Re: Los crímenes del ateísmo
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Eduardo Mackenzie, periodista, última obra publicada: Les FARC où l’échec d’un communisme de combat. Colombie 1925-2005 recuerda que Federico Engels pedía, en 1849, la exterminación de los húngaros, quienes estaban en plena rebelión contra Austria. En un artículo que envía a la Nueva Gaceta Renana, de su amigo Karl Marx, él aconseja eso y arrasar también a los serbios y a otros pueblos eslavos, así como a los bretones, los vascos y los escoceses. En un artículo de 1852 para esa misma revista, Marx, quien tratará más tarde de “negro judío” a su eminente rival Ferdinand Lassalle, se pregunta, por su parte, cómo hacer para liquidar “esos pueblos moribundos, los bohemios, los corintios, los dálmatas, etc.” ¿Puede alguien extrañarse de que Lenin, discípulo de esos dos célebres agitadores, fuera partidario de “barrer de la tierra esos insectos dañinos”, el enemigo burgués? ¿De que tras el golpe de Estado bolchevique, en 1917, Lenin apodara la comisaría de Justicia “comisaría de la exterminación social”? Lenin sabía que la realización integral del bolchevismo no se podía alcanzar sin apelar al totalitarismo.
Los fundadores del socialismo “científico” creían en la pretendida superioridad racial de los blancos. En las notas previas a la redacción de su Anti During, Engels, escribe: “Si, por ejemplo, en nuestros países, los axiomas matemáticos son perfectamente evidentes para un niño de ocho años, sin tener necesidad de recurrir a la experimentación, eso es a causa de la ‘herencia acumulada’. Por el contrario, eso sería muy difícil de enseñar a un bosquimano o a un negro de Australia.”
El concepto de raza obsesionaba a los autores del Manifiesto Comunista. Engels escribe en 1894 a un tal Borgious: “Para nosotros, las condiciones económicas determinan todos los fenómenos históricos, pero la raza es, en sí, un dato económico…” Engels despreciaba a los eslavos y estimaba que ellos no podrían acceder a la civilización. En un texto para la Nueva Gaceta Renana, del 15-16 de febrero de 1849, dice: “Fuera de los poloneses, los rusos y quizás los eslavos de Turquía, ninguna otra nación eslava tiene futuro, pues todos los otros eslavos carecen de las bases históricas, geográficas, políticas e industriales que son necesarias para la independencia y para la capacidad de existir. Naciones que no han tenido jamás su propia historia, que apenas alcanzan el grado más bajo de civilización… no son capaces de vida y no pueden jamás alcanzar la menor independencia.” Federico Engels consideraba que esa “inferioridad” eslava tenía causas “históricas”, y empeoraba su planteamiento al concluir que la mejora de eso era imposible por el factor de la raza.
Los comunistas no exterminan a los “enemigos del socialismo” invocando como pretexto la raza, como hicieron los nazis. Las exterminaciones comunistas fueron y son hechas bajo un pretexto de clase. De ambos lados los muertos fueron y son, en todo caso, millones de personas. Sin embargo, el principio clave de esas dos corrientes criminales es idéntico: es legítimo destruir todos los grupos raciales o sociales que erigen obstáculos a la realización del ideal socialista o nacional socialista. Los 85 millones de muertos dejados por el comunismo únicamente en Rusia y China son el resultado de esa mentalidad. ¿En ese contexto cómo puede decirse que el comunismo es más de “izquierda” que el nazismo?
El economista austriaco Friedrich von Hayek en su obra La Route de la servitude (1944), escribe que los nazis “no se oponían a los componentes socialistas del marxismo, sino a los componentes liberales, al internacionalismo y a la democracia”. Jean François Revel, autor de La Tentation totalitaire, recuerda que Hitler se consideró siempre como un socialista, que él había explicado a Otto Wagener que sus desacuerdos con los comunistas eran “menos ideológicos que tácticos”. Revel agrega que ante los insípidos reformistas de la socialdemocracia en la época de la República de Weimar, Hitler prefería a los comunistas y que éstos le pagaron con creces esa actitud votando por él en 1933. La obra del filósofo alemán contemporáneo Ernst Nolte demuestra la importancia determinante y directa del marxismo en el nacimiento del nacional-socialismo].
