LA UNIDAD DE LA IGLESIA

31 Enero 2002
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un saludo cordial a todos los foristas.
Leí este articulo , y creo tiene mucho de positivo y propicio para el foro.
¿Que opinan uds?

por José Belaunde


La Iglesia ha conocido las divisiones y los conflictos desde el comienzo de su historia. El primer conflicto, entre Pablo y los judaizantes ha dejado su huella en la epístola a los Gálatas y en el Libro de los Hechos. Luego siguió la ola de las herejías que desgarraron al cuerpo de Cristo pero que tuvieron como beneficio colateral el que las polémicas forzaran a la naciente Iglesia a definir su fe con precisión. De este esfuerzo colegiado y frecuentemente polémico surgieron los dogmas y los credos sucesivos, que formulan la esencia del contenido de la fe.

La más grave y persistente de las herejías fue la de Arrio que afectaba a la médula misma del Cristianismo: la fe en la divinidad de Jesucristo, que Arrio negaba. Pero antes de que Constantino diera libertad a la religión de Cristo y la protegiera, el esfuerzo por defenderse de un mundo hostil mantuvo a la Iglesia unida. Las cismas de Montano y de Donato en el II y III siglo, anteriores a 313, fueron relativamente marginales.

Pero una vez que la Iglesia se afirmó y ganó en poder e influencia, las tensiones internas comenzaron a manifestarse con más vigor. Así se separaron los nestorianos, que afirmaban la existencia en el Hijo de Dios encarnado de dos personas simultáneas, la humana y la divina, y, por tanto negaban que se pudiera propiamente aplicar a su madre el título de Madre de Dios; y la monofisita, que afirmaba el lado divino en Jesús a expensas del humano. Del cisma causado por los seguidores de Nestorio surgió una iglesia de gran aliento misionero, que se extendió hasta la China y todavía sobrevive en la India e Irak. Del segundo surgieron la iglesia copta y otras en el Cercano Oriente, que se mantienen en su mayoría separadas tanto de Constantinopla como de Roma.

Mucho mayor gravedad asumió el cisma de Oriente que separó a Bizancio de Roma. Se consumó en 1054, pero había venido gestándose desde siglos antes. Si bien la causa formal fue la discrepancia acerca de la procedencia del Espíritu Santo (la frase "filio que", "y del Hijo" agregada por la Iglesia latina al Credo) la verdadera causa debe buscarse en la vieja rivalidad entre las dos sedes: Roma y Constantinopla, y la antipatía mutua que sentían griegos y latinos.

Este cisma fue precedido por uno de los períodos más negros de la Iglesia Católica, el llamado período de hierro, durante el cual las principales familias romanas se disputaban la mitra papal a sangre y soborno, y tronaba en Roma la inescrupulosa Marozia. Esos lamentables episodios nos dejan ver como la división en el pueblo de Dios es siempre castigo por el pecado. Así ocurrió en Israel después de Salomón y así ha ocurrido a lo largo de los siglos.

Lo mismo puede decirse de la Reforma protestante, que desgarró al Occidente en el siglo XVI. Puede afirmarse que después de la floración de las órdenes mendicantes en el silo XIII, a partir del siglo siguiente una corrupción creciente se apoderó de la Iglesia Católica. El cautiverio babilónico del papado en Avignon, el cisma de occidente que siguió al retorno del Papa a Roma, y en el que llegó a haber hasta tres sumos pontífices al mismo tiempo; la mundanidad de la curia, el nepotismo, la relajación de las costumbres en el clero, etc., etc. todo ello forma un cuadro cuyos colores más sombríos han sido descritos por historiadores, no sólo protestantes, sino sobre todo católicos.

Mientras tanto Roma hacía oídos sordos al clamor de reforma que surgía de toda la cristiandad. Contra este telón de fondo el creciente nacionalismo alemán y el descontento por la expoliación económica que sufría el pueblo alemán, crearon el clima que permitió que la denuncia inicial de Lutero contra las indulgencias, bastante ortodoxa por cierto, encontrara una resonancia inesperada y desatara una polémica. El nunca tuvo el propósito de crear una división en la iglesia, pero las pasiones y la política -la oposición de los príncipes alemanes al emperador- hicieron que en poco tiempo el rompimiento fuera inevitable.

¡Cuánto sufrimiento no causó éste, el más feroz de los cismas! Durante más de 100 años Europa fue desgarrada por guerras religiosas y persecuciones que desvastaron comarcas enteras. Que esas batallas fraticidas se libraran en nombre de la cruz de Cristo es el más grande de los escándalos. Pero el fuego de los odios recíprocos no se ha apagado todavía. Antes bien, se ha coloreado de antipatías nacionales y raciales, y aún sigue cobrando víctimas.

Pero en realidad, el fondo común de ésta y de todas las divisiones que ha sufrido la Iglesia es el orgullo. Cada lado que se separa afirma tener la verdad de su parte, la auténtica interpretación, el verdadero conocimiento. Sin embargo, sabemos que "el conocimiento envanece y el amor edifica." Si hubiera primado el amor sobre el orgullo todas esas divisiones no habrían surgido o se habrían mantenido dentro de límites menores. Si ahora mismo primara el amor sobre el orgullo, esas divisiones ya habrían sido sanadas. Pero el orgullo es un capataz muy cruel y no suelta a su presa tan fácilmente.

¿Qué es lo que nos dice la Escritura acerca de todo esto? Hay un pasaje en Efesios en el que Espíritu Santo nos habla de la manera más clara posible acerca de la unidad de la Iglesia. Vamos a leerlo en oración y a revisarlo en detalle.

1. Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,

2. con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,

3. solícitos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz;

4. un cuerpo y un espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;

5. un Señor, una fe, un bautismo,

6. un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos. (4:1-6).

En el vers. 3 Pablo dice:"solícitos", esto es, siendo diligentes, esforzándonos, poniendo todo nuestro empeño en ello. ¿Qué es ello? "Guardar la unidad del Espíritu". Parece una ironía, porque muchos ponen todo su empeño precisamente en lo contrario. ¡Con tal de que no se les confunda con "ésos" que se dicen cristianos!

Podemos diferir en algunos puntos de doctrina, de interpretación de las Escrituras, o de nuestras prácticas, pero si somos de verdad cristianos pertenecemos a un mismo Espíritu. No hay dos o tres.

La unidad del Espíritu debe ser guardada "en el vínculo de la paz". Esto es, trataremos de mantener la paz entre nosotros, de no pelearnos, no criticarnos ni hacer alusiones ofensivas unos de otros. Ponemos la unidad del Espíritu por encima de lo que nos diferencia. Afirmamos lo que tenemos de común, no lo que nos separa.

¿No es eso lo que Jesús espera de nosotros? Pero generalmente hacemos lo contrario. Subrayamos nuestras discrepancias y, de paso, por supuesto, enfatizamos nuestra superioridad.

Y San Pablo continúa en el vers. 4: Hay un solo cuerpo, es solo uno. Todos los que tienen la fe de Jesús (Hijo de Dios y Dios verdadero, que murió por nosotros), y por ella han recibido su Espíritu, forman un solo cuerpo y tienen una sola cabeza.

Los miembros del cuerpo no se pelean entre sí; la cabeza no desprecia a los pies, ni los pies a la cabeza; no prescinden uno del otro, no se excluyen desdeñosamente. ¿Qué ocurriría si mi cabeza quisiera desplazarse sin el concurso de mis pies? ¿O si mis manos quisieran atrapar un objeto sin la colaboración de mis ojos?

En su primera epístola a los corintios San Pablo escribió: "Que no ha haya desaveniencias en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan." (10:25). ¡Cómo estas palabras nos acusan! Suele decirse que las Escrituras son un espejo en que deberíamos vernos y ¿cómo nos vemos? ¿Nos preocupamos realmente unos por los otros? ¿Nos dolemos si alguno padece? A veces dentro de una misma iglesia nos criticamos unos a otros como si fuéramos enemigos, en lugar de alegrarnos por nuestras cualidades. ¿Y qué decir de los que pertenecen a distintas iglesias?

¿Se alegran acaso los católicos de la vitalidad de las comunidades evangélicas que están creciendo rápidamente? Todo lo contrario, se alarman y denuncian "la infiltración de las sectas." Incluso atribuyen su expansión a tejemanejes de la CIA.

Si un televangelista protestante famoso se ve envuelto en un escándalo ¿sienten los católicos pena por él? ¿Oran acaso por él? Al contrario, se alegran, levantan el dedo acusador y dicen: Ya ven, son todos unos hipócritas que sólo buscan enriquecerse.

¿Se alegran los protestantes de que la Iglesia Católica cuente con la autoridad central del Papa, que garantiza su unidad y la coherencia de su doctrina? Todo lo contrario. Denuncian el papado como una institución diabólica de los "romanistas"; tachan al Papa de anticristo. Pero ¡qué bien le haría a algunas de las denominaciones protestantes tradicionales contar con una autoridad central que reprimiera a aquellos entre sus ministros que enseñan que Jesús no resucitó realmente, que la resurección fue sólo una experiencia espiritual interna de sus discípulos; o que dicen que el nacimiento virginal de Jesús es una leyenda piadosa; o que bendicen el matrimonio de homosexuales!

Cuando un cura católico es acusado de pederasta ¿oran los protestantes por ese desdichado? Más bien dicen satisfechos: "Ya ven, el celibato es una trampa diabólica y ahí tienen las consecuencias." Se olvidan de que Jesús fue célibe y de que Pablo deseaba que todos fueran como él, que también lo era.

¿Qué es lo que nos falta, puesto que obramos y sentimos de esta manera? Amor en Cristo. Si lo tuviéramos no actuaríamos así. Olvidamos que somos el cuerpo de Cristo y que no nos pertenecemos.

"El pan que partimos ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno el pan, nosotros, con ser muchos somos un cuerpo, pues todos participamos de aquel mismo pan." (1Cor 10:16,17).

Cuando dice que "uno es el pan", no habla sólo del sacramento. Participar de un solo cuerpo es creer en el mismo Jesús, en el mismo evangelio. Los miembros de un cuerpo, de una familia, no se pelean, o, al menos, no debieran.

Jesús dijo: "Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae." (Lc 11:17).

Mientras los cristianos se pelean entre sí el espíritu secularista de incredulidad, de humanismo pagano, de inmoralidad, avanza y gana cada día más adeptos. Desde los tiempos de la Reforma la incredulidad en el mundo occidental ha estado ganando terreno. El propìo Lutero, al final de su vida, se lamentaba de cuánto había caído la vida religiosa en su país desde que se cerraron los conventos y los curas fueron expulsados de sus parroquias, y no sabía como ponerle remedio a ese mal.

Si los cristianos estuvieran unidos no sería así. La división de la Iglesia fomenta la incredulidad. Los ateos y agnósticos se preguntan burlones: "Unos y otros afirman ser la iglesia verdadera y denuncian a la ajena, pero ¿cuál de ellas lo es? ¿No serán más bien todas ellas tan falsas como se acusan mutuamente de serlo?"

Si Cristo ama al protestante que le es fiel, ¿cómo puedo yo católico no amarlo? Si Cristo ama al católico que lo es en verdad, ¿como puedo yo protestante rechazarlo?

Aquí sería pertinente recordar lo que escribe San Juan en su primera epístola acerca del amor entre hermanos.

"...si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado." (1:7) Si no tenemos comunión con otros cristianos es evidente que no andamos en luz, o que nuestra luz se halla oscurecida.

"Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano permanece en muerte." (3:14) ¿Podemos llamar amor al odio, o, por lo menos, a la antipatía cerril que muchos cristianos sienten por cristianos de otras iglesias? Tratamos de justificar nuestra antipatía diciendo que ellos no tienen la verdad plena o que han distorsionado el Evangelio, pero aun si esto fuera cierto, ¿no deberíamos, por lo mismo, amarlos más a causa de la debilidad de su fe?

"Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en Él." (3:15). De hecho, en el pasado católicos y protestantes se asesinaron mutuamente, esto es, fueron homicidas en la práctica y no sólo figuradamente. Si en nuestros días el tono de los enfrentamientos ha cambiado, la crudeza de los sentimientos encontrados permanece igual.

"En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos." (3:16).

¿Porque no hacemos lo que nos exhorta Pablo? "Con toda humildad y mansedumbre soportándonos". (Ef 4:2) ¡Cuán lejos estamos de ser humildes y mansos en nuestro trato mutuo! "Soportándonos". Pero no nos soportamos unos a otros. En realidad, no nos tragamos, si se me permite la expresión, pero ella expresa muy bien el sentimiento corriente.

"Un Señor" (Ef 4:5). Uno es aquel a quien obedecemos, uno es aquel a quien servimos. Los escuadrones en la batalla ¿podrían ganarla si, obedeciendo a un mismo jefe, se combatieran entre ellos en lugar de luchar juntos contra el enemigo?

"Una fe" Fue un mismo Cristo el que nos salvó, no fueron Cristos diferentes. Ni fueron cruces diferentes en las que fue clavado Jesús, sino una sola cruz y una sola pasión. No murió una vez Jesús por los protestantes y otra por los católicos, sino una sola vez fue clavado por ambos.

