Re: ¿Por qué los católicos suprimen el 2º Mandamiento de "su decálogo"?
Contra los verdaderos ídolos del pueblo de Dios, tenemos que luchar todos, nosotros los católicos, los cristianos de cualquier denominación, el pueblo judio. Todos! Porque la idolatría está en el corazón de los hombres. La tierra es una selva de ídolos, porque cada corazón es un Altar donde debería estar el único Dios verdadero, pero cuando hay un ídolo, allí no puede estar Dios. Quien no tiene una pasión perversa tiene otra, quien no tiene una concupisencia, tiene otra de diverso nombre, quien no busca el oro, busca la posición, quien no busca la carne, busca el egoísmo. Amadisimos hemanos!! Devolvamosle a Dios su derecho, reinar en nuestro corazón y ser adorado en espíritu y en verdad!!!
<<No te harás dioses en mi presencia>>
Se dijo: “No te harás dioses en mi presencia. No te harás ninguna escultura ni representación de lo que está arriba en el cielo o abajo en la tierra o en las aguas o bajo la tierra. No adorarás tales cosas, ni les darás culto. Yo soy el Señor tuyo fuerte y celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian y hago misericordia hasta la milésima generación con los que me aman y observan mis mandamientos”.
“No te harás dioses en mi presencia”. Habéis oído como Dios sea Omnipresente en su mirar y en su hablar. En verdad siempre estamos ante su presencia. Encerrados en lo interior de una habitación o en público en el Templo, siempre estamos ante su presencia. Bienhechores ocultos, que aún al que ayudamos ocultamos nuestra cara, y asesinos que asaltamos al viajero en un paso solitario y lo matamos, siempre estamos en su presencia. En su presencia está el Rey en medio de su corte, el soldado en el campo de batalla, el levita en el interior del Templo, el sabio inclinado sobre sus libros, el campesino en el surco, el mercader en su banco, la madre inclinada en la cuna, la recién casada en su habitación nupcial, la virgen en el secreto de la casa paterna, el niño que estudia en la escuela, el anciano que se extiende para morir. Todos están ante su presencia y todas las acciones del hombre igualmente.
¡Todas las acciones del hombre! ¡Palabra terrible y palabra consoladora! Terrible si las acciones son pecaminosas, consoladora si son santas. Saber que Dios ve es freno para hacer el mal y ayuda para hacer el bien. Dios ve que obro bien. Yo sé que El no olvida lo que ve. Yo creo que El premia las buenas acciones. Por lo cual estoy convencido que por estas recibiré un premio y en esta certeza, reposo. Esta me dará una vida serena y muerte placida, porque en vida y muerte mi alma será consolada con el rayo de la luz de la amistad de Dios. De este modo reflexiona el que obra bien. El que obra mal, ¿Por qué no piensa que entre las acciones prohibidas están los cultos idolátricos?... ¿Por qué él no dice: “Dios ve que mientras finjo un culto santo, adoro un dios o dioses falsos a los que he erigido un altar secreto que no conocen los hombres, pero El si los sabe”?.
Diréis: “¿Cuáles dioses, ni siquiera en el Templo hay una figura de Dios? ¿Que cara tienen esos dioses, si al verdadero Dios nos es imposible darle un rostro?” ¡Así lo es! Es imposible darle un rostro porque el Perfecto y el Purísimo no puede ser dignamente trazado por el hombre. Sólo el espíritu entreve su belleza incorpórea y sublime y oye su voz, gusta de sus caricias cuando El se derrama sobre un santo suyo merecedor de estos contactos divinos. Mas el ojo, el oído, la mano del hombre no lo pueden ver, oír... y por lo tanto repetir en la cítara del sonido, ni con martillo, ni cincel en el mármol, lo que es el
Señor.
¡Oh! ¡Felicidad eterna cuando, vosotros, espíritus de los justos, veréis a Dios! La primera mirada será aurora de la beatitud que por los siglos de los siglos os acompañará. Y sin embargo lo que no podemos hacer por un Dios verdadero el hombre sí lo hace por sus dioses falsos. Alguien erige un altar a una mujer; otro al oro; él de acá al poder; el de más allá a la ciencia; este a los triunfos militares; aquel adora al hombre que está en el poder, semejante suyo por naturaleza, tan sólo superior por la fuerza o por la suerte; hay quien se adora a si mismo y dice: “No hay otro igual a mí”. He aquí los dioses que tiene el pueblo de Dios.
