Cristo y Su Justicia

9 Enero 2006
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Hermanos de este foro en general, Alguna vez te has hecho esta pregunta:
¿CÓMO CONSIDERAREMOS A CRISTO? Meditemos un poco y preguntemonos todos personalmente nuevamente ¿Cómo debiéramos considerar a Cristo?

Tal y como Él se ha revelado a sí mismo al mundo; de acuerdo al testimonio que Él dio concerniente a sí mismo. En ese maravilloso discurso registrado en el quinto capítulo de Juan, Jesús dijo: "Porque como el Padre resucita a los muertos, y les da vida; así también el Hijo da vida a los que quiere. Además, el Padre a nadie juzga, sino que confió todo el juicio al Hijo; para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió." Versículos 21-23.
A Cristo se le encomienda la más alta prerrogativa, la de juzgar. Ha de recibir el mismo honor que se le debe a Dios, y por la razón de que es Dios. El discípulo amado da este testimonio: "En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios." Juan 1:1. Que este Divino Verbo no es ningún otro que Jesucristo, queda claro en el versículo 14: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, (y vimos su gloria, gloria que, como Hijo único, recibió del Padre), lleno de gracia y de verdad."
El Verbo existía "en el principio." La mente del hombre no puede abarcar las edades que están comprendidas en esta frase. No le es dado al ser humano el saber cuándo o cómo fue engendrado el Hijo; pero sabemos que fue el Verbo divino, no únicamente antes de que viniera a este mundo a morir, sino incluso antes de que el mundo fuera creado. Momentos antes a su crucifixión, oró: "Ahora Padre, glorifícame a tu lado con la gloria que tuve junto a ti antes que el mundo fuera creado." Juan 17:5. Y más de setecientos años antes de su primer advenimiento, su venida fue predicha por la palabra inspirada: "Pero tú Belén Efrata, pequeña entre los millares de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel. Sus orígenes son desde el principio, desde los días de la eternidad." Miqueas 5:2. Sabemos que Cristo "de Dios ha salido, y ha venido" (Juan 8:42), pero fue tan atrás en las edades de la eternidad como para estar más allá del alcance de la mente del hombre.