A la vista de la cruz ¿se pelearían las mujeres que le acompañaron en el Calvario? Cristo está siendo crucificado diariamente por los pecados del mundo, ¿cómo podemos pelearnos a los pies de su cruz?

"Un bautismo". Uno solo es nuestro bautismo, porque nos bautizamos en un solo nombre. Al ser bautizados lo hemos sido en un solo cuerpo. ¿No acepta acaso la Iglesia Católica el bautismo protestante? Y la mayoría de las iglesias surgidas de la Reforma ¿no aceptan acaso el bautismo católico? Sólo las que siguen la doctrina anabaptista rechazan el bautismo administrado a los niños, sea por católicos o por protestantes.

"Un Dios y Padre de todos". ¿Qué dirá Dios de nosotros? "¡Niños! ¡No se peleen!" Eso somos, unos niños cuando nos peleamos. ¿Qué pensará nuestro Padre en el cielo? "Estos chicos ¿cuándo crecerán?" Los padres humanos sufren cuando sus hijos se pelean ¡Cómo le doldrá a Dios su corazón de padre al ver los estragos que hace la división entre nosotros!

Si somos un solo cuerpo y tenemos metas comunes ¿porqué no oramos juntos por ellas? Dejamos que el enemigo avance y gane posiciones, pero no nos ponemos de acuerdo para hacerle frente juntos. Al contrario, católicos y protestantes se miran como rivales en la tarea de la evangelización. Para muchos evangélicos tratar que alguien se convierta a Cristo es sinónimo de convencerlo de que deje ser católico. ¿Qué pensaría Pablo de esto?

El, que echaba en cara a los corintios de proclamar: "Yo ciertamente soy de Pablo...Yo soy de Apolos" (1Cor3:4), ¿qué diría de los cristianos que dicen: "Yo soy católico", o "yo soy presbiteriano", "yo soy ortodoxo", "yo soy de Calvino", "yo soy de Lutero", "yo soy pentecostal", etc., etc.? ¿Acaso ha muerto el Papa, o Lutero, o Calvino por nosotros? ¿Acaso hemos sido bautizados en el nombre de alguno de ellos?

La verdad es que el espíritu del mundo se está robando al pueblo cristiano, no los evangélicos al pueblo católico. Porque ¿quiénes son los que se hacen protestantes? ¿Acaso lo buenos católicos, los practicantes sinceros? No, eso ocurre en muy pequeña escala.

Se hacen evangélicos los católicos que han dejado en verdad de serlo, que se han alejado de Dios, que ni siquiera van a misa, o lo hacen solamente por algún compromiso familiar; los que viven en pecado y a los que la Iglesia Católica no va a buscar ni hace nada por convertirlos.

¿Qué es mejor: un mal católico que engaña a su mujer y abandona a sus hijos y va camino al infierno, o un buen evangélico que cumple con su familia y ha entrado por el camino que lo llevará al cielo? ¿Preferiremos que siga siendo un adúltero y un borracho, aunque católico, a que sea un marido fiel, pero evangélico?

¿Dejaremos que los malos católicos se condenen con tal de que no se hagan evangélicos? Si los católicos no pudieron convertirlos felicítense de que los evangélicos lo hagan. La verdad es que los ex-católicos que llenan las iglesias evangélicas suelen ser cristianos ejemplares. Ciertamente la Iglesia Católica debería alegrarse y agradecer a sus "hermanos separados" por realizar la tarea que ella no supo hacer. Pero si el nuevo convertido, lleno de celo apostólico, trata de compartir la fe que ha encontrado con sus amigos y parientes, no se le felicita sino se le acusa de proselitista.

Jesús dijo que los ángeles harían fiesta en el cielo por cada hombre que se convierte. ¿Haremos luto en la tierra y nos lamentaremos porque se volvieron a Dios fuera del catolicismo, cuando arriba se alegran?

Eso sería como si un médico se quejara de que su paciente haya sanado, pero no por su receta, sino por el tratamiento que recibió de otro facultativo.

La Iglesia Católica se alarma por el 7% de evangélicos que arroja el último censo peruano, aproximadamente el doble de lo que mostraba el anterior censo. Pero no toma en cuenta que el porcentaje de bautizados que se han vuelto paganos en la práctica es mucho mayor, quizá un 60% o un 70%. ¿Qué representa ese 7% contra un 70%? Dirán que el porcentaje que atribuyo a los bautizados paganizados es exagerado. Pero sería igualmente grave si fuera sólo un 50%.

¿Dónde está pues la brecha que es urgente tapar? ¿Por qué lado se escapa el pueblo? ¿No será mejor acudir a tapar la brecha mayor y darle menos importancia a la más pequeña?

¿Y qué diremos de las discrepancias teológicas? Muchas veces éstas surgen más del diferente sentido que damos a las palabras que de la esencia de los conceptos. Previendo el daño que hacen las discusiones ociosas Pablo escribió: "Recuérdales estas cosas, conjurándoles delante del Señor que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha sino que es para perdición de los oyentes." (2Tim 2:14).

Cuando lleguemos al cielo y veamos a Dios "cara a cara" ¿nos aferraremos los cristianos de diferentes escuelas a nuestras doctrinas particulares, prefiriendo ver "oscuramente como por un espejo", tal como vemos ahora, a la luz perfecta que iluminará entonces nuestras mentes? (1Cor 13:10,12). Pablo añade "ahora conozco en parte, pero entonces conoceré tan cabalmente como soy conocido." Cuando llegue ese momento nuestras doctrinas -lo que es en parte, y, por ende, nos separa- quedarán en desuso. Es muy sintomático que Pablo hable acerca de estas cosas en el capítulo que dedica al "camino más excelente" (12:31), esto es, al amor. Porque el motivo por el cual oponemos nuestro conocimiento en parte, al conocimiento en parte del hermano, es la falta de amor.

No me extrañaría que algunos en la gloria, al ver a un cristiano de distinta confesión, quieran enmendarle la plana a Dios, e increparle: "¿Cómo has podido dejar entrar al cielo a este católico supersticioso e idólatra? Te has equivocado, Señor". Y a otros decirle "¿Cómo has admitido aquí a este sectario protestante? Se ha colado de contrabando."

Yo me pregunto: ¿en qué quedarán entonces nuestras divisiones y nuestros anatemas recíprocos? ¡Qué vergüenza sentiremos cuando veamos cerca del trono de Dios a uno a quien estimábamos indigno del nombre de cristiano! Entonces nos acordaremos de las palabras de Jesús "los primeros serán los últimos y los últimos, los primeros". ¡Cuántos que considerábamos últimos nos precederán en el reino de los cielos!

Jesús dijo que el Padre siempre escuchaba sus oraciones -en el sentido de atender sus pedidos. Pero hay una petición de Jesús que el Padre no ha escuchado y no le ha concedido. La oración que pronunció camino al huerto de los Olivos cuando dijo: "...para que todos sean uno; como tú oh Padre, en mí y yo en tí, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste." (Juan 17:21).

¿Por qué no la ha escuchado? A causa del pecado del hombre. Nuestro orgullo, nuestros celos, nuestras rivalidades han frustrado el propósito de Dios para su Iglesia y han frenado la expansión del Evangelio. Debemos en verdad todos pedirle perdón por ello.

Si Jesús oró por la unidad de sus discípulos, esto es, de los cristianos, ¿no deberíamos nosotros, olvidando nuestras divisiones, nuestras desconfianzas mutuas y nuestros rencores, nuestras rivalidades y nuestros celos, orar juntos por que esa oración de Jesús, que es la voluntad del Padre, se cumpla en nosotros?

Se cuenta que una vez el evangelista Dwight Moody, viendo que las reuniones para niños que él organizaba en un barrio de Chicago, eran perturbadas por activistas católicos, fue a visitar al obispo de la localidad. Después de que monseñor le hubiera expresado su pesar de que un hombre de su calidad no perteneciera a la iglesia verdadera, Moody le preguntó si eso sería inconveniente para que oraran juntos, a lo que el obispo constestó naturalmente que no. Se arrodillaron pues los dos y oraron un momento y luego se despidieron cordialmente. A partir de entonces las reuniones de Moody no volvieron a ser interrumpidas.

¡Qué bueno fuera que los párrocos católicos y los pastores evangélicos de un mismo barrio se visitaran mutuamente para conocerse y orar juntos por sus ministerios y necesidades! Y mejor aún, ¡para pedirse perdón mutuamente! ¡Qué bendiciones no fluirían a sus ministerios si la palabra "perdóname" saliera de sus corazones y de sus bocas. Las puertas del infierno temblarían si eso ocurriera, si unos y otros olvidaran por un momento todo lo que los separa y pensaran sólo en lo que los une.

Yo exhorto a todos los ministros del Evangelio, protestantes y católicos, especialmente a aquellos sacerdotes que con más encono han denunciado el proselitismo de las sectas, y a aquellos pastores pertenecientes a las denominaciones más opuestas al "romanismo", que visiten al ministro de la iglesia cercana que más desprecien para conocerlo y pedirle que le conceda el privilegio de orar por sus necesidades más apremiantes. ¡Cuánto podrían aprender uno de otro!

Hacer lo que sugiero es cumplir la voluntad de Dios y dar gloria a Jesucristo, que murió por unos y otros y no hace acepción de personas. ¡Cuántos muros de incomprensión no caerían! ¡Qué testimonio no se daría ante los incrédulos! Jesús dijo "para que el mundo crea que tu me enviaste", dándonos a entender claramente que la principal razón por la cual el mundo no cree es la desunión de los cristianos.

Sería también muy bueno que los miembros de la jerarquía católica y los líderes del Concilio Nacional Evangélico, se reunieran para lavarse mutuamente los pies, como hizo Jesús con sus discípulos como ejemplo, para que nosotros también lo hiciéramos. No en una ceremonia pública, sino en privado, aunque después se informara lo ocurrido. Si eso hicieran darían a los miembros de distintas congregaciones un ejemplo de cómo deben amarse mutuamente, en lugar de mirarse con desconfianza u odiarse.
 
Re: LA UNIDAD DE LA IGLESIA

Paz y Gracia,

Estimado en Cristo,

Pues si, la verdad yo me he preguntado por que Dios ha permitido todo esto, pero algo bueno tendrà que salir. Por ahora nos toca a nosotros fomentar esa unidad, algunas veces te daràs cuenta que creemos lo mismo, solo que con distintos conceptos.

Te dejo una oracion por la unidad de los cristianos, si estas interesado en eso.

Señor Jesús
que en la víspera de morir por nosotros,
rogaste para que Tus discípulos sean
perfectamente uno,
como Tú en el Padre y Tú Padre en Ti,
haz que sintamos dolorosamente
la infidelidad de nuestra desunión.

Concédenos la lealtad de reconocer
y el valor de rechazar
cuanta indiferencia, desconfianza
y hostilidad mutua
se esconde en nuestro interior.

Concédenos la gracia
de reencontrarnos en Ti,
a fin de que suba incesantemente
de nuestras almas y de nuestros labios,
tu oración por la unidad de los cristianos,
tal como Tú la quieres
y por los medios que Tú quieres.

Haznos encontrar en ti,
que eres la caridad perfecta,
el camino que conduce a la unidad,
en la obediencia a tu amor y a tu verdad.

Amén


un saludo cordial a todos los foristas.
Leí este articulo , y creo tiene mucho de positivo y propicio para el foro.
¿Que opinan uds?

por José Belaunde


La Iglesia ha conocido las divisiones y los conflictos desde el comienzo de su historia. El primer conflicto, entre Pablo y los judaizantes ha dejado su huella en la epístola a los Gálatas y en el Libro de los Hechos. Luego siguió la ola de las herejías que desgarraron al cuerpo de Cristo pero que tuvieron como beneficio colateral el que las polémicas forzaran a la naciente Iglesia a definir su fe con precisión. De este esfuerzo colegiado y frecuentemente polémico surgieron los dogmas y los credos sucesivos, que formulan la esencia del contenido de la fe.

La más grave y persistente de las herejías fue la de Arrio que afectaba a la médula misma del Cristianismo: la fe en la divinidad de Jesucristo, que Arrio negaba. Pero antes de que Constantino diera libertad a la religión de Cristo y la protegiera, el esfuerzo por defenderse de un mundo hostil mantuvo a la Iglesia unida. Las cismas de Montano y de Donato en el II y III siglo, anteriores a 313, fueron relativamente marginales.

Pero una vez que la Iglesia se afirmó y ganó en poder e influencia, las tensiones internas comenzaron a manifestarse con más vigor. Así se separaron los nestorianos, que afirmaban la existencia en el Hijo de Dios encarnado de dos personas simultáneas, la humana y la divina, y, por tanto negaban que se pudiera propiamente aplicar a su madre el título de Madre de Dios; y la monofisita, que afirmaba el lado divino en Jesús a expensas del humano. Del cisma causado por los seguidores de Nestorio surgió una iglesia de gran aliento misionero, que se extendió hasta la China y todavía sobrevive en la India e Irak. Del segundo surgieron la iglesia copta y otras en el Cercano Oriente, que se mantienen en su mayoría separadas tanto de Constantinopla como de Roma.