¿Antípodas el nazismo y el comunismo? Fabricada por la propaganda leninista, esa visión no explica por que Stalin ayudó a Hitler a escamotear las prohibiciones del tratado de Versalles respecto del rearme alemán y por qué, más tarde, firmó el pacto germano-soviético de 1939, que desató la segunda guerra mundial y que fue aprobado por los partidos comunistas del mundo, incluido el colombiano. ¿No felicitó Stalin a Hitler, en junio de 1940, por su invasión de Francia?
¿Y Mussolini? ¿No era él un ferviente opositor de la guerra colonial en 1911, un fogoso orador antinacionalista, director del diario socialista Avanti y creador, con el apoyo de garibaldistas, socialistas, sindicalistas, anarquistas y socialistas revolucionarios, de Il Popolo, antes de hacerse expulsar del PS en 1914 y de convertirse en partidario de la guerra, de la aventura colonial y en jefe del partido fascista?
El debate sobre el paralelismo entre comunismo y nazismo ha conocido un notable progreso en los últimos años, gracias a la apertura de los archivos soviéticos y de los testimonios de los sobrevivientes del terror en Rusia y en la ex Europa del Este, cuyos primeros elementos aparecieron, es verdad, incluso antes del famoso discurso “secreto” de Khrushchev, de febrero de 1956, durante en XX congreso del PCUS.
El nazismo, el comunismo y el islamismo son doctrinas y regímenes criminales.
El genocidio nazi es negado y admirado simultáneamente por los islamistas.
Los nazis exterminaron a seis millones de judíos por el mero hecho de ser judíos, los islamistas quieren eliminar a los judíos, por el mero hecho de ser “infieles” y buscan la destrucción de Israel, por ser la patria y la cuna de los judíos. Las obsesiones de Jomeini, Ahmadineyad, se circunscriben a esta ideología naziislamista.
Los comunistas no asesinaban a los judíos por ser ellos miembros de una “raza inferior” en la terminología nazi, lo hacían luego de clasificarlos como miembros de una clase social “irrecuperable”, por lo tanto exterminable. En ambos casos la razón de esas condenas era haber nacido judío.
Tal hostilidad es una herencia de Karl Marx quien mostró su antipatía visceral por el judaísmo en La Cuestión judía, opúsculo escrito en 1843-1844, donde él llega a dos conclusiones terribles: “Cuando la sociedad logre suprimir la esencia empírica del judaísmo, y suprimir el tráfico de sus condiciones, el judío devendrá imposible” y “La emancipación social del judío, es la emancipación de la sociedad del judaísmo”. Alérgico a la alteridad, a la singularidad judía y de otros pueblos, Marx pretende que la revolución es el advenimiento a una humanidad purificada de las taras del judaísmo y de las otras alteridades, lo que explica por qué el progresismo de hoy aspira a una sociedad sin clases, uniforme, de seres “genéricos”, es decir exclusivamente “sociales”, exenta de intereses privados, singulares y plurales.
El escritor ruso Vassili Grossman y el historiador ruso Arkadi Vaksberg, llegan incluso a hablar de una “revancha póstuma” de las concepciones raciales del III Reich pues, a diferencia de lo que ocurrió en los años 1920 y 1930, el punto 5 de las hojas de vida y de los pasaportes devino después en la URSS, según ellos, más importante que el punto 6: el origen étnico prevalecía sobre el origen social. “A través de la actitud respecto de Israel y, más generalmente, de la población judía, el Kremlin renegó de la teoría de clases y del internacionalismo marxista (…) Destruido en los campos de batalla, el nazismo renacía triunfalmente en la esfera ideológica. (…) ‘Patriota’ devino sinónimo de ‘ruso’ –entiéndase étnicamente ruso— mientras que el occidentalismo era identificado al judaísmo.”