Los primeros falsos cristianos

3 Marzo 2003
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El nombre de “cristianos”, como todos sabemos, surgió por primera vez en Antioquia de Siria (Hch. 11:26) unos años más tarde de la ascensión de Jesucristo. Antes, y coexistiendo durante un cierto tiempo con este nombre, se conoció a los creyentes en Jesús con otros apodos como: “los del Camino” (Hch. 24:14; 19:9, 23), “la secta de los Nazarenos” (Hch. 24:5), ó “Galileos”. Así que al referirme en este artículo a un grupo de personas que aparecen durante la vida de Jesús, no es apropiado que los llame cristianos, pero apelo a la indulgencia del lector que me permita esta licencia en base a que ha sido el nombre de cristianos el que ha prevalecido hasta nuestros días.

Un relato muy conocido del evangelio de Juan, es el que nos revelará la primera existencia de un buen número de personas que se significan de forma pública y falsa como “creyentes en Jesús”, escondiendo propósitos espurios. La escena se encuentra en el capítulo 8:12 y se prolonga hasta el versículo 59.

Probablemente esta escena tuvo lugar en el contexto que se menciona en el mismo evangelio en 2:23-25. (Y estando en Jerusalén en la Pascua, en el día de la fiesta, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Mas el mismo Jesús no se confiaba á sí mismo de ellos, porque él conocía á todos, y no tenía necesidad que alguien le diese testimonio del hombre; porque él sabía lo que había en el hombre). Lo que Jesús va a hacer, como veremos, es poner en evidencia las intenciones del corazón de ellos y dejarlas expuestas a la luz para que sus propios hechos los delaten, y la denuncia tenga una enseñanza para los discípulos de todos los tiempos.

La escena se desarrolla cuando Jesús estaba predicando y enseñando en el Templo de Jerusalén, en el lugar de las limosnas, a una muchedumbre de judíos que se habían congregado allí para escucharle, entre los que había algunos fariseos.

El esquema de las predicaciones de Jesús, como el de otros rabinos de aquel tiempo, consistía en una exposición del mensaje, en el curso de la cual era normal que los asistentes formulasen preguntas y el predicador, a través de las respuestas, ampliaba los contenidos y, a la vez, despejaba las dudas del auditorio.

Una lectura atenta del relato nos permite deducir que Jesús, en un momento dado, debió hacer un llamamiento para que quienes creyesen en él, como profeta de Dios, y en su mensaje, se separasen de los incrédulos, con el propósito de mantener con ellos una reunión más avanzada ó profunda de la enseñanza, liberados de las preguntas, muchas de ellas perturbadoras, de los simples curiosos y de los incrédulos. Dice Juan que el número de los que entonces se manifestaron como creyentes en él fue bastante numeroso, así que a partir del versículo 31 y hasta el final del capítulo encontramos a Jesús dirigiéndose y dialogando con este grupo de “creyentes”.

Sin perder de vista el texto antes mencionado de Jn. 2:23-25, Jesús empezará esta nueva ó segunda reunión como era su costumbre, con unas palabras claras, semejantes a las que pueden encontrarse en otros relatos evangélicos, para personas que por primera vez dicen creer en él ó querer ser sus discípulos, sin el necesario conocimiento y la reflexión serena de las implicaciones que una decisión semejante trae consigo, (Ver semejanzas en Luc. 14:25-33 Mt. 10; Mt. 16:24,25; etc.), ó, como en esta ocasión, que ocultan malvadas intenciones de infiltración ó traición.

“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Contundente frase con la que solo Jesucristo con su sabiduría podría compendiar tanto contenido. En primer lugar, con ella declara que la evidencia de ser un verdadero discípulo, no consiste en significarse como creyente ó seguidor suyo, ni formar parte de un grupo de personas que dicen ser “creyentes”, como aquellos que ahora le rodeaban.

La simple manifestación pública de creer en él, como acababan de hacer aquellos, no significaba para Jesús que realmente fuesen creyentes ó discípulos suyos, y él deja claro desde el principio que no está dispuesto a otorgarles ese reconocimiento, por el mero hecho de decir que creen en él.

Esto no invalida la afirmación de muchas enseñanzas bíblicas en el sentido de que los verdaderos discípulos también deben manifestarse públicamente como tales y confesarle como Señor (Mt. 10:32; Luc. 12:8; 1 Jn. 2:23 y Fil 2:11), porque ese es el propósito de Dios.

Sobre esta misma cuestión encontramos, más adelante en el evangelio de Juan, que había algunas otras personas notables que creían en él, pero que lo ocultaban por temor a las consecuencias. La frase siguiente es, sin embargo, suficientemente aclarativa, estos “creyentes”, amaban más la gloria de los hombres que la de Dios (Jn. 12:42 y 43 Con todo eso, aun de los príncipes, muchos creyeron en él; mas por causa de los Fariseos no lo confesaban, por no ser echados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios), y este hecho significaba, en la teología juánica, que carecían del “amor del Padre” (1Jn. 2:15 Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él). Santiago va más lejos, en lo que los primeros cristianos pensaban sobre este asunto, denunciando tal conducta como un “adulterio” espiritual propio de los enemigos de Dios (St. 4:4 Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.)