Mucho mayor gravedad asumió el cisma de Oriente que separó a Bizancio de Roma. Se consumó en 1054, pero había venido gestándose desde siglos antes. Si bien la causa formal fue la discrepancia acerca de la procedencia del Espíritu Santo (la frase "filio que", "y del Hijo" agregada por la Iglesia latina al Credo) la verdadera causa debe buscarse en la vieja rivalidad entre las dos sedes: Roma y Constantinopla, y la antipatía mutua que sentían griegos y latinos.

Este cisma fue precedido por uno de los períodos más negros de la Iglesia Católica, el llamado período de hierro, durante el cual las principales familias romanas se disputaban la mitra papal a sangre y soborno, y tronaba en Roma la inescrupulosa Marozia. Esos lamentables episodios nos dejan ver como la división en el pueblo de Dios es siempre castigo por el pecado. Así ocurrió en Israel después de Salomón y así ha ocurrido a lo largo de los siglos.

Lo mismo puede decirse de la Reforma protestante, que desgarró al Occidente en el siglo XVI. Puede afirmarse que después de la floración de las órdenes mendicantes en el silo XIII, a partir del siglo siguiente una corrupción creciente se apoderó de la Iglesia Católica. El cautiverio babilónico del papado en Avignon, el cisma de occidente que siguió al retorno del Papa a Roma, y en el que llegó a haber hasta tres sumos pontífices al mismo tiempo; la mundanidad de la curia, el nepotismo, la relajación de las costumbres en el clero, etc., etc. todo ello forma un cuadro cuyos colores más sombríos han sido descritos por historiadores, no sólo protestantes, sino sobre todo católicos.

Mientras tanto Roma hacía oídos sordos al clamor de reforma que surgía de toda la cristiandad. Contra este telón de fondo el creciente nacionalismo alemán y el descontento por la expoliación económica que sufría el pueblo alemán, crearon el clima que permitió que la denuncia inicial de Lutero contra las indulgencias, bastante ortodoxa por cierto, encontrara una resonancia inesperada y desatara una polémica. El nunca tuvo el propósito de crear una división en la iglesia, pero las pasiones y la política -la oposición de los príncipes alemanes al emperador- hicieron que en poco tiempo el rompimiento fuera inevitable.

¡Cuánto sufrimiento no causó éste, el más feroz de los cismas! Durante más de 100 años Europa fue desgarrada por guerras religiosas y persecuciones que desvastaron comarcas enteras. Que esas batallas fraticidas se libraran en nombre de la cruz de Cristo es el más grande de los escándalos. Pero el fuego de los odios recíprocos no se ha apagado todavía. Antes bien, se ha coloreado de antipatías nacionales y raciales, y aún sigue cobrando víctimas.

Pero en realidad, el fondo común de ésta y de todas las divisiones que ha sufrido la Iglesia es el orgullo. Cada lado que se separa afirma tener la verdad de su parte, la auténtica interpretación, el verdadero conocimiento. Sin embargo, sabemos que "el conocimiento envanece y el amor edifica." Si hubiera primado el amor sobre el orgullo todas esas divisiones no habrían surgido o se habrían mantenido dentro de límites menores. Si ahora mismo primara el amor sobre el orgullo, esas divisiones ya habrían sido sanadas. Pero el orgullo es un capataz muy cruel y no suelta a su presa tan fácilmente.

¿Qué es lo que nos dice la Escritura acerca de todo esto? Hay un pasaje en Efesios en el que Espíritu Santo nos habla de la manera más clara posible acerca de la unidad de la Iglesia. Vamos a leerlo en oración y a revisarlo en detalle.

1. Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,

2. con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,

3. solícitos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz;

4. un cuerpo y un espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;

5. un Señor, una fe, un bautismo,

6. un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos. (4:1-6).

En el vers. 3 Pablo dice:"solícitos", esto es, siendo diligentes, esforzándonos, poniendo todo nuestro empeño en ello. ¿Qué es ello? "Guardar la unidad del Espíritu". Parece una ironía, porque muchos ponen todo su empeño precisamente en lo contrario. ¡Con tal de que no se les confunda con "ésos" que se dicen cristianos!

Podemos diferir en algunos puntos de doctrina, de interpretación de las Escrituras, o de nuestras prácticas, pero si somos de verdad cristianos pertenecemos a un mismo Espíritu. No hay dos o tres.

La unidad del Espíritu debe ser guardada "en el vínculo de la paz". Esto es, trataremos de mantener la paz entre nosotros, de no pelearnos, no criticarnos ni hacer alusiones ofensivas unos de otros. Ponemos la unidad del Espíritu por encima de lo que nos diferencia. Afirmamos lo que tenemos de común, no lo que nos separa.

¿No es eso lo que Jesús espera de nosotros? Pero generalmente hacemos lo contrario. Subrayamos nuestras discrepancias y, de paso, por supuesto, enfatizamos nuestra superioridad.

Y San Pablo continúa en el vers. 4: Hay un solo cuerpo, es solo uno. Todos los que tienen la fe de Jesús (Hijo de Dios y Dios verdadero, que murió por nosotros), y por ella han recibido su Espíritu, forman un solo cuerpo y tienen una sola cabeza.

Los miembros del cuerpo no se pelean entre sí; la cabeza no desprecia a los pies, ni los pies a la cabeza; no prescinden uno del otro, no se excluyen desdeñosamente. ¿Qué ocurriría si mi cabeza quisiera desplazarse sin el concurso de mis pies? ¿O si mis manos quisieran atrapar un objeto sin la colaboración de mis ojos?

En su primera epístola a los corintios San Pablo escribió: "Que no ha haya desaveniencias en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan." (10:25). ¡Cómo estas palabras nos acusan! Suele decirse que las Escrituras son un espejo en que deberíamos vernos y ¿cómo nos vemos? ¿Nos preocupamos realmente unos por los otros? ¿Nos dolemos si alguno padece? A veces dentro de una misma iglesia nos criticamos unos a otros como si fuéramos enemigos, en lugar de alegrarnos por nuestras cualidades. ¿Y qué decir de los que pertenecen a distintas iglesias?

¿Se alegran acaso los católicos de la vitalidad de las comunidades evangélicas que están creciendo rápidamente? Todo lo contrario, se alarman y denuncian "la infiltración de las sectas." Incluso atribuyen su expansión a tejemanejes de la CIA.

Si un televangelista protestante famoso se ve envuelto en un escándalo ¿sienten los católicos pena por él? ¿Oran acaso por él? Al contrario, se alegran, levantan el dedo acusador y dicen: Ya ven, son todos unos hipócritas que sólo buscan enriquecerse.

¿Se alegran los protestantes de que la Iglesia Católica cuente con la autoridad central del Papa, que garantiza su unidad y la coherencia de su doctrina? Todo lo contrario. Denuncian el papado como una institución diabólica de los "romanistas"; tachan al Papa de anticristo. Pero ¡qué bien le haría a algunas de las denominaciones protestantes tradicionales contar con una autoridad central que reprimiera a aquellos entre sus ministros que enseñan que Jesús no resucitó realmente, que la resurección fue sólo una experiencia espiritual interna de sus discípulos; o que dicen que el nacimiento virginal de Jesús es una leyenda piadosa; o que bendicen el matrimonio de homosexuales!

Cuando un cura católico es acusado de pederasta ¿oran los protestantes por ese desdichado? Más bien dicen satisfechos: "Ya ven, el celibato es una trampa diabólica y ahí tienen las consecuencias." Se olvidan de que Jesús fue célibe y de que Pablo deseaba que todos fueran como él, que también lo era.

¿Qué es lo que nos falta, puesto que obramos y sentimos de esta manera? Amor en Cristo. Si lo tuviéramos no actuaríamos así. Olvidamos que somos el cuerpo de Cristo y que no nos pertenecemos.

"El pan que partimos ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno el pan, nosotros, con ser muchos somos un cuerpo, pues todos participamos de aquel mismo pan." (1Cor 10:16,17).

Cuando dice que "uno es el pan", no habla sólo del sacramento. Participar de un solo cuerpo es creer en el mismo Jesús, en el mismo evangelio. Los miembros de un cuerpo, de una familia, no se pelean, o, al menos, no debieran.

Jesús dijo: "Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae." (Lc 11:17).

Mientras los cristianos se pelean entre sí el espíritu secularista de incredulidad, de humanismo pagano, de inmoralidad, avanza y gana cada día más adeptos. Desde los tiempos de la Reforma la incredulidad en el mundo occidental ha estado ganando terreno. El propìo Lutero, al final de su vida, se lamentaba de cuánto había caído la vida religiosa en su país desde que se cerraron los conventos y los curas fueron expulsados de sus parroquias, y no sabía como ponerle remedio a ese mal.

Si los cristianos estuvieran unidos no sería así. La división de la Iglesia fomenta la incredulidad. Los ateos y agnósticos se preguntan burlones: "Unos y otros afirman ser la iglesia verdadera y denuncian a la ajena, pero ¿cuál de ellas lo es? ¿No serán más bien todas ellas tan falsas como se acusan mutuamente de serlo?"

Si Cristo ama al protestante que le es fiel, ¿cómo puedo yo católico no amarlo? Si Cristo ama al católico que lo es en verdad, ¿como puedo yo protestante rechazarlo?

Aquí sería pertinente recordar lo que escribe San Juan en su primera epístola acerca del amor entre hermanos.

"...si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado." (1:7) Si no tenemos comunión con otros cristianos es evidente que no andamos en luz, o que nuestra luz se halla oscurecida.

"Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano permanece en muerte." (3:14) ¿Podemos llamar amor al odio, o, por lo menos, a la antipatía cerril que muchos cristianos sienten por cristianos de otras iglesias? Tratamos de justificar nuestra antipatía diciendo que ellos no tienen la verdad plena o que han distorsionado el Evangelio, pero aun si esto fuera cierto, ¿no deberíamos, por lo mismo, amarlos más a causa de la debilidad de su fe?

"Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en Él." (3:15). De hecho, en el pasado católicos y protestantes se asesinaron mutuamente, esto es, fueron homicidas en la práctica y no sólo figuradamente. Si en nuestros días el tono de los enfrentamientos ha cambiado, la crudeza de los sentimientos encontrados permanece igual.

"En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos." (3:16).

¿Porque no hacemos lo que nos exhorta Pablo? "Con toda humildad y mansedumbre soportándonos". (Ef 4:2) ¡Cuán lejos estamos de ser humildes y mansos en nuestro trato mutuo! "Soportándonos". Pero no nos soportamos unos a otros. En realidad, no nos tragamos, si se me permite la expresión, pero ella expresa muy bien el sentimiento corriente.

"Un Señor" (Ef 4:5). Uno es aquel a quien obedecemos, uno es aquel a quien servimos. Los escuadrones en la batalla ¿podrían ganarla si, obedeciendo a un mismo jefe, se combatieran entre ellos en lugar de luchar juntos contra el enemigo?

"Una fe" Fue un mismo Cristo el que nos salvó, no fueron Cristos diferentes. Ni fueron cruces diferentes en las que fue clavado Jesús, sino una sola cruz y una sola pasión. No murió una vez Jesús por los protestantes y otra por los católicos, sino una sola vez fue clavado por ambos.

A la vista de la cruz ¿se pelearían las mujeres que le acompañaron en el Calvario? Cristo está siendo crucificado diariamente por los pecados del mundo, ¿cómo podemos pelearnos a los pies de su cruz?

"Un bautismo". Uno solo es nuestro bautismo, porque nos bautizamos en un solo nombre. Al ser bautizados lo hemos sido en un solo cuerpo. ¿No acepta acaso la Iglesia Católica el bautismo protestante? Y la mayoría de las iglesias surgidas de la Reforma ¿no aceptan acaso el bautismo católico? Sólo las que siguen la doctrina anabaptista rechazan el bautismo administrado a los niños, sea por católicos o por protestantes.

"Un Dios y Padre de todos". ¿Qué dirá Dios de nosotros? "¡Niños! ¡No se peleen!" Eso somos, unos niños cuando nos peleamos. ¿Qué pensará nuestro Padre en el cielo? "Estos chicos ¿cuándo crecerán?" Los padres humanos sufren cuando sus hijos se pelean ¡Cómo le doldrá a Dios su corazón de padre al ver los estragos que hace la división entre nosotros!

Si somos un solo cuerpo y tenemos metas comunes ¿porqué no oramos juntos por ellas? Dejamos que el enemigo avance y gane posiciones, pero no nos ponemos de acuerdo para hacerle frente juntos. Al contrario, católicos y protestantes se miran como rivales en la tarea de la evangelización. Para muchos evangélicos tratar que alguien se convierta a Cristo es sinónimo de convencerlo de que deje ser católico. ¿Qué pensaría Pablo de esto?