¿ES CRISTO DIOS?
A Cristo se le llama Dios en muchos lugares de la Biblia,. El Salmista dice: "El Dios de dioses, el Eterno Jehová, habla, y convoca la tierra desde el nacimiento del sol hasta donde se pone. Desde Sión, dechado de hermosura, resplandece Dios. Vendrá nuestro Dios, y no callará. Fuego consumirá delante de él, y una poderosa tempestad lo rodeará. Convocará a los altos cielos, y la tierra, para juzgar a su pueblo. Juntadme a mis fieles, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio. Y los cielos anunciarán su justicia, porque Dios mismo es el juez." Sal. 50:1-6. Se puede constatar que este pasaje hace referencia a Cristo: (1) por el hecho ya considerado de que todo el juicio se le encomendó al Hijo; y (2) por el hecho de que es en la segunda venida de Cristo cuando manda a sus ángeles para que recojan a sus escogidos de los cuatro vientos. Mat. 24:31. "Vendrá nuestro Dios y no callará." No; porque cuando el Señor mismo desciende del cielo, será "con aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios." 1 Tes. 4:16. Esta aclamación será la voz del Hijo de Dios, la cual será oída por todos aquellos que están en el sepulcro, haciéndoles salir de él. Juan 5:28, 29. Juntamente con los justos vivos serán llevados a encontrar al Señor en el aire, para estar siempre con Él; y esto constituirá "nuestra reunión con él." 2 Tes. 2:1. Comparar con Sal. 50:5; Mat. 24:31 y 1 Tes. 4:16.
"Fuego consumirá delante de él, y una poderosa tempestad lo rodeará;" porque cuando el Señor Jesús se manifieste desde el cielo con sus ángeles poderosos, lo hará "en llama de fuego, para dar la retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo." 2 Tes. 1:8. Por eso sabemos que el Salmo 50:1-6 es una descripción vívida de la segunda venida de Cristo para la salvación de su pueblo. Cuando Él venga, será como "Dios poderoso." Comparar con Hab. 3.
"Dios poderoso" es uno de los títulos legítimos de Cristo. Mucho antes del primer advenimiento de Cristo, el profeta Isaías habló estas palabras para reconfortar a Israel: "Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el gobierno estará sobre su hombro. Será llamado Maravilloso, Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz." Isa. 9:6.
Estas no son simplemente las palabras de Isaías; son las palabras del Espíritu de Dios. Dios, en alusión directa al Hijo, lo llama por el mismo título. En el Salmo 45:6 leemos estas palabras: "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre. Cetro de justicia es el cetro de tu reino." El lector casual pudiera tomar esto como la simple alabanza del Salmista; pero cuando vamos al Nuevo Testamento, encontramos que es mucho más. Encontramos que es Dios el Padre quien habla, y que se está refiriendo al Hijo. Y lo llama Dios. Ver Heb. 1:1-8.
Este nombre no le fue dado a Cristo como consecuencia de algún gran logro, sino que es suyo por derecho de herencia. Hablando del poder y la grandeza de Cristo, el escritor de Hebreos dice que es hecho tanto mejor que los ángeles, porque "el Nombre que heredó es más sublime que el de ellos." Heb. 1:4. Un hijo siempre toma legítimamente el nombre del padre; y Cristo, como "el unigénito Hijo de Dios," tiene, legítimamente, el mismo nombre. Un hijo también es en mayor o menor grado una reproducción del padre; hasta cierto punto tiene los rasgos y características personales de su padre; no perfectamente, porque no hay reproducción perfecta entre los humanos. Pero no hay imperfección en Dios, ni en ninguna de sus obras; de forma que Cristo es la "imagen expresa" de la persona del Padre. Heb. 1:3. Como el Hijo del Dios que tiene existencia propia, tiene por naturaleza todos los atributos de la Deidad.
Es cierto que hay muchos hijos de Dios; pero Cristo es el "Unigénito Hijo de Dios," y por lo tanto, el Hijo de Dios en un sentido en el que ningún otro ser lo ha sido, ni lo pudiera ser nunca. Los ángeles son hijos de Dios, como lo fue Adán (Job 38:7; Lucas 3:38), por creación; los cristianos son hijos de Dios por adopción (Rom. 8:14,15); pero Cristo es el Hijo de Dios por nacimiento. El escritor de la epístola a los Hebreos muestra además que la posición del Hijo de Dios no es una a la que Cristo ha sido elevado, sino que la posee por derecho. Dice que Moisés fue fiel en toda la casa de Dios, como un sirviente, "Y Cristo, como hijo, es fiel sobre la casa de Dios." Heb. 3:6. Y también afirma que Cristo es el Constructor de la casa. Versículo 3. Es Él quien construye el templo del Señor, y lleva la gloria. Zac. 6:12,13.
Cristo mismo enseñó de la manera más enfática que Él es Dios. Cuando el joven rico le preguntó, "Maestro Bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?" Jesús, antes de contestar a la pregunta, le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? No hay sino Uno solo bueno, esto es, Dios." Mar. 10:17,18. ¿Qué quiso decir Jesús con estas palabras? ¿Quiso desmentir el epíteto que el joven rico le aplicó? ¿Pretendió insinuar que Él no era realmente bueno? ¿Fue un mero despliegue de modestia? De ninguna manera, porque Cristo era absolutamente bueno. A los Judíos, quienes constantemente lo observaban para descubrir algún fallo con qué acusarlo, les dijo audazmente, "¿Quién de vosotros me halla culpable de pecado?" Juan 8:46. En toda la nación Judía no se encontraba un solo hombre que lo hubiera visto hacer algo o pronunciar una palabra que tuviera siquiera la apariencia de maldad; y aquellos que estaban determinados a condenarlo, solo pudieron hacerlo empleando testigos falsos contra Él. Pedro dice que "no cometió pecado, ni fue hallado engaño en su boca." 1 Ped. 2:22. Pablo dice que "no conoció pecado." 2 Cor. 5:21. El Salmista dice, "Él es mi roca, y en él no hay injusticia." Sal. 92:15. Y Juan dice, "Pero vosotros sabéis que Cristo apareció para quitar nuestros pecados. Y en él no hay pecado." 1 Juan 3:5.
Cristo no puede negarse a sí mismo, por lo tanto no pudo decir que no era bueno. Es y era absolutamente bueno: la perfección de la bondad. Y siendo que no hay ninguno bueno sino Dios, dado que Cristo es bueno, se deduce que Cristo es Dios, y eso es precisamente lo que se propuso mostrar al joven rico.
Eso fue también lo que enseñó a sus discípulos. Cuando Felipe le dijo a Jesús, "Muéstranos el Padre y nos basta," Jesús le dijo: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices muéstranos al Padre?" Juan 14:8,9. Esto tiene la misma contundencia que la declaración: "Yo y el Padre somos uno." Juan 10:30. Tan completamente era Cristo Dios, incluso estando todavía aquí entre los hombres, que cuando le pidieron que mostrara al Padre, le bastó con decir, 'miradme a mí'. Y eso trae a la mente aquella frase en la que el Padre introduce al Unigénito: "Adórenle todos los ángeles de Dios." Heb. 1:6. No fue solamente cuando Cristo estaba compartiendo la gloria con el Padre antes que el mundo fuera, que era digno de homenaje, sino que cuando se hizo un bebé en Belén, aun entonces se ordenó a todos los ángeles de Dios que lo adoraran.
Los Judíos no malinterpretaron la enseñanza de Cristo acerca de sí mismo. Cuando afirmó que era uno con el Padre, los Judíos tomaron piedras par apedrearle; y cuando les preguntó que por cuál de sus buenas obras lo buscaban para apedrearlo, contestaron: "No queremos apedrearte por buena obra, sino por la blasfemia; porque tú siendo hombre, te haces Dios." Juan 10:33. Si Él hubiera sido lo que ellos consideraban, un simple hombre, sus palabras hubieran sido en verdad blasfemia. Pero todos aca sabemos claramente que Cristo es Dios.
El objetivo de Cristo al venir a la tierra fue el de revelar a Dios a los hombres, para que pudiesen venir a Él. Por esto el apóstol Pablo dice que "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo" (2 Cor. 5:19); y en Juan leemos que el Verbo, que era Dios, se "hizo carne." Juan 1:1,14. En el mismo contexto, se especifica, "A Dios nadie lo vio jamás. El Hijo único, que es Dios, que está en el seno del Padre, él lo dio a conocer." Juan 1:18.
Observemos la expresión, "El Hijo único, que está en el seno del Padre." Tiene allí su morada, y está allí como parte de la Divinidad, tan ciertamente cuando estaba en la tierra como estando en el cielo. El uso del tiempo presente implica existencia continua. Presenta la misma idea que encierra la declaración de Jesús a los Judíos (Juan 8:58), "Antes que Abraham existiera, yo soy." Y esto demuestra una vez más su identidad con Aquel que se le apareció a Moisés en la zarza ardiendo, quien declaró su nombre en estos términos: "YO SOY EL QUE SOY."
Finalmente, tenemos las palabras inspiradas del apóstol Pablo concernientes a Jesucristo: "Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud." Col. 1:19. En el siguiente capítulo se nos dice en qué consiste esa plenitud que habita en Él: "en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad." Col. 2:9. Este es el testimonio más absoluto e inequívoco del hecho de que Cristo posee por naturaleza todos los atributos de la Divinidad. La divinidad de Cristo vendrá a ser un hecho prominente a medida que procedamos a considerar a CRISTO COMO CREADOR Inmediatamente a continuación del tan conocido versículo que dice que Cristo, el Verbo, es Dios, leemos que "Todas las cosas fueron hechas por él. Y nada de cuanto existe fue hecho sin él." Juan 1:3. Ningún comentario puede hacer esta declaración más clara de lo que es por sí misma, por lo tanto pasamos a las palabras de Heb. 1:1-4: "Dios . . . en estos últimos días nos habló por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien hizo todos los mundos. El Hijo es el resplandor de su gloria, la misma imagen de su ser real, el que sostiene todas las cosas con su poderosa Palabra. Después de efectuar la purificación de nuestros pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. El Hijo llegó a ser tanto más excelente que los ángeles, así como el Nombre que heredó es más sublime que el de ellos."
Aun más enfático que esto son las palabras del apóstol Pablo a los Colosenses. Hablando de Cristo como el único mediante quien tenemos redención, lo describe como el que "es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación. Por él fueron creadas todas las cosas, las que están en los cielos y las que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados o autoridades. Todo fue creado por medio de él y para él. Porque Cristo existía antes de todas las cosas, y todas las cosas subsisten en él." Col. 1:15-17.
Este maravilloso texto debiera ser objeto de cuidadoso estudio y constante contemplación. No deja ni una sola cosa en el universo que Cristo no haya creado. Él lo hizo todo en el cielo y en la tierra; Hizo todo lo que puede ser visto, y todo lo que no puede verse; los tronos y los dominios, los principados y los poderes en el cielo, todos dependen de Él para la existencia. Y siendo que Él es antes de todas las cosas, y Creador de las mismas, así por Él subsisten todas las cosas, o se sostienen. Esto es equivalente a lo escrito en Hebreos 1:3, de que Él sostiene todas las cosas por su poderosa palabra. Fue por la palabra que fueron hechos los cielos; y esa misma palabra los sostiene en su lugar, y los guarda de la destrucción.
De ninguna manera podemos omitir en este contexto a Isa. 40:25,26: "¿A qué, pues, me asemejaréis o me compararéis? pregunta el Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad. ¿Quién creó estas cosas? Aquel que saca su ejército de estrellas, llama a cada una por su nombre. Tan grande es su poder y su fuerza, que ninguna faltará." O, como lo presenta más enfáticamente la traducción Judía, "de Aquel que es grande en fuerza y fuerte en poder, nadie escapa." Que Cristo es el Santo que llama al ejército de los cielos por nombre y lo mantiene en su lugar, es evidente por otras porciones del mismo capítulo. Él es de quien fue dicho con anterioridad, "Preparad en el desierto el camino al Eterno, enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios." Él es el que viene con brazo poderoso, trayendo consigo su recompensa; el que, como un pastor, alimenta su rebaño, llevando a las ovejas en su seno.
Una declaración más, concerniente a Cristo como Creador, debe bastar. Se trata del testimonio del Padre mismo. En el primer capítulo de Hebreos leemos que Dios nos habló por su Hijo; dice de Él, "Adórenlo todos los ángeles de Dios." De los ángeles dice, "hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llamas de fuego," pero al Hijo le dice, "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de equidad el cetro de tu reino;" y Dios dice más: "Tú, oh Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obras de tus manos." Heb. 1:8-10. Aquí encontramos al Padre refiriéndose al Hijo como Dios, y diciéndole 'tú pusiste los cimientos de la tierra; y los cielos son la obra de tus manos'. Cuando el Padre mismo le da este honor al Hijo, ¿quién es el hombre para negárselo? Con esto podemos muy bien concluir el testimonio concerniente a la divinidad de Cristo, y el hecho de que Él es el Creador de todas las cosas.
Una palabra de precaución es aquí necesaria. No imagine nadie que podemos exaltar a Cristo en detrimento del Padre, o que podemos con ello menospreciar al Padre. Eso es imposible, puesto que uno es el interés de ambos. Honramos al Padre al honrar al Hijo. Tenemos presentes las palabras de Pablo, "para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas, y para quien nosotros vivimos; y un Señor Jesucristo, por medio de quien son todas las cosas, y por medio de quien vivimos" (1 Cor. 8:6); tal como ya hemos dicho, fue por Él que Dios hizo los mundos. Todas las cosas proceden finalmente de Dios, el Padre; aun Jesucristo mismo procedió y salió del Padre; pero agradó al Padre que en Él habitase toda la plenitud, y que Él fuera el Agente directo e inmediato en todo acto de la creación. Nuestro objetivo en este estudio es mostrar la posición precisa de igualdad con el Padre, para que su poder para redimir sea mejor apreciado.
¿ES CRISTO UN SER CREADO?
Antes de pasar a algunas de las lecciones prácticas que encierran estas verdades, debemos detenernos por unos momentos en una opinión que es sostenida sinceramente por muchos que jamás querrían deshonrar a Cristo voluntariamente, pero que, mediante dicha opinión, niegan en realidad su divinidad. Es la idea de que Cristo es un ser creado, quien, mediante una especial bendición de Dios, fue elevado a su exaltada posición actual. Nadie que comparta esta opinión puede tener una idea justa de la posición exaltada que Cristo ocupa realmente.
La opinión en cuestión está basada en una concepción errónea de un solo texto, el de Apocalipsis 3:14: "Escribe al ángel de la iglesia de Laodicea: Así dice el Amén, el Testigo Fiel y Verdadero, el origen de la creación de Dios." Esto se interpreta equivocadamente pretendiendo que Cristo es el primer ser que Dios creó; que la obra de la creación de Dios empezó con Él. Pero esta opinión se opone a la Escritura que declara que Cristo mismo creó todas las cosas. Decir que Dios empezó su obra de creación creando a Cristo, es dejar a Cristo completamente fuera de la obra de la creación.
La palabra traducida "origen" es argo, significando "cabeza" o "jefe." Forma parte del nombre del gobernante griego Arson, de la palabra Arzobispo y de la palabra arcángel. Veamos esta última palabra: Cristo es el Arcángel, según Judas 9; 1 Tes. 4:16; Juan 5:28, 29 y Dan. 10:21. Esto no quiere decir que Él es el primero de los ángeles, porque Él no es un ángel, sino que está sobre todos ellos. Heb. 1:4. Significa que es el jefe o príncipe de los ángeles, tal como un arzobispo es la cabeza de los obispos. Cristo es el comandante de los ángeles. Ver Apoc. 19:11-14. Él creó a los ángeles. Col. 1:16. Así que la declaración de que Él es el comienzo o cabeza de la creación de Dios, significa que en Él tuvo sus comienzos la creación; que, como Él mismo dice, es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, el Primero y el Último. Apoc. 21:6; 22:13. Es la fuente de donde todas las cosas tienen su origen.
Jamás debiéramos suponer que Cristo es una criatura, debido a que Pablo lo llama (Col. 1:15) "el Primogénito de toda la creación;" porque los mismos versículos siguientes lo muestran como el Creador, y no la criatura. "Por él fueron creadas todas las cosas, las que están en los cielos y las que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados o autoridades. Todo fue creado por medio de él y para él. Porque Cristo existía antes de todas las cosas, y todas las cosas subsisten en él." Ahora, si Él creó todo lo que fue creado, y existió antes de todas las cosas creadas, es evidente que Él mismo no forma parte de las cosas creadas. Está por encima de toda la creación, y no es una parte de ella.
Las Escrituras declaran que Cristo es "el unigénito Hijo de Dios." Es engendrado, no creado. En referencia a cuándo, no nos corresponde a nosotros el inquirir, ni podrían nuestras mentes comprenderlo aunque se nos explicara. El profeta Miqueas nos dice todo cuanto podemos saber acerca de ello, en estas palabras: "Pero tú Belén Efrata, pequeña entre los millares de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel. Sus orígenes son desde el principio, desde los días de la eternidad." Miqueas 5:2. Hubo un tiempo cuando Cristo procedió y vino de Dios, del seno del Padre (Juan 8:42; 1:18), pero fue tan atrás en los días de la eternidad que para el entendimiento finito significa sin comienzo.
Pero el hecho es que Cristo es el único Hijo de Dios, y no un ser creado. Posee por herencia un nombre más sublime que el de los ángeles; "Cristo, como hijo, es fiel sobre la casa de Dios." Heb. 1:4; 3:6. Y puesto que es el único Hijo de Dios, es la misma substancia y naturaleza de Dios y posee por nacimiento todos los atributos de Dios; porque al Padre agradó que su Hijo fuese la imagen expresa de su Persona, el resplandor de su gloria, y lleno con la plenitud de la divinidad. Así que tiene "vida en sí mismo"; Posee la inmortalidad por derecho propio, y puede conferirla a otros. La vida está inherente en Él, así que no le puede ser arrebatada; pero habiéndola entregado voluntariamente, la puede volver a tomar. Estas son sus palabras: "Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo la doy de mí mismo. Tengo poder para darla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandato recibí de mi Padre." Juan 10:17,18.
Si alguien vuelve a entregarse a la antigua cavilación de cómo es posible que Cristo sea inmortal y sin embargo muriese, solo tenemos que decirle que no sabemos. No pretendemos comprenderlo todo sobre lo infinito. No podemos entender cómo Cristo pudo ser Dios en el principio, compartiendo la misma gloria con el Padre, antes de que el mundo fuera, y sin embargo nacer como un bebé en Belén. El misterio de la crucifixión y la resurrección no es sino el misterio de la encarnación. No podemos entender cómo Cristo puede ser Dios, y sin embargo hacerse hombre por nuestro bien. No podemos entender cómo pudo crear el mundo de la nada, ni cómo puede resucitar a los muertos, ni siquiera la manera en la que obra por su Espíritu en nuestros corazones; sin embargo creemos y conocemos estas cosas. Debiera ser suficiente para nosotros aceptar como verdad esas cosas que Dios ha revelado, sin tropezar sobre cosas que ni siquiera la mente de un ángel puede comprender. Por lo tanto, nos deleitamos en el poder infinito y la gloria que las Escrituras declaran que Cristo posee, sin inquietar nuestra mente finita en vanos intentos por explicar lo infinito.
Finalmente, sabemos de la unidad Divina entre el Padre y el Hijo por el hecho que los dos tienen el mismo Espíritu. Pablo, después de decir que aquellos que están en la carne no pueden agradar a Dios, continúa así: "Pero vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él." Rom. 8:9. Aquí vemos que el Espíritu Santo es tanto el Espíritu de Dios como el Espíritu de Cristo. Cristo "está en el seno del Padre;" siendo por naturaleza de la misma sustancia de Dios, y teniendo vida en sí mismo, es llamado con toda propiedad Jehová, Aquel que existe por sí mismo, y así se lo describe en Jer. 23:5,6, donde leemos que el Renuevo justo, ejecutará juicio y justicia en la tierra, y lo llamarán por el nombre de Jehová-tsidekenu –JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA.
Por lo tanto, nadie que pretenda honrar a Cristo le dé menos honor del que da al Padre, pues esto sería deshonrar al Padre en la precisa medida de esa deficiencia. Que todos, junto a los ángeles del cielo, adoren al Hijo, sin miedo de estar adorando y sirviendo a la criatura en lugar de al Creador