Pero Jesús, en la frase que estamos considerando, afirma que la demostración del auténtico creyente consiste en que permanece en los contenidos de la doctrina que él enseñaba, junto con la obediencia permanente a sus mandamientos (Mt. 28:20 “que guarden todas las cosas que os he mandado”). Esa es la prueba del algodón. Ser discípulo de Jesús no consiste en un asentimiento momentáneo, emocionado ó calculado, sino que implica una forma de vivir desde el momento de creer en él y a él, para el resto de la vida. Con la frase “en mi palabra”, viene a compendiar la globalidad de su mensaje y pretensión de ser quien dijo que era, y no solo convenir en algunas de sus partes, por importante que sean. Es un: “O todo ó nada”. Pero va más allá. Tampoco se trata de un asentimiento ó una adhesión racional, intelectual ó formal al contenido de sus enseñanzas, sino que implica el deseo y empeño en la obediencia de aquello que Jesús ha enseñado y pedido a los suyos, confiando en sus promesas, aun desde la realidad de la incapacidad y debilidad humana.

Tras esa frase inicial de Jesús, la escena deriva por unos derroteros que resultaban imprevisibles para el lector que la hubiese imaginado por la lectura de los versículos 30 al 32. Son muchos los temas tocados en el texto y requeriría una extensión grande alejada del propósito de este artículo. Pero me gustaría que el lector se quede con algunas ideas precisas.

Que Jesús desde ese punto acusa a los componentes del grupo de “querer matarle” (v-37, 40), y de falsedad. “Mi palabra, les dice, no cabe en vosotros”, no os entra, no tiene acogida verdadera ni permanente. Así pues, sabiendo que su fe es de mentira, les hablará de forma muy provocativa para que ellos, en respuesta, se quiten la máscara y descubran lo que hay realmente dentro de su corazón.

Cuando acabamos la lectura del capítulo, a nadie nos queda duda que las acusaciones de Jesús eran verdaderas. Y para que las tinieblas de sus corazones fuesen manifiestas va a conducir las respuestas a sus interpelaciones de forma implacable. Les acusa de ser unos hijos del Diablo que se habían acercado a él de forma mentirosa con el propósito de de matarle en cuando tuviesen ocasión. Y que esa actuación falaz y criminal la hacían conscientes y voluntariamente (v-44 los deseos de vuestro padre queréis cumplir)

Al verse descubiertos, no hay protestas que tratasen de negar las acusaciones. La respuesta de ellos fue el insulto producto de la rabia. Insultaron con lo más fuerte que conocían. Llamaron a Jesús “endemoniado” y “samaritano”. No cabía nada peor. En otras ocasiones las gentes que murmuraban de él, porque no podía resistir sus enseñanzas desafiantes, le llamaban glotón ó borrachín, colega de malhechores y delincuentes. Aunque a Jesús esto no le afectaba demasiado, incluso en ocasiones él mismo se lo recordaba (Mt. 11:19; Lc. 7:34). Pero llamarle endemoniado, era la descalificación mayor que podían hacerle en cuanto al ministerio de cualquiera que pretendiese ser un verdadero enviado de Dios. Aunque no fue esta la única ocasión de aplicarle el apelativo. Es más, a partir de es momento, era lo que sus detractores empleaban con mayor profusión (Jn. 10:19-21) junto con el de blasfemo (Jn. 10:33; Mr. 14:64). Ahora bien, insultar a alguien llamándole samaritano, era lo más despectivo y ofensivo que se podía decir en el plano personal. Si viviera en nuestros días en España, y para sostener una equivalencia, sería como si le llamaran “fascista”. Es ese tipo de insulto que reúne todo el odio, la rabia y la impotencia de argumentos de aquel que le gustaría aplastarte y no sabe ó no puede de otra manera.

Samaritano era el clímax del vituperio. Lo que en Hebreos se llama “el vituperio de Cristo”, pero que es un motivo de riqueza y bienaventuranza (1Ped. 4:14) inevitable para sus verdaderos discípulos. Y digo inevitable porque como muy bien Pablo advertía a Timoteo, todos los que quieren vivir “piadosamente” (Es decir, conforme a la piedad. Y piedad es el sinónimo de toda la doctrina de Jesús, 1Ti. 6:3, y la única forma en que se puede vivir la fe comprometiéndose con valentía a los principios y la moral cristiana) padecerán persecución. También así lo había advertido el propio Jesucristo en Jn. 15:20.

