza, igual importancia tiene una serpiente venenosa que el hombre de estado más eminente. No le concede más atención al niño que duerme confiado en los brazos de su madre, que al bacilo de la tifoidea que lleva en sus patas la mosca que vuela a posarse en los labios del infante. Para ella todos son uno y lo mismo: la pulga, la hiena, el buitre, el perro fiel que nos guarda y defiende.

¿Sabias alguna vez que el hombre es el único que formula preceptos prohibitivos? Moisés, al promulgar los Diez Mandamientos, siguió la vieja fórmula humana en más de la mitad de ellos porque el hombre en su estado actual es desobediente. Cristo, el originador de la misma Ley por el contrario, dicto solamente dos mandamientos después, y los dos son afirmativos positivos porque el hombre en su nuevo nacimiento busca la perfección. Así son las leyes de la naturaleza: afirman, en lugar de prohibir. El que las viole, se erige de inmediato, en fiscal, juez y verdugo de si mismo. La naturaleza nos dice que debemos comer con saludable moderación, dormir profundamente, no escatimar los cuidados higiénicos a nuestro cuerpo, huir del peligro, eliminar el odio, ser industriosos, templados, tener el sentido y el culto de nuestra dignidad personal. Si violamos esas leyes, al punto nos condenamos a nosotros mismos a la cárcel de la indigestión, de los desarreglos nerviosos, del fracaso. Y no hay instancia superior a que apelar, ni alegatos que nos libren del castigo.

Ese carácter de implacable e imparcial es, precisamente, lo que engrandece la naturaleza a todo ojo. Una vez que se sepa lo que preceptúan sus leyes, no tiene uno mas que atemperar a ellas su vida, entregar a su trabajo, encarar y vencer los obstáculos, en la seguridad de que no esta en sus manos alterar un ápice esa leyes. La confianza en nosotros mismos, el propio respeto, y la ambición sana, son bienes preciosos en este viaje de esta Tierra nuestra habitad. Los necesitamos para no quedar lastimosamente derrotados en la lucha por la existencia.

El mundo es lo que es, gracias a la lucha por la existencia. Fue ella quien hizo brotar el monótono verdor de las plantas el vario matiz y el perfume de las flores, para atraer a las abejas y las aves, y provocar la fecundación necesaria a la perpetuación de la especie. Fue ella quien hizo empinarse hacia las alturas el cedro y al olmo y al nogal, Por ella tenemos hoy ciudades, y campos cultivados, y autos, barcos y aviones.

La lucha por la existencia pensándolo bien no es en realidad una lucha. Ni es dura, ni cruel, inmisericorde, como nos lo pintan. ¿Es acaso cruel y sañuda la ley de la gravedad? Lo que se desarrolla en derredor nuestro no es mas que el juego de dos fuerzas -llamémosla positiva y negativa- que aportan a nuestra existencia, alternativamente, el placer y el dolor, el hambre y el alimento, la sed y el agua, el calor y el frío, la alegría y la tristeza, el triunfo y la derrota, la risa y las lágrimas. Y la Ley como la Disciplina en todo esto garantiza la armonía de la conducta humana.

Los que así lo prefieran, que tengan ojos solamente para la oscuridad y el aire emponzoñado, las dolencias mortales, los placeres inicuos y el puñal asesino. ¡Allá ellos! Yo, por mi parte, me solazo en recorrer los parques y el campo, asistir a esa dos fuerzas tal y como se manifiesta en el entreabierto capullo de una flor y en la belleza y la fragancia de lo que me rodea. Continuemos gozándonos en recibir las caricias y las muestras de alborozo de los fieles perros cuando salen a nuestro encuentro. Sigamos recreándonos en contemplar la serena paz de nuestros hogares, y disfrutar la compañía de nuestros padres. La lucha en la vida es como una partida que hemos jugado sin acritud ni encono… así debería ser.

