Dios no ignora nada. Dios no tiene que improvisar. Desde toda la eternidad (Ef.1,3-10) sus designios salvíficos para
redimir al hombre del pecado incluían la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. El Eterno se
haría hombre 'nacido de mujer, nacido bajo la Ley' (Gál.4,4) con todo lo que esto significa, o sea, la aceptación de vivir
en el tiempo.
Jesucristo sabe perfectamente que su permanencia entre nosotros es temporal y que su obra debe ser continuada
hasta el fin de los tiempos por la Iglesia por El fundada.
Vemos cómo al dar comienzo a su vida pública, lo primero que hace es elegir de entre sus seguidores a 'los que El
quiso' (Mc.3,13) constituyendo los Apóstoles y designando un jefe de entre ellos en la persona de San Pedro.
Si su muerte redentora en el Calvario es suficiente para salvar a la humanidad de todos los tiempos, la predicación de
su Evangelio tenía que ser llevada por sus Apóstoles y sus sucesores, siglo tras siglo. No sería lógico suponer que
aquella orden de 'ir a predicar a toda criatura y bautizar a todas las naciones' (Mt.28,19-20) tendría su cabal
cumplimiento durante la vida de los Apóstoles. Y vemos cómo antes de la muerte del último de los Doce, ya la Iglesia
ha designado sucesores para proseguir la evangelización del mundo.
La fundación de la Iglesia, es pues, obra directa y expresa del Señor Jesús. La Iglesia no se inventó a sí misma ni
surgió por generación espontánea. Tanto en el libro de los Hechos de los Apóstoles como en las mismas cartas de San
Pedro o San Pablo, vemos cómo la Iglesia fundada por Jesucristo va tomando forma y se va extendiendo por todo el
Imperio romano.
Los Apóstoles y sus sucesores tienen plena conciencia de que la tarea emprendida no terminaría con la muerte del
último de los Doce, sino que deberá continuar hasta que el Señor vuelva según lo prometió.
No es concebible, pues, la idea de que en el transcurso de los siglos, se hayan ido fundando 'iglesias cristianas'
totalmente separadas de la Iglesia de Cristo, tanto en creencias como en autoridad y normas morales.
Todos los deseos de Nuestro Señor de que fuéramos 'un sólo rebaño y un sólo Pastor' (Jn. 10, 16), de que fuéramos
'uno como Tú Padre y Yo somos Uno' (Jn.10,30), se ven contradecidos por el nacimiento de otras comunidades
separadas y en contra de la Iglesia Católica.
redimir al hombre del pecado incluían la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. El Eterno se
haría hombre 'nacido de mujer, nacido bajo la Ley' (Gál.4,4) con todo lo que esto significa, o sea, la aceptación de vivir
en el tiempo.
Jesucristo sabe perfectamente que su permanencia entre nosotros es temporal y que su obra debe ser continuada
hasta el fin de los tiempos por la Iglesia por El fundada.
Vemos cómo al dar comienzo a su vida pública, lo primero que hace es elegir de entre sus seguidores a 'los que El
quiso' (Mc.3,13) constituyendo los Apóstoles y designando un jefe de entre ellos en la persona de San Pedro.
Si su muerte redentora en el Calvario es suficiente para salvar a la humanidad de todos los tiempos, la predicación de
su Evangelio tenía que ser llevada por sus Apóstoles y sus sucesores, siglo tras siglo. No sería lógico suponer que
aquella orden de 'ir a predicar a toda criatura y bautizar a todas las naciones' (Mt.28,19-20) tendría su cabal
cumplimiento durante la vida de los Apóstoles. Y vemos cómo antes de la muerte del último de los Doce, ya la Iglesia
ha designado sucesores para proseguir la evangelización del mundo.
La fundación de la Iglesia, es pues, obra directa y expresa del Señor Jesús. La Iglesia no se inventó a sí misma ni
surgió por generación espontánea. Tanto en el libro de los Hechos de los Apóstoles como en las mismas cartas de San
Pedro o San Pablo, vemos cómo la Iglesia fundada por Jesucristo va tomando forma y se va extendiendo por todo el
Imperio romano.
Los Apóstoles y sus sucesores tienen plena conciencia de que la tarea emprendida no terminaría con la muerte del
último de los Doce, sino que deberá continuar hasta que el Señor vuelva según lo prometió.
No es concebible, pues, la idea de que en el transcurso de los siglos, se hayan ido fundando 'iglesias cristianas'
totalmente separadas de la Iglesia de Cristo, tanto en creencias como en autoridad y normas morales.
Todos los deseos de Nuestro Señor de que fuéramos 'un sólo rebaño y un sólo Pastor' (Jn. 10, 16), de que fuéramos
'uno como Tú Padre y Yo somos Uno' (Jn.10,30), se ven contradecidos por el nacimiento de otras comunidades
separadas y en contra de la Iglesia Católica.