Los primeros falsos cristianos fuera de sus casillas tomaron piedras para matar a Jesús (Jn. 8:59), aunque no pudieron llevarlo a cabo, porque ni era la hora ni la forma en que el Mesías había de padecer. Pero sus intenciones criminales quedaron expuestas y muchos de aquellos estarían poco tiempo después delante de Pilato gritando con todo su odio: ¡Crucifícale!¡Crucifícale! Aunque tampoco sería descabellado pensar que, por la misericordia de Dios, después de Pentecostés, algunos de ellos comprendieron el evangelio y verdaderamente arrepentidos aceptaron de corazón la oferta de perdón por la que clamó el Mesías desde la cruz y le siguieron de veras.

Después de este grupo inicial de falsos cristianos, muchos otros siguieron su mismo camino. Servir a Satanás y al mundo, persiguiendo ó pervirtiendo los contenidos de la fe cristiana con herejías y disoluciones desde adentro. Así, años después, el apóstol Pablo advierte a los Gálatas acerca de los pseudoadelphos, falsos hermanos, que entraban secretamente en las comunidades de los creyentes (Gal. 2:4). En Efeso advertirá sobre lobos rapaces con piel de oveja (Hch. 20:29), que no perdonarán al rebaño. Falsos predicadores, obispos, ancianos y maestros dispuestos para pervertir la doctrina (2Ped. 2:1,2,18), y conducir a la creyentes incautos y simples con fingidas y necias palabras a la disolución moral y doctrinal, para perjuicio de la fe.

Judas escribe en su epístola (Jud. 3 y 4) que algunos estaban dentro ya y, desde entonces, en todas las generaciones los verdaderos discípulos han tenido que sufrir y batallar contra estos agentes del mal que se llaman a sí mismos cristianos y como tales se presentan. Personas que torticeramente ocupan lugares preeminentes en las estructuras sociales del pueblo de Dios, desde los que pueden desplegar más eficazmente su trabajo destructivo. Y ahora como entonces, hacen falta voces que los denuncien para que se pongan en evidencia como lo que verdaderamente son y así son descritos en las epístolas: nubes sin agua, hombres impíos, manchas en los ágapes cristianos, árboles dos veces muertos y desarraigados, estrellas erráticas. Hacen falta discípulos que contiendan valerosamente y sin complejos en defensa de los contenidos de la “palabra de Jesús”. Personas que no tengan temor a los insultos, antes los soporten con dignidad y gallardía como una condecoración de la que podemos estar orgullosos por ser partícipes del mismo sufrimiento que padeció nuestro Salvador, y que, además, tendrá galardón en el reino celestial.

Desde luego vale mucho más que nos llamen fascistas por la defensa contundente de la fe, que vivir callados y temerosos por lo que nos puedan hacer ó decir los hombres.
 
Re: Los primeros falsos cristianos

El nombre de “cristianos”, como todos sabemos, surgió por primera vez en Antioquia de Siria (Hch. 11:26) unos años más tarde de la ascensión de Jesucristo. Antes, y coexistiendo durante un cierto tiempo con este nombre, se conoció a los creyentes en Jesús con otros apodos como: “los del Camino” (Hch. 24:14; 19:9, 23), “la secta de los Nazarenos” (Hch. 24:5), ó “Galileos”. Así que al referirme en este artículo a un grupo de personas que aparecen durante la vida de Jesús, no es apropiado que los llame cristianos, pero apelo a la indulgencia del lector que me permita esta licencia en base a que ha sido el nombre de cristianos el que ha prevalecido hasta nuestros días.

Un relato muy conocido del evangelio de Juan, es el que nos revelará la primera existencia de un buen número de personas que se significan de forma pública y falsa como “creyentes en Jesús”, escondiendo propósitos espurios. La escena se encuentra en el capítulo 8:12 y se prolonga hasta el versículo 59.

Probablemente esta escena tuvo lugar en el contexto que se menciona en el mismo evangelio en 2:23-25. (Y estando en Jerusalén en la Pascua, en el día de la fiesta, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Mas el mismo Jesús no se confiaba á sí mismo de ellos, porque él conocía á todos, y no tenía necesidad que alguien le diese testimonio del hombre; porque él sabía lo que había en el hombre). Lo que Jesús va a hacer, como veremos, es poner en evidencia las intenciones del corazón de ellos y dejarlas expuestas a la luz para que sus propios hechos los delaten, y la denuncia tenga una enseñanza para los discípulos de todos los tiempos.

La escena se desarrolla cuando Jesús estaba predicando y enseñando en el Templo de Jerusalén, en el lugar de las limosnas, a una muchedumbre de judíos que se habían congregado allí para escucharle, entre los que había algunos fariseos.

El esquema de las predicaciones de Jesús, como el de otros rabinos de aquel tiempo, consistía en una exposición del mensaje, en el curso de la cual era normal que los asistentes formulasen preguntas y el predicador, a través de las respuestas, ampliaba los contenidos y, a la vez, despejaba las dudas del auditorio.