¿Hacia que rumbo cae nuestro futuro? ¿Por qué adelantamos tan despacio? Al cabo de mas de veintiún siglos de cristianismo, somos todavía crueles, y codiciosos, y egoístas, y miopes morales, y nos hallamos prontos a lanzarnos a la guerra por el mas ligero pretexto. Después de gastar centenares de años en promover la instrucción, olvidamos en un instante enseñanzas adquiridas a tan enorme precio de tiempo y penalidades, y en un rapto de cólera, nos convertimos de nuevo en salvajes. ¿No hay esperanza de redención?

Si acudimos a los libros de textos, quedaremos defraudados. Si le preguntamos a la naturaleza, ella nos apuntara siquiera la vía. Veremos, consolados, con que seguridad y constancia las fuerzas de la naturaleza nos impelen hacia un destino más alto y dichoso.

Es deber de cada uno de nosotros, deber inexcusable y sagrado, aprontar el concurso de su inteligencia y su voluntad a esta pugna entre las potencias que nos impulsan por la senda del progreso y las que nos empujan hacia el negro caos. Si abrazamos con resuelto y viril animo nuestro deber y ayudarnos al triunfo de la luz sobre las tinieblas, del orden sobre la anarquía, de lo que nos eleva y ennoblece sobre lo que nos abate y degrada, del amor sobre el odio y el egoísmo, la virtud sobre la liviandad y la disipación. De las leyes de la naturaleza, en fin, siempre iguales, siempre justas y siempre animadas por un principio eterno de progreso y perfección, sobre nuestra debilidad, nuestra cobardía, nuestra ignorancia y nuestra pereza; si lo hacemos así, repito todos esos insignificantes detalles de conducta, toda esa tempestad en un vaso de agua que nos preocupan y nos agitan, todas las pequeñeces, en suma, que tanto nos desasosiegan y preocupan, pesan en nuestra vida menos que pesa la mosca posada en el caballo que, en tensión los poderoso jarretes, se esfuerza por arrastrar su carga.

De todo los dones que se nos han concedido, el de influir en nuestro prójimo es el mas alto y precioso. Podemos acrecentarlo por el estudio, la reflexión, la solicitud, la recta disposición del alma. Podemos asimismo, disiparlo, emplearlo mal, anularlo, infiriendo grave daño a nuestro linaje. En esa influencia están, a la par, nuestra razón de ser, nuestro titulo a la vida y nuestra perpetuidad en Dios. A todos nos es dado hacer de ella una voz efímera y vana, que se extinga sin eco, o un vibrante acorde que flote con larga resonancia bajo las bóvedas del tiempo de las eternidades.

<a href="http://www.suimagenes.com"><img src="http://images.paraorkut.com/img/imagenes/Naturaleza_102826346_GHHWSVcyBpG9.gif" border=0 title="Imagenes para hi5"> <br>Imagenes para hi5 </a><br>
 
Re: La Gran Batalla

"nos vemos forzados a elegir entre una acción buena y otra censurable"
Y no, no es así: no sólo existe el blanco y el negro, hay más colores en la caja.
Además, "felicidad o desdicha" no dpenden de la tentación, pues muchos (y hablo de muchos muchos) que siguen lo que en el cristianismo se llama tentación, son muy felices y tienen vidas exitosas tal cual ellos esperaban, el verdadero dilema cristiano comienza después de la muerte- pero que quede claro que no todos creen en lo mismo así que... es más complejo de lo que muchos creen o lo pintan que es.

Saludos, Paz en todos los hermanos foristas.


Para el propósito del tema solo existe blanco y negro no hay termino medio, puesto que solo hay obediencia o desobediencia. Entonces nos vemos forzados entre obedecer a hacer una acción buena o desobedecer y hacer una acción censurable. La felicidad depende de la obediencia al orden establecido. Lo que sigue después de la muerte y si es que es un dilema dependerá en mucho de lo que haga en esta vida.

saludos,
 
Re: La Gran Batalla

Se ha dicho que el amor al dinero ‘es la raíz de todos los males’ y es lo cierto, que la mayoría de nosotros pasamos la vida trabajando por dinero e inquietándonos por su posesión, y que algunos llegan hasta asesinar y morir por su causa. Lo que uno hace por el dinero y con el dinero, muestra afectivamente que clase de persona es, si es generoso o mezquino, honrado o deshonesto, prudente o insensato, austero o vanidoso. Ahora bien, ¿no es interesante averiguar qué es lo que se pretende con el dinero?

