Realmente hay ocasiones que leyendo la prensa digital, uno, se lleva gratas sorpresas. Esto lo lei hoy, y sin comentario alguno por mi parte se lo comparto. No, no conozco al autor, pero no tiene desperdicio alguno.
Restos del franquismo eclesiático
España tiene peculiaridades sociales que no tiene el resto de Europa, por ejemplo, la intromisión de los obispos en la vida política.
En el resto de los países europeos que incluyen, la mayoría de ellos, la Educación para la Ciudadanía en su currículum escolar, no sería inteligible que los obispos invitasen a los fieles a oponerse a ella e incluso alentasen la desobediencia a una ley aprobada por el Congreso. Ni en Francia, ni en Alemania, ni siquiera en Italia, donde está domiciliado El Vaticano, centro de esa burocracia, se han atrevido los obispos a comportarse como sus colegas españoles. Claro que también en España tenemos un partido conservador, con bastantes reliquias franquistas, que colabora entusiásticamente a esa intromisión episcopal y, en algún caso, como en la Comunitat Valenciana que gobierna, hacen burla del precepto decretando que la asignatura se imparta en inglés.
Los obispos españoles, que formaban por derecho propio parte de las Cortes franquistas, reaccionan frente a la progresiva disminución de la práctica del catolicismo y a su propia irrelevancia social, con un empeño persistente en participar en política sin legitimación democrática y aunque nadie discute que puedan aconsejar a sus fieles a ese o a cualquier respecto, lo que es incompatible con el orden constitucional es que se arroguen la misma potestad de vigilancia moral que el franquismo les concedía. La moral ciudadana se convierte en ley ordinaria por consenso cívico sin legitimaciones externas. La moral democrática considera obligatorio el pago de los impuestos que la moral eclesiástica considera leyes meramente penales, es decir, que no obligan en conciencia. Si uno prueba a confesarse de haber engañado al Fisco verá que del confesionario no sale ningún reproche moral.
La equiparación gubernamental del decreciente catolicismo a otras confesiones que aumentan o se mantienen, como el protestantismo, el judaísmo y, sobre todo, el islamismo, sigue sacando de quicio al episcopado español que protesta porque el Gobierno reconozca un hecho sociológico.
En todo caso, el asunto más peliagudo, y que muestra la extrema pereza del Gobierno socialista al respecto, es que el clero siga siendo costeado por los contribuyentes y también muchas de las actividades eclesiásticas so pretexto de su cometido benéfico. Las ONG laicas realizan esas mismas acciones y, sobre todo, el Estado del Bienestar está sustituyendo al voluntarismo de las obras de misericordia.
El tema educativo sigue también complicado y plantea confrontaciones como la insistencia de los dueños confesionales de escuelas concertadas que se obstinan en separar a los varones de las hembras en las aulas. De hecho, la doctrina europea de que la educación pública sea para todos y la privada para quienes la paguen quebró con la introducción de la concertada, fruto del pacto de la Transición, que supone un uso indebido de fondos públicos y una demora ad calendas graecas de la europeización de nuestra educación primaria.
Con el fin de presentar un perfil fiscal beneficioso, los obispos españoles se niegan a borrar de sus registros a quienes, bautizados sin su consentimiento, se niegan a seguir siendo católicos y hacen de la apostasía un procedimiento enojosísimo, entre otras razones porque, si se generaliza, la cuenta de ingresos, a tanto por católico, disminuiría notablemente.
Pero esta obsesión con el dinero siempre ha sido eclesiástica y produjo, entre otros efectos, la protesta luterana contra la venta de indulgencias. Es sabido que la prohibición de casarse de los clérigos se debe, sobre todo, a que sus hijos heredarían el patrimonio de sus padres y la Iglesia prefiere que sus clérigos disfruten de una vida sexual libertina a que se casen y generen derechos para su descendencia. Claro que esto no es cosa del franquismo, sino bastante anterior. El franquismo nos imponía a los bautizados el matrimonio canónico y la potestad única de la Iglesia para anularlo. Ambos se los ha llevado la trampa en menos de treinta años.
