24 de mayo Meditando en la Palabra de Dios
“...EN SU LEY MEDITA DE DÍA Y DE NOCHE” (Salmo 1:2b)
Si nunca has meditado, quizá pensarás que eso es muy difícil, algo que sólo los monjes y los místicos hacen, o los gurús que recitan mantras en la posición del loto. Responde a la siguiente pregunta: ¿sabes cómo preocuparte? Entonces sabes cómo meditar, porque meditar es simplemente: (a) pensar profunda y continuamente en algo; (2) memorizarlo; (3) dejar que “eche raíces”; (4) “poseerlo” hasta que se convierta en una fuerza que opere dentro de ti. El asunto no es cuántos versículos puedes memorizar sino lo que te sucede durante el proceso. Meditar en la Palabra de Dios te aclara y te corrige las cosas, te enriquece y te equipa para que pienses de manera distinta a si estuvieras viendo la televisión, hablando por teléfono o comprando en los grandes almacenes locales.
Una vez, Jesús preguntó a sus oyentes: “¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). ¡Buena pregunta! Aquella gente conocía la verdad pero no estaba dispuesta a actuar en consonancia. Esto es precisamente lo que expresó San Agustín en su famosa oración, en la que anhelaba la pureza sexual pero sin estar dispuesto a cambiar su estilo de vida: “Señor, dame castidad, pero todavía no”. ¿Te has sentido alguna vez así?
David dijo: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. (Salmo 119:11). Meditar en la Palabra de Dios es el remedio para: (a) la flaqueza moral y espiritual; (b) una vida sin propósito; (c) falta de intimidad con el Señor y (d) una fe repetitivamente débil que te hace perder lo mejor que Dios tiene para ti. Así que, quítale el polvo a tu Biblia, ábrela y pregunta: “Señor, ¿qué quieres decirme?”. Después, medita sobre su contestación.
Por Bob y Debbie Gass, con la colaboración de Ruth Gass Halliday
---------------------------------------------------------------------
¿Qué te parece si aconsejas a tus amigos mandar un e-mail a
[email protected]
“...EN SU LEY MEDITA DE DÍA Y DE NOCHE” (Salmo 1:2b)
Si nunca has meditado, quizá pensarás que eso es muy difícil, algo que sólo los monjes y los místicos hacen, o los gurús que recitan mantras en la posición del loto. Responde a la siguiente pregunta: ¿sabes cómo preocuparte? Entonces sabes cómo meditar, porque meditar es simplemente: (a) pensar profunda y continuamente en algo; (2) memorizarlo; (3) dejar que “eche raíces”; (4) “poseerlo” hasta que se convierta en una fuerza que opere dentro de ti. El asunto no es cuántos versículos puedes memorizar sino lo que te sucede durante el proceso. Meditar en la Palabra de Dios te aclara y te corrige las cosas, te enriquece y te equipa para que pienses de manera distinta a si estuvieras viendo la televisión, hablando por teléfono o comprando en los grandes almacenes locales.
Una vez, Jesús preguntó a sus oyentes: “¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). ¡Buena pregunta! Aquella gente conocía la verdad pero no estaba dispuesta a actuar en consonancia. Esto es precisamente lo que expresó San Agustín en su famosa oración, en la que anhelaba la pureza sexual pero sin estar dispuesto a cambiar su estilo de vida: “Señor, dame castidad, pero todavía no”. ¿Te has sentido alguna vez así?
David dijo: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. (Salmo 119:11). Meditar en la Palabra de Dios es el remedio para: (a) la flaqueza moral y espiritual; (b) una vida sin propósito; (c) falta de intimidad con el Señor y (d) una fe repetitivamente débil que te hace perder lo mejor que Dios tiene para ti. Así que, quítale el polvo a tu Biblia, ábrela y pregunta: “Señor, ¿qué quieres decirme?”. Después, medita sobre su contestación.
Por Bob y Debbie Gass, con la colaboración de Ruth Gass Halliday
---------------------------------------------------------------------
¿Qué te parece si aconsejas a tus amigos mandar un e-mail a
[email protected]