Este tema no tiene siquiera como llegar a ser polémico, pues es evitado.
Aunque la verdad todavía no se perciba con claridad, por lo menos se intuye, e incomoda hasta fastidiar que se cuestione la autenticidad de esa buena costumbre de “estar congregados”, y que es básica para darnos el status mínimo aceptable en nuestra comunidad.
El conocido y siempre citado texto de Hebreos 10:25 lamentablemente suele ser mal entendido y peor aplicado. El Nuevo Testamento Viviente expresa no lo que dice el texto griego sino lo que todo el mundo entiende, porque así se les ha hecho entender: “No descuidemos, como algunos, el deber que tenemos de asistir a la iglesia y cooperar con ella”. De aquí que para muchos cristianos evangélicos su acatamiento al texto implica cumplir con la gimnasia dominical de entrar a un edificio destinado al culto, sentarse, escuchar, cantar, ofrendar, saludar a algunos e irse, para al domingo siguiente repetir la misma rutina. Algunos se sienten atraídos por el sermón; otros por el coro y algunos solistas; unos por testimonios impactantes y otros esperan ansiosos el tiempo de oración pues tienen algunos problemas muy preocupantes. En los lugares más grandes y de estilo más moderno, hay montado todo un show que asegura un tiempo sumamente entretenido. Ya sea una monótona reunión de un grupúsculo hiper fundamentalista, o un bullicioso espectáculo de una mega iglesia, en todo caso la actividad del “congregado” no difiere gran cosa de lo descrito. Siempre que se le pregunta dónde se congrega, disfruta contestando con suma satisfacción dando con lujo de detalles las indicaciones del caso. Unos, a veces con indisimulado orgullo cuando el prestigio del lugar lo amerita; otros, con timidez o hasta cierto dejo de vergüenza cuando es desconocido y tampoco entusiasma hacerlo conocer. Pero en cualquier caso, lo importante es que se está dando un sitio de referencia que sirve para ubicar eclesiásticamente a la persona, nivelando la índole de relación que se puede tener, pues se trata de alguien que “no anda fuera de orden”.
Cuando a algunos de los tales les hemos dicho que eso no es estar congregados, nos han quedado mirando con los ojos duros sin atinar qué responder.
A otros, les hemos dicho que el congregarse como lo hacen, es pecado. Han estado al borde del infarto. Previendo el síncope enseguida citamos 1Co.11:17: “no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor”.
El sentido del texto griego (He.10:25) en nuestro idioma sería: “no dejando de reuniros vosotros mismos”. O sea, es inconcebible el cristiano solitario y aislado de los demás. Los que son de la fe de Jesús, se reconocen, se aman y ayudan unos a otros. Visitar y ser visitados, acudiendo a cuanto ocasión se les presente para adorar juntos, orar, alabar a Dios y ser instruidos en su Palabra, es un ejercicio tan propio y natural para los hijos de Dios, como el respirar y alimentarse diariamente. El clima de la iglesia naciente en Hechos 2:46 y 5:42 ha sido recreado a lo largo de estos casi dos milenios de historia de la iglesia.
Pero esta co-participación de todos y cada uno de los reunidos hacia el nombre del Señor Jesús (Mt.18:20) se caracteriza por estar Él en medio. Así las cosas se hacen como el Padre quiere, el Espíritu guía y en sujección a la única cabeza que es el mismo Señor Jesucristo.
Esto es el estar congregados: sin importar el número, el lugar ni la ocasión, el Gran Pastor de las ovejas está en el centro, y ellas paciendo a su alrededor, alimentándose y aprendiendo de Él, conociéndole cada día mejor, y siendo transformadas a su semejanza.
No tener un gran edificio que cobije la congregación, ni un cartel mostrando el nombre de la iglesia y la denominación, ni un pastor que presida, haga y deshaga a su antojo, ni un programa que seguir, ni una habitual asiduidad, no deja al cristiano en condición de ilegalidad, si aprovecha de cuanta ocasión le es propicia para considerarse unos a otros, estimulándose al amor y a las buenas obras (versículo anterior. He.10:24). De una congregación así, ningún hermano se aparta.
