Re: Mat 24:19 Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos dí
Dios te bendiga Roc y a todos también!. Les comparto esta hermosa explicación sobre el quinto mandamiento.
“No matarás” se dijo. Os pregunto: ¿Este pecado ofende a Dios o al herido? Decís vosotros: “Al herido” ¿Estáis seguros de ello? Y otra vez pregunto: ¿no es más que un pecado de homicidio?. Al matar ¿no cometéis mas que este único pecado? Decís: Este solo. Escuchad. Al medir una culpa conviene pensar en las circunstancias que le preceden, preparan, justifican y explican la misma. “¿A quien he herido?, ¿Qué cosa he dañado?, ¿Dónde he herido?, ¿Con qué medios lo he hecho?, ¿Por qué lo hice?, ¿Cómo lo hice?, ¿Cuándo herí?”: esto debe preguntarse el que mató antes de presentarse a Dios para pedirle perdón.
“¿A quien he herido?” ¿Qué cosa he dañado? A un hombre. Digo: un hombre. No pienso ni me pongo a pensar si es rico o pobre, libre o esclavo. Para mí no existen esclavos o poderosos. Existen sólo los hombres a quienes creó el Único, y por lo tanto son iguales. De hecho ante la majestad de Dios es polvo también el más poderoso rey de la tierra. Y a sus ojos y a los míos no existe sino una esclavitud: la del pecado y por consiguiente estar bajo Satanás. La Ley antigua distingue los libres de los esclavos y sutiliza entre el matar de un golpe y el matar, dejando que sobreviva uno o dos días, e igualmente si la mujer en cinta se le lleva a ser muerta o si tan solo su fruto es muerto. Esto se dijo cuando la luz de la perfección estaba todavía lejana. Ahora está entre vosotros y os dice: “Cualquiera que hiere a muerte a un semejante suyo, peca” y no solo contra el hombre sino contra Dios.
¿Qué cosa es el hombre? Es la criatura soberana que Dios creó a su imagen y semejanza para que fuese rey de lo creado, al que le dio la semejanza según el espíritu y la imagen, al tomar esta perfecta imagen de su pensamiento perfecto. En el aire, la tierra o las aguas, encontraréis un animal o planta que por bellos que sean, igualen al hombre? El animal corre, come, bebe, duerme, engendra, trabaja, canta, vuela, trepa. Pero no habla. El hombre también corre, brinca, y en el brinco es tan ágil que parece pájaro; nada y al hacerlo es tan veloz como un pez; sabe arrastrarse y parece reptil; puede trepar y parece un mono; canta y parece un pájaro. Engendra y se reproduce. Pero además de esto puede hablar.
No digáis: “Cada animal tiene su lenguaje”. Si, el uno muge, el otro bala, este rebuzna, aquel trina, el de más allá gorgojea, pero desde el primer buey hasta el último, no habrá más que una sola clase de mugido y así la oveja balará hasta el fin del mundo y el borriquillo rebuznará, como rebuznó el primero, el pájaro siempre repetirá su corto trinar, mientras que la alondra, el ruiseñor, dedicarán su mismo himno, algunos en el día y otros en la noche estrellada y así lo harán hasta el último día de la tierra, así saludarán al sol como si fuese la primera vez que iluminase, y como si fuese la primera noche. El hombre al contrario como no tiene una sola palabra y una sola lengua, sino un conjunto de nervios que se reúnen en el cerebro, sede de la inteligencia, pueden captar las sensaciones nuevas y pensar sobre ellas y darles nombre.
Adán llamó perro al amigo suyo y león al que le pareció más semejante por su melena que le cae sobre la cara que apenas tiene barba. Llamó oveja al animal que mansamente lo saludaba y llamó pájaro al manojo de plumas que volaban como mariposa, pero que emitían un canto que no emite la mariposa. Y luego, en los siglos, los hijos de Adán crearon siempre nuevos nombres, según iban “conociendo” las obras de Dios en las criaturas o que, por la chispa divina que existe en el hombre, no solo engendraron hijos, sino crearon también cosas útiles o nocivas a sus mismos hijos. Según que estuviesen con Dios o contra Dios. Están contra Dios los que crean cosas malvadas para dañar al prójimo. Dios venga a sus hijos que son torturados por el perverso ingenio humano.