Supongo que, expresado con el menor número posible de palabras, es buscar la felicidad y la seguridad en uno.

La felicidad es entidad esquiva. Podemos perseguir y comprar placer, que es cosa muy distinta. La verdadera felicidad es una visitante misteriosa a quien solo los más cuerdos aciertan e invitan pero que algunas veces se presenta sin invitación. Uno de los momentos más dichosos no me costó nada. En una ocasión, me encontraba en apuros de dinero y había ido a cambiar inquietudes con una amiga que no veía en años que toca el piano y que abundaba en idéntica escasez. Un estrecho tramo de escalera llevaba al tranquilo patio a su estudio. En el primer descanso había una ventana alta a través de la cual vi mecerse suavemente a la luz de un sol que aunque era otoño era como si fuese primaveral, pues, en el que un bonito día, el cual sus rayos caía en una rama de manzano florecida. Nada más. Pero contemplando su belleza me sentí repentinamente poseído de gozo y paz. Ahora se lo que es realmente la tranquilidad, la quietud y la serenidad –pensé. Y nunca más volví a ser un preocupado en demasía. Mis ansiedades financieras se deslizaron donde les correspondía y tal vez por haberlas puesto en su lugar saque muy pronto de ellas el mejor partido posible.

Leí una vez que una niña ciega con mucho empeño y ayuda logro como convertirse ya adulta, en un ser humano plenamente desarrollado, deletreo en la yema de la mano que ‘escuchaba’ con ansiedad: “LAS COSAS MEJORES Y BELLAS DEL MUNDO NO PUEDEN VERSE NI SIQUIERA TOCARSE SINO ÚNICAMENTE SENTIRSE CON EL CORAZÓN”. Así se siente la verdadera amistad y el amor. En una ocasión dije que la verdadera amistad de un amigo es como una cajita de cristal, no se le puede ver ni tocar sino sentir con el corazón.

Lo malo que nos pasa a muchos es que se nos ha inculcado en la creencia de que la adquisición de ’cosas’ es una prueba de éxito. La lección es fácil de enseñar. No se necesita esfuerzos espirituales para sugerir a la mente infantil que el garaje para dos coches, la buena ropa y la casa en el barrio distinguido constituyen el bien vivir. Es mucho más difícil enseñarle que como la felicidad verdadera prueba de una vida satisfactoria, no consiste en cosas materiales, no podemos comprarla con dinero.

La felicidad no se deja sobornar; solo se nos acerca cuando abrimos hospitalariamente las puertas para recibirla. Lo malo de nuestra falsa evaluación del dinero es que le cierra las puertas. Las trancamos para proteger la baraúnda de cosas poseídas, y el visitante ansiosamente esperado pasa sin entrar. Se pierde la capacidad de gozar de las cosas realmente valiosas en esta vida. Pero no solo los ricos quienes pierden la felicidad en su búsqueda. Todos conocemos a gente de ingresos modestos tan obsesionados por las cosas de las cuales, según ellos, carece y no debería carecer su familia, que nunca aciertan a ver la florecida rama de manzanos a través de la ventana… ni siquiera la expresión amistosa del vecino de enfrente. Nuestra falsa valuación del dinero adopta diversas formas según tengamos mucho o poco.

¿Conoces la historia de dos individuos que se ahogaron un mismo día en las aguas de un río? Uno había sido pobre, gano cinco mil dólares en una lotería, se emborracho para celebrar su buena suerte y cayó al río. El otro había sido millonario pero lo perdió todo menos que cinco mil dólares y se tiro al río. Para ambos hombres lo excesivo y lo exiguo, de acuerdo con su respectiva condición, había adquirido tan desproporcionada importancia que les hizo perder la cabeza y la vida. Claro está que no fue el dinero en sí mismo, sino lo que el dinero representaba, la causa de su muerte; en el caso del pobre, las muchas cosas de las cuales tuvo que pasar; en el caso del millonario, las cosas sin las cosas creyó que no podía pasar.

