VERITAS LIBERABIT VOS
Periodistadigital.- Obispos y marionetas 03.09.07
Los obispos se han convertido en marionetas de la Curia que no pueden soltarse los hilos con los que son manejados para ser una prolongación, en sus respectivas diócesis, de los dictados de Roma.
Ni el Papa se cree lo de la sinodalidad del colegio episcopal, ni los obispos se atreven a desarrollar el carácter misionero y profético que el sacramento del Orden les ha conferido.
Por un lado el Papa hace y deshace a su antojo sin tener en cuenta la opinión y visión que el resto de obispos repartidos por todo el mundo les trae para un ejercicio más acertado de su ministerio petrino. Y por otro, los obispos han perdido su independencia ministerial para actuar con valentía y novedad en la mejor encarnación del mensaje del Evangelio en las comunidades que presiden en la caridad.
Esto origina una serie de órganos consultivos, como el sínodo de obispos o las conferencias del CELAM que Roma adapta a su antojo a sus propias ideas e intereses, más allá de las opiniones divergentes que los representantes de otras comunidades locales quieren mostrar.
Las exhortaciones apostólicas a raíz de los sínodos de obispos son documentos que no aportan nada nuevo al pensamiento de siempre de la Iglesia. El propio carácter consultivo de estas plataformas para el diálogo y la reflexión se quedan en eso mismo, en espacios sordos donde se escucha de todo, pero sin la fuerza para cambiar el rumbo de la Iglesia allí donde necesita despertarse de su eterno letargo.
Los abusos del Papa modificando, suprimiendo o atenuando el documento final de la Vª Conferencia del CELAM en Aparecida es un ejemplo más de lo poco que le importa al Papa la colegialidad episcopal a la hora de dirigir a la Iglesia.
Aquello del “Primus inter pares” ya pasó a la historia. Ciertamente, el Papa es “Primus”, es decir el “primero”, pero no “entre iguales”, y eso no sólo lo sabe él, sino el resto de obispos del mundo que le llevan al Papa lo que el Papa quiere escuchar.
Es así que los órganos consultivos, tanto de obispos como de cardenales, sabiendo cómo se las gasta Roma, y por miedo a cerrar una puerta a sus carreras de ascensos y privilegios, terminan por abandonar un discurso eficaz, valiente e interpelante para volver a desempeñar el papel de marionetas que Roma les tiene asignados.
El Papa forma parte del colegio episcopal, y esto es algo que no debería olvidar nunca, porque su ministerio petrino lo ejerce desde dentro y no desde fuera de este mismo Colegio. El ejercicio de su autoridad como Papa nunca debería anular al resto del colegio episcopal.
Igualmente, los obispos no deberían olvidar el lugar que el Papa ocupa dentro de la Iglesia como máxima autoridad, y también como un obispo más que es dentro del colegio episcopal. Entonces, quizás los obispos le hablarían con mayor libertad e independencia de las necesidades de sus iglesias locales y el Papa escucharía con otra calidad las voces que sus obispos les traen de cualquier parte del mundo.
Dice la Lumen Gentium, en el número 27 que la “potestad [de los obispos] no queda anulada por la potestad suprema y universal, sino que, al revés, queda afirmada, robustecida y defendida". Eso no se lo cree ni el romano pontífice, ni los obispos.
Si los órganos de consulta del Papa, por el mismo hecho de la colegialidad y de su idéntica sacramentalidad junto al resto de obispos de todo el mundo, fueran deliberativos, el ejercicio del poder del Papa sería menos “poderoso”, con mayor autoridad moral, más acorde con la realidad vivida por el resto de los fieles que componen la Iglesia y más profética por la implicación libre y desinteresada de los obispos en sus respectivas diócesis.
Antes que responsables de la aplicación al dedillo de la ortodoxia dictaminada por Roma, los obispos son sobre todo responsables de la comunión. La preocupación de los obispos debe ser la de crear comunidades y no la de que la gente termine por desengancharse por su falta de sensibilidad, de escucha y de respeto al sentir comunitario de grupos enteros de fieles. Los obispos no pueden echarle un pulso a sus diocesanos hasta conseguir imponerles por la fuerza incluso aquello que se aleja del sentido común y evangélico que una comunidad pretende vivir.
Un obispo debe sembrar y transmitir esperanza y no desilusión, decepción o frustración, porque cuando esto ocurre la Iglesia pierde y normalmente estas pérdidas con irreparables por desgracia.