No sabemos mucho de este personaje bíblico. Realmente solo tiene tres breves menciones en las epístolas de Pablo, no parecen dar mucho de si para hacernos una idea en cuanto a su persona. Pero si dedicamos un poco de tiempo a escudriñar veremos como a veces podemos encontrar algunas perspectivas diferentes a las de una simple lectura.
En la carta a Filemón (1:24), Pablo menciona a Demas como uno de sus colaboradores en el ministerio, cuando estaba preso en Roma, pero participando en aquel avivamiento de la fe en Cristo que la presencia del apóstol trajo a la capital del imperio, y que relata en la epístola a los filipenses (1:12-14). Y como tal, también figura en las salutaciones de despedida de la epístola de Colosenses (4:14).
Conociendo el carácter exigente de San Pablo, por el episodio de Juan Marcos (Hch. 15:38), y aunque con los años posiblemente fuese siendo atemperado, no es difícil pensar que Demás, para ganar la confianza del apóstol, tuvo que demostrar virtudes suficientes para que le permitiese desarrollar un ministerio en las iglesias. Que Pablo lo mencionase expresamente por nombre le abriría las puertas de muchos hogares de cristianos y de otras iglesias.
No sabemos cuando Demas conoció el evangelio, pero sabemos que Pablo no era partidario de otorgar responsabilidades a personas neófitas (1Tim. 3:6), para evitar envanecimientos. Así que por lo menos, a estas alturas, ya haría algunos años que militaba en el evangelio. Probablemente lo que díce en Fil. 2:22 con respecto a Timoteo pudiese hacerse extensivo a sus otros colaboradores. Es decir, que contaba con probados méritos para el ministerio, como fiel en el servicio, firme en la doctrina, trabajador, no codicioso de bienes y de carácter humilde.
La cronología de la vida de Pablo nos permite saber que desde que el apóstol lo presenta como colaborador suyo de confianza y, por extensión, de las iglesias, que Demas permaneció en el ministerio unos cinco años. Al leer de su deserción en 2Tim. 4:10, nos damos cuenta que esta se produjo inmediatamente antes de que el apóstol escribiese la epístola a Timoteo, de ahí la urgencia en reclamar a este para que venga a su lado (2Tim. 4:9).
La frase de Pablo sobre la marcha de Demas es tan cruda como significativa. “Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica” (2Tim. 4:10). Decir me ha abandonado, tiene una cierta intención a: “me ha dejado tirado”. Y si no fuese por la siguiente frase, nadie podría interpretarla en más sentido que en el de una deslealtad personal, una falta de delicadeza ó de amor. Así sería si escribiese: Ven pronto porque Demas me ha abandonado y se ha ido a Tesalónica.
Pero el hecho de que Pablo escriba que lo ha hecho movido por que “ha amado este mundo presente” traspasa los límites de un desencuentro personal para entrar en razones de tipo espiritual. Creo que este hecho unido a que Pablo conociese la localidad que Demas había elegido como destino, denota que había hablado con él del asunto antes de su partida, aunque no le fue posible convencerlo. Decir que la razón era amar el mundo presente, resume un estado de insatisfacción respecto a los años en que había servido a Jesucristo en el ministerio.
Normalmente, en virtud de esa frase, a Demas se le considera un apóstata que encaja con la figura de la mujer de Lot, que miró atrás suspirando por la vida que había llevado antes de su llamamiento. O uno que escuchó el evangelio con un corazón semejante al terreno de espinos, pero que dejando entrar el engaño de las riquezas y el deseo de las otras cosas de la vida y ahogan la palabra (Mr. 4:19). Y puede ser así. ¿Quién conoce realmente lo que hay en el corazón de los hombres? Solo Dios. Ni Pablo, ni ninguno de nosotros.
Sin embargo yo no quisiera descartar que tal vez Demas hubiese padecido una crisis temporal en el ministerio, como la que en nuestros días se conoce como burned out, ó el obrero quemado. En aquellos tiempos servir junto a Pablo y durante tantos años, padeciendo todo tipo de penalidades y miseria no parece muy propio de alguien que no sintiese un llamado verdadero del Espíritu Santo y realmente fuese en nacido de nuevo. Tampoco creo que Pablo se dejase engañar fácilmente y durante tanto tiempo por alguno que tuviese una actitud fingida. El caso de Demas no tiene nada que ver con Judas quién nunca engañó a Jesús, pues este lo llamó y lo mantuvo a su lado aun sabiendo que era el hijo de perdición que lo habría de entregar.
Yo pienso, y al menos abro una reflexión para la posibilidad de que Demas no fuese realmente un apóstata, sino que afrontó unas duras condiciones de vida durante años al lado del apóstol, sin tener realmente las cualidades de carácter y la fortaleza de espíritu de aquel (1Ts. 2:9). Y que en un momento dado, atravesando una crisis, de las que no somos ajenos los creyentes, y tampoco lo fueron algunos de los más grandes profetas, sin atenerse a reflexionar lo suficiente tomó una decisión precipitada, incluso de malas maneras, al no tener en cuenta que Pablo es ya anciano y esperar a que otro colaborar viniese a asistirle.
