Más allá de nuestra vida humana existe un mundo de espíritus, hermanos nuestros, seres invisibles para el hombre, que luchan entre sí por conquistarnos.
Aquella lucha entre ellos proviene de la diferencia de evolución en que unos y otros se encuentran.
Mientras los seres de luz elevados por el ideal del amor, de la armonía, de la paz y el perfeccionamiento, van regando de luz el camino de la Humanidad, inspirándole siempre el bien y revelándole todo aquello que sea para bien de los hombres, los seres que aún conservan el materialismo de la Tierra, que no han logrado despojarse de su egoísmo y de su amor al mundo o que alimentan por tiempo indefinido tendencias e inclinaciones humanas, son los que siembran de confusiones el camino de la Humanidad, ofuscando las mentes, cegando los corazones, esclavizando las voluntades, para servirse de los hombres, convirtiéndoles en instrumentos para sus planes o tomándoles como si fuesen sus propios cuerpos.
Mientras el mundo espiritual de luz lucha por conquistar el espíritu de la Humanidad para abrirle brecha hacia la eternidad, mientras aquellas benditas legiones trabajan sin cesar, multiplicándose en amor, convertidos en enfermeros junto al lecho de dolor, de consejeros a la diestra del hombre que lleva el peso de una gran responsabilidad, de consejeros de la juventud, de guardianes de la niñez, de compañeros de quienes viven olvidados y solos, las legiones de seres sin la luz de la sabiduría espiritual y sin la elevación del amor, también trabajan sin cesar entre la Humanidad, pero su finalidad no es la de facilitarnos la senda hacia el reino espiritual; no, la idea de estos seres es opuesta completamente; es su intención dominar al mundo, continuar siendo dueños de él, perpetuarse en la Tierra, dominar a los hombres, convirtiéndolos en esclavos e instrumentos de su voluntad, en fin, no dejarse despojar de lo que han creído siempre suyo: el mundo.
Entre unos y otros seres existe una lucha intensa, una lucha que no contemplan nuestros ojos corporales, pero cuyos reflejos se hacen presentes día a día en nuestro mundo.
EL ORIGEN DE LAS INFLUENCIAS DEL MAL
Hay fuerzas invisibles a la mirada humana e imperceptibles a la ciencia del hombre, que influyen constantemente en nuestra vida. Las hay buenas y las hay malas, las hay de luz y también obscuras.
¿De dónde surgen esas influencias? Del espíritu, de la mente, de los sentimientos.
Unas y otras vibraciones invaden el espacio, luchan entre sí e influyen en nuestra vida; esas influencias lo mismo brotan de espíritus encarnados que de seres sin materia, porque lo mismo en la Tierra que en el Más Allá existen espíritus de luz así como turbados.
Los espíritus en tiniebla, cruzándose en el camino espiritual de la Humanidad, la confunden induciéndola a la idolatría, al paganismo, al fanatismo.
CONSECUENCIA DE LAS MALAS INFLUENCIAS ESPIRITUALES
Existen en el valle espiritual muchos espíritus en tiniebla, sembradores de discordias, de odios y perversidad; existen multitudes de espíritus cuya influencia alcanza a los hombres al transmitirles malos pensamientos e inducirles a malas obras.
Pero esos seres no son demonios, son seres imperfectos, turbados, confundidos, oscurecidos por el dolor, por la envidia o por el rencor. Su naturaleza es la misma que tiene nuestro espíritu y la misma que tienen aquellos seres llamados ángeles por nosotros.
¿Por qué no llamámos demonios a los malos hombres que habitan la Tierra, si ellos también nos tientan, si también nos inducen al mal y nos apartan del camino verdadero? Ellos, como los seres turbados del espacio, también son espíritus imperfectos, pero que han alcanzado poder y fuerza, porque se ha apoderado de ellos un ideal de grandeza.
Ni entre los que habitan en la Tierra, ni en los que se encuentran en espíritu Dios tiene enemigos. No existe uno que se dedique a odiarle, a blasfemar contra El, o a apartar de la buena senda a sus semejantes por el solo placer de ofenderle.
