Re: ¿ EL USO DEL VELO EN LA MUJER, ES ALGO REQUERIDO POR DIOS ? ó YA PASO DE MODA...
Este tema, siempre propuesto y siempre debatido, es sintomático de la natural rebeldía humana, que en caso de los cristianos, se fastidia al comprobar que hay porciones de la Sagrada Escritura que punzan la conciencia a causa de la desobediencia.
Es sencillo advertir que en la primera mitad de 1Corintios 11 Pablo enseña lo mismo que acostumbraba hacer en todas las iglesias, y no en cuanto a una práctica que era peculiar de los corintios.
Es sacrílego argumentar con las modas de las prostitutas de Corinto, como si alguno de los expositores modernos hubiese hecho un viaje en el tiempo hasta los burdeles de aquella corrupta ciudad, y allí hubiese hallado lo que no se encuentra en la Escritura: una explicación satisfactoria para esquivar la instrucción positiva en este capítulo 11.
No es sobre el nuevo look de las rameras corintias que Pablo apoya su doctrina, sino que son razones teológicas como las que pasa a explicar.
Equivocadamente se suele dar a este porción el inadecuado título de El Velo de las Mujeres, pues lo que acá descubrimos tras una simple pero atenta lectura es:
- La doble descobertura del varón: cabello corto y nada sobre su cabeza.
- La doble cobertura de la mujer: cabello largo y un velo sobre su cabeza.
El perfecto orden de Dios (quebrantado originalmente por Satanás) es lo que se muestra en la iglesia en testimonio a los mismo ángeles.
A lo que tiende es a exhibir la gloria de Cristo, expuesta en la cabeza descubierta del varón, y cubierta en la mujer, ya que ella es gloria del varón.
Lo que ahora se hace es reinterpretar la Escritura a la luz de nuestras prácticas actuales, es vez de hacer al revés: ajustar nuestras prácticas al tenor de la Palabra de Dios.
Yo todavía recuerdo perfectamente que durante los años 50, el cura párroco católico, los domingos se paraba en la puerta de la “iglesia” para entregar una mantilla para la cabeza de la católica que fuese a entrar sin ella (la mantilla digo; no la cabeza). En cuanto a las iglesias evangélicas de las diversas denominaciones, lo que veía era lo siguiente: las hermanas humildes mayores llevaban mantilla negra, las jóvenes blancas, y las damas más distinguidas preferían sombreros; pero todas estaban cubiertas durante la reunión. Aunque en mi ciudad yo no conocía templos ortodoxos, el hecho es que siempre pudimos ver a las cristianas rusas, griegas, etc. cubiertas con el velo hasta el día de hoy, en los telenoticieros. O sea, que ha sido la práctica casi bimilenaria que las hermanas estuviesen con sus cabezas cubiertas durante la oración y la predicación de la Palabra, aun cuando no fuesen ellas mismas las que lo hicieran audiblemente, aunque sí acompañando con su espíritu y mente bien atentas el desarrollo de toda la reunión.
Cuando tuve que enfrentar el monstruoso argumento de que el “machista” de Pablo escribió esa primera mitad del capítulo once para contrarrestar una moda que se había impuesto en Corinto, investigué en Bibliotecas y descubrí que no solamente eso no era cierto, sino que la verdad era al revés: la moda no era aquella la de Corinto de hace casi veinte siglos, sino la de nuestras contemporáneas. El caso es, que hallando cuadros de pintores desde el renacimiento en adelante, que pintaron a mujeres durante el culto cristiano, las películas de cine del viejo oeste, y fotografías antiguas de reuniones cristianas, salvo rarísimas excepciones (necesarias para confirmar la regla) las hermanas aparecen con un velo, mantilla, pañuelo, sombrero o gorro cubriendo su cabeza.
Las atractivas artistas del Hollywood de post-guerra (Rita Hayworth, por ejemplo) comenzaron un nuevo look seductor con sus peinados. Esposas de pastores y hasta mujeres evangelistas no hallaron nada mal en ponerse más atractivas para sus maridos, y los hijos de Adán, por más teólogos, bíblicos y fundamentalistas que se creyeran, tampoco eran nada tontos y prefirieron disfrutar en casa del legítimo atractivo de su esposa a gastar en el cine para embelesarse con la ficción arriesgando pecar con la intención tras la mujer ajena.