Una lectura atenta del relato nos permite deducir que Jesús, en un momento dado, debió hacer un llamamiento para que quienes creyesen en él, como profeta de Dios, y en su mensaje, se separasen de los incrédulos, con el propósito de mantener con ellos una reunión más avanzada ó profunda de la enseñanza, liberados de las preguntas, muchas de ellas perturbadoras, de los simples curiosos y de los incrédulos. Dice Juan que el número de los que entonces se manifestaron como creyentes en él fue bastante numeroso, así que a partir del versículo 31 y hasta el final del capítulo encontramos a Jesús dirigiéndose y dialogando con este grupo de “creyentes”.

Sin perder de vista el texto antes mencionado de Jn. 2:23-25, Jesús empezará esta nueva ó segunda reunión como era su costumbre, con unas palabras claras, semejantes a las que pueden encontrarse en otros relatos evangélicos, para personas que por primera vez dicen creer en él ó querer ser sus discípulos, sin el necesario conocimiento y la reflexión serena de las implicaciones que una decisión semejante trae consigo, (Ver semejanzas en Luc. 14:25-33 Mt. 10; Mt. 16:24,25; etc.), ó, como en esta ocasión, que ocultan malvadas intenciones de infiltración ó traición.

“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Contundente frase con la que solo Jesucristo con su sabiduría podría compendiar tanto contenido. En primer lugar, con ella declara que la evidencia de ser un verdadero discípulo, no consiste en significarse como creyente ó seguidor suyo, ni formar parte de un grupo de personas que dicen ser “creyentes”, como aquellos que ahora le rodeaban.

La simple manifestación pública de creer en él, como acababan de hacer aquellos, no significaba para Jesús que realmente fuesen creyentes ó discípulos suyos, y él deja claro desde el principio que no está dispuesto a otorgarles ese reconocimiento, por el mero hecho de decir que creen en él.

Esto no invalida la afirmación de muchas enseñanzas bíblicas en el sentido de que los verdaderos discípulos también deben manifestarse públicamente como tales y confesarle como Señor (Mt. 10:32; Luc. 12:8; 1 Jn. 2:23 y Fil 2:11), porque ese es el propósito de Dios.

Sobre esta misma cuestión encontramos, más adelante en el evangelio de Juan, que había algunas otras personas notables que creían en él, pero que lo ocultaban por temor a las consecuencias. La frase siguiente es, sin embargo, suficientemente aclarativa, estos “creyentes”, amaban más la gloria de los hombres que la de Dios (Jn. 12:42 y 43 Con todo eso, aun de los príncipes, muchos creyeron en él; mas por causa de los Fariseos no lo confesaban, por no ser echados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios), y este hecho significaba, en la teología juánica, que carecían del “amor del Padre” (1Jn. 2:15 Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él). Santiago va más lejos, en lo que los primeros cristianos pensaban sobre este asunto, denunciando tal conducta como un “adulterio” espiritual propio de los enemigos de Dios (St. 4:4 Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.)

Pero Jesús, en la frase que estamos considerando, afirma que la demostración del auténtico creyente consiste en que permanece en los contenidos de la doctrina que él enseñaba, junto con la obediencia permanente a sus mandamientos (Mt. 28:20 “que guarden todas las cosas que os he mandado”). Esa es la prueba del algodón. Ser discípulo de Jesús no consiste en un asentimiento momentáneo, emocionado ó calculado, sino que implica una forma de vivir desde el momento de creer en él y a él, para el resto de la vida. Con la frase “en mi palabra”, viene a compendiar la globalidad de su mensaje y pretensión de ser quien dijo que era, y no solo convenir en algunas de sus partes, por importante que sean. Es un: “O todo ó nada”. Pero va más allá. Tampoco se trata de un asentimiento ó una adhesión racional, intelectual ó formal al contenido de sus enseñanzas, sino que implica el deseo y empeño en la obediencia de aquello que Jesús ha enseñado y pedido a los suyos, confiando en sus promesas, aun desde la realidad de la incapacidad y debilidad humana.

Tras esa frase inicial de Jesús, la escena deriva por unos derroteros que resultaban imprevisibles para el lector que la hubiese imaginado por la lectura de los versículos 30 al 32. Son muchos los temas tocados en el texto y requeriría una extensión grande alejada del propósito de este artículo. Pero me gustaría que el lector se quede con algunas ideas precisas.

Que Jesús desde ese punto acusa a los componentes del grupo de “querer matarle” (v-37, 40), y de falsedad. “Mi palabra, les dice, no cabe en vosotros”, no os entra, no tiene acogida verdadera ni permanente. Así pues, sabiendo que su fe es de mentira, les hablará de forma muy provocativa para que ellos, en respuesta, se quiten la máscara y descubran lo que hay realmente dentro de su corazón.