El, que echaba en cara a los corintios de proclamar: "Yo ciertamente soy de Pablo...Yo soy de Apolos" (1Cor3:4), ¿qué diría de los cristianos que dicen: "Yo soy católico", o "yo soy presbiteriano", "yo soy ortodoxo", "yo soy de Calvino", "yo soy de Lutero", "yo soy pentecostal", etc., etc.? ¿Acaso ha muerto el Papa, o Lutero, o Calvino por nosotros? ¿Acaso hemos sido bautizados en el nombre de alguno de ellos?

La verdad es que el espíritu del mundo se está robando al pueblo cristiano, no los evangélicos al pueblo católico. Porque ¿quiénes son los que se hacen protestantes? ¿Acaso lo buenos católicos, los practicantes sinceros? No, eso ocurre en muy pequeña escala.

Se hacen evangélicos los católicos que han dejado en verdad de serlo, que se han alejado de Dios, que ni siquiera van a misa, o lo hacen solamente por algún compromiso familiar; los que viven en pecado y a los que la Iglesia Católica no va a buscar ni hace nada por convertirlos.

¿Qué es mejor: un mal católico que engaña a su mujer y abandona a sus hijos y va camino al infierno, o un buen evangélico que cumple con su familia y ha entrado por el camino que lo llevará al cielo? ¿Preferiremos que siga siendo un adúltero y un borracho, aunque católico, a que sea un marido fiel, pero evangélico?

¿Dejaremos que los malos católicos se condenen con tal de que no se hagan evangélicos? Si los católicos no pudieron convertirlos felicítense de que los evangélicos lo hagan. La verdad es que los ex-católicos que llenan las iglesias evangélicas suelen ser cristianos ejemplares. Ciertamente la Iglesia Católica debería alegrarse y agradecer a sus "hermanos separados" por realizar la tarea que ella no supo hacer. Pero si el nuevo convertido, lleno de celo apostólico, trata de compartir la fe que ha encontrado con sus amigos y parientes, no se le felicita sino se le acusa de proselitista.

Jesús dijo que los ángeles harían fiesta en el cielo por cada hombre que se convierte. ¿Haremos luto en la tierra y nos lamentaremos porque se volvieron a Dios fuera del catolicismo, cuando arriba se alegran?

Eso sería como si un médico se quejara de que su paciente haya sanado, pero no por su receta, sino por el tratamiento que recibió de otro facultativo.

La Iglesia Católica se alarma por el 7% de evangélicos que arroja el último censo peruano, aproximadamente el doble de lo que mostraba el anterior censo. Pero no toma en cuenta que el porcentaje de bautizados que se han vuelto paganos en la práctica es mucho mayor, quizá un 60% o un 70%. ¿Qué representa ese 7% contra un 70%? Dirán que el porcentaje que atribuyo a los bautizados paganizados es exagerado. Pero sería igualmente grave si fuera sólo un 50%.

¿Dónde está pues la brecha que es urgente tapar? ¿Por qué lado se escapa el pueblo? ¿No será mejor acudir a tapar la brecha mayor y darle menos importancia a la más pequeña?

¿Y qué diremos de las discrepancias teológicas? Muchas veces éstas surgen más del diferente sentido que damos a las palabras que de la esencia de los conceptos. Previendo el daño que hacen las discusiones ociosas Pablo escribió: "Recuérdales estas cosas, conjurándoles delante del Señor que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha sino que es para perdición de los oyentes." (2Tim 2:14).

Cuando lleguemos al cielo y veamos a Dios "cara a cara" ¿nos aferraremos los cristianos de diferentes escuelas a nuestras doctrinas particulares, prefiriendo ver "oscuramente como por un espejo", tal como vemos ahora, a la luz perfecta que iluminará entonces nuestras mentes? (1Cor 13:10,12). Pablo añade "ahora conozco en parte, pero entonces conoceré tan cabalmente como soy conocido." Cuando llegue ese momento nuestras doctrinas -lo que es en parte, y, por ende, nos separa- quedarán en desuso. Es muy sintomático que Pablo hable acerca de estas cosas en el capítulo que dedica al "camino más excelente" (12:31), esto es, al amor. Porque el motivo por el cual oponemos nuestro conocimiento en parte, al conocimiento en parte del hermano, es la falta de amor.

No me extrañaría que algunos en la gloria, al ver a un cristiano de distinta confesión, quieran enmendarle la plana a Dios, e increparle: "¿Cómo has podido dejar entrar al cielo a este católico supersticioso e idólatra? Te has equivocado, Señor". Y a otros decirle "¿Cómo has admitido aquí a este sectario protestante? Se ha colado de contrabando."

Yo me pregunto: ¿en qué quedarán entonces nuestras divisiones y nuestros anatemas recíprocos? ¡Qué vergüenza sentiremos cuando veamos cerca del trono de Dios a uno a quien estimábamos indigno del nombre de cristiano! Entonces nos acordaremos de las palabras de Jesús "los primeros serán los últimos y los últimos, los primeros". ¡Cuántos que considerábamos últimos nos precederán en el reino de los cielos!

Jesús dijo que el Padre siempre escuchaba sus oraciones -en el sentido de atender sus pedidos. Pero hay una petición de Jesús que el Padre no ha escuchado y no le ha concedido. La oración que pronunció camino al huerto de los Olivos cuando dijo: "...para que todos sean uno; como tú oh Padre, en mí y yo en tí, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste." (Juan 17:21).

¿Por qué no la ha escuchado? A causa del pecado del hombre. Nuestro orgullo, nuestros celos, nuestras rivalidades han frustrado el propósito de Dios para su Iglesia y han frenado la expansión del Evangelio. Debemos en verdad todos pedirle perdón por ello.

Si Jesús oró por la unidad de sus discípulos, esto es, de los cristianos, ¿no deberíamos nosotros, olvidando nuestras divisiones, nuestras desconfianzas mutuas y nuestros rencores, nuestras rivalidades y nuestros celos, orar juntos por que esa oración de Jesús, que es la voluntad del Padre, se cumpla en nosotros?

Se cuenta que una vez el evangelista Dwight Moody, viendo que las reuniones para niños que él organizaba en un barrio de Chicago, eran perturbadas por activistas católicos, fue a visitar al obispo de la localidad. Después de que monseñor le hubiera expresado su pesar de que un hombre de su calidad no perteneciera a la iglesia verdadera, Moody le preguntó si eso sería inconveniente para que oraran juntos, a lo que el obispo constestó naturalmente que no. Se arrodillaron pues los dos y oraron un momento y luego se despidieron cordialmente. A partir de entonces las reuniones de Moody no volvieron a ser interrumpidas.

¡Qué bueno fuera que los párrocos católicos y los pastores evangélicos de un mismo barrio se visitaran mutuamente para conocerse y orar juntos por sus ministerios y necesidades! Y mejor aún, ¡para pedirse perdón mutuamente! ¡Qué bendiciones no fluirían a sus ministerios si la palabra "perdóname" saliera de sus corazones y de sus bocas. Las puertas del infierno temblarían si eso ocurriera, si unos y otros olvidaran por un momento todo lo que los separa y pensaran sólo en lo que los une.

Yo exhorto a todos los ministros del Evangelio, protestantes y católicos, especialmente a aquellos sacerdotes que con más encono han denunciado el proselitismo de las sectas, y a aquellos pastores pertenecientes a las denominaciones más opuestas al "romanismo", que visiten al ministro de la iglesia cercana que más desprecien para conocerlo y pedirle que le conceda el privilegio de orar por sus necesidades más apremiantes. ¡Cuánto podrían aprender uno de otro!

Hacer lo que sugiero es cumplir la voluntad de Dios y dar gloria a Jesucristo, que murió por unos y otros y no hace acepción de personas. ¡Cuántos muros de incomprensión no caerían! ¡Qué testimonio no se daría ante los incrédulos! Jesús dijo "para que el mundo crea que tu me enviaste", dándonos a entender claramente que la principal razón por la cual el mundo no cree es la desunión de los cristianos.

Sería también muy bueno que los miembros de la jerarquía católica y los líderes del Concilio Nacional Evangélico, se reunieran para lavarse mutuamente los pies, como hizo Jesús con sus discípulos como ejemplo, para que nosotros también lo hiciéramos. No en una ceremonia pública, sino en privado, aunque después se informara lo ocurrido. Si eso hicieran darían a los miembros de distintas congregaciones un ejemplo de cómo deben amarse mutuamente, en lugar de mirarse con desconfianza u odiarse.
 
Re: LA UNIDAD DE LA IGLESIA

por José Belaunde


La Iglesia ha conocido las divisiones y los conflictos desde el comienzo de su historia. El primer conflicto, entre Pablo y los judaizantes ha dejado su huella en la epístola a los Gálatas y en el Libro de los Hechos.
Pablo lo que hizo fue desautorizar a Pedro, y en el fondo fue él quien creó al cristianismo. Reingresando nuevamente muchas de las cosas, que Jesús había condenado y desechado
Ver:
http://www.theologe.de/pablo.htm

Luego siguió la ola de las herejías que desgarraron al cuerpo de Cristo pero que tuvieron como beneficio colateral el que las polémicas forzaran a la naciente Iglesia a definir su fe con precisión. De este esfuerzo colegiado y frecuentemente polémico surgieron los dogmas y los credos sucesivos, que formulan la esencia del contenido de la fe.
¿Qué son las herejías? Son ideas que no van de acuerdo a lo que otras personas piensan. Normalmente se les herejes a las personas que piensan en forma distinta de otro grupo.
Los dogmas y las confesiones de fe en su mayor parte, si no, en su totalidad, están totalmente en contra de lo que originalmente habría enseñado Jesús


La más grave y persistente de las herejías fue la de Arrio que afectaba a la médula misma del Cristianismo: la fe en la divinidad de Jesucristo, que Arrio negaba. Pero antes de que Constantino diera libertad a la religión de Cristo y la protegiera, el esfuerzo por defenderse de un mundo hostil mantuvo a la Iglesia unida. Las cismas de Montano y de Donato en el II y III siglo, anteriores a 313, fueron relativamente marginales.
Arios obispo de Alejandría, en el concilio de Constantinopla, siglo 4 de nuestra era, e4ra de la opinión que Jesús no era igual a su padre si no inferior a este, mientras que sus sucesor, Atanasio era de la idea de la igualdad entre ambos. Esta divergencia causó un gran conflicto de lo cual salió victorioso Atanasio quién impuso su idea a la fuerza, con la ayuda de un grupo de monjes matones. A Constantino no le interesaba quien tuviese la razón; él apoyó al número mayoritario por conveniencia política, y fue éste quién finalmente estableció la trinidad como dogma. Esto fue en el año 381 y algunos años después comenzaron las primeras persecuciones contra los tal llamados “herejes” en este caso los arrianos, donde fueron asesinados unas 450 personas.

Pero una vez que la Iglesia se afirmó y ganó en poder e influencia, las tensiones internas comenzaron a manifestarse con más vigor. Así se separaron los nestorianos, que afirmaban la existencia en el Hijo de Dios encarnado de dos personas simultáneas, la humana y la divina, y, por tanto negaban que se pudiera propiamente aplicar a su madre el título de Madre de Dios; y la monofisita, que afirmaba el lado divino en Jesús a expensas del humano. Del cisma causado por los seguidores de Nestorio surgió una iglesia de gran aliento misionero, que se extendió hasta la China y todavía sobrevive en la India e Irak. Del segundo surgieron la iglesia copta y otras en el Cercano Oriente, que se mantienen en su mayoría separadas tanto de Constantinopla como de Roma.
La disputa por el poder, en especial en la iglesia católica sigue hasta la actualidad. Donde en el vaticano existen trs grupos, los fundamentalistas, el Opus Dei, y los simpatizantes de la logia masónica P2.

Mucho mayor gravedad asumió el cisma de Oriente que separó a Bizancio de Roma. Se consumó en 1054, pero había venido gestándose desde siglos antes. Si bien la causa formal fue la discrepancia acerca de la procedencia del Espíritu Santo (la frase "filio que", "y del Hijo" agregada por la Iglesia latina al Credo) la verdadera causa debe buscarse en la vieja rivalidad entre las dos sedes: Roma y Constantinopla, y la antipatía mutua que sentían griegos y latinos.
El poder que adquirió la iglesia, por el apoyo que recibió de parte de los emperadores romanos, se transformó en una disputa casi a muerte

Este cisma fue precedido por uno de los períodos más negros de la Iglesia Católica, el llamado período de hierro, durante el cual las principales familias romanas se disputaban la mitra papal a sangre y soborno, y tronaba en Roma la inescrupulosa Marozia. Esos lamentables episodios nos dejan ver como la división en el pueblo de Dios es siempre castigo por el pecado. Así ocurrió en Israel después de Salomón y así ha ocurrido a lo largo de los siglos.