Y ahora, mientras la verdad de la divinidad de Cristo sigue fresca en nuestras mentes,Podremos considerar la maravillosa historia de su humillación.
La mejor manera de comprender plenamente que significa en verdad la Justicia que Nuestro amado Jesús hizo por todos nosotros es primero comprender bien Su divinidad.
Quisiera poco a poco con todos mis hermanos que veamos con la biblia como es que Se nos manifestó en Carne.

Dios los bendiga a todos y queda abierto para que todos participemos y exaltemos a nuestro amado Señor. Amén
 
Re: Cristo y Su Justicia

DIOS MANIFESTADO EN CARNE, NO HAY NADA MAS EDIFICANTE PARA EL CRECIMIENTO HERMANOS QUE MIREMOS Y COMPRENDAMOS BIEN COMO ES QUE NUESTRO SEÑOR Y SALVADOR SE NOS MANIFESTO EN CARNE
EN VEZ DE MIRAR A SERES HUMANOS LOS SIGO INVITANDO A QUE MIREMOS SOLAMENTE A CRISTO ENTRE MAS LO HAGAMOS SEREMOS SEMEJANTES A EL

"Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros." Juan 1:14.

No existen palabras que pudiesen mostrar más claramente que Cristo es tanto Dios como hombre. Originalmente sólo divino, tomó sobre sí la naturaleza humana, y pasó por entre los hombres como un mortal común, excepto en esos momentos en los que su divinidad fulguró, como en ocasión de la purificación del templo, o cuando sus penetrantes palabras de verdad irrebatible forzaban aun a sus enemigos a confesar que "nunca hombre habló como este hombre."
En su epístola a los Filipenses, Pablo expresó así la humillación a la que Cristo se sometió voluntariamente: "Haya en vosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús.En la traducción de Philips este texto es traducido así: Sea Cristo mismo vuestro diario vivir; Quien aunque era de condición divina, no quiso aferrarse a su igualdad con Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomó la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Y al tomar la condición de hombre, se humilló a sí mismo, y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." Fil. 2:5-8.
La idea es que, aunque Cristo era en la forma de Dios, siendo "el resplandor de su gloria, la misma imagen de su ser real" (Heb. 1:3), teniendo todos los atributos de Dios, siendo el Rey del universo, y Aquel a quien todo el cielo se deleitaba en honrar, Él no pensó que ninguna de estas cosas fuesen deseables, mientras los hombres estaban perdidos y sin fuerza. Él no podía gozar de su gloria mientras el hombre estuviese condenado y sin esperanza. Así que se despojó de sí mismo, se despojó de todas sus riquezas y su gloria, y tomó sobre sí la naturaleza del hombre, a fin de poder redimirlo. Y así podemos armonizar la unidad de Cristo con el Padre, con la declaración, "Mi Padre es mayor que Yo."
Es imposible para nosotros entender cómo pudo Cristo, como Dios, humillarse a sí mismo hasta la muerte de cruz, y es peor que inútil el que especulemos al respecto. Todo cuanto podemos hacer es aceptar los hechos como la Biblia los presenta. Si hermanos de este foro, se nos encuentra difícil armonizar algunas de las declaraciones de la Biblia concernientes a la naturaleza de Cristo, recuerde que sería imposible expresarlo en términos que permitieran a las mentes finitas comprenderlo todo. Así como el injerto de los Gentiles a la raíz de Israel es contrario a la naturaleza, tanto más la economía divina es una paradoja para la comprensión humana.
Hermanos les quiero citar otros textos que nos llevarán más de cerca a la humanidad de Cristo, y a lo que ésta significa para nosotros. Ya hemos leído que "el Verbo se hizo carne," y ahora leeremos lo que dice Pablo concerniente a la naturaleza de esa carne: "Porque lo que era imposible a la Ley, por cuanto era débil por la carne; Dios, al enviar a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, y como sacrificio por el pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia que quiere la Ley se cumpla en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu." Rom. 8:3,4.
Poco será necesario reflexionar para comprender que si Cristo tomó sobre sí mismo la semejanza de hombre a fin de poder redimir al hombre, tuvo que ser el hombre pecaminoso al que debió ser hecho semejante, puesto que es al hombre pecaminoso a quien vino a redimir. La muerte no podía tener poder sobre un hombre inmaculado, como lo fue Adán en el Edén; y no hubiese podido tener ningún poder sobre Cristo, si el Señor no hubiera puesto en Él la iniquidad de todos nosotros. Más aun, el hecho de que Cristo tomó sobre sí la carne, no de un ser inmaculado, sino de uno pecaminoso,(Pero sabemos que no pecó) esto es, que la carne que Él asumió tenía todas las debilidades y tendencias pecaminosas a las cuales la naturaleza humana caída está sujeta, se ve por la declaración de que "fue hecho de la simiente de David según la carne." David tenía todas las pasiones de la naturaleza humana. David dice de sí mismo, "En maldad nací yo; y en pecado me concibió mi madre." Sal. 51:5.
La siguiente declaración, en el libro de Hebreos, es muy clara a ese respecto:
"Porque de cierto, no vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. Por eso, debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser compasivo y fiel Sumo Sacerdote ante Dios, para expiar los pecados del pueblo. Y como él mismo padeció al ser tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados." Heb. 2:16-18.
Si fue hecho en todas las cosa semejante a sus hermanos, entonces tuvo que sufrir todas las debilidades y estar expuesto a todas las tentaciones de sus hermanos. Dos textos más que muestran este punto claramente proveen suficiente evidencia al respecto. Primeramente quiero que vean 2ª de Corintios 5:21:
"Al que no tenía pecado [Jesús], Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros seamos hechos justicia de Dios en él."