Cuando acabamos la lectura del capítulo, a nadie nos queda duda que las acusaciones de Jesús eran verdaderas. Y para que las tinieblas de sus corazones fuesen manifiestas va a conducir las respuestas a sus interpelaciones de forma implacable. Les acusa de ser unos hijos del Diablo que se habían acercado a él de forma mentirosa con el propósito de de matarle en cuando tuviesen ocasión. Y que esa actuación falaz y criminal la hacían conscientes y voluntariamente (v-44 los deseos de vuestro padre queréis cumplir)

Al verse descubiertos, no hay protestas que tratasen de negar las acusaciones. La respuesta de ellos fue el insulto producto de la rabia. Insultaron con lo más fuerte que conocían. Llamaron a Jesús “endemoniado” y “samaritano”. No cabía nada peor. En otras ocasiones las gentes que murmuraban de él, porque no podía resistir sus enseñanzas desafiantes, le llamaban glotón ó borrachín, colega de malhechores y delincuentes. Aunque a Jesús esto no le afectaba demasiado, incluso en ocasiones él mismo se lo recordaba (Mt. 11:19; Lc. 7:34). Pero llamarle endemoniado, era la descalificación mayor que podían hacerle en cuanto al ministerio de cualquiera que pretendiese ser un verdadero enviado de Dios. Aunque no fue esta la única ocasión de aplicarle el apelativo. Es más, a partir de es momento, era lo que sus detractores empleaban con mayor profusión (Jn. 10:19-21) junto con el de blasfemo (Jn. 10:33; Mr. 14:64). Ahora bien, insultar a alguien llamándole samaritano, era lo más despectivo y ofensivo que se podía decir en el plano personal. Si viviera en nuestros días en España, y para sostener una equivalencia, sería como si le llamaran “fascista”. Es ese tipo de insulto que reúne todo el odio, la rabia y la impotencia de argumentos de aquel que le gustaría aplastarte y no sabe ó no puede de otra manera.

Samaritano era el clímax del vituperio. Lo que en Hebreos se llama “el vituperio de Cristo”, pero que es un motivo de riqueza y bienaventuranza (1Ped. 4:14) inevitable para sus verdaderos discípulos. Y digo inevitable porque como muy bien Pablo advertía a Timoteo, todos los que quieren vivir “piadosamente” (Es decir, conforme a la piedad. Y piedad es el sinónimo de toda la doctrina de Jesús, 1Ti. 6:3, y la única forma en que se puede vivir la fe comprometiéndose con valentía a los principios y la moral cristiana) padecerán persecución. También así lo había advertido el propio Jesucristo en Jn. 15:20.

Los primeros falsos cristianos fuera de sus casillas tomaron piedras para matar a Jesús (Jn. 8:59), aunque no pudieron llevarlo a cabo, porque ni era la hora ni la forma en que el Mesías había de padecer. Pero sus intenciones criminales quedaron expuestas y muchos de aquellos estarían poco tiempo después delante de Pilato gritando con todo su odio: ¡Crucifícale!¡Crucifícale! Aunque tampoco sería descabellado pensar que, por la misericordia de Dios, después de Pentecostés, algunos de ellos comprendieron el evangelio y verdaderamente arrepentidos aceptaron de corazón la oferta de perdón por la que clamó el Mesías desde la cruz y le siguieron de veras.

Después de este grupo inicial de falsos cristianos, muchos otros siguieron su mismo camino. Servir a Satanás y al mundo, persiguiendo ó pervirtiendo los contenidos de la fe cristiana con herejías y disoluciones desde adentro. Así, años después, el apóstol Pablo advierte a los Gálatas acerca de los pseudoadelphos, falsos hermanos, que entraban secretamente en las comunidades de los creyentes (Gal. 2:4). En Efeso advertirá sobre lobos rapaces con piel de oveja (Hch. 20:29), que no perdonarán al rebaño. Falsos predicadores, obispos, ancianos y maestros dispuestos para pervertir la doctrina (2Ped. 2:1,2,18), y conducir a la creyentes incautos y simples con fingidas y necias palabras a la disolución moral y doctrinal, para perjuicio de la fe.

Judas escribe en su epístola (Jud. 3 y 4) que algunos estaban dentro ya y, desde entonces, en todas las generaciones los verdaderos discípulos han tenido que sufrir y batallar contra estos agentes del mal que se llaman a sí mismos cristianos y como tales se presentan. Personas que torticeramente ocupan lugares preeminentes en las estructuras sociales del pueblo de Dios, desde los que pueden desplegar más eficazmente su trabajo destructivo. Y ahora como entonces, hacen falta voces que los denuncien para que se pongan en evidencia como lo que verdaderamente son y así son descritos en las epístolas: nubes sin agua, hombres impíos, manchas en los ágapes cristianos, árboles dos veces muertos y desarraigados, estrellas erráticas. Hacen falta discípulos que contiendan valerosamente y sin complejos en defensa de los contenidos de la “palabra de Jesús”. Personas que no tengan temor a los insultos, antes los soporten con dignidad y gallardía como una condecoración de la que podemos estar orgullosos por ser partícipes del mismo sufrimiento que padeció nuestro Salvador, y que, además, tendrá galardón en el reino celestial.