La razón es que el hombre es la criatura predilecta de Dios. Aunque si ahora es culpable, siempre es para El, lo más querido, su hijito. Testigo de ello es que envió a su mismo Verbo (La Palabra), revistiéndolo de carne humana para que salvase al hombre. No juzgó indigno este vestido de hombre para que pudiese sufrir y expiar, el que por ser como El, Purísimo Espíritu, no habría podido sufrir y expiar la culpa del hombre.
El padre me dijo: “Serás hombre: El Hombre. Yo había hecho uno, perfecto como todo lo que hago. Le había destinado a un dulce vivir con un dulcísimo despedirse de este mundo y un feliz despertar con una felicísima y eterna permanencia en mi Paraíso celestial. Pero, Tú sabes, en este Paraíso no puede entrar nada que esté manchado, porque en él Yo-Nosotros, Uno y Dios Trino tenemos el trono. Y delante de él no puede haber sino santidad. Yo soy el que soy. Tan solo los que no tienen mancha pueden conocer mi naturaleza divina, nuestra misteriosa esencia. Ahora el hombre, en Adán y por Adán está manchado. Ve. Límpialo. Lo quiero. De hoy en adelante serás: El hombre. El Primogénito. Porque serás el primero en entrar aquí con carne mortal que no tiene pecado, con alma sin culpa original. Quienes te precedieron sobre la tierra y quienes te seguirán, tendrán vida por tu muerte redentora”. No podría morir si no hubiera nacido. Nací y moriré.
El hombre es la criatura predilecta de Dios. Decidme ahora: si un padre tiene muchos hijos, pero uno es su predilecto, la pupila de su ojo, y a este le matan, ¿Qué padre hay que no sufra más, que si hubiese sido matado otro?.... No debería acontecer así porque el padre debería ser justo con todos sus hijos. Pero sucede porque el padre es imperfecto. Dios lo puede hacer con justicia porque el hombre es la única criatura, entre lo creado, que tenga en común con el Padre Creador el alma espiritual, signo innegable de la paternidad divina.
Si se mata un hijo a un padre, ¿Se hace injuria solamente al hijo? No. También al padre. En la carne al hijo, en el corazón al padre. A ambos pues se ha herido. ¿Al matar a un hombre se hace injuria solo a él? No. También a Dios. En la carne al hombre, en su derecho a Dios. Porque la vida es el único dador. Matar es hacer violencia a Dios y al hombre. Matar es penetrar en el dominio de Dios. Matar es faltar al precepto del amor. No ama a Dios quien mata, porque destruye un trabajo suyo: a un hombre. No ama al prójimo quien mata, porque quita al prójimo lo que el asesino exactamente quiere: la vida. He respondido pues, a las dos primeras preguntas.
¿Dónde he herido?
Se puede herir en el camino, en la casa de quien se ataca, o bien trayendo a la victima a la propia. Se puede herir uno u otro órgano produciendo un sufrimiento mucho mas duro, y cometiendo dos homicidios en uno, si se hiere a la mujer que tiene en el vientre su fruto.
Se puede herir en el camino sin tener intención. Un animal que acaricia nuestra mano, puede matar al que pasa. En este caso en nosotros no hay predeterminación, mientras si uno se va armado con puñal oculto bajo hipócritas vestidos, a la casa con señales de honra y luego se le degüella y se le arroja a la cisterna, en, entonces hay predeterminación, y la culpa está empapada de malicia, crueldad y violencia.
Si mato al fruto con su madre, entonces tendré que dar cuenta a Dios de dos seres. Porque el vientre que engendra a un nuevo ser, según el mandamiento de Dios, es sagrado, y sagrada es la pequeña vida que en él va madurando, a la que Dios ha dado un alma.