Quienes apartan a los hombres de la fe, quienes borran del corazón de sus hermanos el nombre de Dios y quienes luchan contra lo espiritual, no lo hacen por ofender a Dios, lo hacen porque así conviene a sus ambiciones terrestres, a sus sueños de grandeza y de gloria humana.
A similitud de eso acontece con los seres del Más Allá que no han despertado a la luz que eleva por el camino del amor. Ellos han tratado de ser grandes por la ciencia simplemente, y cuando influyen en sus hermanos y los apartan de la buena senda, no es con el fin de causarle un dolor a Dios, de rivalizar con su poder, de gozarse en el triunfo del mal sobre el bien; no, el móvil, aunque malo, no es el de ofender al Creador. ¿Cómo podémos estar pensando toda la vida en que frente a Dios se encuentra un poderoso adversario que a cada paso le arrebata lo que es suyo?
¿Cómo concebimos que Dios hubiese puesto en la senda de los hombres a un ser infinitamente más poderoso que ellos, para que les estuviese tentando sin cesar y que al final los empujase a la perdición eterna?
¡Qué mal piensan de Dios y de su justicia, los que dicen conocerle y amarle!
Ciertamente los malos tientan a los buenos, los fuertes abusan de los débiles, los injustos escarnecen a los inocentes y los impuros violan lo que es puro.
Pero son tentaciones que aquél que las encuentra las puede rechazar, porque posee armas y escudo para luchar y defenderse. Su espada es la conciencia y tras ella están la moral, la fe y la razón, para no dejarse seducir por las malas influencias; y no solamente debe hacer eso, sino también sembrar la virtud con sus obras, contrarrestando en todo lo posible al mal; si ve que hay quienes siembran perdición, vicios y destrucción, levantarse a sembrar luz, a salvar al perdido, a levantar al que ha caído.
Es la lucha del bien contra el mal y de la luz contra la tiniebla, lucha indispensable para escalar y alcanzar las alturas de la perfección.
continuará...
Aquella lucha entre ellos proviene de la diferencia de evolución en que unos y otros se encuentran.
Mientras los seres de luz elevados por el ideal del amor, de la armonía, de la paz y el perfeccionamiento, van regando de luz el camino de la Humanidad, inspirándole siempre el bien y revelándole todo aquello que sea para bien de los hombres, los seres que aún conservan el materialismo de la Tierra, que no han logrado despojarse de su egoísmo y de su amor al mundo o que alimentan por tiempo indefinido tendencias e inclinaciones humanas, son los que siembran de confusiones el camino de la Humanidad, ofuscando las mentes, cegando los corazones, esclavizando las voluntades, para servirse de los hombres, convirtiéndoles en instrumentos para sus planes o tomándoles como si fuesen sus propios cuerpos.
Mientras el mundo espiritual de luz lucha por conquistar el espíritu de la Humanidad para abrirle brecha hacia la eternidad, mientras aquellas benditas legiones trabajan sin cesar, multiplicándose en amor, convertidos en enfermeros junto al lecho de dolor, de consejeros a la diestra del hombre que lleva el peso de una gran responsabilidad, de consejeros de la juventud, de guardianes de la niñez, de compañeros de quienes viven olvidados y solos, las legiones de seres sin la luz de la sabiduría espiritual y sin la elevación del amor, también trabajan sin cesar entre la Humanidad, pero su finalidad no es la de facilitarnos la senda hacia el reino espiritual; no, la idea de estos seres es opuesta completamente; es su intención dominar al mundo, continuar siendo dueños de él, perpetuarse en la Tierra, dominar a los hombres, convirtiéndolos en esclavos e instrumentos de su voluntad, en fin, no dejarse despojar de lo que han creído siempre suyo: el mundo.
Entre unos y otros seres existe una lucha intensa, una lucha que no contemplan nuestros ojos corporales, pero cuyos reflejos se hacen presentes día a día en nuestro mundo.