Desde luego vale mucho más que nos llamen fascistas por la defensa contundente de la fe, que vivir callados y temerosos por lo que nos puedan hacer ó decir los hombres.



Yo no te dije fascista, si esa palabra anida en tu cabeza es tu elucubracion propia.

Quien solo el Dios puede saber quien es trigo y quien no.

Tu si?

Cuidado hermano, mucho cuidado con el sensible trabajo del Espiritu Santo.
 
Re: Los primeros falsos cristianos

El nombre de “cristianos”, como todos sabemos, surgió por primera vez en Antioquia de Siria (Hch. 11:26) unos años más tarde de la ascensión de Jesucristo. Antes, y coexistiendo durante un cierto tiempo con este nombre, se conoció a los creyentes en Jesús con otros apodos como: “los del Camino” (Hch. 24:14; 19:9, 23), “la secta de los Nazarenos” (Hch. 24:5), ó “Galileos”. Así que al referirme en este artículo a un grupo de personas que aparecen durante la vida de Jesús, no es apropiado que los llame cristianos, pero apelo a la indulgencia del lector que me permita esta licencia en base a que ha sido el nombre de cristianos el que ha prevalecido hasta nuestros días.

Un relato muy conocido del evangelio de Juan, es el que nos revelará la primera existencia de un buen número de personas que se significan de forma pública y falsa como “creyentes en Jesús”, escondiendo propósitos espurios. La escena se encuentra en el capítulo 8:12 y se prolonga hasta el versículo 59.

Probablemente esta escena tuvo lugar en el contexto que se menciona en el mismo evangelio en 2:23-25. (Y estando en Jerusalén en la Pascua, en el día de la fiesta, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Mas el mismo Jesús no se confiaba á sí mismo de ellos, porque él conocía á todos, y no tenía necesidad que alguien le diese testimonio del hombre; porque él sabía lo que había en el hombre). Lo que Jesús va a hacer, como veremos, es poner en evidencia las intenciones del corazón de ellos y dejarlas expuestas a la luz para que sus propios hechos los delaten, y la denuncia tenga una enseñanza para los discípulos de todos los tiempos.

La escena se desarrolla cuando Jesús estaba predicando y enseñando en el Templo de Jerusalén, en el lugar de las limosnas, a una muchedumbre de judíos que se habían congregado allí para escucharle, entre los que había algunos fariseos.

El esquema de las predicaciones de Jesús, como el de otros rabinos de aquel tiempo, consistía en una exposición del mensaje, en el curso de la cual era normal que los asistentes formulasen preguntas y el predicador, a través de las respuestas, ampliaba los contenidos y, a la vez, despejaba las dudas del auditorio.

Una lectura atenta del relato nos permite deducir que Jesús, en un momento dado, debió hacer un llamamiento para que quienes creyesen en él, como profeta de Dios, y en su mensaje, se separasen de los incrédulos, con el propósito de mantener con ellos una reunión más avanzada ó profunda de la enseñanza, liberados de las preguntas, muchas de ellas perturbadoras, de los simples curiosos y de los incrédulos. Dice Juan que el número de los que entonces se manifestaron como creyentes en él fue bastante numeroso, así que a partir del versículo 31 y hasta el final del capítulo encontramos a Jesús dirigiéndose y dialogando con este grupo de “creyentes”.

Sin perder de vista el texto antes mencionado de Jn. 2:23-25, Jesús empezará esta nueva ó segunda reunión como era su costumbre, con unas palabras claras, semejantes a las que pueden encontrarse en otros relatos evangélicos, para personas que por primera vez dicen creer en él ó querer ser sus discípulos, sin el necesario conocimiento y la reflexión serena de las implicaciones que una decisión semejante trae consigo, (Ver semejanzas en Luc. 14:25-33 Mt. 10; Mt. 16:24,25; etc.), ó, como en esta ocasión, que ocultan malvadas intenciones de infiltración ó traición.

“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Contundente frase con la que solo Jesucristo con su sabiduría podría compendiar tanto contenido. En primer lugar, con ella declara que la evidencia de ser un verdadero discípulo, no consiste en significarse como creyente ó seguidor suyo, ni formar parte de un grupo de personas que dicen ser “creyentes”, como aquellos que ahora le rodeaban.

