Re: Los adventistas y el cuentecito de la "division de Roma en 10 reinos"
Estimado Manuel5. Saludos cordiales.
Tú dices:
..Bueno Gabriel47.
..Aún no respondiste a mi escrito...
...La pregunta es fácil:
..."Los lombardos, ostrogodos y/ los hérulos NO DIERON LUGAR A NINGÚN ESTADO o NACIÓN en el territorio de Italia y por tanto NO PUEDEN SER "INTERPRETADOS" como "cuernos que dieron lugar a naciones europeas" .
(En la interpretación que hacéis los adventistas de los "diez cuernos")
...¿SI? o ¿NO?
..Espero tu respuesta
Respondo: Sin duda alguna tu pregunta es fácil, pero primero debemos aclarar los puntos pendientes.
En el post #24 te plantee lo siguiente: ¿Me podrías dar el nombre de los 12 Apóstoles, y luego contar su número?, y en el post #29 señalas "ya respondí".
Al parecer pasaste por alto esta interesante pregunta, la que te habría dado una perspectiva más amplia al tema debatido.
Manuel5, Te hice una pregunta con el fin de que te dieras cuenta, que tu lógica no es la correcta; ya que ti los números no te cuadran: La pregunta era:
¡Escribe el nombre de los Apóstoles y luego cuéntalos! (A pesar de que tú dijiste que habías respondido, ¡no lo hiciste!)
Este estudio que pongo a continuación, nos presenta la problemática de hacer coincidir el nombre con los números: Es por eso que cuando se discutía el problema si los Hunos eran parte de los diez reinos bárbaros, que invadieron Roma, en el Congreso Adventista de Minneapolis 1888, Ellen White señaló que lo realmente importante era el tema “Cristo nuestra Justicia” y no abanderizarse con nombres de tribus bárbaras, las que en realidad pueden cambiarse según mi opinión como en un tablero de ajedrez.
En el "Nuevo Testamento aparece cuatro veces la lista con los nombres de los doce apóstoles (Marcos 3: 16- 19; Mateo 10: 2-4; Lucas 6: 14-16 y Hechos l: 13). De allí podemos obtener algunos datos. Si tomamos en primer lugar la lista de Mateo, veremos que comienza con Simón Pedro. Es uno de los apóstoles de quien más datos tenemos. Sabemos que era oriundo de Betsaida (Jn 1: 44), pero que tenía su hogar en Cafarnaum (Mt 8: 14) donde se ganaba la vida como pescador en el lago de Galilea. Estaba casado (1 Cor 9: 5) y vivía con su hermano Andrés y su suegra (Mc 1: 29-30).
En poco tiempo, Pedro llegó a ocupar un lugar destacado dentro del grupo, ya que actúa como vocero de los doce en varias ocasiones. Él es el que pregunta en nombre de todo el grupo, por ejemplo, el significado de una parábola difícil para ellos, lo que contamina al hombre: “Respondiendo Pedro, le dijo: Explícanos esta parábola” (Mt 15: 15), los detalles sobre el fin del mundo (Lc 12: 41), cuántas veces hay que perdonar (Mt 18: 21), qué recompensa les corresponde a ellos por dejarlo todo y seguir a Jesús (Mt 1: 2), o por qué una extraña higuera se había secado (Mc 11: 21).
Pedro es también quien responde por todos, cuando Jesús quiere saber la opinión de la gente sobre él (Mt 16: 16), o si el grupo quiere marcharse y abandonarlo (Jn 6: 68).
El segundo de la lista es Andrés, hermano de Simón Pedro. Al igual que éste, era oriundo de Betsaida y vivía en Cafarnaúm dedicado a la pesca. Antes de ser discípulo de Jesús, Andrés era discípulo de Juan Bautista. Pero un día lo descubrió al Señor, y entonces decidió abandonar a su primer maestro para seguir a aquél (Jn 1: 35). Más tarde, Andrés llevó también a su hermano Pedro y se lo presentó (Jn 1: 41). Y así fue como Pedro conoció a Jesús. Santiago y Juan eran igualmente pescadores del lago de Galilea (Mc l: 19), y parece que gozaban de una buena posición económica ya que su padre Zebedeo era dueño de una pequeña empresa pesquera con varios empleados (Mc 1: 20), donde trabajaba también Pedro (Lc 5: 10). Además la madre de ellos, Salomé, era una de las mujeres que seguían a Jesús (Mt 27: 56), financiando sus actividades misioneras con sus propios bienes (Lc 8:. 2-3).