Me gusta pensar que Demas, después de esta crisis, fue fortalecido por el Señor y restaurado, y que acabó sus días sirviendo a la causa de Cristo, como lo había hecho durante muchos años difíciles en que junto al apóstol de los gentiles llenaron todo el mundo conocido con el mensaje del evangelio.
En la carta a Filemón (1:24), Pablo menciona a Demas como uno de sus colaboradores en el ministerio, cuando estaba preso en Roma, pero participando en aquel avivamiento de la fe en Cristo que la presencia del apóstol trajo a la capital del imperio, y que relata en la epístola a los filipenses (1:12-14). Y como tal, también figura en las salutaciones de despedida de la epístola de Colosenses (4:14).
Conociendo el carácter exigente de San Pablo, por el episodio de Juan Marcos (Hch. 15:38), y aunque con los años posiblemente fuese siendo atemperado, no es difícil pensar que Demás, para ganar la confianza del apóstol, tuvo que demostrar virtudes suficientes para que le permitiese desarrollar un ministerio en las iglesias. Que Pablo lo mencionase expresamente por nombre le abriría las puertas de muchos hogares de cristianos y de otras iglesias.
No sabemos cuando Demas conoció el evangelio, pero sabemos que Pablo no era partidario de otorgar responsabilidades a personas neófitas (1Tim. 3:6), para evitar envanecimientos. Así que por lo menos, a estas alturas, ya haría algunos años que militaba en el evangelio. Probablemente lo que díce en Fil. 2:22 con respecto a Timoteo pudiese hacerse extensivo a sus otros colaboradores. Es decir, que contaba con probados méritos para el ministerio, como fiel en el servicio, firme en la doctrina, trabajador, no codicioso de bienes y de carácter humilde.
La cronología de la vida de Pablo nos permite saber que desde que el apóstol lo presenta como colaborador suyo de confianza y, por extensión, de las iglesias, que Demas permaneció en el ministerio unos cinco años. Al leer de su deserción en 2Tim. 4:10, nos damos cuenta que esta se produjo inmediatamente antes de que el apóstol escribiese la epístola a Timoteo, de ahí la urgencia en reclamar a este para que venga a su lado (2Tim. 4:9).
La frase de Pablo sobre la marcha de Demas es tan cruda como significativa. “Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica” (2Tim. 4:10). Decir me ha abandonado, tiene una cierta intención a: “me ha dejado tirado”. Y si no fuese por la siguiente frase, nadie podría interpretarla en más sentido que en el de una deslealtad personal, una falta de delicadeza ó de amor. Así sería si escribiese: Ven pronto porque Demas me ha abandonado y se ha ido a Tesalónica.
Pero el hecho de que Pablo escriba que lo ha hecho movido por que “ha amado este mundo presente” traspasa los límites de un desencuentro personal para entrar en razones de tipo espiritual. Creo que este hecho unido a que Pablo conociese la localidad que Demas había elegido como destino, denota que había hablado con él del asunto antes de su partida, aunque no le fue posible convencerlo. Decir que la razón era amar el mundo presente, resume un estado de insatisfacción respecto a los años en que había servido a Jesucristo en el ministerio.
Normalmente, en virtud de esa frase, a Demas se le considera un apóstata que encaja con la figura de la mujer de Lot, que miró atrás suspirando por la vida que había llevado antes de su llamamiento. O uno que escuchó el evangelio con un corazón semejante al terreno de espinos, pero que dejando entrar el engaño de las riquezas y el deseo de las otras cosas de la vida y ahogan la palabra (Mr. 4:19). Y puede ser así. ¿Quién conoce realmente lo que hay en el corazón de los hombres? Solo Dios. Ni Pablo, ni ninguno de nosotros.
Sin embargo yo no quisiera descartar que tal vez Demas hubiese padecido una crisis temporal en el ministerio, como la que en nuestros días se conoce como burned out, ó el obrero quemado. En aquellos tiempos servir junto a Pablo y durante tantos años, padeciendo todo tipo de penalidades y miseria no parece muy propio de alguien que no sintiese un llamado verdadero del Espíritu Santo y realmente fuese en nacido de nuevo. Tampoco creo que Pablo se dejase engañar fácilmente y durante tanto tiempo por alguno que tuviese una actitud fingida. El caso de Demas no tiene nada que ver con Judas quién nunca engañó a Jesús, pues este lo llamó y lo mantuvo a su lado aun sabiendo que era el hijo de perdición que lo habría de entregar.
Yo pienso, y al menos abro una reflexión para la posibilidad de que Demas no fuese realmente un apóstata, sino que afrontó unas duras condiciones de vida durante años al lado del apóstol, sin tener realmente las cualidades de carácter y la fortaleza de espíritu de aquel (1Ts. 2:9). Y que en un momento dado, atravesando una crisis, de las que no somos ajenos los creyentes, y tampoco lo fueron algunos de los más grandes profetas, sin atenerse a reflexionar lo suficiente tomó una decisión precipitada, incluso de malas maneras, al no tener en cuenta que Pablo es ya anciano y esperar a que otro colaborar viniese a asistirle.
Me gusta pensar que Demas, después de esta crisis, fue fortalecido por el Señor y restaurado, y que acabó sus días sirviendo a la causa de Cristo, como lo había hecho durante muchos años difíciles en que junto al apóstol de los gentiles llenaron todo el mundo conocido con el mensaje del evangelio.