La simple manifestación pública de creer en él, como acababan de hacer aquellos, no significaba para Jesús que realmente fuesen creyentes ó discípulos suyos, y él deja claro desde el principio que no está dispuesto a otorgarles ese reconocimiento, por el mero hecho de decir que creen en él.

Esto no invalida la afirmación de muchas enseñanzas bíblicas en el sentido de que los verdaderos discípulos también deben manifestarse públicamente como tales y confesarle como Señor (Mt. 10:32; Luc. 12:8; 1 Jn. 2:23 y Fil 2:11), porque ese es el propósito de Dios.

Sobre esta misma cuestión encontramos, más adelante en el evangelio de Juan, que había algunas otras personas notables que creían en él, pero que lo ocultaban por temor a las consecuencias. La frase siguiente es, sin embargo, suficientemente aclarativa, estos “creyentes”, amaban más la gloria de los hombres que la de Dios (Jn. 12:42 y 43 Con todo eso, aun de los príncipes, muchos creyeron en él; mas por causa de los Fariseos no lo confesaban, por no ser echados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios), y este hecho significaba, en la teología juánica, que carecían del “amor del Padre” (1Jn. 2:15 Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él). Santiago va más lejos, en lo que los primeros cristianos pensaban sobre este asunto, denunciando tal conducta como un “adulterio” espiritual propio de los enemigos de Dios (St. 4:4 Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.)

Pero Jesús, en la frase que estamos considerando, afirma que la demostración del auténtico creyente consiste en que permanece en los contenidos de la doctrina que él enseñaba, junto con la obediencia permanente a sus mandamientos (Mt. 28:20 “que guarden todas las cosas que os he mandado”). Esa es la prueba del algodón. Ser discípulo de Jesús no consiste en un asentimiento momentáneo, emocionado ó calculado, sino que implica una forma de vivir desde el momento de creer en él y a él, para el resto de la vida. Con la frase “en mi palabra”, viene a compendiar la globalidad de su mensaje y pretensión de ser quien dijo que era, y no solo convenir en algunas de sus partes, por importante que sean. Es un: “O todo ó nada”. Pero va más allá. Tampoco se trata de un asentimiento ó una adhesión racional, intelectual ó formal al contenido de sus enseñanzas, sino que implica el deseo y empeño en la obediencia de aquello que Jesús ha enseñado y pedido a los suyos, confiando en sus promesas, aun desde la realidad de la incapacidad y debilidad humana.

Tras esa frase inicial de Jesús, la escena deriva por unos derroteros que resultaban imprevisibles para el lector que la hubiese imaginado por la lectura de los versículos 30 al 32. Son muchos los temas tocados en el texto y requeriría una extensión grande alejada del propósito de este artículo. Pero me gustaría que el lector se quede con algunas ideas precisas.

Que Jesús desde ese punto acusa a los componentes del grupo de “querer matarle” (v-37, 40), y de falsedad. “Mi palabra, les dice, no cabe en vosotros”, no os entra, no tiene acogida verdadera ni permanente. Así pues, sabiendo que su fe es de mentira, les hablará de forma muy provocativa para que ellos, en respuesta, se quiten la máscara y descubran lo que hay realmente dentro de su corazón.

Cuando acabamos la lectura del capítulo, a nadie nos queda duda que las acusaciones de Jesús eran verdaderas. Y para que las tinieblas de sus corazones fuesen manifiestas va a conducir las respuestas a sus interpelaciones de forma implacable. Les acusa de ser unos hijos del Diablo que se habían acercado a él de forma mentirosa con el propósito de de matarle en cuando tuviesen ocasión. Y que esa actuación falaz y criminal la hacían conscientes y voluntariamente (v-44 los deseos de vuestro padre queréis cumplir)

Al verse descubiertos, no hay protestas que tratasen de negar las acusaciones. La respuesta de ellos fue el insulto producto de la rabia. Insultaron con lo más fuerte que conocían. Llamaron a Jesús “endemoniado” y “samaritano”. No cabía nada peor. En otras ocasiones las gentes que murmuraban de él, porque no podía resistir sus enseñanzas desafiantes, le llamaban glotón ó borrachín, colega de malhechores y delincuentes. Aunque a Jesús esto no le afectaba demasiado, incluso en ocasiones él mismo se lo recordaba (Mt. 11:19; Lc. 7:34). Pero llamarle endemoniado, era la descalificación mayor que podían hacerle en cuanto al ministerio de cualquiera que pretendiese ser un verdadero enviado de Dios. Aunque no fue esta la única ocasión de aplicarle el apelativo. Es más, a partir de es momento, era lo que sus detractores empleaban con mayor profusión (Jn. 10:19-21) junto con el de blasfemo (Jn. 10:33; Mr. 14:64). Ahora bien, insultar a alguien llamándole samaritano, era lo más despectivo y ofensivo que se podía decir en el plano personal. Si viviera en nuestros días en España, y para sostener una equivalencia, sería como si le llamaran “fascista”. Es ese tipo de insulto que reúne todo el odio, la rabia y la impotencia de argumentos de aquel que le gustaría aplastarte y no sabe ó no puede de otra manera.

