Ignacio, ya a principios del siglo segundo, combinó las dos ideas de unión con Cristo como condición necesaria para la salvación, y de la iglesia como cuerpo de Cristo, y enseñó que nadie podía ser salvo a no ser que fuera miembro de la iglesia. Estrechamente relacionados con esta idea de que la iglesia era la única arca de salvación había los sacramentos, o medios de gracia, de los que el bautismo y la Eucaristía eran los dos ejemplos destacados. En relación con estos sacramentos surgió también la teoría del sacerdotalismo clerical: esto es, que los sacramentos sólo podían ser celebrados o administrados por hombres ordenados de manera regular para este propósito. Así el clero, en distinción a los laicos, vino a constituirse en un sacerdocio oficial, y a éstos se los hizo depender enteramente del clero para conseguir la gracia sacramental sin la que, según se enseñaba, no había salvación. Aunque Ignacio había negado la validez de la Eucaristía administrada con independencia del obispo, fue Cipriano de Cartago quien, posiblemente no por designio, fue finalmente el campeón de la causa episcopal.
Una vez quedó establecida la distinción entre el clero y los laicos, vemos una multiplicación de los oficios de la iglesia y la introducción de otros que nunca fueron contemplados en la Escritura. Estas actuaciones pueden haber servido para lograr un orden externo en la iglesia —y la verdad es que la necesidad del mismo fue de manera principal la causa de estas innovaciones— pero reprimieron la libre expresión de la vida espiritual y de la fe, y negaron el principio fundamental del cristianismo: que «hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos.»
El inevitable resultado de todo esto fue que el Espíritu Santo dejó de recibir el puesto que le correspondía de derecho en la iglesia. Los obispos cristianos estaban aceptando puestos en la corte y buscaban recibir la gloria del mundo, mientras que comenzaban a aparecer ostentosos templos para la exhibición de la religión cristiana. Cosa más grave todavía, los cristianos pronto invitaron la intervención del poder civil en los asuntos de la iglesia, y lenta pero seguramente comenzó a hacerse más evidente el fatal vínculo con el mundo.
http://www.sedin.org/propesp/historia.htm
Una vez quedó establecida la distinción entre el clero y los laicos, vemos una multiplicación de los oficios de la iglesia y la introducción de otros que nunca fueron contemplados en la Escritura. Estas actuaciones pueden haber servido para lograr un orden externo en la iglesia —y la verdad es que la necesidad del mismo fue de manera principal la causa de estas innovaciones— pero reprimieron la libre expresión de la vida espiritual y de la fe, y negaron el principio fundamental del cristianismo: que «hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos.»
El inevitable resultado de todo esto fue que el Espíritu Santo dejó de recibir el puesto que le correspondía de derecho en la iglesia. Los obispos cristianos estaban aceptando puestos en la corte y buscaban recibir la gloria del mundo, mientras que comenzaban a aparecer ostentosos templos para la exhibición de la religión cristiana. Cosa más grave todavía, los cristianos pronto invitaron la intervención del poder civil en los asuntos de la iglesia, y lenta pero seguramente comenzó a hacerse más evidente el fatal vínculo con el mundo.
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