Pedro, Santiago y Juan (sin Andrés) constituían un grupo esencial dentro de los, doce apóstoles, y eran de alguna forma los preferidos de Jesús, ya que con ellos tuvo ciertos privilegios. En efecto, só1o a ellos les permitió presenciar la transfiguración (Mc 9: 2), la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5: 37) y su agonía en Gertsemaní (Mc 14: 33). Y únicamente a ellos les puso un nombre nuevo: a Simón lo llamó “Pedro”; y a Santiago y Juan “Boanerges”, que significa “hijos del trueno” (Mc 3: 17).
Los otros ocho apóstoles resultan menos conocidos.
De Felipe, el quinto de la lista, sólo sabemos que era también de Betsaida y, al parecer, muy amigo de Andrés (Jn 12: 20-22).
De Bartolomé, el sexto, no conocemos nada.
De Tomás, el séptimo, se nos dice que tenía como apodo “el mellizo”, pero no se cuenta de quién. Él fue quien convenció a los demás apóstoles para que acompañaran a Jesús a resucitar a Lázaro, porque tenían miedo (Jn 11: 6-16) ; y el que dudó de las apariciones del Señor resucitado (Jn 20, 24-29), por lo que suele llamárselo el incrédulo.
De Mateo se nos informa que era recaudador de impuestos.
De los tres apóstoles que siguen (Santiago hijo de Alfeo, Tadeo y Simón el zelote), no tenemos ningún detalle de sus vidas.
Y al final de la lista aparece Judas Iscariote, el que entregó a Jesús a las autoridades judías para que lo mataran.
Esta lista de nombres de Mateo coincide con la de Marcos. El problema aparece al compararla con las otras dos (de Lucas y Hechos). Porque e éstas aparece un apóstol nuevo: un tal Judas, hijo de Santiago (Lc 6: 16; Hch l: 13). ¿Quién es este Judas? Como en estas dos listas no se encuentra Tadeo, la solución que se ha hallado es decir que este Judas (de Lc y Hch) es la misma persona que Tadeo (de Mt y Mc). Y lo llaman Judas Tadeo. Pero esta identificación carece de todo fundamento bíblico. Si seguimos leyendo los Evangelios, veremos que Marcos narra la vocación de otro apóstol, llamado Leví, cobrador de impuestos. ¿Por qué tampoco figura en la lista de los doce? Aquí la tradición solucionó el problema del mismo modo: identificando a Leví con Mateo. Lo cual no es posible, porque Marcos presenta a Leví y a Mateo como personas claramente distintas: una en la lista de los nombres: a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el cananista, (Mc 3: 18) y otra en el relato de su vocación: Y al pasar, vio a Leví hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió. (Mc 2: 13-14).
Por su parte, el Evangelio de Juan relata la vocación de un apóstol llamado Natanael (1: 45-51), que no está en ninguna de las cuatro listas. Para poder seguir manteniendo el número doce, la tradición lo identificó con Bartolomé, sin ninguna razón válida.
Vemos, pues, cómo los Evangelios mencionan a más de doce apóstoles. Pero si continuamos buscando en el Nuevo Testamento, encontraremos que Pablo y Bernabé eran también apóstoles (Hch 14: 14); que Silvano y Timoteo figuran como apóstoles (1 Ts 2: 5-7) ; que “Santiago, el hermano del Señor”, es llamado apóstol (Gal l: 19) ; que Apolo es apóstol (1 Cor 4: 6.9); e incluso Andrónico y Junia (¡una mujer!) tienen el título de apóstoles: Saludad a Andrónico y a Junias, mis parientes y mis compañeros de prisiones, los cuales son muy estimados entre los apóstoles, y que también fueron antes de mí en Cristo. (Rm 16: 7).
¿Cuántos eran, al final, los apóstoles? A esta altura ya es evidente que no eran doce. Y el hecho mismo de que existían falsos apóstoles (2 Cor l l: 13) demuestra que se trataba de un grupo más bien amplio, y que no se sabía exactamente cuántos y quiénes lo integraban. ¿Por qué entonces nosotros hablamos siempre de doce apóstoles? Los estudiosos de la Biblia, para responder a este problema, enseñan que hay que distinguir entre “los Doce” y “los apóstoles”.
Hoy los biblistas sostienen, como dato histórico, que Jesús al comenzar su vida pública eligió a doce hombres para que lo acompañaran, lo ayudaran en sus tareas y fueran sus colaboradores más próximos. ¿Por qué doce? Por una razón muy simple. Antiguamente el pueblo de Israel había estado formado por doce tribus. Pero en el siglo VIII a.C., al sufrir una invasión por parte de los asirios, diez de ellas desaparecieron mezcladas con otros pueblos. En el siglo VI a.C., las dos tribus que' quedaban también sufrieron la invasión de los babilonios, pero una de ellas pudo salvarse: la tribu de Judá (de donde viene el nombre actual de judíos).
¿Qué fue de la vida de las otras once tribus? ¿Por cuáles regiones desconocidas estaban diseminadas? ¿Acaso Dios permitiría que se perdiera una parte del pueblo elegido? Frente a estas preguntas que se hacía la gente, los profetas predijeron que llegaría un día en que Dios volvería a reunir a las doce tribus de Israel. Isaías (27: 12-13), Jeremías (29: 14) Ezequiel (20: 34), Sofonías (3: 20), Miqueas (2: 12), habían anunciado que al final de los tiempos el Señor traería a los israelitas dispersos por todo el mundo y los reuniría en un solo pueblo. Entonces el número “doce” volvería a ser la característica del pueblo de Israel.
Recordando estas profecías, Jesús buscó entre sus seguidores a doce hombres, uno por cada tribu perdida, y los hizo sus discípulos inmediatos. Era una manera de decir que Dios estaba comenzando un nuevo pueblo, sobre el fundamento también de doce, pero de una manera nueva e insospechada. Las profecías, pues, se habían cumplido en Jesús. Los nuevos tiempos habían llegado. Este significado del grupo de los doce debió de ser tan obvio, que los evangelistas ni siquiera se molestaron en explicarlo. Pero los doce hombres elegidos por Jesús nunca se llamaron “apóstoles”, sino simplemente los “Doce”. ¿Por qué? Porque la palabra “apóstol” (del griego “apóstolos”) significa “enviado”. Y mientras Jesús vivió, los doce no fueron enviados a ningún lado. Estaban junto a él, lo acompañaban en sus viajes, lo ayudaban en sus milagros y curaciones, y de vez en cuando iban a predicar en su nombre, pero no los “envió” de un modo permanente. Siempre volvían a su lado. Por eso la mayoría de las veces en los Evangelios no se les dice “los doce apóstoles”, sino solamente los “Doce”: “Jesús eligió a los Doce” (Mc 3: 14) ; “le preguntaron los Doce” (Mc 4: 10), “tomó a los Doce” (Mc 10: 32) ; “salió con los Doce” (Mc 11: 11) ; “reunió a los Doce” (Mt 20: 17) ; “lo acompañaban los Doce” (Lc 8: 1); “se le acercaron los Doce” (Lc 9: 12); “Judas, uno de los doce” (Jn 6: 71).
Pero a partir de la resurrección de Jesús, los Doce comprendieron que el Señor los mandaba a predicar el evangelio a todos los pueblos. Entonces sí se sintieron “enviados”, y decidieron crear el título de “apóstol” (= enviado) para designar esta nueva misión que tenían. Por eso los “Doce” recibieron también el título de “apóstoles”, que nunca habían tenido en vida de Jesús. Pero además de los Doce, muchas otras personas también se sintieron “enviadas” y quisieron salir a predicar el evangelio de Jesús (ex leprosos, ciegos curados, discípulos, gente que lo había conocido y escuchado). ¿Qué hacer con toda esta gente? Los Doce pensaron que no cualquiera podía ser un enviado oficial de Jesucristo, ya que existía el peligro de que la doctrina se desviara. Entonces resolvieron poner dos condiciones para que alguien más, aparte de ellos Doce, pudiera ser llamado apóstol: a) haber visto a Jesús resucitado; y b) haber recibido de Jesús la misión de predicar.
De esta manera se fue formando un grupo más amplio (pero no muy grande) de apóstoles, dedicados principalmente al anuncio y predicación del evangelio. Que los “Doce” constituían un grupo distinto al de los “apóstoles” lo dice el mismo Pablo al hablar de las manifestaciones de Jesús resucitado: “Se apareció a Cefas, luego a los Doce... Luego a todos los apóstoles, y en último lugar a mí” (1 Cor 15: 5-8). Poco a poco los Doce fueron desapareciendo. La última vez que se los nombra en el Nuevo Testamento es en Hechos 6: 2 en la elección de los siete diáconos. Después no se los menciona nunca más.
Entonces los “apóstoles” pasaron a ser los de mayor prestigio y autoridad dentro de la Iglesia. Esto se refleja en la primera carta a los Corintios cuando dice: “Dios puso en la Iglesia en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar a los profetas; en tercer lugar a los maestros; luego a los que tienen el don de curar, de hacer obras de caridad, de gobernar, y de hablar en lenguas” (12: 28). También la carta a los Efesios pone en primer lugar a los apóstoles, al decir que Jesucristo “dio a unos ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y maestros” (4: 11).
Continuará...