Lo mismo puede decirse de la Reforma protestante, que desgarró al Occidente en el siglo XVI. Puede afirmarse que después de la floración de las órdenes mendicantes en el silo XIII, a partir del siglo siguiente una corrupción creciente se apoderó de la Iglesia Católica. El cautiverio babilónico del papado en Avignon, el cisma de occidente que siguió al retorno del Papa a Roma, y en el que llegó a haber hasta tres sumos pontífices al mismo tiempo; la mundanidad de la curia, el nepotismo, la relajación de las costumbres en el clero, etc., etc. todo ello forma un cuadro cuyos colores más sombríos han sido descritos por historiadores, no sólo protestantes, sino sobre todo católicos.

Mientras tanto Roma hacía oídos sordos al clamor de reforma que surgía de toda la cristiandad. Contra este telón de fondo el creciente nacionalismo alemán y el descontento por la expoliación económica que sufría el pueblo alemán, crearon el clima que permitió que la denuncia inicial de Lutero contra las indulgencias, bastante ortodoxa por cierto, encontrara una resonancia inesperada y desatara una polémica. El nunca tuvo el propósito de crear una división en la iglesia, pero las pasiones y la política -la oposición de los príncipes alemanes al emperador- hicieron que en poco tiempo el rompimiento fuera inevitable.

¡Cuánto sufrimiento no causó éste, el más feroz de los cismas! Durante más de 100 años Europa fue desgarrada por guerras religiosas y persecuciones que desvastaron comarcas enteras. Que esas batallas fraticidas se libraran en nombre de la cruz de Cristo es el más grande de los escándalos. Pero el fuego de los odios recíprocos no se ha apagado todavía. Antes bien, se ha coloreado de antipatías nacionales y raciales, y aún sigue cobrando víctimas.
Si no hubiese habido religiones entonces todo esto no hubiera sucedido. Ya que las religiones sólo trajeron muerte, guerras, odios, fanatismos, etc. a la humanidad.

Pero en realidad, el fondo común de ésta y de todas las divisiones que ha sufrido la Iglesia es el orgullo. Cada lado que se separa afirma tener la verdad de su parte, la auténtica interpretación, el verdadero conocimiento. Sin embargo, sabemos que "el conocimiento envanece y el amor edifica." Si hubiera primado el amor sobre el orgullo todas esas divisiones no habrían surgido o se habrían mantenido dentro de límites menores. Si ahora mismo primara el amor sobre el orgullo, esas divisiones ya habrían sido sanadas. Pero el orgullo es un capataz muy cruel y no suelta a su presa tan fácilmente.
Esto en la actualidad sigue igual.

¿Qué es lo que nos dice la Escritura acerca de todo esto? Hay un pasaje en Efesios en el que Espíritu Santo nos habla de la manera más clara posible acerca de la unidad de la Iglesia. Vamos a leerlo en oración y a revisarlo en detalle.

1. Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,

2. con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,

3. solícitos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz;

4. un cuerpo y un espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;

5. un Señor, una fe, un bautismo,

6. un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos. (4:1-6).

En el vers. 3 Pablo dice:"solícitos", esto es, siendo diligentes, esforzándonos, poniendo todo nuestro empeño en ello. ¿Qué es ello? "Guardar la unidad del Espíritu". Parece una ironía, porque muchos ponen todo su empeño precisamente en lo contrario. ¡Con tal de que no se les confunda con "ésos" que se dicen cristianos!

Podemos diferir en algunos puntos de doctrina, de interpretación de las Escrituras, o de nuestras prácticas, pero si somos de verdad cristianos pertenecemos a un mismo Espíritu. No hay dos o tres.

La unidad del Espíritu debe ser guardada "en el vínculo de la paz". Esto es, trataremos de mantener la paz entre nosotros, de no pelearnos, no criticarnos ni hacer alusiones ofensivas unos de otros. Ponemos la unidad del Espíritu por encima de lo que nos diferencia. Afirmamos lo que tenemos de común, no lo que nos separa.

¿No es eso lo que Jesús espera de nosotros? Pero generalmente hacemos lo contrario. Subrayamos nuestras discrepancias y, de paso, por supuesto, enfatizamos nuestra superioridad.

Y San Pablo continúa en el vers. 4: Hay un solo cuerpo, es solo uno. Todos los que tienen la fe de Jesús (Hijo de Dios y Dios verdadero, que murió por nosotros), y por ella han recibido su Espíritu, forman un solo cuerpo y tienen una sola cabeza.

Los miembros del cuerpo no se pelean entre sí; la cabeza no desprecia a los pies, ni los pies a la cabeza; no prescinden uno del otro, no se excluyen desdeñosamente. ¿Qué ocurriría si mi cabeza quisiera desplazarse sin el concurso de mis pies? ¿O si mis manos quisieran atrapar un objeto sin la colaboración de mis ojos?

En su primera epístola a los corintios San Pablo escribió: "Que no ha haya desaveniencias en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan." (10:25). ¡Cómo estas palabras nos acusan! Suele decirse que las Escrituras son un espejo en que deberíamos vernos y ¿cómo nos vemos? ¿Nos preocupamos realmente unos por los otros? ¿Nos dolemos si alguno padece? A veces dentro de una misma iglesia nos criticamos unos a otros como si fuéramos enemigos, en lugar de alegrarnos por nuestras cualidades. ¿Y qué decir de los que pertenecen a distintas iglesias?

¿Se alegran acaso los católicos de la vitalidad de las comunidades evangélicas que están creciendo rápidamente? Todo lo contrario, se alarman y denuncian "la infiltración de las sectas." Incluso atribuyen su expansión a tejemanejes de la CIA.

Si un televangelista protestante famoso se ve envuelto en un escándalo ¿sienten los católicos pena por él? ¿Oran acaso por él? Al contrario, se alegran, levantan el dedo acusador y dicen: Ya ven, son todos unos hipócritas que sólo buscan enriquecerse.

¿Se alegran los protestantes de que la Iglesia Católica cuente con la autoridad central del Papa, que garantiza su unidad y la coherencia de su doctrina? Todo lo contrario. Denuncian el papado como una institución diabólica de los "romanistas"; tachan al Papa de anticristo. Pero ¡qué bien le haría a algunas de las denominaciones protestantes tradicionales contar con una autoridad central que reprimiera a aquellos entre sus ministros que enseñan que Jesús no resucitó realmente, que la resurección fue sólo una experiencia espiritual interna de sus discípulos; o que dicen que el nacimiento virginal de Jesús es una leyenda piadosa; o que bendicen el matrimonio de homosexuales!
Los luteranos en la actualidad, lo que más desean es ser reconocido como una “verdadera Religión” y mediante el ecumenismo se sentirían feliz poder reconocer al papa también como la autoridad superior de su iglesia.

Cuando un cura católico es acusado de pederasta ¿oran los protestantes por ese desdichado? Más bien dicen satisfechos: "Ya ven, el celibato es una trampa diabólica y ahí tienen las consecuencias." Se olvidan de que Jesús fue célibe y de que Pablo deseaba que todos fueran como él, que también lo era.

¿Qué es lo que nos falta, puesto que obramos y sentimos de esta manera? Amor en Cristo. Si lo tuviéramos no actuaríamos así. Olvidamos que somos el cuerpo de Cristo y que no nos pertenecemos.

"El pan que partimos ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno el pan, nosotros, con ser muchos somos un cuerpo, pues todos participamos de aquel mismo pan." (1Cor 10:16,17).

Cuando dice que "uno es el pan", no habla sólo del sacramento. Participar de un solo cuerpo es creer en el mismo Jesús, en el mismo evangelio. Los miembros de un cuerpo, de una familia, no se pelean, o, al menos, no debieran.

Jesús dijo: "Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae." (Lc 11:17).

Mientras los cristianos se pelean entre sí el espíritu secularista de incredulidad, de humanismo pagano, de inmoralidad, avanza y gana cada día más adeptos.
Aquí también se desea desacreditar a los distinto pensantes, tratando a una gran mayoría que somos ateos de inmorales. Hay tanto ateos como religiosos inmorales. Aquí aparece la hipocresía religiosa. “Yo soy una persona oral, porque soy cristiano”.

Desde los tiempos de la Reforma la incredulidad en el mundo occidental ha estado ganando terreno. El propìo Lutero, al final de su vida, se lamentaba de cuánto había caído la vida religiosa en su país desde que se cerraron los conventos y los curas fueron expulsados de sus parroquias, y no sabía como ponerle remedio a ese mal.
Las personas que piensan y usan su capacidad de razonamiento, ya no son tan fáciles de convencer y hacerles creer cosas totalmente absurdas. Muchos, la mayoría ya no seguimos el principio ¡Credo, quia absurdum! Creo, porque es absurdo.

Si los cristianos estuvieran unidos no sería así. La división de la Iglesia fomenta la incredulidad. Los ateos y agnósticos se preguntan burlones: "Unos y otros afirman ser la iglesia verdadera y denuncian a la ajena, pero ¿cuál de ellas lo es? ¿No serán más bien todas ellas tan falsas como se acusan mutuamente de serlo?"
Si, en esto hay algo de cierto

Si Cristo ama al protestante que le es fiel, ¿cómo puedo yo católico no amarlo? Si Cristo ama al católico que lo es en verdad, ¿como puedo yo protestante rechazarlo?

Aquí sería pertinente recordar lo que escribe San Juan en su primera epístola acerca del amor entre hermanos.

"...si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado." (1:7) Si no tenemos comunión con otros cristianos es evidente que no andamos en luz, o que nuestra luz se halla oscurecida.

"Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano permanece en muerte." (3:14) ¿Podemos llamar amor al odio, o, por lo menos, a la antipatía cerril que muchos cristianos sienten por cristianos de otras iglesias? Tratamos de justificar nuestra antipatía diciendo que ellos no tienen la verdad plena o que han distorsionado el Evangelio, pero aun si esto fuera cierto, ¿no deberíamos, por lo mismo, amarlos más a causa de la debilidad de su fe?

"Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en Él." (3:15). De hecho, en el pasado católicos y protestantes se asesinaron mutuamente, esto es, fueron homicidas en la práctica y no sólo figuradamente. Si en nuestros días el tono de los enfrentamientos ha cambiado, la crudeza de los sentimientos encontrados permanece igual.

"En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos." (3:16).

¿Porque no hacemos lo que nos exhorta Pablo? "Con toda humildad y mansedumbre soportándonos". (Ef 4:2) ¡Cuán lejos estamos de ser humildes y mansos en nuestro trato mutuo! "Soportándonos". Pero no nos soportamos unos a otros. En realidad, no nos tragamos, si se me permite la expresión, pero ella expresa muy bien el sentimiento corriente.

"Un Señor" (Ef 4:5). Uno es aquel a quien obedecemos, uno es aquel a quien servimos. Los escuadrones en la batalla ¿podrían ganarla si, obedeciendo a un mismo jefe, se combatieran entre ellos en lugar de luchar juntos contra el enemigo?

"Una fe" Fue un mismo Cristo el que nos salvó, no fueron Cristos diferentes. Ni fueron cruces diferentes en las que fue clavado Jesús, sino una sola cruz y una sola pasión. No murió una vez Jesús por los protestantes y otra por los católicos, sino una sola vez fue clavado por ambos.

A la vista de la cruz ¿se pelearían las mujeres que le acompañaron en el Calvario? Cristo está siendo crucificado diariamente por los pecados del mundo, ¿cómo podemos pelearnos a los pies de su cruz?

"Un bautismo". Uno solo es nuestro bautismo, porque nos bautizamos en un solo nombre. Al ser bautizados lo hemos sido en un solo cuerpo. ¿No acepta acaso la Iglesia Católica el bautismo protestante? Y la mayoría de las iglesias surgidas de la Reforma ¿no aceptan acaso el bautismo católico? Sólo las que siguen la doctrina anabaptista rechazan el bautismo administrado a los niños, sea por católicos o por protestantes.

"Un Dios y Padre de todos". ¿Qué dirá Dios de nosotros? "¡Niños! ¡No se peleen!" Eso somos, unos niños cuando nos peleamos. ¿Qué pensará nuestro Padre en el cielo? "Estos chicos ¿cuándo crecerán?" Los padres humanos sufren cuando sus hijos se pelean ¡Cómo le doldrá a Dios su corazón de padre al ver los estragos que hace la división entre nosotros!
Aquí cabe perfectamente lo que escribió una vez Erich Fromm:
Ya que dios es el padre, yo soy el niño. Y aún no me he liberado del deseo piadoso (religioso) de obtener la sabiduría y el poder total; aún no he alcanzado aquella objetividad, para reconocer mis límites como ser humano, mis desconocimientos y mi desamparo. Como un niño sigo afirmando aque debe existir un padre , que me ayuda, que me cuida y me castiga – o sea, un padre quien me ama, cuando le obedezco; que se siente alagado, cuando lo alabo y que se encoleriza, cuando le soy desobediente. Evidentemente la mayoría de las personas, en su desarrollo personal aún no han superado este estado infantil, y de acuerdo a esto, la creencia en Dios, en la mayoría de las personas, es la creencia en un padre auxiliador – una ilusión infantil. A pesar del hecho, que este concepto de la religión ha sido superado por unos pocos maestros de la humanidad y de una minoría de seres humanos, sigue siendo la forma predominante de la fe religiosa. Erich Fromm (El Arte de Amar)

Si somos un solo cuerpo y tenemos metas comunes ¿porqué no oramos juntos por ellas? Dejamos que el enemigo avance y gane posiciones, pero no nos ponemos de acuerdo para hacerle frente juntos. Al contrario, católicos y protestantes se miran como rivales en la tarea de la evangelización. Para muchos evangélicos tratar que alguien se convierta a Cristo es sinónimo de convencerlo de que deje ser católico. ¿Qué pensaría Pablo de esto?