¿Con qué medios lo he herido?
En vano dice uno: “No quería herir” cuando ha ido armado. En la ira también las manos se convierten en armas, y arma es la piedra que se recoge por el suelo, o la rama que se desgaja del árbol. Quien fríamente mira al puñal o a la hoz, y si le parecen que no están muy afilados y los hace, y luego se los ciñe al cuerpo de modo que no sean vistos, pero que fácilmente puedan blandirse, y así preparado va a ver a su rival, ciertamente no puede decir: “No tenía voluntan de herir”. Quien prepara un veneno recogiendo hierbas y frutos tóxicos para hacer polvos o pócima, y luego ofrece a la victima como si no fuesen dañosos o como una bebida buena, no puede decir: “No quería yo matarlo”.
Y ahora escuchad vosotras, mujeres, que calladas y sin castigo alguno asesináis tantas vidas. Matar, es también sacar el fruto que crece en el seno porque es de semen culpable o porque es un fruto que no se quiso: fardo a vuestras espaldas y a vuestra riqueza. Hay un solo modo para no tener ese peso: permanecer castas. No unáis el homicidio a la lujuria, violencia a la desobediencia, y no creáis que Dios no vea, porque el hombre no lo ve. Dios todo lo ve, todo lo recuerda. Recordadlo también vosotras.
¿Por qué he herido?
¡Oh, cuantos porqués hay! Desde el imprevisto desequilibrio que crea en vosotros una emoción violenta, como es la de encontrar el tálamo profanado, o al ladrón en casa, o un intento criminal de hacer violencia a la propia hija, al frio y meditado cálculo de librarse de testigo peligroso, de uno que se atraviesa por el camino, de uno cuyo puesto o bolsa se quiere: estos son tantos porqués y hay más. Y si Dios todavía puede perdonar a quien en la fiebre del dolor se convierte en asesino, no perdona a quien lo hace por avidez de poder o de estima entre los hombres, si permanece impenitente y sin arrepentimiento sincero. Obrad siempre bien y no tendréis miedo de que alguien os mire u os hable. Contentaos con lo vuestro y no aspiréis a algo que para obtenerlo asesinéis al prójimo.
¿Cómo lo herí?
¿Infiriendo otros golpes después del primero que fue impulsivo?. Algunas veces el hombre no se puede frenar. Porque Satanás lo arroja en el mal como el hondero arroja la piedra. Pero ¿qué diríais de una piedra que después de haber dado en el blanco, regresase por sí misma a la honda para que de nuevo se le lanzase y diese en el blanco? Diríais: “Esta poseída de una fuerza mágica e infernal”. Así es el hombre que después del primer golpe, diese el segundo, el tercero, el décimo sin que su ferocidad se calmara. Porque la ira se apaga y se cae en la cuenta inmediatamente después del primer ímpetu, si es un ímpetu que procede de un motivo justificado. Mientras la ferocidad aumenta, cuanto más la es victima herida, en el verdadero asesino, esto es, en Satanás que no tiene, no puede tener piedad del hermano porque, siendo Satanás es odio.
¿Cuándo herí?”:
En el primer ímpetu? ¿Después que desapareció? ¿Fingiendo perdón, mientras el rencor era siempre alentado? ¿He esperado tal vez años para herir y así causar doble dolor, al matar al padre a través de los hijos? Veis que matando se ofende al primero y al segundo grupo de los mandamientos. ¿Por qué os arrogáis el derecho de Dios, y por qué pisoteáis al prójimo? Por lo tanto es un pecado contra Dios y contra el prójimo. Cometéis no sólo un pecado de homicidio, sino de ira, de violencia, soberbia, desobediencia, sacrilegio y tal vez, si matáis para robar un puesto o dinero, de avaricia. Hoy apenas os lo insinúo, algún día lo explicaré mejor, se comete pecado de homicidio no solo con las armas o el veneno, sino con la calumnia también. Meditad en ello.
Texto de: Valtorta Maria., "El Hombre-Dios" Volumen II, 1989