En el fondo de nuestra excesiva preocupación por el dinero late un sentimiento de inseguridad. El dinero nos parece una defensa contra ‘los tiros y los dardos de la adversa fortuna’ y tratamos de amontonarlo como los ribereños amontonan sacos de arena para contener el río que amenaza desbordarse e inundar el pueblo. En este punto la solución personal que yo he dado el problema del dinero puede, aun no siendo típica, ser útil en su aplicación general. No me ha sido fácil mantener el equilibrio monetario. En ocasiones he sentido apoderase de mí el apego al dinero… y he empezado a darle como de importancia vital por lo que es en si mismo. Y a veces, recordando la realidad del sabor de la pobreza, siento miedo. Pero tarde o temprano o más vale tarde que nunca he recapacitado y volví a orientarme. Doy el dinero su valor: el medio para muchos fines y nada más.

Porque la vida no ha sido nunca ni puede ser jamás segura. La seguridad es una ilusión que se ha desvanecido como tantas otras. Todos, pobres y ricos, estamos corriendo la misma gran aventura; el que vive preocupado a toda horas es un aventurero débil y vulnerable. En todo caso la seguridad no radica en lo material o el placer sino en el servicio, y a la larga esta es la felicidad.

El orgullo que hemos llegado a asociar con el dinero es un falso orgullo que eleva a alturas irreales. Una vez que demos el dinero su sentido -de mero medio de cambio, sin valor en sí mismo- podremos enfrentarnos a lo excesivo o lo exiguo con serenidad y fortaleza.
 
Re: La Gran Batalla

Cuando el orador termino su discurso acerca de la libertad, todos aplaudieron con entusiasmo. Y de pronto la ovación se apago cuando de pronto se oyó una vos:

-¿Por qué no les dice usted toda la verdad?

Todos miraron sorprendidos en torno a donde provenía la vos. Aquellas palabras procedían de un joven de cabellera desordenada y ojos encendidos y coléricos. Vestía chaqueta de paño, y se le habría tomado por un estudiante, un poeta, un visitador social; por muchas cosas, en fin.

-¿Por qué no les dice usted que la libertad es el bien mas peligroso que puede uno recibir? ¿Por qué no les dice que es un arma de dos filos que acabara destruyéndonos si no sabemos hacer uso de ella? ¿Por qué no le hace usted ver que luchar por la libertad es empresa menos difícil que la de vivir disfrutando de ella?

Se quedo unos instantes mirando al auditorio de aturdidos rostros sin expresión. Se encogió luego de hombros y, abriéndose paso entre la muchedumbre, desapareció.

Es de sorprender a más de uno en las palabras de aquel joven. Me parece una persona que, presa de repentina y luminosa intuición, tuvo el valor de proclamarla. Tenía razón: la libertad es peligrosa y puede ser arma de dos filos. Miremos en torno nuestro. Por doquier parece haber una gran decadencia de la moral: engaño donde antes había honradez, indecencia donde antes había pudor, delincuencia en vez de respeto a la ley. Por todas partes se advierte una creciente tolerancia para con el mal, una absoluta indiferencia, una realidad que aterroriza a quienes meditan en ello.

¿Y que hay detrás de todo eso? Tal vez aquel indignado joven trataba de decir la verdad. Quizás tengamos realmente una idea falsa y ciega de lo que es la libertad. Es posible que la libertad de elección de que gozamos la estamos empleando en elegir mal. “¡Queremos mayor libertad!” es el grito que se oye constantemente. Si va dirigido contra la tiranía, la opresión o la explotación, tal grito esta justificado, pero hemos llevado aquel concepto mucho más allá. La libertad que ahora reclaman significa el vernos libres de cuanto nos resulta desagradable: de pasar trabajos, de toda disciplina, de la austera vos del deber, del dolor que el propio sacrificio entraña.