Los Israelitas tienden a ver lo externo para no mirar en el interior de sus corazones. No os espantéis de los paganos que adoran animales, reptiles, astros. ¡Cuantos reptiles! ¡Cuantos animales! ¡Cuantos astros apagados adoráis en vuestros corazones! Los labios mentirosos pronuncian palabras mentirosas para adular, conseguir, corromper. Y ¿no son estas las plegarias de los idólatras secretos? Los corazones fomentan pensamientos de venganza, de contrabando, de prostitución. Y ¿no son estos los cultos que se dan a los dioses inmundos del placer, de la avaricia y del mal? Se dijo: “No adorarás nada de lo que no sea tu Dios verdadero, Único, Eterno”. Y se dijo: “Yo soy el Dios fuerte y celoso”.
Fuerte: Ninguna fuerza supera la suya. El hombre es libre de obrar, Satanás de tentar. Pero cuando Dios dice: “Basta” el hombre no puede continuar haciendo el mal ni Satanás tentando. Arrojado este a su infierno, inutilizado en su abuso de hacer mal. Porque hay límite en esto, más allá del cual Dios no permite se vaya.
Celoso:¿De que cosa? ¿Que cela?... ¿Los mezquinos celos de los hombrecillos? ¡No! Dios cela a sus hijos. Un justo celo. Un amoroso celo. Os creó. Os ama, os quiere. Sabe lo que os daña. Conoce lo que puede separaros de El. Es celoso de lo que se interpone entre el Padre y los hijos, y los desvía solo por amor que es salud y paz: Dios. Comprended este sublime celo que no es sucio, que no es cruel, que no es carcelero. Sino que es amor infinito, bondad infinita; que es libertad sin confines que se da a las criaturas limitadas para absorberlas en la eternidad para Sí y en Sí, y hacerlas partícipes de su infinitud. Un buen padre no quiere gozar solo de sus riquezas, sino que quiere que gocen de ellas también sus hijos. En realidad más que para sí, para los hijos fueron acumuladas. Igualmente Dios, que trae en este amor y deseo la perfección que hay en cada acción suya.
No desilusionéis al Señor. Amenaza con castigar a los culpables y a los hijos de los culpables. Y no miente en lo que dice. Pero no perdáis el valor, ¡oh, hijos del hombre y de Dios! Oíd la otra promesa y alegraos: “Hago misericordia hasta la milésima generación a quienes me aman y observan mis mandamientos”.
Hasta la milésima generación de los buenos y hasta la milésima generación de los pobres hijos del hombre, los cuales caen no por malicia sino por veleidad y por trampa de Satanás. Aún más. Yo os digo que El que abre sus brazos, si con corazón contrito y la cara lavada en llanto decís: “ ¡Padre! He pecado. Lo sé. Me humillo por esto y te confieso mi pecado. Perdóname. Tú serás mi fuerza para volver a “vivir” la verdadera vida.
No temáis. Antes de que hubieses pecado por debilidad, El sabía que lo haríais. Pero tan solo su corazón se cierra cuando persistís en el pecado, porque queréis pecar, haciendo de un cierto pecado o de muchos vuestros dioses horrorosos. Destruid todo ídolo, poned al Dios verdadero. El bajará con su gloria a consagrar vuestro corazón, cuando vea que es él solo entre vosotros.
Devolved a Dios su morada, que esta en el corazón de los hombres. Lavad el dintel, escombrad el interior de toda cosa inútil o aparato culpable. Dios solo. Sólo El. ¡El es todo! De ningún modo es inferior el corazón de un hombre en que Dios habita al Paraíso, el corazón de un hombre que canta su amor al Huésped Divino.
Haced de cada corazón un Cielo. Empezad a vivir con el Excelso que en vuestro eterno mañana, se perfeccionará en poder y alegría, y que será tan grande de poder sobrepujar el terrible estupor de Abraham, Jacob y Moisés. Porque no será más el encuentro resplandeciente y aterrorizador que desciende con el Poderoso sino el estar con el Padre y Amigo que desciende para deciros: “Mi alegría es estar entre los hijos de los hombres. Tú me haces feliz. Gracias”.