Esto es aun más categórico que declarar que fue hecho "en semejanza de carne de pecado." Fue hecho pecado. Nos encontramos ante el mismo misterio que el de la muerte del Hijo de Dios. El Cordero inmaculado de Dios, que no tenía pecado, fue hecho pecado. Sin pecado; sin embargo, no solamente contado como pecador, sino en realidad tomando sobre sí la naturaleza pecaminosa. Él fue hecho pecado para que nosotros seamos hechos justicia. Así, Pablo dice a los Gálatas que "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos." Gál. 4:4,5. "Y como él mismo padeció al ser tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados."
"Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de simpatizar con nuestras debilidades; sino al contrario, fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, con segura confianza al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro." Heb. 2:18; 4:15,16.
Se dan cuenta mis hermanos que hay que comprender bien cual es la voluntad para nosotros Cristo comprende mejor de lo que nosotros nos imaginamos nuestras debilidades, Los Mandamientos solamente nos muestran nuestra pecaminosidad para poder venir y hallar gracia para el oportuno socorro como nos dijo el texto.
Un punto más, y podremos aprender la lección completa, en relación con el hecho de que "el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros." ¿Cómo es que Cristo pudo estar "rodeado de flaqueza" (Heb. 5:2) y sin embargo no conocer el pecado? Algunos quizas esten pensado, leyendo hasta aquí, que estoy despreciando el carácter de Jesús, por rebajarlo hasta al nivel del hombre pecaminoso. Al contrario, estoy simplemente exaltando el poder divino de nuestro bendito Salvador, quien descendió voluntariamente al nivel del hombre pecaminoso, para que pudiera exaltar al hombre a su propia pureza inmaculada, la cual retuvo bajo las circunstancias más adversas. Su humanidad solamente veló su naturaleza divina, por la cual estaba conectado inseparablemente con el Dios invisible, y que fue más que capaz de resistir exitosamente la debilidad de la carne. Hubo en toda su vida una lucha. La carne, afectada por el enemigo de toda justicia, tendía a pecar, sin embargo su naturaleza divina nunca albergó, ni por un momento, un mal deseo, ni vaciló jamás su poder divino. Habiendo sufrido en la carne todo lo que la humanidad pueda jamás sufrir, regresó al trono del Padre tan inmaculado como cuando dejó las cortes de gloria. Cuando descendió a la tumba, bajo el poder de la muerte, no pudo ser retenido por ella, porque "no tenía pecado." Gloria a Dios por esto!!
Pero alguien dirá: 'No encuentro consuelo en esto. Dispongo ciertamente de un ejemplo, pero no puedo seguirlo, ya que carezco del poder que Cristo tuvo. Él fue Dios aun mientras estaba aquí en la tierra; yo no soy más que un hombre.' –Sí, pero puedes tener el mismo poder que Él tuvo, si así lo deseas. Él estuvo "rodeado de flaqueza," sin embargo "no hizo pecado," por el poder Divino habitando constantemente en Él. Ahora escucha las palabras inspiradas del apóstol Pablo, y ve lo que es tu privilegio obtener:
"Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda la familia de los cielos y de la tierra, que os dé, conforme a la riqueza de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu. Que habite Cristo por la fe en vuestro corazón, para que, arraigados y fundados en amor, podáis comprender bien con todos los santos, la anchura y la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo, y conocer ese amor que supera a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios." Efe. 3:14-19.
¿Se puede pedir más? Cristo, en quien habita toda la plenitud de Dios, puede habitar en nuestros corazones, para que nosotros podamos ser llenos con toda la plenitud de Dios. ¡Qué promesa más maravillosa! Puede "simpatizar con nuestras debilidades." Esto es, habiendo sufrido todo lo que hereda la carne pecaminosa, lo conoce todo, y tan de cerca se identifica con sus hijos que cualquier cosa que pese sobre ellos, recae igualmente sobre Él, y Él sabe cuánto poder Divino es necesario para resistirlo; y si anhelamos sinceramente negar "la impiedad y los deseos mundanos," Él es poderoso, y está deseoso por darnos la fortaleza "para hacer infinitamente más que todo cuanto pedimos o entendemos." Todo el poder que Cristo tenía habitando en Él por naturaleza, podemos tenerlo habitando en nosotros por gracia, ya que nos la otorga sin precio y sin medida.
Por lo tanto, cobre ánimo toda alma cansada, débil y oprimida por el pecado. Acérquese "con segura confianza al trono de la gracia," donde puede estar seguro de encontrar gracia auxiliadora para la hora de la necesidad, porque esa necesidad es sentida por nuestro Salvador en esa misma hora. Le conmueve "el sentimiento de nuestra flaqueza." Si fuera simplemente que Cristo sufrió 2005 años atrás, podríamos temer que haya olvidado algo relativo a la flaqueza; pero no: la misma tentación que te oprime a ti y a mí, le conmueve a Él. Sus heridas están siempre frescas, y vive siempre para interceder por ti y por mí.
¡Qué maravillosas posibilidades hay para el cristiano! ¡Qué alturas de santidad podemos obtener! No importa cuánto pueda guerrear contra él Satanás, asaltándolo donde la carne es más débil. Siempre puede habitar bajo la sombra del Omnipotente, y ser lleno con la plenitud del poder de Dios. El que es más fuerte que Satanás puede vivir en su corazón ininterrumpidamente; y por lo tanto, observando los asaltos de Satanás como desde una gran fortaleza, podemos decir, "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece."

Beniciones a todos nuevamente!!!
 
Re: Cristo y Su Justicia

LA JUSTICIA DE DIOS ES TAN MAL ENTENDIDA

En vez de estar llenadose de odios y rencores y satanas se cargagea por eso ¿Por qué mejor no mejor seguimos el orden que Dios nos dijo? que es:
"Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas." Mat. 6:33.

La justicia de Dios, dice Jesús, es lo primero a buscar en esta vida. El alimento y la vestimenta son asuntos menores en comparación con aquella. Dios los dará por añadidura, de manera que no es necesario preocuparse ni entregarse a la congoja, prejuicios, rencores, rencillas, etc ; el reino de Dios y su justicia debieran ser el único objeto de la vida.
Los invito hermanos y tomen sus biblias y lean en 1ª de Corintios 1:30 dice que Cristo nos fue hecho tanto justificación como sabiduría; y puesto que Cristo es la sabiduría de Dios, y en Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente, es evidente que la justicia que Él fue hecho por nosotros, es la justicia de Dios. Veamos en qué consiste esa justicia:

En el Salmo 119:172, el salmista interpela de esta manera al Señor: "Mi lengua canta tu Palabra, porque todos tus mandamientos son justicia." Los mandamientos son justicia, no solo justicia en abstracto, sino que son la justicia de Dios. Para comprenderlo leamos lo siguiente: "Alzad al cielo vuestros ojos, y mirad abajo a la tierra; porque el cielo se desvanecerá como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir. De la misma manera perecerán sus habitantes. Pero mi salvación será para siempre, y mi justicia no será abolida. Oídme, los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi Ley. No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus reproches." Isa. 51:6,7.
¿Qué nos enseña lo anterior? —Que aquellos que conocen la justicia de Dios son aquellos en cuyos corazones está su ley, y por lo tanto, que la ley de Dios es la justicia de Dios.
Esto se puede demostrar también de esta otra forma: "Toda injusticia (mala acción) es pecado." 1 Juan 5:17. "Todo el que comete pecado, quebranta la Ley, pues el pecado es la transgresión de la Ley." 1 Juan 3:4. El pecado es la transgresión de la ley, y es también injusticia; por lo tanto, el pecado y la injusticia son idénticos. Pero si la injusticia es la transgresión de la ley, la justicia debe ser la obediencia a la ley. O, para expresarlo en forma de ecuación:

injusticia = pecado (1 Juan 5:17)

transgresión de la ley = pecado (1 Juan 3:4)

De acuerdo con el axioma de que dos cosas que son iguales a una tercera, son iguales entre sí, tenemos que:

injusticia = transgresión de la ley

Y enunciado la misma igualdad en términos positivos, resulta que:

justicia = obediencia a la ley

¿Qué ley es aquella con respecto a la cual la obediencia es justicia, y la desobediencia pecado? Es la ley que dice, "No codiciarás;" puesto que el apóstol Pablo afirma que esa fue la ley que lo convenció de pecado. Rom. 7:7. La ley de los diez mandamientos, pues, es la medida de la justicia de Dios. Siendo que es la ley de Dios, y que es justicia, tiene que ser la justicia de Dios. No hay ciertamente ninguna otra justicia.

Puesto que la ley es la justicia de Dios —una transcripción de su carácter— es fácil ver que el temer a Dios y guardar sus mandamientos es todo el deber del hombre. Ecl. 12:13. No piense nadie que su deber será algo acotado y circunscrito al confinarlo a los diez mandamientos, porque estos son "inmensos" (Sal. 119:96). "La ley es espiritual," y abarca mucho más de lo que el lector común puede discernir a primera vista.Este el verdadero problema que muchos tienen para poder entenderlo "Porque el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios, porque le son necedad; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente." 1 Cor. 2:14. Solamente aquellos que meditan en la ley de Dios con oración, pueden comprender su inmensa amplitud. Unos pocos textos de la Escritura bastarán para mostrarnos algo de su amplitud.
En el sermón del monte, Cristo dijo: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás. El que mata será culpado del juicio. Pero yo os digo, cualquiera que se enoje con su hermano, será culpado del juicio; cualquiera que diga a su hermano: Imbécil, será culpado ante el sanedrín. Y cualquiera que le diga: Fatuo, estará en peligro del fuego del infierno." Mat. 5:21,22. Y otra vez: "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo, el que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón." Versículos 27 y 28.
Esto no significa que los mandamientos, "No matarás," y "No cometerás adulterio," sean imperfectos, o que Dios requiera ahora de los cristianos un mayor grado de moralidad del que requirió de su pueblo cuando se les llamaba Judíos. Requiere lo mismo de todos los hombres, en todo tiempo. Lo que hizo el Salvador fue simplemente explicar estos mandamientos, y mostrar su espiritualidad. A la acusación tácita de los Fariseos de que Él ignoraba y denigraba la ley moral, contestó diciendo que Él vino con el propósito de establecer la ley, y que no podía ser abolida; y después explicó el verdadero significado de la ley en una manera en que los convenció de estarla ignorando y desobedeciendo. Mostró que aun una mirada o un pensamiento pueden ser una violación de la ley, y que esta, en verdad, discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
Cristo no reveló con ello una verdad nueva, sino que sacó a la luz y descubrió una antigua verdad. La ley significaba tanto cuando Él la proclamó desde el Sinaí, como cuando la explicó en aquel monte de Judea. Cuando, en tonos que sacudieron la tierra, dijo, "No matarás," significaba, "No cobijarás ira en el corazón; no consentirás en la envidia, la contención, ni ninguna cosa que esté, en el más mínimo grado, emparentada con el homicidio." Todo esto y mucho más está contenido en las palabras, "No matarás." Y así lo enseñó la Palabra inspirada del Antiguo Testamento. Salomón mostró que la ley tiene que ver tanto con las cosas invisibles como con las visibles, al escribir:
"El fin de todo el discurso, es éste: Venera a Dios y guarda sus Mandamientos, porque éste es todo el deber del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo toda cosa oculta, buena o mala." Ecl. 12:13,14.Este es el argumento: el juicio alcanza a toda cosa secreta; la ley de Dios es la norma en el juicio; es decir, determina la calidad de cada acto, sea bueno o malo; por lo tanto, la ley de Dios prohibe la maldad tanto en los pensamientos como en los actos. Así pues,concluyo que los mandamientos de Dios contienen todo el deber del hombre.
Dice el primer mandamiento: "No tendrás otros dioses fuera de mí." El apóstol se refiere a algunos cuyo dios es el estómago", en Filipenses 3:19. Pero la glotonería y la intemperancia son homicidio contra uno mismo; y así vemos que el primer mandamiento se extiende hasta el sexto. Hay más, también nos dice que la codicia es idolatría. Col. 3:5. No es posible violar el décimo mandamiento sin violar el primero y el segundo. En otras palabras, el décimo mandamiento converge con el primero; y resulta que el decálogo viene a ser un círculo cuya circunferencia es tan abarcante como el universo, y que contiene dentro de sí el deber moral de toda criatura. En suma, es la medida de la justicia de Dios, quien habita la eternidad.
Es pues evidente la pertinencia de la declaración: "los hacedores de la ley serán justificados". Justificar significa hacer justo, o mostrar que uno es justo (o recto). Es evidente que la obediencia perfecta a una ley perfectamente recta constituiría a uno en una persona justa. El designio de Dios era que todas sus criaturas rindieran una obediencia tal a la ley: así es como la ley fue ordenada para dar vida. Rom. 7:10.
Pero para que uno fuese juzgado como "hacedor de la ley" sería necesario que hubiese guardado la totalidad la ley en cada momento de su vida. De no alcanzar esto, no se puede decir que haya cumplido la ley. Nadie puede ser un hacedor de la ley si la ha cumplido solo en parte. Es un hecho triste, pero cierto, que no hay en la raza humana un sólo hacedor de la ley, porque los Judíos y los Gentiles están "todos bajo pecado; pues está escrito: No hay justo ni aun uno. No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, se echaron a perder. No hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno." Rom. 3:9-12. La ley habla a todos los que están dentro de su esfera; y en todo el mundo no hay uno que pueda abrir su boca para defenderse de la acusación de pecado que pesa contra él. Toda boca queda enmudecida, y todo el mundo resulta culpable ante Dios (versículo 19), "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (versículo 23).

