La posible descripción de un cuadro idílico refleja el permanente sueño del hombre de llegar a vivir en un mundo perfecto. Pero si aceptamos que el medio ambiente, tanto material como cultural influyen sobre el destino del hombre, se justifica la emotiva expresión de nuestro pavor parcialmente irracional ante la amenaza de un paro en el ritmo de la vida sobre la Tierra. El hombre arranca cada día nuevos secretos a la naturaleza y alcanza nuevas formas de dominio. Ya ha hecho suya la energía atómica, ha aprendido como atravesar los espacios interplanetarios, y la forma de combatir las enfermedades prolongando su vida. Este progreso acelerado del mundo contiene en sí mismo un tremendo peligro potencial: las normas éticas existentes y la moral que se practicaba en una sociedad menos desarrollada se demuestran inadecuadas para actuar como incentivo positivo y como control. La falta de regulación puede traer como resultado un desborde de cambios artificiales que supere la capacidad de adaptación del mundo y produzca un desequilibrio imposible de corregir.
Los medios empleados para llegar a aquellas conquistas pueden incluir efectos colaterales desconocidos.
El abuso de los medios de explotación y el consumo de energía fósil como carbón y petróleo, produciendo el llamado "efecto invernadero" con eI consiguiente calentamiento artificial de la atmósfera terrestre.
Las estructuras edilicias, viales e industriales violando el paisaje. La destrucción forestal agotando la atmósfera.
La contaminación de tierras, ríos y mares con desechos químicos envenenando el ecosistema.
Los atentados contra la capa de ozono y las explosiones atómicas como formas en las que el hombre supercivilizado se suicida lenta pero seguramente.
Pero no le ha bastado con ello: las buenas intenciones iniciales de la manipulación genética abren las puertas a pavorosos e incontrolados experimentos de partenogénesis (proceso artificial para provocar la división de un óvulo sin que haya sido fecundado) o de clonación (sustitución del núcleo de un óvulo por el núcleo de una céIula somática extraído de la persona que se quiere reproducir), con los que algún científico eufórico por el poder que la experimentación puso en sus manos, puede provocar verdaderas catástrofes biológicas. Porque al violar las células germinales (células germinales: óvulos o espermatozoides) proyecta sus consecuencias a futuras generaciones.
La inseminación artificial librada al criterio de incompetentes padres potenciales y técnicos inescrupulosos puede constituir una peligrosa manifestación de descontrol, planteando preguntas tales como qué se hace con los embriones supernumerarios, aquellos que después de ser fecundados no son empleados.
Finalmente, la maternidad por subrogación tan discutida públicamente en los últimos tiempos, agrega tremendas dudas sobre los derechos correspondientes a la madre fisiológica y a la anfitriona.
El desarrollo en profundidad y limitada extensión de la ciencia y la técnica con prescindencia de estudios que incluyan una visión mas general del saber, nos enfrenta cada vez más a menudo a un ejército de especialistas que toman sus decisiones en base a normas aisladas y ajenas
a principios éicos generales y actualizados.
¿Será éste el momento en el que la teolomía del mundo, caracterizada por una actividad orientada, coherente y constructiva, comienza a encontrarse en peligro de ser destruida por una reacción en cadena letal y apocalíptica?
El pobre terrón sobre el que nacimos es prescindible en la infinita grandeza del Cosmos. Pero para nosotros, los hombres, su conservación es la única opción. No queremos desaparecer. No queremos que todos nuestros descubrimientos científicos y técnicos se pierdan. Que la manifestación de nuestro arte se destruya. Que el imperfecto pero en última instancia efectivo orden social, con sus parámetros institucionales, jurídicos y morales, deje de existir sin dejar rastros.
¿Cómo evitar que los ángeles derramen las siete copas de la ira divina sobre nosotros? Tomando consciencia de nuestra obligación para con el Mundo y rechazando nuestra errada convicción de que el Mundo fue creado para nuestro uso y abuso.
El holocausto de millones de seres humanos en la segunda guerra mundial no solamente conmovió al mundo, sino que los Tribunales de Nuremberg que juzgaron a los culpables promulgaron en 1947 el Código de Nuremberg, estableciendo las primeras normas jurídicas internacionales para regular los experimentos médicos en seres humanos. La Asociación Médica Mundial completó posteriormente estas normas bioéticas. Pero es evidente que el avance de la ciencia es tan rápido, que los juristas no alcanzan a actualizar estas normas.
Por otra parte, parece que los artífices responsables de incidir sobre la mente colectiva han perdido el rumbo.
Los programas escolares con su tendencia de instrucción acelerada y extensa, el maestro superado por el número de alumnos que colman su aula, los padres cada vez más absorbidos por el trabajo imprescindible para alcanzar metas materiales, los políticos carentes de ideales, dispuestos a hacernos pagar cualquier precio para conquistar el poder, los computadores y televisores que esclavizan a las mentes no preparadas, impidiendo el dialogo, son solamente algunos de los condicionantes negativos de nuestro mundo actual.