El, que echaba en cara a los corintios de proclamar: "Yo ciertamente soy de Pablo...Yo soy de Apolos" (1Cor3:4), ¿qué diría de los cristianos que dicen: "Yo soy católico", o "yo soy presbiteriano", "yo soy ortodoxo", "yo soy de Calvino", "yo soy de Lutero", "yo soy pentecostal", etc., etc.? ¿Acaso ha muerto el Papa, o Lutero, o Calvino por nosotros? ¿Acaso hemos sido bautizados en el nombre de alguno de ellos?

La verdad es que el espíritu del mundo se está robando al pueblo cristiano, no los evangélicos al pueblo católico. Porque ¿quiénes son los que se hacen protestantes? ¿Acaso lo buenos católicos, los practicantes sinceros? No, eso ocurre en muy pequeña escala.

Se hacen evangélicos los católicos que han dejado en verdad de serlo, que se han alejado de Dios, que ni siquiera van a misa, o lo hacen solamente por algún compromiso familiar; los que viven en pecado y a los que la Iglesia Católica no va a buscar ni hace nada por convertirlos.

¿Qué es mejor: un mal católico que engaña a su mujer y abandona a sus hijos y va camino al infierno, o un buen evangélico que cumple con su familia y ha entrado por el camino que lo llevará al cielo? ¿Preferiremos que siga siendo un adúltero y un borracho, aunque católico, a que sea un marido fiel, pero evangélico?

¿Dejaremos que los malos católicos se condenen con tal de que no se hagan evangélicos? Si los católicos no pudieron convertirlos felicítense de que los evangélicos lo hagan. La verdad es que los ex-católicos que llenan las iglesias evangélicas suelen ser cristianos ejemplares. Ciertamente la Iglesia Católica debería alegrarse y agradecer a sus "hermanos separados" por realizar la tarea que ella no supo hacer. Pero si el nuevo convertido, lleno de celo apostólico, trata de compartir la fe que ha encontrado con sus amigos y parientes, no se le felicita sino se le acusa de proselitista.

Jesús dijo que los ángeles harían fiesta en el cielo por cada hombre que se convierte. ¿Haremos luto en la tierra y nos lamentaremos porque se volvieron a Dios fuera del catolicismo, cuando arriba se alegran?

Eso sería como si un médico se quejara de que su paciente haya sanado, pero no por su receta, sino por el tratamiento que recibió de otro facultativo.

La Iglesia Católica se alarma por el 7% de evangélicos que arroja el último censo peruano, aproximadamente el doble de lo que mostraba el anterior censo. Pero no toma en cuenta que el porcentaje de bautizados que se han vuelto paganos en la práctica es mucho mayor, quizá un 60% o un 70%. ¿Qué representa ese 7% contra un 70%? Dirán que el porcentaje que atribuyo a los bautizados paganizados es exagerado. Pero sería igualmente grave si fuera sólo un 50%.
Los católicos practicantes no son más del 20-30 % de los que se declaran católicos. En el protestantísmo también se detecta una disminución de los practicantes. En general el cristianismo en la actualidad y a nivel mundial está en franca retirada.

¿Dónde está pues la brecha que es urgente tapar? ¿Por qué lado se escapa el pueblo? ¿No será mejor acudir a tapar la brecha mayor y darle menos importancia a la más pequeña?

¿Y qué diremos de las discrepancias teológicas? Muchas veces éstas surgen más del diferente sentido que damos a las palabras que de la esencia de los conceptos. Previendo el daño que hacen las discusiones ociosas Pablo escribió: "Recuérdales estas cosas, conjurándoles delante del Señor que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha sino que es para perdición de los oyentes." (2Tim 2:14).

Cuando lleguemos al cielo y veamos a Dios "cara a cara" ¿nos aferraremos los cristianos de diferentes escuelas a nuestras doctrinas particulares, prefiriendo ver "oscuramente como por un espejo", tal como vemos ahora, a la luz perfecta que iluminará entonces nuestras mentes? (1Cor 13:10,12). Pablo añade "ahora conozco en parte, pero entonces conoceré tan cabalmente como soy conocido." Cuando llegue ese momento nuestras doctrinas -lo que es en parte, y, por ende, nos separa- quedarán en desuso. Es muy sintomático que Pablo hable acerca de estas cosas en el capítulo que dedica al "camino más excelente" (12:31), esto es, al amor. Porque el motivo por el cual oponemos nuestro conocimiento en parte, al conocimiento en parte del hermano, es la falta de amor.

No me extrañaría que algunos en la gloria, al ver a un cristiano de distinta confesión, quieran enmendarle la plana a Dios, e increparle: "¿Cómo has podido dejar entrar al cielo a este católico supersticioso e idólatra? Te has equivocado, Señor". Y a otros decirle "¿Cómo has admitido aquí a este sectario protestante? Se ha colado de contrabando."

Yo me pregunto: ¿en qué quedarán entonces nuestras divisiones y nuestros anatemas recíprocos? ¡Qué vergüenza sentiremos cuando veamos cerca del trono de Dios a uno a quien estimábamos indigno del nombre de cristiano! Entonces nos acordaremos de las palabras de Jesús "los primeros serán los últimos y los últimos, los primeros". ¡Cuántos que considerábamos últimos nos precederán en el reino de los cielos!

Jesús dijo que el Padre siempre escuchaba sus oraciones -en el sentido de atender sus pedidos. Pero hay una petición de Jesús que el Padre no ha escuchado y no le ha concedido. La oración que pronunció camino al huerto de los Olivos cuando dijo: "...para que todos sean uno; como tú oh Padre, en mí y yo en tí, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste." (Juan 17:21).

¿Por qué no la ha escuchado? A causa del pecado del hombre. Nuestro orgullo, nuestros celos, nuestras rivalidades han frustrado el propósito de Dios para su Iglesia y han frenado la expansión del Evangelio. Debemos en verdad todos pedirle perdón por ello.

Si Jesús oró por la unidad de sus discípulos, esto es, de los cristianos, ¿no deberíamos nosotros, olvidando nuestras divisiones, nuestras desconfianzas mutuas y nuestros rencores, nuestras rivalidades y nuestros celos, orar juntos por que esa oración de Jesús, que es la voluntad del Padre, se cumpla en nosotros?

Se cuenta que una vez el evangelista Dwight Moody, viendo que las reuniones para niños que él organizaba en un barrio de Chicago, eran perturbadas por activistas católicos, fue a visitar al obispo de la localidad. Después de que monseñor le hubiera expresado su pesar de que un hombre de su calidad no perteneciera a la iglesia verdadera, Moody le preguntó si eso sería inconveniente para que oraran juntos, a lo que el obispo constestó naturalmente que no. Se arrodillaron pues los dos y oraron un momento y luego se despidieron cordialmente. A partir de entonces las reuniones de Moody no volvieron a ser interrumpidas.

¡Qué bueno fuera que los párrocos católicos y los pastores evangélicos de un mismo barrio se visitaran mutuamente para conocerse y orar juntos por sus ministerios y necesidades! Y mejor aún, ¡para pedirse perdón mutuamente! ¡Qué bendiciones no fluirían a sus ministerios si la palabra "perdóname" saliera de sus corazones y de sus bocas. Las puertas del infierno temblarían si eso ocurriera, si unos y otros olvidaran por un momento todo lo que los separa y pensaran sólo en lo que los une.

Yo exhorto a todos los ministros del Evangelio, protestantes y católicos, especialmente a aquellos sacerdotes que con más encono han denunciado el proselitismo de las sectas, y a aquellos pastores pertenecientes a las denominaciones más opuestas al "romanismo", que visiten al ministro de la iglesia cercana que más desprecien para conocerlo y pedirle que le conceda el privilegio de orar por sus necesidades más apremiantes. ¡Cuánto podrían aprender uno de otro!

Hacer lo que sugiero es cumplir la voluntad de Dios y dar gloria a Jesucristo, que murió por unos y otros y no hace acepción de personas. ¡Cuántos muros de incomprensión no caerían! ¡Qué testimonio no se daría ante los incrédulos! Jesús dijo "para que el mundo crea que tu me enviaste", dándonos a entender claramente que la principal razón por la cual el mundo no cree es la desunión de los cristianos.

Sería también muy bueno que los miembros de la jerarquía católica y los líderes del Concilio Nacional Evangélico, se reunieran para lavarse mutuamente los pies, como hizo Jesús con sus discípulos como ejemplo, para que nosotros también lo hiciéramos. No en una ceremonia pública, sino en privado, aunque después se informara lo ocurrido. Si eso hicieran darían a los miembros de distintas congregaciones un ejemplo de cómo deben amarse mutuamente, en lugar de mirarse con desconfianza u odiarse.

Ver los artículos en español en www.theologe.de
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Re: LA UNIDAD DE LA IGLESIA

Paz y Gracia!

Y a chuchita la bolsearon!

No estoy muy de acuerdo en todo eso.

Saludos


por José Belaunde


La Iglesia ha conocido las divisiones y los conflictos desde el comienzo de su historia. El primer conflicto, entre Pablo y los judaizantes ha dejado su huella en la epístola a los Gálatas y en el Libro de los Hechos.
Pablo lo que hizo fue desautorizar a Pedro, y en el fondo fue él quien creó al cristianismo. Reingresando nuevamente muchas de las cosas, que Jesús había condenado y desechado
Ver:
http://www.theologe.de/pablo.htm

Luego siguió la ola de las herejías que desgarraron al cuerpo de Cristo pero que tuvieron como beneficio colateral el que las polémicas forzaran a la naciente Iglesia a definir su fe con precisión. De este esfuerzo colegiado y frecuentemente polémico surgieron los dogmas y los credos sucesivos, que formulan la esencia del contenido de la fe.
¿Qué son las herejías? Son ideas que no van de acuerdo a lo que otras personas piensan. Normalmente se les herejes a las personas que piensan en forma distinta de otro grupo.
Los dogmas y las confesiones de fe en su mayor parte, si no, en su totalidad, están totalmente en contra de lo que originalmente habría enseñado Jesús


La más grave y persistente de las herejías fue la de Arrio que afectaba a la médula misma del Cristianismo: la fe en la divinidad de Jesucristo, que Arrio negaba. Pero antes de que Constantino diera libertad a la religión de Cristo y la protegiera, el esfuerzo por defenderse de un mundo hostil mantuvo a la Iglesia unida. Las cismas de Montano y de Donato en el II y III siglo, anteriores a 313, fueron relativamente marginales.
Arios obispo de Alejandría, en el concilio de Constantinopla, siglo 4 de nuestra era, e4ra de la opinión que Jesús no era igual a su padre si no inferior a este, mientras que sus sucesor, Atanasio era de la idea de la igualdad entre ambos. Esta divergencia causó un gran conflicto de lo cual salió victorioso Atanasio quién impuso su idea a la fuerza, con la ayuda de un grupo de monjes matones. A Constantino no le interesaba quien tuviese la razón; él apoyó al número mayoritario por conveniencia política, y fue éste quién finalmente estableció la trinidad como dogma. Esto fue en el año 381 y algunos años después comenzaron las primeras persecuciones contra los tal llamados “herejes” en este caso los arrianos, donde fueron asesinados unas 450 personas.

Pero una vez que la Iglesia se afirmó y ganó en poder e influencia, las tensiones internas comenzaron a manifestarse con más vigor. Así se separaron los nestorianos, que afirmaban la existencia en el Hijo de Dios encarnado de dos personas simultáneas, la humana y la divina, y, por tanto negaban que se pudiera propiamente aplicar a su madre el título de Madre de Dios; y la monofisita, que afirmaba el lado divino en Jesús a expensas del humano. Del cisma causado por los seguidores de Nestorio surgió una iglesia de gran aliento misionero, que se extendió hasta la China y todavía sobrevive en la India e Irak. Del segundo surgieron la iglesia copta y otras en el Cercano Oriente, que se mantienen en su mayoría separadas tanto de Constantinopla como de Roma.
La disputa por el poder, en especial en la iglesia católica sigue hasta la actualidad. Donde en el vaticano existen trs grupos, los fundamentalistas, el Opus Dei, y los simpatizantes de la logia masónica P2.