Por lo tanto, aunque "los hacedores de la ley serán justificados," es de todo punto evidente que "por las obras de la Ley ninguno será justificado delante de él; porque por la Ley se alcanza el conocimiento del pecado." Versículo 20. La ley, siendo "santa y justa y buena," no puede justificar al pecador. Es decir, una ley justa no puede declarar que el que la viola es inocente. Una ley que justificara a un hombre malo, sería una ley mala. No hay nada que criticar en el hecho de que la ley no pueda justificar a los pecadores. Al contrario: eso la exalta. El hecho de que la ley no declarará justos a los pecadores —no dirá que los hombres la han guardado, siendo que la han violado–, es en sí evidencia suficiente de que es una ley buena. Los hombres aplauden a un juez terrenal incorruptible, uno que no puede ser sobornado, y que no declara inocente al hombre culpable. Por lo mismo, debieran glorificar la ley de Dios, que no presta falso testimonio. Es la perfección de la justicia, y por lo tanto está forzada a manifestar el triste hecho de que nadie de la raza de Adán ha cumplido sus requerimientos.
Más aun, el hecho de que hacer la ley sea pura y simplemente el deber del hombre muestra que cuando él no lo alcanza en un punto particular, nunca la puede ya recobrar. Los requerimientos de cada precepto de la ley son tan amplios —toda la ley es tan espiritual—, que un ángel no podría rendir más que simple obediencia. Más aún, la ley es la justicia de Dios, una transcripción de su carácter, y puesto que su carácter no puede ser diferente de lo que es, se concluye que ni Dios mismo puede ser mejor que la medida de bondad que su ley demanda. Él no puede ser mejor de lo que es, y la ley declara lo que Él es. ¿Qué esperanza hay entonces para uno que ha fallado, aunque sea en un precepto, de que pudiese añadir suficiente bondad como para recobrar la medida completa? Aquel que intenta hacer eso está intentando la absurda pretensión de ser mejor de lo que Dios requiere: Sí, ¡aun mejor que Dios mismo!
Pero no es simplemente en un particular donde los hombres han fallado. Han errado en todo particular. "Todos se desviaron, se echaron a perder. No hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno." Y no esto solamente, sino que es imposible para el hombre caído, con su poder debilitado, hacer ni un sólo acto que esté a la altura de la norma perfecta. Lo anterior no necesita más prueba que volver a recordar el hecho de que la ley es la medida de la justicia de Dios. De seguro no hay nadie tan presuntuoso como para reclamar que ningún acto de su vida haya sido o pueda ser tan bueno como si hubiera sido hecho por el Señor mismo. Todos deben decir con el salmista, "Fuera de ti no hay bien para mí." Sal. 16:2.
Este hecho está implícito en claras declaraciones de la Escritura. Cristo, quien "no necesitaba que nadie le dijera nada acerca de los hombres, porque él sabía lo que hay en el hombre" (Juan 2:25), dijo: "Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricias, maldades, engaños, vicios, envidias, chismes, soberbia, insensatez; todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre." Marcos 7:21-23. En otras palabras, es más fácil hacer el mal que hacer el bien, y las cosas que una persona hace de forma natural, son maldad. La maldad yace en lo íntimo, es parte del ser. Por lo tanto, dice el apóstol: "La mente carnal [o natural] es contraria a Dios, y no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. Así, los que viven según la carne no pueden agradar a Dios." Rom. 8:7,8. Y en otro lugar: "Porque la carne desea contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne. Los dos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais." Gál. 5:17. Puesto que la maldad es parte de la misma naturaleza del hombre, siendo heredada por cada individuo según una larga línea de antecesores pecadores, es evidente que cualquier justicia que proceda de él debe consistir solamente en "trapos de inmundicia" (Isa. 64:6) al ser comparada con el inmaculado manto de justicia de Dios.
El Salvador ilustró la imposibilidad de que las buenas obras procedan de un corazón pecaminoso en términos tan inequívocos como estos: "No hay buen árbol que dé mal fruto, ni árbol malo que dé buen fruto. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El buen hombre, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno. Y el mal hombre del mal tesoro de su corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla la boca." Lucas 6:44,45. Es decir, un hombre no puede hacer el bien hasta que él no sea hecho bueno primeramente. Por lo tanto, los actos realizados por una persona pecaminosa no tienen posibilidad ninguna de hacerlo justo, sino que al contrario, proviniendo de un corazón impío, son actos impíos, añadiéndose así a la cuenta de su pecaminosidad. Sólo maldad puede venir de un corazón malo, y la maldad multiplicada no puede resultar en un solo acto bueno; por lo tanto, es vana la esperanza de que una persona mala pueda venir a ser hecha justa por sus propios esfuerzos. Primero debe ser hecha justa, antes de que pueda hacer el bien que se le requiere, y que desearía hacer.

El asunto queda pues así: (1) La ley de Dios es perfecta justicia, y se demanda perfecta conformidad con ella a todo aquel que quiera entrar al reino de los cielos. (2) Pero la ley no tiene una partícula de justicia que poder dar a hombre alguno, porque todos son pecadores e incapacitados para cumplir con sus requerimientos. Poco importa cuán diligentemente o con cuánto tesón obre el ser humano, nada de lo que puede hacer es suficiente para colmar la plena medida de las demandas de la ley. Es demasiado elevada como para que él la alcance; no puede obtener justicia por la ley. "Por las obras de la Ley ninguno será justificado [hecho recto] ante él." ¡Qué condición tan deplorable! Debemos obtener la justicia que es por la ley, o no podemos entrar al cielo. Y sin embargo, la ley no tiene justicia para ninguno de nosotros. No premiará nuestros esfuerzos más persistentes y enérgicos con la más pequeña porción de esa santidad que es imprescindible para ver al Señor. ¿Quién, entonces, puede ser salvo? ¿Puede existir una cosa tal como personas justas? –Sí, porque la Biblia habla con frecuencia de ellas. Habla de Lot como "aquel hombre justo." Leemos: "Decid al justo que le irá bien, porque comerá del fruto de sus acciones." (Isa. 3:10), indicando de esta manera que habrá personas justas que recibirán la recompensa; y se declara llanamente que habrá por fin una nación justa: "En aquel día cantarán este canto en tierra de Judá: Fuerte ciudad tenemos. Salud puso Dios por muros y antemuro. Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades." Isa. 26:1,2. David dijo: "Tu ley es la verdad." Sal. 119:142. No es solamente verdad, sino que es la suma de toda la verdad. En consecuencia, la nación que guarda toda la verdad será una nación que guarda la ley de Dios. Los tales serán hacedores de su voluntad, y entrarán en el reino de los cielos. Mat. 7:21.