Un giro conceptual que detenga esta crisis que ya nos está avasallando sólo es posible a través de la educación. Su acepción es más amplia que la de la instrucción: por medio de ésta aprendemos como usar los elementos con que nos encontramos en la realidad que nos rodea. Pero es a través de la educación que podemos infiltrar en los hombres los valores que los distinguen del resto de la escala animal y que le brindan su verdadera sabiduría.
Los medios empleados para llegar a aquellas conquistas pueden incluir efectos colaterales desconocidos.
El abuso de los medios de explotación y el consumo de energía fósil como carbón y petróleo, produciendo el llamado "efecto invernadero" con eI consiguiente calentamiento artificial de la atmósfera terrestre.
Las estructuras edilicias, viales e industriales violando el paisaje. La destrucción forestal agotando la atmósfera.
La contaminación de tierras, ríos y mares con desechos químicos envenenando el ecosistema.
Los atentados contra la capa de ozono y las explosiones atómicas como formas en las que el hombre supercivilizado se suicida lenta pero seguramente.
Pero no le ha bastado con ello: las buenas intenciones iniciales de la manipulación genética abren las puertas a pavorosos e incontrolados experimentos de partenogénesis (proceso artificial para provocar la división de un óvulo sin que haya sido fecundado) o de clonación (sustitución del núcleo de un óvulo por el núcleo de una céIula somática extraído de la persona que se quiere reproducir), con los que algún científico eufórico por el poder que la experimentación puso en sus manos, puede provocar verdaderas catástrofes biológicas. Porque al violar las células germinales (células germinales: óvulos o espermatozoides) proyecta sus consecuencias a futuras generaciones.
La inseminación artificial librada al criterio de incompetentes padres potenciales y técnicos inescrupulosos puede constituir una peligrosa manifestación de descontrol, planteando preguntas tales como qué se hace con los embriones supernumerarios, aquellos que después de ser fecundados no son empleados.
Finalmente, la maternidad por subrogación tan discutida públicamente en los últimos tiempos, agrega tremendas dudas sobre los derechos correspondientes a la madre fisiológica y a la anfitriona.
El desarrollo en profundidad y limitada extensión de la ciencia y la técnica con prescindencia de estudios que incluyan una visión mas general del saber, nos enfrenta cada vez más a menudo a un ejército de especialistas que toman sus decisiones en base a normas aisladas y ajenas
a principios éicos generales y actualizados.
¿Será éste el momento en el que la teolomía del mundo, caracterizada por una actividad orientada, coherente y constructiva, comienza a encontrarse en peligro de ser destruida por una reacción en cadena letal y apocalíptica?
El pobre terrón sobre el que nacimos es prescindible en la infinita grandeza del Cosmos. Pero para nosotros, los hombres, su conservación es la única opción. No queremos desaparecer. No queremos que todos nuestros descubrimientos científicos y técnicos se pierdan. Que la manifestación de nuestro arte se destruya. Que el imperfecto pero en última instancia efectivo orden social, con sus parámetros institucionales, jurídicos y morales, deje de existir sin dejar rastros.
¿Cómo evitar que los ángeles derramen las siete copas de la ira divina sobre nosotros? Tomando consciencia de nuestra obligación para con el Mundo y rechazando nuestra errada convicción de que el Mundo fue creado para nuestro uso y abuso.
El holocausto de millones de seres humanos en la segunda guerra mundial no solamente conmovió al mundo, sino que los Tribunales de Nuremberg que juzgaron a los culpables promulgaron en 1947 el Código de Nuremberg, estableciendo las primeras normas jurídicas internacionales para regular los experimentos médicos en seres humanos. La Asociación Médica Mundial completó posteriormente estas normas bioéticas. Pero es evidente que el avance de la ciencia es tan rápido, que los juristas no alcanzan a actualizar estas normas.
Por otra parte, parece que los artífices responsables de incidir sobre la mente colectiva han perdido el rumbo.
Los programas escolares con su tendencia de instrucción acelerada y extensa, el maestro superado por el número de alumnos que colman su aula, los padres cada vez más absorbidos por el trabajo imprescindible para alcanzar metas materiales, los políticos carentes de ideales, dispuestos a hacernos pagar cualquier precio para conquistar el poder, los computadores y televisores que esclavizan a las mentes no preparadas, impidiendo el dialogo, son solamente algunos de los condicionantes negativos de nuestro mundo actual.
Un giro conceptual que detenga esta crisis que ya nos está avasallando sólo es posible a través de la educación. Su acepción es más amplia que la de la instrucción: por medio de ésta aprendemos como usar los elementos con que nos encontramos en la realidad que nos rodea. Pero es a través de la educación que podemos infiltrar en los hombres los valores que los distinguen del resto de la escala animal y que le brindan su verdadera sabiduría.