Mucho mayor gravedad asumió el cisma de Oriente que separó a Bizancio de Roma. Se consumó en 1054, pero había venido gestándose desde siglos antes. Si bien la causa formal fue la discrepancia acerca de la procedencia del Espíritu Santo (la frase "filio que", "y del Hijo" agregada por la Iglesia latina al Credo) la verdadera causa debe buscarse en la vieja rivalidad entre las dos sedes: Roma y Constantinopla, y la antipatía mutua que sentían griegos y latinos.
El poder que adquirió la iglesia, por el apoyo que recibió de parte de los emperadores romanos, se transformó en una disputa casi a muerte

Este cisma fue precedido por uno de los períodos más negros de la Iglesia Católica, el llamado período de hierro, durante el cual las principales familias romanas se disputaban la mitra papal a sangre y soborno, y tronaba en Roma la inescrupulosa Marozia. Esos lamentables episodios nos dejan ver como la división en el pueblo de Dios es siempre castigo por el pecado. Así ocurrió en Israel después de Salomón y así ha ocurrido a lo largo de los siglos.

Lo mismo puede decirse de la Reforma protestante, que desgarró al Occidente en el siglo XVI. Puede afirmarse que después de la floración de las órdenes mendicantes en el silo XIII, a partir del siglo siguiente una corrupción creciente se apoderó de la Iglesia Católica. El cautiverio babilónico del papado en Avignon, el cisma de occidente que siguió al retorno del Papa a Roma, y en el que llegó a haber hasta tres sumos pontífices al mismo tiempo; la mundanidad de la curia, el nepotismo, la relajación de las costumbres en el clero, etc., etc. todo ello forma un cuadro cuyos colores más sombríos han sido descritos por historiadores, no sólo protestantes, sino sobre todo católicos.

Mientras tanto Roma hacía oídos sordos al clamor de reforma que surgía de toda la cristiandad. Contra este telón de fondo el creciente nacionalismo alemán y el descontento por la expoliación económica que sufría el pueblo alemán, crearon el clima que permitió que la denuncia inicial de Lutero contra las indulgencias, bastante ortodoxa por cierto, encontrara una resonancia inesperada y desatara una polémica. El nunca tuvo el propósito de crear una división en la iglesia, pero las pasiones y la política -la oposición de los príncipes alemanes al emperador- hicieron que en poco tiempo el rompimiento fuera inevitable.

¡Cuánto sufrimiento no causó éste, el más feroz de los cismas! Durante más de 100 años Europa fue desgarrada por guerras religiosas y persecuciones que desvastaron comarcas enteras. Que esas batallas fraticidas se libraran en nombre de la cruz de Cristo es el más grande de los escándalos. Pero el fuego de los odios recíprocos no se ha apagado todavía. Antes bien, se ha coloreado de antipatías nacionales y raciales, y aún sigue cobrando víctimas.
Si no hubiese habido religiones entonces todo esto no hubiera sucedido. Ya que las religiones sólo trajeron muerte, guerras, odios, fanatismos, etc. a la humanidad.

Pero en realidad, el fondo común de ésta y de todas las divisiones que ha sufrido la Iglesia es el orgullo. Cada lado que se separa afirma tener la verdad de su parte, la auténtica interpretación, el verdadero conocimiento. Sin embargo, sabemos que "el conocimiento envanece y el amor edifica." Si hubiera primado el amor sobre el orgullo todas esas divisiones no habrían surgido o se habrían mantenido dentro de límites menores. Si ahora mismo primara el amor sobre el orgullo, esas divisiones ya habrían sido sanadas. Pero el orgullo es un capataz muy cruel y no suelta a su presa tan fácilmente.
Esto en la actualidad sigue igual.

¿Qué es lo que nos dice la Escritura acerca de todo esto? Hay un pasaje en Efesios en el que Espíritu Santo nos habla de la manera más clara posible acerca de la unidad de la Iglesia. Vamos a leerlo en oración y a revisarlo en detalle.

1. Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,

2. con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,

3. solícitos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz;

4. un cuerpo y un espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;

5. un Señor, una fe, un bautismo,

6. un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos. (4:1-6).

En el vers. 3 Pablo dice:"solícitos", esto es, siendo diligentes, esforzándonos, poniendo todo nuestro empeño en ello. ¿Qué es ello? "Guardar la unidad del Espíritu". Parece una ironía, porque muchos ponen todo su empeño precisamente en lo contrario. ¡Con tal de que no se les confunda con "ésos" que se dicen cristianos!

Podemos diferir en algunos puntos de doctrina, de interpretación de las Escrituras, o de nuestras prácticas, pero si somos de verdad cristianos pertenecemos a un mismo Espíritu. No hay dos o tres.

La unidad del Espíritu debe ser guardada "en el vínculo de la paz". Esto es, trataremos de mantener la paz entre nosotros, de no pelearnos, no criticarnos ni hacer alusiones ofensivas unos de otros. Ponemos la unidad del Espíritu por encima de lo que nos diferencia. Afirmamos lo que tenemos de común, no lo que nos separa.

¿No es eso lo que Jesús espera de nosotros? Pero generalmente hacemos lo contrario. Subrayamos nuestras discrepancias y, de paso, por supuesto, enfatizamos nuestra superioridad.

Y San Pablo continúa en el vers. 4: Hay un solo cuerpo, es solo uno. Todos los que tienen la fe de Jesús (Hijo de Dios y Dios verdadero, que murió por nosotros), y por ella han recibido su Espíritu, forman un solo cuerpo y tienen una sola cabeza.

Los miembros del cuerpo no se pelean entre sí; la cabeza no desprecia a los pies, ni los pies a la cabeza; no prescinden uno del otro, no se excluyen desdeñosamente. ¿Qué ocurriría si mi cabeza quisiera desplazarse sin el concurso de mis pies? ¿O si mis manos quisieran atrapar un objeto sin la colaboración de mis ojos?

En su primera epístola a los corintios San Pablo escribió: "Que no ha haya desaveniencias en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan." (10:25). ¡Cómo estas palabras nos acusan! Suele decirse que las Escrituras son un espejo en que deberíamos vernos y ¿cómo nos vemos? ¿Nos preocupamos realmente unos por los otros? ¿Nos dolemos si alguno padece? A veces dentro de una misma iglesia nos criticamos unos a otros como si fuéramos enemigos, en lugar de alegrarnos por nuestras cualidades. ¿Y qué decir de los que pertenecen a distintas iglesias?

¿Se alegran acaso los católicos de la vitalidad de las comunidades evangélicas que están creciendo rápidamente? Todo lo contrario, se alarman y denuncian "la infiltración de las sectas." Incluso atribuyen su expansión a tejemanejes de la CIA.

Si un televangelista protestante famoso se ve envuelto en un escándalo ¿sienten los católicos pena por él? ¿Oran acaso por él? Al contrario, se alegran, levantan el dedo acusador y dicen: Ya ven, son todos unos hipócritas que sólo buscan enriquecerse.

¿Se alegran los protestantes de que la Iglesia Católica cuente con la autoridad central del Papa, que garantiza su unidad y la coherencia de su doctrina? Todo lo contrario. Denuncian el papado como una institución diabólica de los "romanistas"; tachan al Papa de anticristo. Pero ¡qué bien le haría a algunas de las denominaciones protestantes tradicionales contar con una autoridad central que reprimiera a aquellos entre sus ministros que enseñan que Jesús no resucitó realmente, que la resurección fue sólo una experiencia espiritual interna de sus discípulos; o que dicen que el nacimiento virginal de Jesús es una leyenda piadosa; o que bendicen el matrimonio de homosexuales!
Los luteranos en la actualidad, lo que más desean es ser reconocido como una “verdadera Religión” y mediante el ecumenismo se sentirían feliz poder reconocer al papa también como la autoridad superior de su iglesia.

Cuando un cura católico es acusado de pederasta ¿oran los protestantes por ese desdichado? Más bien dicen satisfechos: "Ya ven, el celibato es una trampa diabólica y ahí tienen las consecuencias." Se olvidan de que Jesús fue célibe y de que Pablo deseaba que todos fueran como él, que también lo era.

¿Qué es lo que nos falta, puesto que obramos y sentimos de esta manera? Amor en Cristo. Si lo tuviéramos no actuaríamos así. Olvidamos que somos el cuerpo de Cristo y que no nos pertenecemos.

"El pan que partimos ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno el pan, nosotros, con ser muchos somos un cuerpo, pues todos participamos de aquel mismo pan." (1Cor 10:16,17).

Cuando dice que "uno es el pan", no habla sólo del sacramento. Participar de un solo cuerpo es creer en el mismo Jesús, en el mismo evangelio. Los miembros de un cuerpo, de una familia, no se pelean, o, al menos, no debieran.

Jesús dijo: "Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae." (Lc 11:17).

Mientras los cristianos se pelean entre sí el espíritu secularista de incredulidad, de humanismo pagano, de inmoralidad, avanza y gana cada día más adeptos.
Aquí también se desea desacreditar a los distinto pensantes, tratando a una gran mayoría que somos ateos de inmorales. Hay tanto ateos como religiosos inmorales. Aquí aparece la hipocresía religiosa. “Yo soy una persona oral, porque soy cristiano”.

Desde los tiempos de la Reforma la incredulidad en el mundo occidental ha estado ganando terreno. El propìo Lutero, al final de su vida, se lamentaba de cuánto había caído la vida religiosa en su país desde que se cerraron los conventos y los curas fueron expulsados de sus parroquias, y no sabía como ponerle remedio a ese mal.
Las personas que piensan y usan su capacidad de razonamiento, ya no son tan fáciles de convencer y hacerles creer cosas totalmente absurdas. Muchos, la mayoría ya no seguimos el principio ¡Credo, quia absurdum! Creo, porque es absurdo.

Si los cristianos estuvieran unidos no sería así. La división de la Iglesia fomenta la incredulidad. Los ateos y agnósticos se preguntan burlones: "Unos y otros afirman ser la iglesia verdadera y denuncian a la ajena, pero ¿cuál de ellas lo es? ¿No serán más bien todas ellas tan falsas como se acusan mutuamente de serlo?"
Si, en esto hay algo de cierto

Si Cristo ama al protestante que le es fiel, ¿cómo puedo yo católico no amarlo? Si Cristo ama al católico que lo es en verdad, ¿como puedo yo protestante rechazarlo?

Aquí sería pertinente recordar lo que escribe San Juan en su primera epístola acerca del amor entre hermanos.

"...si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado." (1:7) Si no tenemos comunión con otros cristianos es evidente que no andamos en luz, o que nuestra luz se halla oscurecida.

"Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano permanece en muerte." (3:14) ¿Podemos llamar amor al odio, o, por lo menos, a la antipatía cerril que muchos cristianos sienten por cristianos de otras iglesias? Tratamos de justificar nuestra antipatía diciendo que ellos no tienen la verdad plena o que han distorsionado el Evangelio, pero aun si esto fuera cierto, ¿no deberíamos, por lo mismo, amarlos más a causa de la debilidad de su fe?

"Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en Él." (3:15). De hecho, en el pasado católicos y protestantes se asesinaron mutuamente, esto es, fueron homicidas en la práctica y no sólo figuradamente. Si en nuestros días el tono de los enfrentamientos ha cambiado, la crudeza de los sentimientos encontrados permanece igual.

"En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos." (3:16).

¿Porque no hacemos lo que nos exhorta Pablo? "Con toda humildad y mansedumbre soportándonos". (Ef 4:2) ¡Cuán lejos estamos de ser humildes y mansos en nuestro trato mutuo! "Soportándonos". Pero no nos soportamos unos a otros. En realidad, no nos tragamos, si se me permite la expresión, pero ella expresa muy bien el sentimiento corriente.

"Un Señor" (Ef 4:5). Uno es aquel a quien obedecemos, uno es aquel a quien servimos. Los escuadrones en la batalla ¿podrían ganarla si, obedeciendo a un mismo jefe, se combatieran entre ellos en lugar de luchar juntos contra el enemigo?

"Una fe" Fue un mismo Cristo el que nos salvó, no fueron Cristos diferentes. Ni fueron cruces diferentes en las que fue clavado Jesús, sino una sola cruz y una sola pasión. No murió una vez Jesús por los protestantes y otra por los católicos, sino una sola vez fue clavado por ambos.

A la vista de la cruz ¿se pelearían las mujeres que le acompañaron en el Calvario? Cristo está siendo crucificado diariamente por los pecados del mundo, ¿cómo podemos pelearnos a los pies de su cruz?

"Un bautismo". Uno solo es nuestro bautismo, porque nos bautizamos en un solo nombre. Al ser bautizados lo hemos sido en un solo cuerpo. ¿No acepta acaso la Iglesia Católica el bautismo protestante? Y la mayoría de las iglesias surgidas de la Reforma ¿no aceptan acaso el bautismo católico? Sólo las que siguen la doctrina anabaptista rechazan el bautismo administrado a los niños, sea por católicos o por protestantes.