HERMANOS EL SEÑOR ES NUESTRA JUSTICIA, YA LO VEREMOS
 
Re: Cristo y Su Justicia

EL SEÑOR ES NUESTRA JUSTICIA HERMANOS ES POR ESO QUE ME PROPONGO SOLAMENTE HABLAR DE MI SEÑOR Y QUE SE COMA EL DIABLO SU VENENO JUNTO CON TODOS LOS QUE LO QUIERAN SEGUIR

La pregunta es, pues, ¿Cómo puede obtenerse la justicia requerida para que uno pueda entrar en esa ciudad? Responder a esta pregunta es la gran obra del evangelio. Detengámonos primeramente en una lección objetiva –o ilustración– sobre la justificación o impartimiento de la justicia (rectitud). El ejemplo nos puede ayudar a comprender mejor el concepto. Lo refiere Lucas 18:9-14 en estos términos:"Para algunos que se tenían por justos, y menospreciaban a los demás, les contó esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, el otro publicano. El fariseo oraba de pie consigo mismo, de esta manera: Dios, te doy gracias, que no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano. Ayuno dos veces por semana, y doy el diezmo de todo lo que gano. Pero el publicano quedando lejos, ni quería alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho, diciendo: Dios, ten compasión de mí, que soy pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado, pero el otro no. Porque el que se enaltece será humillado; y el que se humilla, será enaltecido." Esto fue escrito para mostrarnos cómo no debemos alcanzar la justicia, y cómo sí la debemos alcanzar. Los fariseos no se han extinguido; hay muchos en estos días que esperan obtener la justicia por sus propias buenas obras. Confían en sí mismos de que son justos. No siempre se jactan abiertamente de su bondad, pero muestran de otras maneras que están confiando en su propia justicia. Quizá el espíritu del fariseo –el espíritu que enumera a Dios sus propias buenas obras como razón del favor esperado– está tan extendido entre aquellos profesos cristianos que se sienten postrados en razón de sus pecados, como pueda estarlo en cualquier otra parte. Saben que han pecado, y se sienten condenados. Se lamentan por su situación pecaminosa, y deploran su debilidad. Sus testimonios nunca se elevan por encima de este nivel. A menudo se refrenan de hablar, por pura vergüenza, en las reuniones en grupos, y tampoco se atreven a acercarse a Dios en oración. Después de haber pecado en un grado más intenso de lo usual, se abstienen de orar por algún tiempo, hasta que haya pasado el sentido más acuciante de su fracaso, o hasta que se imaginan que lo han compensado mediante un comportamiento especialmente bueno. ¿Qué manifiesta lo anterior? –Ese espíritu farisaico dispuesto a hacer ostentación de su justicia ante Dios; que no acude a Él a menos que pueda apoyarse en el falso puntal de su imaginada bondad personal. Quieren poder decirle al Señor, "¿Ves lo bueno que he sido en los últimos días? Seguramente me aceptarás ahora."¿Pero cuál es el resultado? –El hombre que confió en su propia justicia no tenía ninguna, mientras que el hombre que oró en contrición de corazón: "Dios, ten compasión de mí, que soy pecador," se fue a su casa como un hombre justo. Cristo dice que se fue justificado, es decir, hecho recto.Es preciso observar que el publicano hizo algo más que lamentar su pecaminosidad: pidió misericordia. ¿Qué es la misericordia? –Es el favor inmerecido. Es la disposición a tratar a un hombre mejor de lo que se merece. La Palabra inspirada dice de Dios: "Como es más alto el cielo que la tierra, así engrandeció su inmensa misericordia por los que lo reverencian." Sal. 103:11. Es decir, la medida con que Dios nos trata mejor de lo que merecemos cuando acudimos a Él con humildad, es equivalente a la distancia entre la tierra y el más alto cielo. ¿Y en qué respecto nos trata mejor de lo que merecemos? –Alejando nuestros pecados de nosotros; ya que el siguiente versículo dice: "Cuanto está lejos el oriente del occidente, alejó de nosotros nuestros pecados." Con esto concuerdan las palabras del discípulo amado: "Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de todo mal." 1 Juan 1:9.
Para más declaraciones sobre la misericordia de Dios, y la forma en que se manifiesta, vean Miqueas 7:18,19: "¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retiene para siempre su enojo, porque se deleita en su invariable misericordia. Dios volverá a compadecerse de nosotros, sepultará nuestras iniquidades, y echará nuestros pecados en la profundidad de la mar." Vamos a leer ahora la clara declaración bíblica de cómo se concede la justicia.
El apóstol Pablo, tras haber probado que todos pecaron y que están destituidos de la gloria de Dios, de forma que por las obras de la ley ninguno será justificado ante Él, prosigue afirmando que somos "justificados [hechos rectos] gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús; a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para mostrar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados cometidos anteriormente, con la mira de mostrar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús." Rom. 3:24-26.
"Siendo justificados gratuitamente." ¿De qué otra manera podía ser? Puesto que los mejores esfuerzos de un hombre pecaminoso no tienen el menor efecto en cuanto a producir justicia, es evidente que la única manera en la que es posible obtenerla es como un don. Pablo la presenta claramente como un don, en Romanos 5:17: "Porque, si por el delito de uno reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, por Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don gratuito de la justicia." Es debido a que la justicia es un don, que la vida eterna –que es la recompensa de la justicia–, es el don de Dios mediante Cristo Jesús Señor nuestro.
Cristo ha sido establecido por Dios como el Único a través de quien puede obtenerse el perdón de los pecados; y este perdón consiste simplemente en la declaración de su justicia (que es la justicia de Dios) para remisión de los pecados. Dios, "que es rico en misericordia" (Efe. 2:4), y que se deleita en ella, pone su propia justicia sobre el pecador que cree en Jesús, como sustituto por sus pecados. Se trata de un intercambio extremadamente beneficioso para el pecador. Y no es pérdida para Dios, ya que es infinito en santidad, y es imposible que la fuente resulte esquilmada.
La Escritura que acabamos de considerar (Rom. 3:24-26) no es sino otra forma de exponer la idea contenida en los versículos 21 y 22, en el sentido de que por las obras de la ley nadie será justificado. El apóstol añade: "Pero ahora, aparte de toda la ley, la justicia de Dios se ha manifestado respaldada por la Ley y los Profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él." Dios pone su justicia sobre el creyente, lo cubre con ella, para que su pecado no aparezca más. Entonces el que ha sido perdonado puede exclamar con el profeta:"En gran manera me gozaré en el Eterno, me alegraré en mi Dios; porque me vistió de vestidos de salvación, me rodeó de un manto de justicia, como a novio me atavió, como a novia ataviada de sus joyas." Isa. 61:10.
Pero ¿qué hay sobre "la justicia de Dios sin la ley"? ¿Cómo concuerda esa declaración con aquella otra de que la ley es la justicia de Dios, y que fuera de sus requerimientos no hay justicia? No hay aquí contradicción. La ley no es algo ajeno a este proceso. Observemos cuidadosamente: ¿Quién dio la ley? –Cristo. ¿Cómo la pronunció? –"Como uno teniendo autoridad." ¡Como Dios! La ley salió de Él tanto como del Padre, y es simplemente una declaración de la justicia de su carácter. Por lo tanto, la justicia que viene por la fe de Cristo Jesús es la misma justicia que está personificada en la ley; y esto lo demuestra el hecho de que es "respaldada por la Ley" (Rom. 3:21).
Tratemos de imaginar la escena: De un lado está la ley como presto testigo contra el pecador. No puede cambiar, y nunca declarará justo al que es pecador. El pecador convicto trata vez tras vez de obtener justicia de la ley, pero esta resiste todos sus avances. No resulta posible sobornarla con ninguna cantidad de penitencias o profesas buenas obras. Pero entra en escena Cristo, tan "lleno de gracia" como de verdad, y llama al pecador a sí. El pecador, cansado finalmente de su vana pelea por conseguir la justicia mediante la ley, oye la voz de Cristo, y corre a sus brazos tendidos. Refugiándose en Él, queda cubierto con la justicia de Cristo; y resulta que ha obtenido, mediante la fe en Cristo, aquello que tanto procuró en vano. Tiene la justicia que la ley requiere, y se trata del artículo genuino, porque lo obtuvo de la Fuente de la Justicia; del mismo lugar de donde vino la ley. Y la ley testifica sobre la autenticidad de esta justicia. Dice que mientras el hombre la retenga, irá al tribunal y lo defenderá de todos sus acusadores. Da fe de que es un hombre justo. La justicia que es "por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios por la fe" (Fil. 3:9), dio a Pablo la seguridad de que estaría a salvo en el día de Cristo.
No hay en la transacción nada que objetar. Dios es justo, y al mismo tiempo el que justifica al que cree en Jesús. En Jesús mora toda la plenitud de la divinidad; es igual al Padre en todo atributo. Por consiguiente, la redención que hay en Él –la capacidad para recuperar al hombre perdido– es infinita. La rebelión del hombre es contra el Hijo tanto como contra el Padre, puesto que los dos son uno. Por lo tanto, cuando Cristo "se dio por nuestros pecados," era el Rey sufriendo por los súbditos rebeldes –el ofendido perdonando, pasando por alto la ofensa del infractor. Nadie podrá negar a un hombre el derecho y el privilegio de perdonar cualquier ofensa cometida contra él; entonces, ¿por qué cavilar cuando Dios ejerce el mismo derecho? Ciertamente, tiene todo el derecho a perdonar la injuria cometida contra Él; y más aún, puesto que vindica con ello la integridad de su ley, al someterse en su propia Persona a la penalidad que el pecador merecía.
Es cierto que el inocente sufrió en lugar del pecador, pero el divino Sufriente "se dio a sí mismo" voluntariamente a fin de poder hacer, con justicia hacia su gobierno, lo que su amor le motivaba a hacer: pasar por alto la injuria que se le infligió como Gobernante del universo.
Leamos ahora la declaración que Dios mismo hace sobre su propio Nombre –una declaración dada en una de las peores circunstancias de desprecio que sea posible manifestar contra Él:"Entonces el Eterno descendió en la nube y estuvo allí con él, y proclamó su Nombre. El Señor pasó ante Moisés y proclamó: ¡Oh Eterno, oh Eterno! ¡Dios compasivo y bondadoso, lento para la ira, y grande en amor y fidelidad! que mantiene su invariable amor a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y no deja sin castigo al malvado." Éx. 34:5-7.
Este es el Nombre de Dios; es el carácter en el cual se revela a sí mismo al hombre; la luz en la cual desea que el hombre lo considere. Pero, ¿qué hay acerca de la declaración de que "no deja sin castigo al malvado"? Esto encaja a la perfección con su longanimidad, su bondad superabundante, y su perdón de la transgresión de su pueblo. Es cierto que Dios no deja sin castigo al malvado; no podría hacer eso y continuar siendo un Dios justo. Pero hace algo muchísimo mejor: elimina la culpabilidad, de forma que el que fuera antes culpable no necesita ya ser absuelto: es justificado, y considerado como si nunca hubiese pecado.
Nadie desconfíe de la expresión: "poniéndole la justicia," como si eso implicara hipocresía. Algunos, mostrando una singular falta de apreciación hacia el don de la justicia, han afirmado no querer una justicia que "se pusiera," sino más bien la justicia que surge de la vida, despreciando con ello la justicia de Dios, que es por la fe de Cristo Jesús para todos y sobre todos los que creen. Estamos de acuerdo con la idea, en tanto en cuanto protesta contra la hipocresía, una forma de piedad sin el poder; pero nos gustaría que el lector tuviese esto presente: Hay una diferencia infinita dependiendo de quién pone la justicia. Si tratamos de ponérnosla nosotros mismos, entonces realmente no obtenemos más que trapos de inmundicia –poco importa el buen aspecto que pueda ofrecer a nuestra vista–; pero cuando es Cristo quien nos viste con ella, no debe ser despreciada o rechazada. Observemos la expresión de Isaías: "me rodeó de un manto de justicia." La justicia con la que Cristo nos cubre es justicia que cuenta con la aprobación de Dios; y si satisface a Dios, los hombres no debieran ciertamente tratar de concebir algo mejor.Pero avancemos un paso más, y desaparecerá toda dificultad. Leemos Zacarías 3:1-5:"El Señor me mostró al sumo sacerdote Josué que estaba de pie ante el Ángel del Eterno. Y Satanás estaba a su derecha para acusarlo. Dijo el Eterno a Satanás: El Señor te reprenda, oh Satanás, el Señor que ha elegido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Josué estaba ante el Ángel, vestido de ropa sucia. El Ángel mandó a los que estaban ante él: Quitadle esa ropa sucia. Entonces dijo a Josué: 'Mira que he quitado tu pecado de ti, y te vestí de ropa de gala'. Después dijo: 'Pongan mitra limpia sobre su cabeza'. Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y lo vistieron de ropa limpia, mientras el Ángel del Eterno estaba presente."