EL ORIGEN DE LAS INFLUENCIAS DEL MAL
Hay fuerzas invisibles a la mirada humana e imperceptibles a la ciencia del hombre, que influyen constantemente en nuestra vida. Las hay buenas y las hay malas, las hay de luz y también obscuras.
¿De dónde surgen esas influencias? Del espíritu, de la mente, de los sentimientos.
Unas y otras vibraciones invaden el espacio, luchan entre sí e influyen en nuestra vida; esas influencias lo mismo brotan de espíritus encarnados que de seres sin materia, porque lo mismo en la Tierra que en el Más Allá existen espíritus de luz así como turbados.
Los espíritus en tiniebla, cruzándose en el camino espiritual de la Humanidad, la confunden induciéndola a la idolatría, al paganismo, al fanatismo.
CONSECUENCIA DE LAS MALAS INFLUENCIAS ESPIRITUALES
Existen en el valle espiritual muchos espíritus en tiniebla, sembradores de discordias, de odios y perversidad; existen multitudes de espíritus cuya influencia alcanza a los hombres al transmitirles malos pensamientos e inducirles a malas obras.
Pero esos seres no son demonios, son seres imperfectos, turbados, confundidos, oscurecidos por el dolor, por la envidia o por el rencor. Su naturaleza es la misma que tiene nuestro espíritu y la misma que tienen aquellos seres llamados ángeles por nosotros.
¿Por qué no llamámos demonios a los malos hombres que habitan la Tierra, si ellos también nos tientan, si también nos inducen al mal y nos apartan del camino verdadero? Ellos, como los seres turbados del espacio, también son espíritus imperfectos, pero que han alcanzado poder y fuerza, porque se ha apoderado de ellos un ideal de grandeza.
Ni entre los que habitan en la Tierra, ni en los que se encuentran en espíritu Dios tiene enemigos. No existe uno que se dedique a odiarle, a blasfemar contra El, o a apartar de la buena senda a sus semejantes por el solo placer de ofenderle.
Quienes apartan a los hombres de la fe, quienes borran del corazón de sus hermanos el nombre de Dios y quienes luchan contra lo espiritual, no lo hacen por ofender a Dios, lo hacen porque así conviene a sus ambiciones terrestres, a sus sueños de grandeza y de gloria humana.
A similitud de eso acontece con los seres del Más Allá que no han despertado a la luz que eleva por el camino del amor. Ellos han tratado de ser grandes por la ciencia simplemente, y cuando influyen en sus hermanos y los apartan de la buena senda, no es con el fin de causarle un dolor a Dios, de rivalizar con su poder, de gozarse en el triunfo del mal sobre el bien; no, el móvil, aunque malo, no es el de ofender al Creador. ¿Cómo podémos estar pensando toda la vida en que frente a Dios se encuentra un poderoso adversario que a cada paso le arrebata lo que es suyo?
¿Cómo concebimos que Dios hubiese puesto en la senda de los hombres a un ser infinitamente más poderoso que ellos, para que les estuviese tentando sin cesar y que al final los empujase a la perdición eterna?
¡Qué mal piensan de Dios y de su justicia, los que dicen conocerle y amarle!
Ciertamente los malos tientan a los buenos, los fuertes abusan de los débiles, los injustos escarnecen a los inocentes y los impuros violan lo que es puro.
Pero son tentaciones que aquél que las encuentra las puede rechazar, porque posee armas y escudo para luchar y defenderse. Su espada es la conciencia y tras ella están la moral, la fe y la razón, para no dejarse seducir por las malas influencias; y no solamente debe hacer eso, sino también sembrar la virtud con sus obras, contrarrestando en todo lo posible al mal; si ve que hay quienes siembran perdición, vicios y destrucción, levantarse a sembrar luz, a salvar al perdido, a levantar al que ha caído.
Es la lucha del bien contra el mal y de la luz contra la tiniebla, lucha indispensable para escalar y alcanzar las alturas de la perfección.
continuará...