Samaritano era el clímax del vituperio. Lo que en Hebreos se llama “el vituperio de Cristo”, pero que es un motivo de riqueza y bienaventuranza (1Ped. 4:14) inevitable para sus verdaderos discípulos. Y digo inevitable porque como muy bien Pablo advertía a Timoteo, todos los que quieren vivir “piadosamente” (Es decir, conforme a la piedad. Y piedad es el sinónimo de toda la doctrina de Jesús, 1Ti. 6:3, y la única forma en que se puede vivir la fe comprometiéndose con valentía a los principios y la moral cristiana) padecerán persecución. También así lo había advertido el propio Jesucristo en Jn. 15:20.

Los primeros falsos cristianos fuera de sus casillas tomaron piedras para matar a Jesús (Jn. 8:59), aunque no pudieron llevarlo a cabo, porque ni era la hora ni la forma en que el Mesías había de padecer. Pero sus intenciones criminales quedaron expuestas y muchos de aquellos estarían poco tiempo después delante de Pilato gritando con todo su odio: ¡Crucifícale!¡Crucifícale! Aunque tampoco sería descabellado pensar que, por la misericordia de Dios, después de Pentecostés, algunos de ellos comprendieron el evangelio y verdaderamente arrepentidos aceptaron de corazón la oferta de perdón por la que clamó el Mesías desde la cruz y le siguieron de veras.

Después de este grupo inicial de falsos cristianos, muchos otros siguieron su mismo camino. Servir a Satanás y al mundo, persiguiendo ó pervirtiendo los contenidos de la fe cristiana con herejías y disoluciones desde adentro. Así, años después, el apóstol Pablo advierte a los Gálatas acerca de los pseudoadelphos, falsos hermanos, que entraban secretamente en las comunidades de los creyentes (Gal. 2:4). En Efeso advertirá sobre lobos rapaces con piel de oveja (Hch. 20:29), que no perdonarán al rebaño. Falsos predicadores, obispos, ancianos y maestros dispuestos para pervertir la doctrina (2Ped. 2:1,2,18), y conducir a la creyentes incautos y simples con fingidas y necias palabras a la disolución moral y doctrinal, para perjuicio de la fe.

Judas escribe en su epístola (Jud. 3 y 4) que algunos estaban dentro ya y, desde entonces, en todas las generaciones los verdaderos discípulos han tenido que sufrir y batallar contra estos agentes del mal que se llaman a sí mismos cristianos y como tales se presentan. Personas que torticeramente ocupan lugares preeminentes en las estructuras sociales del pueblo de Dios, desde los que pueden desplegar más eficazmente su trabajo destructivo. Y ahora como entonces, hacen falta voces que los denuncien para que se pongan en evidencia como lo que verdaderamente son y así son descritos en las epístolas: nubes sin agua, hombres impíos, manchas en los ágapes cristianos, árboles dos veces muertos y desarraigados, estrellas erráticas. Hacen falta discípulos que contiendan valerosamente y sin complejos en defensa de los contenidos de la “palabra de Jesús”. Personas que no tengan temor a los insultos, antes los soporten con dignidad y gallardía como una condecoración de la que podemos estar orgullosos por ser partícipes del mismo sufrimiento que padeció nuestro Salvador, y que, además, tendrá galardón en el reino celestial.

Desde luego vale mucho más que nos llamen fascistas por la defensa contundente de la fe, que vivir callados y temerosos por lo que nos puedan hacer ó decir los hombres.

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Estoy de acuerdo contigo en que tenemos que proclamar con valentia el testimonio que tenemos de Cristo, sin importar lo que piensen los demas.

Lo unico que tenemos que considerar, es que sea la verdad que Dios pone en nuestro corazon por su Espiritu, y ahi tendremos la manifestacion de Cristo en nuestras vidas, viviendo las mismas circunstancias que El vivio, pero tambien, haciendo la voluntad del Padre y esta sera nuestra manera de servir a Dios que sera el unico que podra cambiar las cosas, para bien, segun su proposito y voluntad, que es lo unico que va a funcionar.

Los religiosos se guian mas por las apariencias que por el testimonio del Espiritu, y como bien dices, buscan la gloria de los hombres y no la gloria que viene de Dios. Cuando esto ocurre, no se puede ser siervo de Dios.

Gálatas 1:10

Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios?
¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía
agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.


Animo hermano, que los que toman partido por Dios, son mayoria aunque esten solos.

Ezequiel 22:30

Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se
pusiese en la brecha delante de mí,
a favor de la tierra,
para que yo no la destruyese; y no lo hallé.


Que Dios les bendiga a todos

Paz