Ricardo.
Aunque la verdad todavía no se perciba con claridad, por lo menos se intuye, e incomoda hasta fastidiar que se cuestione la autenticidad de esa buena costumbre de “estar congregados”, y que es básica para darnos el status mínimo aceptable en nuestra comunidad.
El conocido y siempre citado texto de Hebreos 10:25 lamentablemente suele ser mal entendido y peor aplicado. El Nuevo Testamento Viviente expresa no lo que dice el texto griego sino lo que todo el mundo entiende, porque así se les ha hecho entender: “No descuidemos, como algunos, el deber que tenemos de asistir a la iglesia y cooperar con ella”. De aquí que para muchos cristianos evangélicos su acatamiento al texto implica cumplir con la gimnasia dominical de entrar a un edificio destinado al culto, sentarse, escuchar, cantar, ofrendar, saludar a algunos e irse, para al domingo siguiente repetir la misma rutina. Algunos se sienten atraídos por el sermón; otros por el coro y algunos solistas; unos por testimonios impactantes y otros esperan ansiosos el tiempo de oración pues tienen algunos problemas muy preocupantes. En los lugares más grandes y de estilo más moderno, hay montado todo un show que asegura un tiempo sumamente entretenido. Ya sea una monótona reunión de un grupúsculo hiper fundamentalista, o un bullicioso espectáculo de una mega iglesia, en todo caso la actividad del “congregado” no difiere gran cosa de lo descrito. Siempre que se le pregunta dónde se congrega, disfruta contestando con suma satisfacción dando con lujo de detalles las indicaciones del caso. Unos, a veces con indisimulado orgullo cuando el prestigio del lugar lo amerita; otros, con timidez o hasta cierto dejo de vergüenza cuando es desconocido y tampoco entusiasma hacerlo conocer. Pero en cualquier caso, lo importante es que se está dando un sitio de referencia que sirve para ubicar eclesiásticamente a la persona, nivelando la índole de relación que se puede tener, pues se trata de alguien que “no anda fuera de orden”.
Cuando a algunos de los tales les hemos dicho que eso no es estar congregados, nos han quedado mirando con los ojos duros sin atinar qué responder.
A otros, les hemos dicho que el congregarse como lo hacen, es pecado. Han estado al borde del infarto. Previendo el síncope enseguida citamos 1Co.11:17: “no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor”.
El sentido del texto griego (He.10:25) en nuestro idioma sería: “no dejando de reuniros vosotros mismos”. O sea, es inconcebible el cristiano solitario y aislado de los demás. Los que son de la fe de Jesús, se reconocen, se aman y ayudan unos a otros. Visitar y ser visitados, acudiendo a cuanto ocasión se les presente para adorar juntos, orar, alabar a Dios y ser instruidos en su Palabra, es un ejercicio tan propio y natural para los hijos de Dios, como el respirar y alimentarse diariamente. El clima de la iglesia naciente en Hechos 2:46 y 5:42 ha sido recreado a lo largo de estos casi dos milenios de historia de la iglesia.
Pero esta co-participación de todos y cada uno de los reunidos hacia el nombre del Señor Jesús (Mt.18:20) se caracteriza por estar Él en medio. Así las cosas se hacen como el Padre quiere, el Espíritu guía y en sujección a la única cabeza que es el mismo Señor Jesucristo.
Esto es el estar congregados: sin importar el número, el lugar ni la ocasión, el Gran Pastor de las ovejas está en el centro, y ellas paciendo a su alrededor, alimentándose y aprendiendo de Él, conociéndole cada día mejor, y siendo transformadas a su semejanza.
No tener un gran edificio que cobije la congregación, ni un cartel mostrando el nombre de la iglesia y la denominación, ni un pastor que presida, haga y deshaga a su antojo, ni un programa que seguir, ni una habitual asiduidad, no deja al cristiano en condición de ilegalidad, si aprovecha de cuanta ocasión le es propicia para considerarse unos a otros, estimulándose al amor y a las buenas obras (versículo anterior. He.10:24). De una congregación así, ningún hermano se aparta.
Ricardo.