“¡Danos menos reglas, o reglas mas elásticas!” Esta exigencia ha debilitado los tribunales de justicia y ha conmovido los cimientos mismos de la religión.

“¡Danos menos trabajo y mas tiempo libre!” Este grito parece lógico y atrayente, pero el final de tal camino nos espera la esterilidad y el hastió.

“¡Danos libertad para decidir las cuestiones morales por nosotros mismos!” Con esta pretensión se olvida que, si se profesa el relativismo moral, resulta difícil justificar los principios éticos.

La libertad absoluta pone a quienes la reclaman frente a una triste y escalofriante verdad: a la par que han desechado los frenos exteriores uno tras otro, no han aprendido a refrenarse a si mismos.

Es esta verdad la que causa en el fondo de muchas almas al desasosiego que la prosperidad y el poderío no pueden calmar. Es la conciencia que tienen de haber repudiado muchas añejas verdades sin haber hallado hasta ahora nada con que reemplazarlas. Es el presentimiento de que, si no aprenden a refrenarse a si mismos, el actual clima de super-libertad puede dar paso a un clima de reprensión. Es el temor de que, si no aprenden a conservar y proteger sus mas elevados valores espirituales, alguna forma de tiranía tardara sin duda de arrebatárselo. No es este un vano temor. Diez siglos tardo Babilonia en llegar a la decadencia y la ruina, y Roma tardo cinco, pero hoy el tiempo y la distancia son más cortos. Hoy el reloj de la historia marcha con mayor rapidez.

Por tanto, tal ves deberíamos reflexionar en el caos que la libertad puede traer a quienes no usan de ella con prudencia. Deberíamos meditar la verdad que encierra un viejo adagio: “Las peores dificultades de un hombre comienza cuando se halla en condiciones de hacer lo que quiera”. Deberíamos reconocer que, en la proporción con que desechemos los frenos exteriores, cada uno de nosotros tiene la solemne e inexcusable obligación moral de refrenarse a si mismo.

Esto no puede ser fácil. Pero ha llegado el momento en que es necesario mirar de frente algunos de los aspectos innobles de la sociedad moderna: las estadísticas de divorcios y delitos, el relajamiento de los lazos de familia, las turbulentas nubes de los odios raciales, el estallido de la pasión sexual entre los jóvenes, la dolorosa persistencia del alcoholismo, el aumento de accidentes en las carretas; y preguntarnos hasta que punto la causa de todas estas cosas radica en un deforme concepto de la libertad, concepto que deja a los hombres en libertad de ser egoístas, en libertad de ser holgazanes, débiles, innobles.

Si la libertad individual de elección es nuestra meta y nuestro ideal, entonces lo primero porque debemos optar es por no abusar de esa libertad. Tal es lo que la independencia significa realmente: la propia disciplina.
 
Re: La Gran Batalla

El Viene ya!!!






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Re: La Gran Batalla

Quise poner un video por estas fiestas navideñas y no salio... tan solo para desear a todos felices navidad y un prospero año nuevo.

espiritu
 
Re: La Gran Batalla

Hace unos días acompañe a un amigo mío al puesto de periódicos, en el que compraba un periódico y dio cortésmente las gracias al recibirlo. Me extrañe que el vendedor no le correspondió ni siquiera con un simple ademan.

-Huraño el tipo, ¿no te parece? – comente al alejarnos.

-Siempre es así –repuso mi amigo encogiéndose de hombros.

-Pues entonces, ¿porque eres atento con él?


-¿Y porque no he de serlo? ¿Ha de ser el, y no yo mismo, quien decida como he de actuar?

Al reflexionar en esta experiencia deduje que la palabra más significativa empleada por mi amigo fue actuar. En el trato con los demás, mi amigo actúa, en tanto que la mayoría de nosotros reaccionamos de acuerdo con la actuación ajena. Posee mi amigo el íntimo equilibrio que nos falta a la generalidad de los hombres. Tiene clara conciencia de su personalidad, de sus convicciones, de la manera como debe comportarse. Rehúsa corresponder a la descortesía de los demás mostrándose el mismo en la misma actitud, porque hacerlo así sería perder el dominio de la propia conducta.