"Un Dios y Padre de todos". ¿Qué dirá Dios de nosotros? "¡Niños! ¡No se peleen!" Eso somos, unos niños cuando nos peleamos. ¿Qué pensará nuestro Padre en el cielo? "Estos chicos ¿cuándo crecerán?" Los padres humanos sufren cuando sus hijos se pelean ¡Cómo le doldrá a Dios su corazón de padre al ver los estragos que hace la división entre nosotros!
Aquí cabe perfectamente lo que escribió una vez Erich Fromm:
Ya que dios es el padre, yo soy el niño. Y aún no me he liberado del deseo piadoso (religioso) de obtener la sabiduría y el poder total; aún no he alcanzado aquella objetividad, para reconocer mis límites como ser humano, mis desconocimientos y mi desamparo. Como un niño sigo afirmando aque debe existir un padre , que me ayuda, que me cuida y me castiga – o sea, un padre quien me ama, cuando le obedezco; que se siente alagado, cuando lo alabo y que se encoleriza, cuando le soy desobediente. Evidentemente la mayoría de las personas, en su desarrollo personal aún no han superado este estado infantil, y de acuerdo a esto, la creencia en Dios, en la mayoría de las personas, es la creencia en un padre auxiliador – una ilusión infantil. A pesar del hecho, que este concepto de la religión ha sido superado por unos pocos maestros de la humanidad y de una minoría de seres humanos, sigue siendo la forma predominante de la fe religiosa. Erich Fromm (El Arte de Amar)

Si somos un solo cuerpo y tenemos metas comunes ¿porqué no oramos juntos por ellas? Dejamos que el enemigo avance y gane posiciones, pero no nos ponemos de acuerdo para hacerle frente juntos. Al contrario, católicos y protestantes se miran como rivales en la tarea de la evangelización. Para muchos evangélicos tratar que alguien se convierta a Cristo es sinónimo de convencerlo de que deje ser católico. ¿Qué pensaría Pablo de esto?

El, que echaba en cara a los corintios de proclamar: "Yo ciertamente soy de Pablo...Yo soy de Apolos" (1Cor3:4), ¿qué diría de los cristianos que dicen: "Yo soy católico", o "yo soy presbiteriano", "yo soy ortodoxo", "yo soy de Calvino", "yo soy de Lutero", "yo soy pentecostal", etc., etc.? ¿Acaso ha muerto el Papa, o Lutero, o Calvino por nosotros? ¿Acaso hemos sido bautizados en el nombre de alguno de ellos?

La verdad es que el espíritu del mundo se está robando al pueblo cristiano, no los evangélicos al pueblo católico. Porque ¿quiénes son los que se hacen protestantes? ¿Acaso lo buenos católicos, los practicantes sinceros? No, eso ocurre en muy pequeña escala.

Se hacen evangélicos los católicos que han dejado en verdad de serlo, que se han alejado de Dios, que ni siquiera van a misa, o lo hacen solamente por algún compromiso familiar; los que viven en pecado y a los que la Iglesia Católica no va a buscar ni hace nada por convertirlos.

¿Qué es mejor: un mal católico que engaña a su mujer y abandona a sus hijos y va camino al infierno, o un buen evangélico que cumple con su familia y ha entrado por el camino que lo llevará al cielo? ¿Preferiremos que siga siendo un adúltero y un borracho, aunque católico, a que sea un marido fiel, pero evangélico?

¿Dejaremos que los malos católicos se condenen con tal de que no se hagan evangélicos? Si los católicos no pudieron convertirlos felicítense de que los evangélicos lo hagan. La verdad es que los ex-católicos que llenan las iglesias evangélicas suelen ser cristianos ejemplares. Ciertamente la Iglesia Católica debería alegrarse y agradecer a sus "hermanos separados" por realizar la tarea que ella no supo hacer. Pero si el nuevo convertido, lleno de celo apostólico, trata de compartir la fe que ha encontrado con sus amigos y parientes, no se le felicita sino se le acusa de proselitista.

Jesús dijo que los ángeles harían fiesta en el cielo por cada hombre que se convierte. ¿Haremos luto en la tierra y nos lamentaremos porque se volvieron a Dios fuera del catolicismo, cuando arriba se alegran?

Eso sería como si un médico se quejara de que su paciente haya sanado, pero no por su receta, sino por el tratamiento que recibió de otro facultativo.

La Iglesia Católica se alarma por el 7% de evangélicos que arroja el último censo peruano, aproximadamente el doble de lo que mostraba el anterior censo. Pero no toma en cuenta que el porcentaje de bautizados que se han vuelto paganos en la práctica es mucho mayor, quizá un 60% o un 70%. ¿Qué representa ese 7% contra un 70%? Dirán que el porcentaje que atribuyo a los bautizados paganizados es exagerado. Pero sería igualmente grave si fuera sólo un 50%.
Los católicos practicantes no son más del 20-30 % de los que se declaran católicos. En el protestantísmo también se detecta una disminución de los practicantes. En general el cristianismo en la actualidad y a nivel mundial está en franca retirada.

¿Dónde está pues la brecha que es urgente tapar? ¿Por qué lado se escapa el pueblo? ¿No será mejor acudir a tapar la brecha mayor y darle menos importancia a la más pequeña?

¿Y qué diremos de las discrepancias teológicas? Muchas veces éstas surgen más del diferente sentido que damos a las palabras que de la esencia de los conceptos. Previendo el daño que hacen las discusiones ociosas Pablo escribió: "Recuérdales estas cosas, conjurándoles delante del Señor que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha sino que es para perdición de los oyentes." (2Tim 2:14).

Cuando lleguemos al cielo y veamos a Dios "cara a cara" ¿nos aferraremos los cristianos de diferentes escuelas a nuestras doctrinas particulares, prefiriendo ver "oscuramente como por un espejo", tal como vemos ahora, a la luz perfecta que iluminará entonces nuestras mentes? (1Cor 13:10,12). Pablo añade "ahora conozco en parte, pero entonces conoceré tan cabalmente como soy conocido." Cuando llegue ese momento nuestras doctrinas -lo que es en parte, y, por ende, nos separa- quedarán en desuso. Es muy sintomático que Pablo hable acerca de estas cosas en el capítulo que dedica al "camino más excelente" (12:31), esto es, al amor. Porque el motivo por el cual oponemos nuestro conocimiento en parte, al conocimiento en parte del hermano, es la falta de amor.

No me extrañaría que algunos en la gloria, al ver a un cristiano de distinta confesión, quieran enmendarle la plana a Dios, e increparle: "¿Cómo has podido dejar entrar al cielo a este católico supersticioso e idólatra? Te has equivocado, Señor". Y a otros decirle "¿Cómo has admitido aquí a este sectario protestante? Se ha colado de contrabando."

Yo me pregunto: ¿en qué quedarán entonces nuestras divisiones y nuestros anatemas recíprocos? ¡Qué vergüenza sentiremos cuando veamos cerca del trono de Dios a uno a quien estimábamos indigno del nombre de cristiano! Entonces nos acordaremos de las palabras de Jesús "los primeros serán los últimos y los últimos, los primeros". ¡Cuántos que considerábamos últimos nos precederán en el reino de los cielos!

Jesús dijo que el Padre siempre escuchaba sus oraciones -en el sentido de atender sus pedidos. Pero hay una petición de Jesús que el Padre no ha escuchado y no le ha concedido. La oración que pronunció camino al huerto de los Olivos cuando dijo: "...para que todos sean uno; como tú oh Padre, en mí y yo en tí, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste." (Juan 17:21).

¿Por qué no la ha escuchado? A causa del pecado del hombre. Nuestro orgullo, nuestros celos, nuestras rivalidades han frustrado el propósito de Dios para su Iglesia y han frenado la expansión del Evangelio. Debemos en verdad todos pedirle perdón por ello.

Si Jesús oró por la unidad de sus discípulos, esto es, de los cristianos, ¿no deberíamos nosotros, olvidando nuestras divisiones, nuestras desconfianzas mutuas y nuestros rencores, nuestras rivalidades y nuestros celos, orar juntos por que esa oración de Jesús, que es la voluntad del Padre, se cumpla en nosotros?

Se cuenta que una vez el evangelista Dwight Moody, viendo que las reuniones para niños que él organizaba en un barrio de Chicago, eran perturbadas por activistas católicos, fue a visitar al obispo de la localidad. Después de que monseñor le hubiera expresado su pesar de que un hombre de su calidad no perteneciera a la iglesia verdadera, Moody le preguntó si eso sería inconveniente para que oraran juntos, a lo que el obispo constestó naturalmente que no. Se arrodillaron pues los dos y oraron un momento y luego se despidieron cordialmente. A partir de entonces las reuniones de Moody no volvieron a ser interrumpidas.

¡Qué bueno fuera que los párrocos católicos y los pastores evangélicos de un mismo barrio se visitaran mutuamente para conocerse y orar juntos por sus ministerios y necesidades! Y mejor aún, ¡para pedirse perdón mutuamente! ¡Qué bendiciones no fluirían a sus ministerios si la palabra "perdóname" saliera de sus corazones y de sus bocas. Las puertas del infierno temblarían si eso ocurriera, si unos y otros olvidaran por un momento todo lo que los separa y pensaran sólo en lo que los une.

Yo exhorto a todos los ministros del Evangelio, protestantes y católicos, especialmente a aquellos sacerdotes que con más encono han denunciado el proselitismo de las sectas, y a aquellos pastores pertenecientes a las denominaciones más opuestas al "romanismo", que visiten al ministro de la iglesia cercana que más desprecien para conocerlo y pedirle que le conceda el privilegio de orar por sus necesidades más apremiantes. ¡Cuánto podrían aprender uno de otro!

Hacer lo que sugiero es cumplir la voluntad de Dios y dar gloria a Jesucristo, que murió por unos y otros y no hace acepción de personas. ¡Cuántos muros de incomprensión no caerían! ¡Qué testimonio no se daría ante los incrédulos! Jesús dijo "para que el mundo crea que tu me enviaste", dándonos a entender claramente que la principal razón por la cual el mundo no cree es la desunión de los cristianos.

Sería también muy bueno que los miembros de la jerarquía católica y los líderes del Concilio Nacional Evangélico, se reunieran para lavarse mutuamente los pies, como hizo Jesús con sus discípulos como ejemplo, para que nosotros también lo hiciéramos. No en una ceremonia pública, sino en privado, aunque después se informara lo ocurrido. Si eso hicieran darían a los miembros de distintas congregaciones un ejemplo de cómo deben amarse mutuamente, en lugar de mirarse con desconfianza u odiarse.

Ver los artículos en español en www.theologe.de
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Re: LA UNIDAD DE LA IGLESIA

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Hola Osolini, estuve ojenado un poco la pagina que ofreción.
Examine este artículo: http://www.theologe.de/reencarnacion.htm

Primera vez que encuentro un cristiano que cree en la reencarnación aparte de mí.

Para algunos de este foro lo mio es de Nueva Era, si es que así le quieren llamar, pero yo no pertenezco a ningun grupo de ese tipo, lo mio es personal.

Si quiere puede ver un debate que abri en este foro sobre este tema y le hecha un vistazo:

http://forocristiano.iglesia.net/showthread.php?t=28689
http://forocristiano.iglesia.net/showthread.php?t=28635

También puede ver mi blog:

http://mapzero.blogspot.com/2007/07/plan-de-dios-y-renacimientos.html

Dios le bendiga
 
Re: LA UNIDAD DE LA IGLESIA

Hola Osolini, estuve ojenado un poco la pagina que ofreción.
Examine este artículo: http://www.theologe.de/reencarnacion.htm

Primera vez que encuentro un cristiano que cree en la reencarnación aparte de mí.

Para algunos de este foro lo mio es de Nueva Era, si es que así le quieren llamar, pero yo no pertenezco a ningun grupo de ese tipo, lo mio es personal.

Si quiere puede ver un debate que abri en este foro sobre este tema y le hecha un vistazo:

http://forocristiano.iglesia.net/showthread.php?t=28689
http://forocristiano.iglesia.net/showthread.php?t=28635

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Dios le bendiga
Estimado mapzero, debo aclararte que Osolini no es cristiano. No sigue la doctrina básica de los cristianos. Entre personas no cristianas vas a encontrar muchos que creen en la reencarnación, pero no entre cristianos, de ninguna denominación. Y si alguno cree, es por desconocimiento de su religión. El cristianismo definitivamente rechaza la reencarnación, porque profesa una doctrina absolutamente opuesta, que es la resurección de las almas. Reencarnación y resurrección son doctrinas opuestas.
 
Re: LA UNIDAD DE LA IGLESIA

Estimado mapzero, debo aclararte que Osolini no es cristiano. No sigue la doctrina básica de los cristianos. Entre personas no cristianas vas a encontrar muchos que creen en la reencarnación, pero no entre cristianos, de ninguna denominación. Y si alguno cree, es por desconocimiento de su religión. El cristianismo definitivamente rechaza la reencarnación, porque profesa una doctrina absolutamente opuesta, que es la resurección de las almas. Reencarnación y resurrección son doctrinas opuestas.

Saludos Petrino

Según escuché, los primeros cristianos creían en la reencarnación, y 1 o 2 siglos despúes fue rechazada. Pero que en un pricipio era acaptada.

A este dato lo tengo asi como suena, no me asercioré de ello, pero me gustaría investigarlo bien.

Dios te bendiga