Muchas personas (o almas) se preguntan qué significa nacer de
nuevo, o en qué se nota ese nuevo nacimiento. Todo aquél que conoce
bien el nuevo testamento tiene contestad su pregunta; pero a veces nos
conformamos con lo que otros nos ha dicho, y es ahí cuando empezamos
a fallar, pues si realmente deseamos nacer de nuevo, a la nueva vida que
Jesús nos otorga (gracias a su pasión y cruz), qué menos que nos enteremos
bien de qué se nos da y qué se nos pide en esa “nueva vida”. La primera
dádiva es vida eterna al lado de Dios, y la segunda pertenecer desde ya a
su Santo Reino; por eso tenemos que tener claro qué se nos pide en esa
nueva constitución y cuál es la ley de nuestro nuevo reino.
Todos sabemos que hemos de amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos, aunque muy pocos lo ponemos en
práctica, pues la triste verdad es que en vez de poner a Dios en primer
lugar en nuestras vidas, más bien esperamos que nos sobre un poquito de
tiempo para dedicárselo a Él. En cuanto al prójimo parece que solo lo
fueran aquellos que nos caen bien y nunca nos han hecho daño; pero el
amar a nuestros enemigos y a aquellos que nos calumnian o hacer bien a
los que nos aborrecen (Lc. 6: 27), ¡eso si que es una ley dura!, como tantas
que se nos pide en nuestra nueva constitución. Por eso tenemos que
conocer muy bien lo que nos pide Dios a través de su palabra y así todo el
que acepte la redención de Jesús para sí mismo, para el perdón de sus
pecados, con un corazón arrepentido y agradecido a Dios, por el gran don
que nos concede por gracia (no por obras), se puede decir que ya ha
nacido de nuevo. Por tanto, debe saber que ya tiene un nuevo rey (y
padre al mismo tiempo) al que amar, servir y obedecer, y que va a estar
con nosotros el resto de nuestra vida enseñándonos y cuidándonos a través
del Espíritu Santo, con el que seremos bautizados cuando aceptemos a
Cristo como nuestro salvador personal, para seguir ese camino (Jesucristo),
que nos permitirá gozar de una felicidad eterna a su lado con todos los
demás hermanos cuando termine esta primera vida terrenal donde
tenemos la oportunidad de elegir nuestro destino eterno libremente. Y ya
muy seguros de que aceptamos su redención, debemos bautizarnos
(Mc. 16: 16) para simbólicamente enterrar a nuestra vieja criatura conforme
a Adán que desobedeció a Dios y quiso seguir su vida apartado de Él, y
resucitar a la nueva criatura conforme a Jesucristo y ser hechos hijos de
Dios y súbditos de su Santo Reino. Y poco a poco se irá desarrollando
nuestra nueva identidad: Primero niños, después adolescentes, adultos y al
final ancianos; conforme al entendimiento que Dios vaya poniendo en
nosotros de su Buena Nueva (Evangelio de Salvación), a través del sacrificio
de Jesús por todos aquellos que aceptamos su redención para el perdón
de TODOS nuestros pecados, y así estar nuevamente reconciliados con Dios
como al principio de la creación.
Por tanto, no olvidemos dos cosas: Que el reino de Dios está basado
en su amor para con nosotros y de nosotros para con Él, y algo muy
importante y que no debemos olvidar nunca, es que tú no vas a dar
cuenta de lo que nos haya dicho éste o aquél, si no de lo que se nos ha
dicho por parte de Dios a través de su Verbo (Jesucristo), pues ésta es la
palabra por la que se nos va a juzgar al final de los tiempos (Jn. 12: 44-50).
Amén.
nuevo, o en qué se nota ese nuevo nacimiento. Todo aquél que conoce
bien el nuevo testamento tiene contestad su pregunta; pero a veces nos
conformamos con lo que otros nos ha dicho, y es ahí cuando empezamos
a fallar, pues si realmente deseamos nacer de nuevo, a la nueva vida que
Jesús nos otorga (gracias a su pasión y cruz), qué menos que nos enteremos
bien de qué se nos da y qué se nos pide en esa “nueva vida”. La primera
dádiva es vida eterna al lado de Dios, y la segunda pertenecer desde ya a
su Santo Reino; por eso tenemos que tener claro qué se nos pide en esa
nueva constitución y cuál es la ley de nuestro nuevo reino.
Todos sabemos que hemos de amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos, aunque muy pocos lo ponemos en
práctica, pues la triste verdad es que en vez de poner a Dios en primer
lugar en nuestras vidas, más bien esperamos que nos sobre un poquito de
tiempo para dedicárselo a Él. En cuanto al prójimo parece que solo lo
fueran aquellos que nos caen bien y nunca nos han hecho daño; pero el
amar a nuestros enemigos y a aquellos que nos calumnian o hacer bien a
los que nos aborrecen (Lc. 6: 27), ¡eso si que es una ley dura!, como tantas
que se nos pide en nuestra nueva constitución. Por eso tenemos que
conocer muy bien lo que nos pide Dios a través de su palabra y así todo el
que acepte la redención de Jesús para sí mismo, para el perdón de sus
pecados, con un corazón arrepentido y agradecido a Dios, por el gran don
que nos concede por gracia (no por obras), se puede decir que ya ha
nacido de nuevo. Por tanto, debe saber que ya tiene un nuevo rey (y
padre al mismo tiempo) al que amar, servir y obedecer, y que va a estar
con nosotros el resto de nuestra vida enseñándonos y cuidándonos a través
del Espíritu Santo, con el que seremos bautizados cuando aceptemos a
Cristo como nuestro salvador personal, para seguir ese camino (Jesucristo),
que nos permitirá gozar de una felicidad eterna a su lado con todos los
demás hermanos cuando termine esta primera vida terrenal donde
tenemos la oportunidad de elegir nuestro destino eterno libremente. Y ya
muy seguros de que aceptamos su redención, debemos bautizarnos
(Mc. 16: 16) para simbólicamente enterrar a nuestra vieja criatura conforme
a Adán que desobedeció a Dios y quiso seguir su vida apartado de Él, y
resucitar a la nueva criatura conforme a Jesucristo y ser hechos hijos de
Dios y súbditos de su Santo Reino. Y poco a poco se irá desarrollando
nuestra nueva identidad: Primero niños, después adolescentes, adultos y al
final ancianos; conforme al entendimiento que Dios vaya poniendo en
nosotros de su Buena Nueva (Evangelio de Salvación), a través del sacrificio
de Jesús por todos aquellos que aceptamos su redención para el perdón
de TODOS nuestros pecados, y así estar nuevamente reconciliados con Dios
como al principio de la creación.
Por tanto, no olvidemos dos cosas: Que el reino de Dios está basado
en su amor para con nosotros y de nosotros para con Él, y algo muy
importante y que no debemos olvidar nunca, es que tú no vas a dar
cuenta de lo que nos haya dicho éste o aquél, si no de lo que se nos ha
dicho por parte de Dios a través de su Verbo (Jesucristo), pues ésta es la
palabra por la que se nos va a juzgar al final de los tiempos (Jn. 12: 44-50).
Amén.