Los clérigos, ministros, reverendos o como se les llame, fueron así indulgentes con sus esposas para halagarlas, más la satisfacción personal que les producía verlas tan bonitas, extendiendo su bonachona comprensión a las demás hermanas de la iglesia. Así elaboraron – no la doctrina, que no es tal – sino la idea de la relativización de las Escrituras, confinando a una ciudad y a una época las instrucciones paulinas. Hay pastores que se nos han quedado mirando con ojos duros como de vidrio cuando les preguntamos:
- Si por 1.950 años las cristianas obedecieron sin chistar esas explícitas enseñanzas de 1Co.11, ¿sabe Vd. quien fue el teólogo, comentarista o erudito bíblico que recientemente descubrió un nuevo entendimiento de ese texto que pasara desapercibido por diecinueve siglos y medio a toda esa pléyade de estudiosos expertos en las Escrituras y la historia antigua?
Todas las excusas que se han tramado para excusar lo inexcusable – hasta algunas expuestas en este mismo epígrafe -, son de momento tragicómicas. No solamente exhiben ignorancia de las Escrituras, sino que se salen de la lógica más elemental.
Hay otra pregunta que les podemos hacer a los profesionales de la religión evangélica:
- ¿Vd. mismo, o algún otro conocido suyo, ha sido visto alguna vez en la reunión de la iglesia, a un hermano predicando, orando o leyendo la Palabra de Dios de sombrero puesto?
Ahora los ojos se ponen bizcos.
A riesgo de que les de un infarto todavía podemos hacerles la pregunta final:
- ¿No pecamos de groseramente injustos y egoístas manteniéndonos los varones acatando esa disposición a no cubrirnos la cabeza, mientras les administramos a las hermanas los sedantes que les inventamos y que nunca podrán calmar su mala conciencia al no cubrirse?
Pocos lectores de 1Corintios 11 advierten que Pablo presenta allí dos coberturas y dos descoberturas. Las dos coberturas (de las hermanas) son: la natural (el cabello largo), y la artificial (el velo). Las dos descoberturas (de los varones) son: la natural (cabello corto) y la artificial (ningún sombrero, gorro o similar, sobre la cabeza). De la misma naturaleza de las cosas es que Pablo saca la lección para la señal que brilla por su presencia sobre las hermanas y por su ausencia en los varones para que sólo la gloria de Cristo se exhiba en su iglesia.
He participado en reuniones de predicación al aire libre en pleno verano bajo un sol abrasador. Los predicadores sostenían en una mano la Biblia y en la otra su sombrero de paja. Por el contrario, en pleno invierno, en reuniones nocturnas en locales sin calefacción, los bien abrigados hermanos que llegaban, aun antes de entrar quitaban su sombrero, por más que el frío ambiental amenazara congelar sus sesos.
Por supuesto, ambas coberturas son conjuntamente tan necesarias para las hermanas como las dos descoberturas para el varón. Si fuera pelado, mi calvicie no me autoriza a cubrir mi cabeza. ¿O acaso alguien vio alguna vez a un calvo predicando de sombrero puesto? Que las hermanas conserven dignamente la cobertura natural de su cabellera es toda una invitación para que agreguen sobre la misma la artificial del velo. La presunción de que observando la primera es innecesaria la segunda, es insostenible. Pero si alguien quiere intentarlo que lo intente sin evadirse con el expediente de no discutir, porque está más que claro que lo que para Pablo es indiscutible es su enseñanza y jamás el asunto en sí. Por ello más adelante agrega que si alguien no reconoce que lo que escribe son mandamientos del Señor, él mismo será ignorado (1Co.14:36-38).
Es cierto que en el mundo “occidental y cristiano” la práctica que hoy prevalece es la que corresponde a la tibieza laodiceana propia de la general apostasía que cunde por todas partes. Pero no estamos obligados a ser como los demás que minimizan como detalles insignificantes lo que son doctrinas y prácticas escriturarias, históricas y universales, pues somos llamados a constituir ese remanente fiel al Señor y su Palabra, que le aguarda en su venida. Si mi esposa cortara su cabello o dejara de cubrirse, la vergüenza de su desacato no me impedirá que yo siga con mi cabello corto y cabeza descubierta. Si por el contrario fuese yo el que afrentase mi cabeza (¡Cristo mismo!) con mi cabello largo y/o cubriendo mi cabeza con un gorro o sombrero, mi esposa podrá seguir siendo un testimonio del orden de Dios en su iglesia por causa de los ángeles. ¿O es que alguno sabe si ellos han muerto, o se han levantado en huelga, o quizá emigrado en masa del planeta? Repárese en que las razones aducidas por Pablo son teológicas y no culturales o costumbristas como algunos han vanamente intentado argüir.
Ricardo.