ALBERTO MONCADA
Presidente de Sociólogos sin Fronteras
Ver fuente aquí...
Restos del franquismo eclesiático
España tiene peculiaridades sociales que no tiene el resto de Europa, por ejemplo, la intromisión de los obispos en la vida política.
En el resto de los países europeos que incluyen, la mayoría de ellos, la Educación para la Ciudadanía en su currículum escolar, no sería inteligible que los obispos invitasen a los fieles a oponerse a ella e incluso alentasen la desobediencia a una ley aprobada por el Congreso. Ni en Francia, ni en Alemania, ni siquiera en Italia, donde está domiciliado El Vaticano, centro de esa burocracia, se han atrevido los obispos a comportarse como sus colegas españoles. Claro que también en España tenemos un partido conservador, con bastantes reliquias franquistas, que colabora entusiásticamente a esa intromisión episcopal y, en algún caso, como en la Comunitat Valenciana que gobierna, hacen burla del precepto decretando que la asignatura se imparta en inglés.
Los obispos españoles, que formaban por derecho propio parte de las Cortes franquistas, reaccionan frente a la progresiva disminución de la práctica del catolicismo y a su propia irrelevancia social, con un empeño persistente en participar en política sin legitimación democrática y aunque nadie discute que puedan aconsejar a sus fieles a ese o a cualquier respecto, lo que es incompatible con el orden constitucional es que se arroguen la misma potestad de vigilancia moral que el franquismo les concedía. La moral ciudadana se convierte en ley ordinaria por consenso cívico sin legitimaciones externas. La moral democrática considera obligatorio el pago de los impuestos que la moral eclesiástica considera leyes meramente penales, es decir, que no obligan en conciencia. Si uno prueba a confesarse de haber engañado al Fisco verá que del confesionario no sale ningún reproche moral.
La equiparación gubernamental del decreciente catolicismo a otras confesiones que aumentan o se mantienen, como el protestantismo, el judaísmo y, sobre todo, el islamismo, sigue sacando de quicio al episcopado español que protesta porque el Gobierno reconozca un hecho sociológico.
En todo caso, el asunto más peliagudo, y que muestra la extrema pereza del Gobierno socialista al respecto, es que el clero siga siendo costeado por los contribuyentes y también muchas de las actividades eclesiásticas so pretexto de su cometido benéfico. Las ONG laicas realizan esas mismas acciones y, sobre todo, el Estado del Bienestar está sustituyendo al voluntarismo de las obras de misericordia.
El tema educativo sigue también complicado y plantea confrontaciones como la insistencia de los dueños confesionales de escuelas concertadas que se obstinan en separar a los varones de las hembras en las aulas. De hecho, la doctrina europea de que la educación pública sea para todos y la privada para quienes la paguen quebró con la introducción de la concertada, fruto del pacto de la Transición, que supone un uso indebido de fondos públicos y una demora ad calendas graecas de la europeización de nuestra educación primaria.
Con el fin de presentar un perfil fiscal beneficioso, los obispos españoles se niegan a borrar de sus registros a quienes, bautizados sin su consentimiento, se niegan a seguir siendo católicos y hacen de la apostasía un procedimiento enojosísimo, entre otras razones porque, si se generaliza, la cuenta de ingresos, a tanto por católico, disminuiría notablemente.
Pero esta obsesión con el dinero siempre ha sido eclesiástica y produjo, entre otros efectos, la protesta luterana contra la venta de indulgencias. Es sabido que la prohibición de casarse de los clérigos se debe, sobre todo, a que sus hijos heredarían el patrimonio de sus padres y la Iglesia prefiere que sus clérigos disfruten de una vida sexual libertina a que se casen y generen derechos para su descendencia. Claro que esto no es cosa del franquismo, sino bastante anterior. El franquismo nos imponía a los bautizados el matrimonio canónico y la potestad única de la Iglesia para anularlo. Ambos se los ha llevado la trampa en menos de treinta años.
ALBERTO MONCADA
Presidente de Sociólogos sin Fronteras
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