Obsérvese que el serle quitadas las vestiduras viles significa hacer pasar la iniquidad de la persona. Y vemos así que cuando Cristo nos cubre con el manto de su propia justicia, no provee un cubridero para el pecado, sino que quita el pecado. Y eso muestra que el perdón de los pecados es más que una simple forma, más que una simple consigna en los libros de registro del cielo, al efecto de que el pecado sea cancelado. El perdón de los pecados es una realidad; es algo tangible, algo que afecta vitalmente al individuo. Realmente lo absuelve de culpabilidad; y si es absuelto de culpa, es justificado, es hecho justo: ciertamente ha experimentado un cambio radical. Es en verdad otra persona. Así es, puesto que es en Cristo en quien obtuvo esa justicia para remisión de los pecados. La obtuvo solamente estando en Cristo. Pero "si alguno está en Cristo, nueva criatura es." 2 Cor. 5:17. Por lo tanto, el pleno y amplio perdón de los pecados trae consigo ese cambio maravilloso y milagroso conocido como el nuevo nacimiento; porque un hombre no puede llegar a ser una nueva criatura de no ser mediante un nuevo nacimiento. Es lo mismo que tener un corazón nuevo, o un corazón limpio.

El corazón nuevo es un corazón que ama la justicia y odia al pecado. Es un corazón dispuesto a ser conducido por los caminos de la justicia. Un corazón tal es lo que el Señor quiso para Israel: "Ojalá hubiese en ellos un corazón tal, que me reverencien, y guarden todos los días mis Mandamientos! Así les irá bien a ellos y a sus hijos para siempre!" Deut. 5:29. Resumiendo, se trata de un corazón libre de amor al pecado, tanto como de culpabilidad de pecado. Pero, ¿qué es lo que hace a un hombre desear sinceramente el perdón de sus pecados? –Es simplemente su odio contra ellos y su deseo de justicia, infundidos por el Espíritu Santo.

El Espíritu contiende con todos los hombres. Viene como reprensor. Cuando se presta oído a su voz de reproche, asume de inmediato el papel de consolador. La misma disposición dócil y sumisa que hace que la persona acepte el reproche del Espíritu, lo llevará también a seguir las enseñanzas del Espíritu, y Pablo dice que "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios." Rom. 8:14.

Una vez más, ¿qué es lo que trae la justificación, o perdón de los pecados? Es la fe, porque Pablo dice: "Así, habiendo sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo." Rom. 5:1. La justicia de Dios es dada y puesta sobre todo aquel que cree. Rom. 3:22. Pero ese mismo ejercicio de la fe hace de la persona un hijo de Dios; porque dice más el apóstol Pablo: "Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús." Gál. 3:26.
La carta de Pablo a Tito ilustra el hecho de que todo aquel cuyos pecados son perdonados viene a ser de inmediato un hijo de Dios. Primeramente trae a consideración la condición malvada en la que estábamos anteriormente, para decir a continuación (Tito 3:4-7):"Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavado regenerador y renovador del Espíritu Santo, que derramó en nosotros en abundancia, por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos herederos según la esperanza de la vida eterna."
Obsérvese que es siendo justificados por su gracia como somos hechos herederos. Ya hemos visto en Rom. 3:24 y 25 que esta justificación por su gracia es mediante la fe en Cristo; pero Gálatas 3:26 nos dice que la fe en Cristo Jesús nos hace hijos de Dios; por lo tanto podemos saber que todo el que ha sido justificado por la gracia de Dios –ha sido perdonado–, es un hijo y un heredero de Dios.
Esto muestra que carece de base la suposición de que una persona tuviese que pasar por un cierto período de prueba, y obtener un cierto grado de santidad, antes de que Dios lo acepte como a su hijo. Él nos recibe tal como somos. No es por nuestra benignidad que nos ama, sino por nuestra necesidad. Nos recibe, no por algún bien que vea en nosotros, sino por su propio bien, y por lo que Él sabe que su poder divino puede hacer de nosotros. Es solamente cuando nos damos cuenta de la maravillosa exaltación y santidad de Dios, y el hecho de que viene a nosotros en nuestra condición pecaminosa y degradada, para adoptarnos en su familia, que podemos apreciar la fuerza de la exclamación del apóstol, "¡Mirad qué gran amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios!" 1 Juan 3:1. Todo el que haya recibido ese honor, se purificará, tal como Él es puro. Dios no nos ha adoptado como a sus hijos porque seamos buenos, sino para poder hacernos buenos. Dice Pablo: "Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en pecados, nos dio vida junto con Cristo. Por gracia habéis sido salvos. Y con él nos resucitó y nos sentó en el cielo con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros la abundante riqueza de su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús." Efe. 2:4-7. Y después añade: "Porque por gracia habéis sido salvados por la fe. Y esto no proviene de vosotros, sino que es el don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de antemano preparó para que anduviésemos en ellas." Versículos 8-10. Este pasaje muestra que Dios nos amó mientras estábamos todavía muertos en pecados; nos da su Espíritu para vivificarnos en Cristo, y el mismo Espíritu dirige nuestra adopción en la familia divina; nos adopta para que –como nuevas criaturas en Cristo– podamos hacer las buenas obras que Dios preparó.


Si creen que todo esto contradice la biblia, diganme donde esta contradiciendo la biblia
 
Re: Cristo y Su Justicia

¿Qué pasa mis hermanos acaso no creen que esta es la forma como Cristo hizo justicia por la humanidad?
 
Re: Cristo y Su Justicia

Hermanos de este foro no olviden nunca que entre mas hablamos, miramos, contemplamos a Cristo seremos cada vez mas semejantes a nuestro Salvador
En vez de estar en pleitos y discordias queriendo probar quien es el mas "justo"
MEJOR MIREMOS CON LA BIBLIA LA JUSTICIA DE CRISTO.¿ No quieren glorificar el nombre de Cristo?
 
Re: Cristo y Su Justicia

Muchas personas no se atreven a decidirse a servir al Señor, porque temen que Dios no los aceptará; y miles de nosotros acá que durante años hemos sido seguidores profesos de Cristo, todavía puede que estemos dudando de nuestra aceptación por Dios. Este escrito es para el beneficio de de todos nosotros, no dejemos confundír nuestras mentes con especulaciones, sino que procurarémos apegarnos a las sencillas promesas de la palabra de Dios, no se compliquen tanto la vida hermanos con pleitos que no nos llevan a nada edificante,¿Qué pasa hermanos en general acaso este foro es usado solamente para estar en rivalidades?

"¿Nos recibirá el Señor?" Contesto con otra pregunta: ¿Recibirá un hombre aquello que ha comprado? Si vas al almacén y haces una compra, ¿recibirás la mercancía al serte entregada? ¡Claro que lo harás! El hecho de que compraste la mercancía, y de que pagaste tu dinero por ella es suficiente prueba, no solamente de que estás dispuesto, sino también deseoso de recibirla. Si no la quisieras, no la habrías comprado. Más aun, cuanto más hayas pagado por la mercancía, más ansioso estarás por recibirla. Si el precio que pagaste es enorme, y casi has dado tu vida para obtenerla, no hay duda de que aceptarás el artículo al serte entregado. Estarás preocupado, no vaya a producirse algún error en la entrega.

Ahora apliquemos esta ilustración sencilla y cotidiana al caso del pecador que acude a Cristo. En primer lugar, Él nos ha comprado. "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio." 1 Cor. 6:19,20.

El precio que pagó por nosotros fue su propia sangre, su vida. comprendamos hermanos que si nos llamamos seguidores de Cristo, entonces no podemos menospreciar a nadie, ni aunque no piense de igual manera a la nuestra. Pablo dice a los santos de Éfeso: "Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en medio del cual el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, que él ganó con su propia sangre." Hech. 20:28. "Sabed que habéis sido rescatados de la vana conducta de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha ni defecto." 1 Pedro 1:18,19. "Él se dio a sí mismo por nosotros." Tito 2:14. "Se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre." Gál. 1:4.
No compró a cierta clase, sino a todo un mundo de pecadores. "Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único." Juan 3:16. Jesús dijo: "El pan que daré por la vida del mundo es mi carne." Juan 6:51. "Cuanto aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos." "Dios demuestra su amor hacia nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." Rom. 5:6,8.