El mandamiento del Evangelio que nos enseña a vencer el mal con el bien, se ve un precepto ético vital; añadido como una valiosa salud emocional.

No hay infelicidad comparable a la del hombre que en vez de actuar se limita solo a reaccionar. El centro de gravedad de sus emociones reside en el mundo exterior, no en su mundo íntimo, que es en donde debiera residir. Fluctúa de continuo el temple de su ánimo: ora sube, ora baja, influido siempre por el clima social en que se halle; vive a merced de las mudables condiciones del ambiente.

Si las alegrías le llenan de euforia que sobre ser falsa es efímera, porque no nace de la seguridad del propio merecimiento, las censuras le deprimen más de lo justo, porque le confirman en las dudas que abriga acerca de sí mismo. Cualquier desaire le hiere; la sola sospecha de que no es persona bien vista en determinado grupo, le enfurece.


No gozara jamás de serenidad de espíritu quien no sea dueño de sus actos. Permitir que dependa de extraños nuestra amabilidad o nuestra rudeza, nuestro entusiasmo o nuestro abatimiento, equivale a dejar que sean otros los que rijan nuestra personalidad, la cual es, en último análisis, lo más nuestro. Bien mirado, el único y verdadero dominio del hombre es el dominio de sí mismo.

LA BATALLA MÁXIMA DE LA VIDA SE LIBRA
DENTRO DE LAS SILENCIOSAS CÁMARAS DEL ALMA.
UN TRIUNFO EN EL INTERIOR DEL CORAZÓN
VALE CIEN CONQUISTAS EN LOS CAMPOS
DE LA BATALLA DE LA VIDA.
SER AMO DE UNO MISMO CONSTITUYE LA MEJOR GARANTÍA
DE QUE UNO SERA EL AMO DE LA SITUACIÓN.
CONÓCETE A TI MISMO; LA CORONA DEL CARÁCTER
ES EL AUTODOMINIO.
 
Re: La Gran Batalla

LA BATALLA MÁXIMA DE LA VIDA SE LIBRA
DENTRO DE LAS SILENCIOSAS CÁMARAS DEL ALMA.
UN TRIUNFO EN EL INTERIOR DEL CORAZÓN
VALE CIEN CONQUISTAS EN LOS CAMPOS
DE LA BATALLA DE LA VIDA.
SER AMO DE UNO MISMO CONSTITUYE LA MEJOR GARANTÍA
DE QUE UNO SERA EL AMO DE LA SITUACIÓN.
CONÓCETE A TI MISMO; LA CORONA DEL CARÁCTER
ES EL AUTODOMINIO.
[/B]
Recibe un cordial saludo cristiano espiritu,

Jesucristo siempre andaba en lugares solitarios para tener comunión en su interior con Dios, el estar solos y en silencio es una forma increible de conectarnos a la presencia y a la voz de Dios; Sobre el ser "amo de uno mismo" es totalmente contrario a la enseñanza biblica...pues como bien dijo Jesucristo:

Juan 21:18
De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te vestías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos y te vestirá otro, y te llevará a donde no quieras.»

DannyR: Lo resaltado en rojo es una clara enseñanza de los que son "amos de sí mismos"....pero lo resaltado en azul, nos enseña claramente que no somos ni seremos "los amos de la situación"....sino que es Dios quién será nuestro AMO y REY, es y será quién nos guie!


Jesucristo al predicar sobre el Reino de Dios nos enseñó que dicho Reino estaba dentro de nosotros mismos (Marcos 1:15) y también predicó el arrepentimiento, dicho arrepentimiento es precisamente mirar dentro de nuestro ser interior y reconocer nuestros errores y ser capaces de entender que hay un Reino celestial al cual debemos acercarnos para que la VIDA ETERNA fluya en nosotros...sólo de esta manera seremos UNO con la VIDA y con Dios, de manera que todas las situaciones adversas que tengamos serán solventadas por la fuerza del Espíritu Santo que Dios nos dá!

Paz y Gracia de nuestro Señor Jesucristo para ti!