El precio pagado fue infinito, por lo tanto podemos saber que realmente deseaba aquello que compró. Estaba determinado a obtenerlo. No podía estar satisfecho sin ello. Ver Fil. 2:6-8; Heb. 12:2; Isa. 53:11.

"Pero no soy digno." Es decir, sientes que no vales el precio que se pagó, y por lo tanto temes venir, no sea que Cristo repudie la compra. Podrías albergar algún temor a ese respecto, si la venta no hubiera sido sellada y el precio no hubiera sido pagado ya. Si Cristo decidiera no aceptarte debido a que no vales el precio, no solamente te perdería a ti, sino también todo lo que pagó. Aunque la mercancía no valiese lo que pagaste por ella, no serías tan inconsecuente como para despreciarla. Preferirías obtener algo a cambio de tu dinero, que no obtener nada.

Pero hay más: no tienes motivo para preocuparte por lo que respecta al valor. Cuando Cristo vino a la tierra interesado en esa compra, "no necesitaba que nadie le dijera nada acerca de los hombres, porque él sabía lo que hay en el hombre." Juan 2:25. Él hizo la compra con los ojos bien abiertos, y sabía el valor exacto de aquello que compraba. No está en absoluto decepcionado cuando vienes a Él, y ve que no posees ningún valor. En nada te ha de preocupar el asunto del valor. Si Él, con pleno conocimiento del caso, se sintió satisfecho de hacer esa transacción, debieras ser el último en quejarte.

Efectivamente, ya que la maravillosa verdad es que nos compró por la razón misma de que no eramos digno. Su ojo experimentado vio grandes posibilidades en nosotros, y nos compró, no por el valor que tuvieramos o tengamos ahora, sino por lo que Él puede hacer de ti y por mí. Él nos dice: "Yo, yo Soy el que borro tus rebeliones, por mi bien." Isa. 43:25. Nosotros carecemos de justicia, es por eso que nos compró, "para que seamos hechos la justicia de Dios en Él." Dice Pablo: "Porque en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad." Col. 2:9,10.
El proceso es el siguiente:
"Entre ellos todos nosotros también vivimos en otro tiempo al impulso de los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, igual que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en pecados, nos dio vida junto con Cristo. Por gracia habéis sido salvos. Y con él nos resucitó y nos sentó en el cielo con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros la abundante riqueza de su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia habéis sido salvados por la fe. Y esto no proviene de vosotros, sino que es el don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de antemano preparó para que anduviésemos en ellas." Efe. 2:3-10.Hemos de servir "para la alabanza y gloria de su gracia." Eso nunca podría ser así, de haber sido ya previamente dignos de todo lo que pagó por nosotros. En ese caso, no habría gloria para Él en esa obra. No podría, en las edades por venir, mostrar en nosotros las riquezas de su gracia. Pero cuando Él nos toma, indignos como somos, y nos presenta finalmente sin mancha delante del trono, será para su gloria por siempre. Y entonces nadie se atribuirá valor a sí mismo. Los ejércitos santificados se unirán por la eternidad, diciendo a Cristo: "Digno eres . . . porque fuiste muerto, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza y lengua, pueblo y nación; y de ellos hiciste un reino y sacerdotes para servir a nuestro Dios." "El Cordero que fue muerto es digno de recibir poder y riquezas, sabiduría y fortaleza, honra, gloria y alabanza." Apoc. 5:9,10,12.

Debiera ciertamente desecharse toda duda con respecto a si Dios nos acepta. Pero no sucede así. El impío corazón incrédulo alberga todavía dudas. 'Creo todo esto, pero...' –Detengámonos aquí: si realmente creyeras, no habría ningún 'pero'; Cuando se añade el 'pero' a la declaración de creer, realmente se quieren decir: 'Creo, pero no creo.' Continúas así: 'Tal vez estés en lo cierto, pero... Creo las declaraciones bíblicas que has citado, pero la Biblia dice que si somos hijos de Dios tendremos el testimonio del Espíritu, y tendremos el testimonio en nosotros; y yo no siento tal testimonio, por lo tanto no puedo creer que sea de Cristo. Creo su palabra, pero no tengo el testimonio.
Con respecto a pertenecer a Cristo, tú mismo puedes decidir eso. Has visto lo que Él entregó por ti. Ahora, la pregunta es: ¿Te has entregado tú a Él? Si lo has hecho, puedes tener la seguridad de que te ha aceptado. Si no eres de Él es únicamente porque has rehusado entregarle aquello que compró ya. Le estás defraudando. Él dice, "Todo el día extendí mis manos a un pueblo desobediente y rebelde." Rom. 10:21. Te ruega que le entregues lo que compró y pagó, sin embargo tú rehusas hacerlo, y lo acusas después de no estar dispuesto a recibirlo (a recibirte). Pero si te has entregado a Él de corazón, puedes estar seguro de que te ha recibido.

En cuanto a que crees sus palabras, aun dudando de si te acepta o no –porque no sientes el testimonio del Espíritu en tu corazón–, permíteme que insista en que no crees. Si creyeras, tendrías el testimonio. Escucha su palabra: "El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo. El que no cree a Dios lo hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo." 1 Juan 5:10. Creer en el Hijo es simplemente creer en su palabra y en lo registrado acerca de Él.

"El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo." No puedes tener el testimonio hasta que no creas; y tan pronto lo hagas, tienes el testimonio. ¿Cómo? Porque tu creencia en la palabra de Dios es precisamente el testimonio. Lo dice Dios: "La fe es la substancia de lo que esperamos, y la evidencia de lo que no vemos." Heb. 11:1.

Si oyeses a Dios decirte a viva voz que eres su hijo, considerarías eso suficiente testimonio. Bien, pues cuando Dios habla en su palabra, es lo mismo que si hablara con voz audible, y tu fe es la evidencia de que oyes y crees.

Este es un asunto tan importante, que vale la pena prestarle cuidadosa consideración. Primero leemos que somos "todos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús." Gál. 3:26. Esta es una confirmación positiva de lo dicho a propósito de nuestra incredulidad en el testimonio. Nuestra fe nos hace hijos de Dios. Pero ¿cómo obtenemos esta fe? –"La fe viene por el oír; y el oír, por medio de la Palabra de Dios." Rom. 10:17 Pero ¿cómo podemos obtener fe en la palabra de Dios? –Cree simplemente que Dios no puede mentir. Muy difícilmente llamarías a Dios mentiroso en su propia cara; pero eso es lo que haces si no crees en su palabra. Todo lo que tienes que hacer para creer es creer. "La Palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón. Esta es la Palabra de fe, que predicamos: Así, si con tu boca confiesas que Jesús es el Señor, y en tu corazón crees que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, y con la boca se hace confesión para salvación. Pues la Escritura dice: Todo el que crea en él, no será avergonzado." Rom. 10:8-11.
Esto concuerda con el testimonio de Pablo: "El mismo Espíritu testifica a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo." Rom. 8:16,17. Este Espíritu que testifica a nuestro espíritu, es el Consolador que Jesús prometió. Juan 14:16. Y sabemos que su testimonio es verdadero, porque es el "Espíritu de verdad." Ahora, ¿cómo da testimonio? –Trayendo a nuestra memoria la Palabra que fue registrada. Él fue quien inspiró esas palabras (1 Cor. 2:13; 2 Pedro 1:21), y por lo tanto, cuando las trae a nuestra memoria, es lo mismo que si nos estuviera hablando directa y personalmente. Presenta ante nuestra mente la palabra ; sabemos que es verdadera, pues Dios no puede mentir; despachamos a Satanás con su falso testimonio en contra de Dios, y creemos a la palabra. Al creerla, sabemos que somos hijos de Dios, y clamamos: "Abba, Padre". Entonces la gloriosa verdad se despliega ante nuestra alma con mayor claridad. La repetición de las palabras las hace una realidad para nosotros. Él es nuestro Padre; nosotros somos sus hijos. ¡Qué gozo da ese pensamiento! Vemos pues que el testimonio que tenemos en nosotros no es un simple sentimiento o emoción. Dios no pide que pongamos nuestra confianza en un indicador tan poco fiable como lo son nuestros sentimientos. Según la Escritura, aquel que confía en su propio corazón, es necio. El testimonio en el que debemos confiar es la inmutable Palabra de Dios, y podemos tener en nuestros corazones un testimonio tal, mediante el Espíritu. "¡Gracias a Dios por su don inefable!"

Esta seguridad no nos exime de ser diligentes, ni nos lleva a la indolencia descuidada, como si ya hubiéramos alcanzado la perfección. Debemos recordar que Cristo no nos acepta a causa de nosotros, sino a causa de Él; no porque seamos perfectos, sino porque en Él podemos avanzar hacia la perfección. Nos bendice, no porque hayamos sido tan buenos como para merecer la bendición, sino para que en la fortaleza de la bendición podamos volvernos de nuestras iniquidades. Hech. 3:26. A todo el que cree en Cristo, le es dada potestad –poder o privilegio– de ser hecho hijo de Dios. Juan 1:12. Es por las " preciosas y grandísimas promesas" de Dios a través de Cristo, que llegamos a "participar de la naturaleza divina." 2 Pedro 1:4.
Hermanos que tristeza verdaderamente ver que muchos queridos hermanos están llenos de odio, prejuicos, rencores, ¿Oh me equivoco? Lo único que tienen que hacer es observar los pleitos que se arman en este foro, PERO CUANDO SE HABLA DE NUESTRO SALVADOR, ESOS MISMOS FORISTAS QUE NO ES NECESARIO MENCIONAR ESTAN SILENCIOSOS.
 
Re: Cristo y Su Justicia

Paz hermano
Talvez no hay muchas opiniones porque los textos son algo largos, pero bueno, en los personal, los voy a copiar y voy a ir leyendolos.

Dios te Bendiga, Y Paz a Vos:Lollipop: