Por Dr. Waldemar Purcell Gatell
ICDC en El Señorial
I. Introducción
II. Una Visión Panorámica de la Familia en Puerto Rico
III. La Situación en la Iglesia Cristiana Discípulos de Cristo
IV. Afianzando el ministerio a las familias
A. Estableciendo alianza y trabajo colaborativo con las familias
B. La prevención como parte de la visión del ministerio a las familias
C. Restaurando la visión de futuro
D. El Apoderamiento en Jesucristo
V. Conclusiones
VI. Algunas Recomendaciones
VII. Bibliografía
PREGUNTAS GUÍA PARA LA CONFERENCIA MAGISTRAL
1. ¿Cómo se define la familia?
2. ¿Cuáles son algunos cambios que han surgido como resultado de la
reestructuración que ha ocurrido en la familia?
3. ¿Considera usted que la situación en la Iglesia es diferente? Explique.
4. (a) ¿De qué manera(s) se afianza el ministerio con las familias al establecer trabajos
colaborativos con ellas?
Mencione algunos requisitos de este tipo de acercamiento al ministerio con las
familias.
5. ¿Qué rol juega la prevención en el ministerio a las familias? Esboce algunas
razones por las cuales el ministerio a las familias debería contener un elemento
preventivo.
6. ¿Cuál es la diferencia entre el apoderamiento secular y el apoderamiento en
Jesucristo?
7. “Un ministerio robusto dirigido a las familias comienza con el cultivo de la sanidad
interior de los ministros que imparten el servicio.” ¿En que sentido podría ser cierta
esta aseveración?
C O N F E R E N C I A M A G I S T R A L
UNA IGLESIA QUE FORTALECE SU MINISTERIO CON LA FAMILIA1
I. Introducción
Durante los próximos días estaremos examinando el tema de la familia como parte del compromiso
ministerial que la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico tiene con la sociedad en la
cual nos ha tocado servir. Durante estos días escucharán a los/las deponentes hablar sobre el tema de
la familia desde diferentes puntos de vista. Nos adentraremos en el rol formativo de la familia,
exploraremos la familia como una red idónea para transmitir valores espirituales y examinaremos los
temas difíciles que representan para el ministerio cristiano las familias no-tradicionales, las diferencias
generacionales y la violencia familiar, entre otros temas. En algún momento durante los próximos días
irán escuchando estadísticas, comentarios diagnósticos sobre la familia puertorriqueña y las diferentes
posiciones que se han adoptado con respecto a estos problemas y sus soluciones.
Más que considerar los temas anteriores en esta conferencia, quisiera compartir algunos
pensamientos de base sobre la familia y sobre el ministerio dirigido hacia ésta. Esta mirada global a su
vez, podría ayudarnos a formular los criterios y a evaluar las estrategias para lograr el objetivo de
diseñar e implementar ministerios dirigidos hacia las familias que sean pertinentes al momento
histórico que estamos viviendo.
II. Una Visión Panorámica de la Familia en Puerto Rico
La familia fue instituida por Dios y de aquí su origen (véase Génesis 5; Deuteronomio 6: 6-7;
Proverbios 10:1-5; Efesios 6: 1-4). En Génesis 2: 24, la Biblia registra lo siguiente: “Por tanto, dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne”. Entiendo que la
Palabra de Dios enseña que, al casarse, las personas dejan a padre y a madre, no solamente en el
sentido físico, sino en el sentido de establecer unas fronteras psicológicas semipermeables que
permitan la privacidad, así como el intercambio con elementos afuera de la relación. El aspecto de
unirse y de ser una sola carne especifica los parámetros de intimidad que definen al matrimonio. En
este sentido, da la impresión de que el recuento bíblico, tanto en el Viejo como en el Nuevo
Testamento, propone una noción de familia extendida como la estructura más funcional, adaptativa y
eficiente de organización social (Pagán, 2006).
La mayoría de los seres humanos consideran que la familia es la roca fundamental del edificio social y
uno de los semilleros principales para transmitir visiones de mundo, actitudes y creencias. La
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 definió a la familia como “el grupo natural y
fundamental de la sociedad”. La observancia del año Internacional de la Familia por la resolución 44/85
de las Naciones Unidas en 1994 destacó el papel de la familia como unidad social básica y creó
conciencia de los problemas que aquejan a esta institución.
1 Deseo hacer constar mi agradecimiento al Reverendo José Heriberto Roselló, a la doctora Mercedes
Martínez y al doctor Francisco O’Neill por las sugerencias que me brindaron.
A lo largo de los años, las civilizaciones de hombres y mujeres han ido modificando la estructura y la
función de esta unidad básica. Por ejemplo, desde la revolución industrial de hace un poco más de
200 años, el mundo se ha ido moviendo de una sociedad agraria hacia una urbana. A medida que las
personas se mudaron del campo a la ciudad, las familias extendidas comenzaron a perder su
preeminencia. Esta tendencia comenzó a fortalecer a la familia nuclear como la estructura organizativa
primordial de la familia.
El movimiento de una familia extendida a una familia nuclear en Puerto Rico se comenzó a viabilizar
durante el siglo 20. Recuerdo que, en la década del 1950-60, existía en Puerto Rico una noción de
familia extendida muy preponderante que nos cobijaba, proporcionando sensaciones de seguridad y
pertenencia. Aún los vecinos se convertían en extensiones de esa red. Recuerdo los regaños que
recibía de algunos vecinos y el respeto con que los recibía. Recuerdo los intercambios de azúcar,
arroz y otros víveres entre los vecinos cuando uno de ellos tenía escasez.
Además del cambio de las familias extendidas hacia las nucleares, en Puerto Rico se ha observado un
cambio en el tamaño de las familias, una disminución en el número de matrimonios, un aumento en el
número de divorcios y separaciones y una proliferación de nuevas formas de unión, tales como la cohabitación
permanente e intermitente (Informe Anual de Estadísticas Vitales, 2003 2000). Las
relaciones sexuales pre-matrimoniales se han convertido en una práctica más común y la edad a la
cual las personas se casan ha aumentado. Un gran número de jóvenes adultos permanecen viviendo
en el hogar paterno/materno por más tiempo.
El siglo 21 nos encuentra con un gran número de núcleos familiares monoparentales, particularmente
mujeres en jefatura única del hogar. Aunque este arreglo usualmente está vinculado al divorcio y/o a la
viudez, el número de mujeres que optan por vivir con sus hijos e hijas, sin compañía masculina, está
en aumento, particularmente entre aquellas mujeres profesionales que cuentan con los medios.
La institución del matrimonio y la vida en familia se han afectado de forma muy particular por las
variables mencionadas. Con el aumento sostenido en las tasas de divorcio, las familias se están
segregando cada vez con mayor frecuencia. Las personas que se divorcian, a su vez, se toman entre
dos a cinco años para sanar completamente de los efectos psicológicos del divorcio (Kaslow, 2001).
Una vez pasa algún tiempo, algunas de las personas que se divorcian tienden a casarse nuevamente
o a convivir consensualmente en lo que ha sido llamado la “monogamia en serie” (Fisher, 1992). Los
hijos e hijas de estas parejas reincidentes terminan formando parte de varias familias a la vez: la que
está formada por el padre con una mujer/madrastra que quizás también tiene hijos e hijas y la que
forma la madre con un hombre/padrastro que quizás también tiene hijos e hijas. Este dato ha
provocado el que ahora se hable de familias compuestas, padres no casados que viven juntos y otros
arreglos y re-estructuraciones que hacen del término “familia” uno más difícil de definir.
La re-estructuración de la familia puertorriqueña ha provocado, a su vez, múltiples formas de vida
familiar, cambios en los valores culturales, cambios en los roles de los hombres y las mujeres y
variaciones en la manera de vivir. Se experimenta un sentido generalizado de confusión ante la
intensidad y rapidez con que estos cambios ocurren y ante las exigencias de adaptaciones que no
habían sido anticipadas.
Estos cambios estructurales en las familias empiezan a generar situaciones problemáticas. Una que
me preocupa, porque lo he experimentado en mi trabajo como psicólogo, es la contracción de la figura
paterna en la vida de los hijos e hijas. Muchos padres se limitan a interactuar con sus hijos e hijas en
los fines de semana alterno que les asigna la Corte luego del divorcio. Como resultado, algunos
niños/niñas y adolescentes carecen de un ingrediente importante en el moldeamiento de su carácter.
El crecimiento poblacional acelerado que se observó en Puerto Rico en las décadas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, conocido como los “baby boomers”, se ha cristalizado en términos de una
población numerosa de personas en la tercera edad o cerca de ésta. Esto quiere decir que el número
de abuelos y abuelas ha aumentado. En las décadas de los 1960, ’70 y, quizás hasta los ’80, las
familias albergaban a los abuelos y abuelas. Sin embargo, a medida que las mujeres y los hombres
participan en los trabajos remunerados fuera del hogar y las circunstancias de vida imponen realidades
estresantes, las personas de edad avanzada han comenzado a emigrar hacia los Centros de Cuidado
u Hogares de Cuido. Esto es cierto particularmente cuando existen enfermedades o condiciones que
requieren atención constante y/o especializada. La función del cuido de los mayores que antes recaía
en la familia ahora ha quedado delegada a instituciones sociales. Las familias han aceptado esta
realidad para poder reconciliar la necesidad de cuidado de estas personas amadas con la necesidad
de mantener la calidad de vida del resto de la familia.
Esta solución no está exenta de problemas. Los adultos en la edad mediana, casados(as) y con hijos e
hijas, están en medio de dos generaciones que requieren cierto tipo de cuido: los menores, por su
inmadurez física y emocional, y los mayores por sus enfermedades y condiciones. Cuando las
circunstancias obligan a delegar el cuido de cualquiera de estos, algunas personas sufren los
sentimientos de culpa correspondientes. Esto es cierto particularmente en Puerto Rico, donde el
cuidado en las instituciones de cuido a las personas de la tercera edad no siempre es el mejor.
La situación descrita ilustra algunas de las maneras en que la familia en Puerto Rico ha ido perdiendo
varias de sus funciones históricas. Algunas de las funciones relacionadas con la sobrevivencia y el
bienestar han pasado ahora a formar parte de las estructuras gubernamentales. De ahí, la creación del
Departamento de la Familia y otras oficinas gubernamentales que se han desarrollado en las últimas
décadas.
No podemos dejar de mencionar el efecto de la globalización sobre la estructura y función de las
familias. Aunque la globalización hace referencia a fenómenos macroeconómicos que fomentan una
comunicación mayor entre las naciones y personas del planeta, también constituyen fuerzas que
afectan los valores, las actitudes y las conductas de las personas. En ese sentido, la globalización
afecta la vida de las familias. Algunos de los instrumentos de la globalización, tales como la Internet y
la tecnología electrónica importan y exportan, no solamente productos, sino valores y visiones de
mundo que impactan nuestra vida en el microespacio de la familia nuclear.
Los jóvenes se sumergen en los video-juegos y, tanto jóvenes como adultos, navegan frecuentemente
en la Internet. Cabe mencionar que algunos estudios han concluido que el incremento en el uso de la
Internet reduce la frecuencia de la comunicación directa entre los miembros de la familia (Kraut,
Patterson, Lundmark, Kiesler, Mukopadhyay & Scherlis, 1998). Estos autores han concluido que, en
algunas personas, un mayor uso de la Internet está asociado con depresión y soledad. Concluyen los
autores: “nuestros hallazgos son consistentes con la hipótesis de que usar la Internet afecta
adversamente el envolvimiento social y el bienestar psicológico” (página 1028).
En Puerto Rico, los cambios estructurales y funcionales de las familias han venido acompañados por
un dislocamiento progresivo en las estructuras económicas, políticas, sociales y religiosas durante las
últimas décadas, También ha afectado la constitución psicológica de los miembros de las familias,
creando en algunos un sentido difundido de aislamiento personal y de sensaciones perturbadoras de
desvalidez y de desesperanza.
III. La Situación en la Iglesia
La situación en nuestras iglesias no es muy diferente al cuadro presentado. En el mes de mayo de
2006, la Reverenda Maritza Rosas, Directora del Instituto Bíblico y Vida Familiar de nuestra
denominación, condujo una encuesta informal en 58 iglesias locales de la denominación Discípulos de
Cristo en Puerto Rico. Le agradezco a ella la gentileza que tuvo al compartir estos datos conmigo y al
permitirme utilizarlos en esta presentación. En la Tabla 1 a continuación, les presento estos datos
como una aproximación a la realidad, pues no hemos obtenido datos científicos sobre el tema.
Tabla 1
Datos relacionados con la composición de las familias en las iglesias
locales de la denominación Discípulos de Cristo
I. Matrimonios
• Casados legalmente: 2,641
• Compuestos por personas divorciadas que se han vuelto a
casar y tienen hijos e hijas del matrimonio anterior: 677
II. Personas que no están casadas actualmente
Mujeres Hombres
Divorciadas: 704 Divorciados: 232
Viudas : 465 Viudos : 141
III. Parejas viviendo en relaciones consensuales*: 80
IV. Madres adolescentes:
casadas: 12
solteras: 27
V. Numero de familias por cantidad de hijos e hijas:
Un hijo/a: 649
Dos hijo/as: 1,029
Tres hijo/as: 648
Cuatro hijo/as o más: 443
VI. Abuelos y abuelas criando nietos y nietas**: 99
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* En la mayoría de los casos solo un miembro de la pareja asiste a la iglesia.
** Los padres y/o las madres están ausentes.
La Tabla 1 registra algunas tendencias que quisiera resaltar. Por ejemplo, el número de familias
reconstituidas en nuestras iglesias es cada vez más alto. El número de adultos divorciados también
parece ser significativo. Con relación al número de madres solteras en nuestras iglesias locales, cabe
mencionar que esta estadística es menor que la que se observa en la población general. El Informe
Anual de Estadísticas Vitales del Departamento de Salud del Estado Libre Asociado de Puerto Rico
registra el porciento de nacimientos por año para adolescentes hasta los 19 años. En el año 2003, el
17.7% de todos los nacimientos eran de mujeres adolescentes. En el 2004, el 18.1% de todos los
nacimientos eran de mujeres adolescentes. En el 2005, se acercó al 20%. Aunque tenemos en
nuestras iglesias menos madres solteras que en la población general, la realidad es que, cada día
más, la sociedad secular avala las relaciones sexuales y los arreglos de convivencia nocomprometidos.
El número de abuelos criando a los nietos y nietas es interesante y quizás refleje un valor cultural que
constituye una necesidad a la luz del cuadro sociológico que se vive en Puerto Rico. En el siglo
pasado, particularmente durante la primera mitad del mismo, los abuelos constituían parte esencial de
la estructura familiar y tenían parte en la crianza de los hijos de sus hijos. Los resultados de esta
encuesta informal sugieren que, actualmente, los abuelos y las abuelas continúan siendo una fuente
de educación y valores para los nietos y nietas que cuidan. Esta noción de familia extendida me
parece saludable, particularmente cuando está amparada por aquellos valores reflejados en la Palabra
de Dios.
Los datos resumidos en la Tabla 1 sugieren que la situación que está ocurriendo en la sociedad en
general se reproduce en la vida de la Iglesia. Este escenario nos convoca a continuar desarrollando
programas que atiendan la condición y la necesidad de estos creyentes. Me parece que es apremiante
el que dediquemos más recursos para fortalecer el ministerio a la familia.
IV. Afianzando el ministerio a las familias
Los problemas presentados anteriormente exponen el cuadro de las familias en Puerto Rico y en
nuestras iglesias, pero también contienen una advertencia. De acuerdo a algunos autores (por
ejemplo, Cliquet, & Avramov, 1998), las tendencias recientes de algunos indicadores demográficos,
tales como la reducción en el número de matrimonios, la reducción en la fertilidad, el aumento del
número de uniones consensuales, y el aumento en el número de hogares con personas solteras
sugieren la eventual desaparición de la familia tradicional. Esta advertencia, a su vez, constituye una
convocatoria a la Iglesia para examinar continuamente las condiciones y maneras con que dispensa su
servicio a las familias. Desde este argumento, parece importante el examinar algunos renglones que
deben ser tomados en consideración para proveer servicios cristianos a las familias.
A. Estableciendo alianza y trabajo colaborativo con las familias
Un ministerio robusto dirigido a las familias comienza con el cultivo de la sanidad interior de
los ministros que imparten el servicio. Esta es la variable que hace posible que nos
posicionemos correctamente frente a las familias que servimos.
Como personas al servicio de los(as) demás podemos escoger posicionarnos de tal manera
que reforcemos el respeto y la conexión en nuestra relación con las familias que servimos o
podemos posicionarnos desde el juicio, la desaprobación y la desconexión. Si optamos por
lo segundo, enajenaremos a las familias que servimos2. Si optamos por lo primero,
entramos como aliados al campo vital de estas familias. La posición de alianza requiere de
nosotros un grado de empatía que sólo puede venir de nuestra relación personal con el
Espíritu Santo de Dios. Nadie puede dar lo que no tiene y toda buena dádiva y todo don
perfecto proviene de Dios (ver Santiago 1: 17).
Cuando centramos nuestros esfuerzos ministeriales en establecer relaciones de alianza,
nuestras preferencias personales pasan a un segundo plano. Algunos de los problemas que
las personas traen podrían ser ofensivos a aquellos(as) que sirven (por ejemplo, el
adulterio, la violencia doméstica, el incesto), pero el ministerio a las familias requiere que
sirvamos a personas que en ocasiones hacen cosas que nosotros rechazamos. Para poder
ayudarles tenemos que encontrar aspectos positivos en ellos, estimularnos al amor y
recordar que nosotros también hemos sido objetos de la misericordia de Dios y de la
benignidad de los(as) hermanos(as) cristianos(as). De esta manera, continuamos
respetándolos, mientras cultivamos la conexión desde la intimidad, la justicia y el
compromiso. A fin de cuentas, allí donde abunda el pecado debe sobreabundar la gracia
(ver Romanos 5: 20). Este es el tipo de alianza que el ministerio a las familias nos requiere.
La agenda de alianza y trabajo colaborativo con las familias a quienes servimos, sin lugar a
dudas, nos impone la responsabilidad de mantener y/o mejorar nuestra salud mental y
nuestro crecimiento en el compromiso con Jesucristo como Señor. El servicio cristiano a las
familias demanda objetividad racional y exige dosis grandes de paciencia, una presencia
no-ansiosa y en paz (tanto interna como externamente), benignidad, esperanza, y
templanza o dominio propio. También envuelve la aceptación de que el cambio es parte de
nuestras vidas y procede de manera gradual (Anderson, 1984). Nuestros recursos internos
son parte del equipo que Dios utiliza para socorrer a las familias en necesidad. Sin estos,
no podemos cumplir exitosamente con nuestra comisión.
Cuando hablamos de estar conectados(as), la Palabra de Dios nos constriñe de maneras
diferentes a las del mundo secular. Si bien la ley de los hombres y las mujeres reglamenta
mayormente las conductas de las personas, bajo la gracia estamos llamados a someter
también nuestra vida interior a la voluntad de Dios. Desde esa perspectiva, el estar
conectados(as) y en alianza con otras personas implica una forma de relación que cubre lo
que pensamos, lo que sentimos, lo que decimos y lo que hacemos en los contextos
interpersonales. En cada uno de estos renglones debe de manifestarse el amor de Dios y
los efectos de Su gracia, a saber, la benignidad, el perdón, el arrepentimiento y la gratitud,
entre otros.
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(2) Cooper (2006) establece una diferencia entre la “mentalidad de juicio” y el hacer juicios sobre situaciones
y eventos. De acuerdo al autor, todos y todas estamos llamados a formar juicio sobre aquellas conductas y
situaciones que atentan contra la vida de alguna manera u otra. Para ayudar a las personas, de acuerdo a
Cooper, el/la consejero(a) cristiano(a) debe tener juicios claros sobre lo que es saludable y lo que no lo es, lo
que es antagonista para el crecimiento y la realización de la persona y lo que no lo es, etcétera. Por el
contrario, la mentalidad de enjuiciar hace referencia a la condenación de las personas que ejecutan las
conductas sospechosas. Representa un ataque a la persona, más que a la conducta inapropiada de la
persona.
La conexión muchas veces se ve amenazada también por la naturaleza misma del trabajo
que nos demanda el ministerio a las familias. En esos momentos, es imprescindible que
nos aferremos a los principios valorativos del Reino y que nuestro proceder se ciña a esos
principios. Por ejemplo, estoy seguro de que todos(as) en este recinto rechazamos el abuso
y la violencia hacia las personas. Cuando me lo planteo desde la perspectiva de los valores
del Reino de Dios, yo objetaría igualmente el abuso hacia el agresor porque no creo que
sea apropiado el uso de conducta abusiva para sanar patrones de violencia en otros. No
solamente es objetable desde el punto de visto ético-moral, sino que ha probado ser
inefectivo como estrategia terapéutica (Madsen, 2003).
A veces servimos desde la premisa de que nuestra tarea es eliminar el dolor de aquellos a
quienes servimos. Pienso que esta es una premisa necesaria para el ministerio y que es
compatible con la fe que tenemos en Jesucristo como Señor y Salvador. No obstante, hay
ocasiones en que debemos conformarnos con respetar el dolor de las otras personas,
mientras les acompañamos sin crearles dolores adicionales con nuestras intervenciones.
B. La prevención como parte de la visión del ministerio a las familias
El ministerio con las familias debe contar con objetivos terapéuticos y propedéuticos con el
fin de sanar y prevenir, respectivamente. El ayudar a las familias a solucionar conflictos es
positivo y necesario, pero me parece que debemos intensificar los aspectos preventivos en
el ministerio a las familias. Me parece conveniente que continuemos enfocando en la
creación de espacios para enseñar destrezas interpersonales a los miembros de las
familias. Por ejemplo, las familias necesitan mejorar sus destrezas de comunicación, sus
destrezas para solucionar y prevenir conflictos y sus destrezas para la negociación. Me
parece que sería útil para las familias, desde el punto de vista del desarrollo integral de las
personas que la componen, el que pudieran mejorar los recursos con que cuentan para
modular efectivamente las emociones y crear actitudes sanas que los ayuden a manejar los
prejuicios, los excesos y el egocentrismo, entre otros.
A menudo se organizan los ministerios a las familias en términos de los problemas que
necesitan ser atendidos y es entendible que esto sea así. Muchas de las familias que
buscan consejería en nuestras iglesias lo hacen porque han identificado un problema que
no alcanzan a solucionar por ellos mismos. Como ministros del evangelio, debemos
guardarnos de la posibilidad de que esta orientación contribuya a enfocarnos en los
problemas de las personas más que en las personas mismas. Cuando hacemos esto
corremos el riesgo de sembrar inadvertidamente la desesperanza en las familias, al
confirmarles de manera sutil que las cosas difícilmente podrán ser diferentes.
El tener una visión preventiva sobre el ministerio a las familias nos permite evitar la reacción
de acercarnos a las familias solamente cuando éstas manifiestan problemas, apagando
fuegos en vez de prevenirlos. La visitación periódica y la división de tareas pastorales
utilizando a los ancianos y a las ancianas de las iglesias para pastorear a las familias de la
congregación son algunas maneras de viabilizar la visión preventiva en el ministerio a las
familias. La prevención es parte de un discernimiento saludable que debe imperar entre los
hijos e hijas de Dios. De aquí que el ministerio a las familias debe estar nutrido por un
énfasis en los aspectos que anteceden a los problemas de las familias.
C. Restaurando la visión de futuro
El ministerio a las familias se confronta con un adversario que ha logrado penetrar las
costumbres y las creencias de un sector significativo de las personas que viven en Puerto
Rico. Esto es decir que el adversario mora en la cultura misma que da forma a nuestras
relaciones. Los planteamientos liberales relacionados con el matrimonio, la familia, la
crianza y otros renglones de la convivencia están matizados por unas visiones de vida y de
futuro que no son compatibles, en muchos niveles, con la visión y misión cristiana.
Estas visiones de mundo encontradas generan conflictos que requieren atención sostenida.
En muchas ocasiones, las familias se sienten desvalidas cuando intentan solucionar los
problemas que les aquejan y no lo logran porque sus recursos están mermados (Madsen,
2003). En estos momentos se percatan del desgaste de los recursos familiares o de la
ausencia de los mismos. Algunas familias en esta situación desarrollan la visión de que el
mantener la posición de desvalidez con respecto al problema les garantizará que van a
recibir ayuda. En ese sentido, la desvalidez se convierte para ellos y ellas en una
esperanza de auxilio. El pensamiento paradójico que mantiene atada a esta familia se
puede apreciar mejor cuando realizamos que la desvalidez es la fuerza que mueve a esta
familia en necesidad.
La posición de estas familias es muy parecida a la posición en que se encontraba el
paralítico de Betesda. En Juan 5: 1-9, la Biblia presenta a Jesús asistiendo a una fiesta en
Jerusalén. Cuando llega al lugar, le llama la atención un estanque alrededor del cual se
reunían muchos enfermos buscando sanidad. La esperanza de aquellas personas enfermas
radicaba en que cada cierto tiempo un ángel removía las aguas y el primero que se tiraba al
estanque era sanado. El personaje conocido como el paralítico de Betesda llevaba 38 años
esperando por ser sanado.
Los necesitados de la ciudad habían organizado su vida alrededor de aquel estanque.
Igualmente, hay personas hoy en día que han puesto su fe en factores externos a ellos y a
ellas; por ejemplo, en la cultura secular, en el dinero, en el gobierno, en la suerte. Por 38
años, el paralítico de Betesda había puesto su esperanza afuera de él, en las aguas
turbulentas del estanque. Pero en este día, Jesús se acercó a él y lo sanó. Lo sanó, no
solamente de su mal físico, sino que colocó en el corazón de este hombre una nueva
esperanza, una fe, una nueva manera de entender la realidad. Ya el problema no sería la
única manera de organizar su vida. Ya su esperanza no estaría afuera de él. Ahora este
hombre tenía la opción de encontrar adentro de él los ingredientes para mirar hacia el
futuro.
El ministerio a las familias se afianza cuando los/las ayudadores pueden presentar la
espiritualidad como un renglón significativo en nuestras vidas, pero sin negar nuestro
contacto con la realidad temporal en que existimos. En ese sentido, ayudaría al
ayudador/ayudadora el poder identificar las sutilezas que están presentes en la
comunicación humana y el contar con algunos recursos para enfrentar las paradojas que la
comunicación humana contiene como parte de su estructura misma.
Algunos escritores han descrito metafóricamente el proceso de sanación de las familias
como un viaje. Adoptando esta metáfora, el ministerio cristiano a las familias se afianzaría
al moverse de la noción de ayudar a las familias a corregir problemas específicos hacia la
idea de transformar las vidas de las familias. Esta perspectiva implica el movimiento de la
familia hacia unas visiones de futuro o metas. El problema de la familia se re-enmarca como
un paso en la dirección de estas metas y deja de ser el objetivo central del proceso de
ayuda. Sobre este tema, algunos autores (Waters y Lawrence, 1993) han concluido que el
sostener una visión positiva sobre el futuro añade elementos provechosos para el
funcionamiento presente de las familias.
D. El Apoderamiento en Jesucristo
El ministerio cristiano posee en Jesucristo la esperanza más poderosa para proveer una
visión de futuro para las familias a las que sirve. Jesús enseñó a Sus discípulos
diciéndoles: “…porque separados de mi nada podéis hacer” (Juan 15: 5b). El apóstol Pablo
recibió esta palabra y respondió: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:
13). Esta es una aseveración de apoderamiento y una declaración de nuestra posición
como cristianos ante los problemas de la vida.
La visión secular sobre apoderamiento envuelve el control y la autoridad vertida sobre sí
mismo(a). Esta visión se puede tornar un tanto egocéntrica cuando ignora la presencia de
Dios en nuestras vidas. La visión bíblica sobre apoderamiento es un tanto diferente. Jesús
invirtió mucho tiempo y energía para enseñarles a Sus discípulos un tipo de poder que ellos
no conocían. Lo hizo a través de Su autoridad como una herramienta al servicio de los
demás. Jesús ayudó a sus discípulos a reconocer y a activar sus dones y talentos.
Apoderar, en este sentido, equivale a afirmar a la otra persona, a validarla como tal.
Apoderar a la otra persona implica, desde la perspectiva cristiana, enseñarle a poner su
dependencia en Dios y a descubrir que, al hacerlo, encuentra progresivamente un nivel de
autonomía saludable.
Jesús rechazó el uso del poder para fines egocéntricos y/o narcisistas. Por el contrario, lo
definió como una manera de servir, como una manera de sanar a los quebrantados de
corazón, como una forma de liberación y de esperanza (ver Lucas 4: 18-19). Este fue el
apoderamiento que Jesús practicó con Sus discípulos.
Los sistemas de ayuda a las familias que están basados en desarrollar los recursos de
éstas gozan de unas ventajas sobre aquellos que se interesan en describir sus patologías.
Algunas ventajas que podría mencionar son la disminución de las resistencias al proceso
de ayuda y al cambio, la claridad en los objetivos del proceso de ayuda y la utilización más
eficiente de la sabiduría que las personas han obtenido de sus experiencias personales y
familiares.
Este modelo de apoderamiento debe encontrar una manifestación en el ministerio hacia las
familias a quienes servimos. Considero que el propósito de la autoridad de los padres y las
madres es corregir, enseñar y desarrollar el carácter de sus hijos e hijas con el fin de
apoderarles en Jesucristo. Este nivel de apoderamiento es una manera de mostrarles, por
la manera en que los tratamos, quienes son ellos(as), su identidad en Cristo. El enseñar a
los padres y a las madres a depositar esta enseñanza en sus hijos(as) es una manera de
apoderar a las familias como parte del ministerio cristiano a las familias.
Las personas se encuentran con Jesucristo cuando enfrentan aflicciones donde la
misericordia de Dios se hace evidente. También se encuentran con Jesucristo cuando
identifican recursos que no sabían que tenían dentro de ellos(as) para enfrentar las
vicisitudes por las que atraviesan. Como ayudadores, debemos honrar a nuestros clientes
como personas apoderadas en Cristo que quizás todavía no han podido identificar en sus
vidas la totalidad de las dimensiones que este poder guarda para ellos y ellas. Por ejemplo,
no estamos llamados(as) a ponerle límites a un adolescente que reta contínuamente la
autoridad de su madre divorciada, sino a ayudar a ésta a poner límites efectivos en su hijo.
Esta acción es una forma de apoderar a la madre en esa familia.
Los supuestos y las creencias de las que parten las familias a quienes servimos son
entendibles a la luz de la perspectiva de la familia misma. Ellos se conocen mejor de lo que
nosotros los conocemos. Me parece que es importante que el/la ayudador(a) entre al
mundo de la familia con una actitud de curiosidad respetuosa y responsable, mientras
aprende sobre la familia y le orienta de maneras que sean pertinentes a su perspectiva.
Esto apodera a la familia en cuestión. En este sentido, es importante que el/la ayudador(a)
evite el tratar de entender el sufrimiento de la familia desde su perspectiva personal
solamente. Por ejemplo, una familia cristiana le consulta a un ministro sobre la noticia de
que su hijo se había declarado públicamente como homosexual. El ministro nunca había
pasado por una experiencia como ésta, por lo cual decidió estimular a esa familia para que
compartiera con él los significados particulares que esa situación tenía para ellos como
grupo familiar. Sencillamente, les pidió que le enseñaran lo que esta experiencia quería
decir para ellos y ellas. Entre las respuestas que obtuvo de los padres y hermanas del
muchacho, la familia presentó la pérdida de la posibilidad de ser abuelos y tías,
respectivamente, como algo doloroso e importante. La otra gran preocupación de la familia
era el rechazo que iba a sufrir el muchacho por parte de la comunidad. En ningún momento
esta familia se preocupó en primer lugar por el asunto de la salvación del muchacho ni por
otras consideraciones de orden teológico. Es importante que podamos afirmar y entender
los significados que las experiencias tienen para las familias que servimos antes de
nosotros presentar nuevos puntos de vista.
V. Comentarios Finales
Dobson y Bauer (1990) han concluido que los valores que dan fundamento a la familia se
encuentran bajo ataque, lo cual constituye un peligro para la familia como institución. No
obstante, me parece que la misma desarticulación y el caos en la vida de la familia
puertorriqueña también explican, en parte, el resurgir del interés y la necesidad aumentada
por la espiritualidad como renglón existencial necesario para el bienestar de las personas y
de las familias. He ahí una esperanza y he ahí también un llamado reiterado a la Iglesia.
Convulsionados por fuerzas globales que están fuera de nuestro control, pero que nos
imponen su influencia, muchas personas han regresado a aquellas tradiciones religiosas
que suministraban seguridad y certeza. La religión, sin embargo, tampoco parece calmar
las necesidades de bienestar de las personas. Anhelamos tener paz interior, integración
personal, una comunión real y significativa con Dios y con las personas que nos rodean.
Para ello, necesitamos regresar a, y poseer o re-poseer, valores espirituales que nos
permitan anclar nuestra propia vida, así como la vida de la familia y las comunidades que la
circundan.
Durante el siglo 20 observamos como el Estado asumió roles protagónicos en la prestación
de servicios que antes proveía la familia a sus miembros. Por ejemplo, los aumentos en los
casos de violencia doméstica han obligado al Estado a proveer protección a las mujeres y a
los hijos e hijas. Esta protección ha venido a través de leyes particulares, casas de refugio,
clínicas de ayuda psicosocial, así como otras acciones legales.
La implementación de leyes, la educación y los programas de intervención social que han
proliferado han demostrado ser insuficientes para resolver los problemas que afectan a
nuestras familias. Me parece que este pueblo necesita conectar con principios y valores
que le dirijan desde adentro a hacer cambios fundamentales en las estructuras personales
y familiares. El ministerio a las familias debe continuar respondiendo robustamente a esta
necesidad. En mi opinión, sin los cambios internos no podremos ver los cambios que
necesitamos que ocurran en las estructuras sociales. Tenemos que estar dispuestos a ser
aquello que predicamos y para ello necesitamos fomentar el enriquecimiento integral de las
personas.
La pérdida de visión en muchas familias tiene que ver con la construcción social que hemos
hecho como sociedad. Hemos construido un mundo donde algunos padres y algunas
madres han adoptado la costumbre de darles cosas a los hijos e hijas en vez de darse ellos
mismos. Hemos construido un mundo donde existe segregación por edad. De aquí que
ahora nuestros viejos están en Hogares de Cuidado, mientras muchos hijos e hijas se
sienten culpables e impotentes porque ellos y ellas también están atados(as) e
impedidos(as) para poder cuidar a los mayores. Hemos construido un mundo donde el
amor al dinero se ha convertido en el norte para muchos. Ese valor es el que, a su vez,
orienta muchas de las acciones y acomoda las prioridades de las familias. Hemos
construido un mundo donde la identidad y la valía personal están relacionadas con la
obtención de logros y cosas materiales. Hemos construido una sociedad que, como decía
Erik Fromm, promueve el ser en el tener. Este valor contrasta con la enseñanza de Jesús:
“Mirad y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia
de los bienes que posee (Lucas 12: 15)”.
La Iglesia tiene como su intención el efectuar cambios profundos y significativos en el
sistema social que nos rige. Nunca estuvimos tan intensamente convocados como Iglesia a
llevar a la praxis el esquema valorativo del Reino de Dios como sistema de vida, pero
también como alternativa y sistema terapéutico, como la respuesta de Dios ante la
fragilidad humana. El Reino de Dios es una realidad espiritual que debe encontrar una
manifestación continua y progresiva en el ámbito social, cultural y psicológico de las
personas.
VI. Algunas Recomendaciones
Las ideas que presento a continuación no son nuevas, pero necesitamos darles una mirada y
repasarlas. Me parece que el ministerio a las familias podría re-plantearse estos renglones.
1. Llevar a cabo un estudio de evaluación de las necesidades de las familias que componen la
Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico. Este sería un estudio exhaustivo,
conducido por expertos en investigación que son parte de los recursos con que cuenta nuestra
denominación.
2. Ayudar a fortalecer la inversión paterna/materna en la crianza de los hijos e hijas a través del
desarrollo de Escuelas para Padres y Madres.
3. Ayudar a desarrollar espacios de seguridad emocional a través de la enseñanza de destrezas
para la comunicación, proveer orientación e información a las familias sobre maneras de
solucionar conflictos, prácticas de socialización y otros temas pertinentes para la vida de las
familias.
4. Desarrollar una pastoral con capacitación continuada para atender la problemática de los
matrimonios.
5. Reforzar los aspectos preventivos de las intervenciones con las familias. Por ejemplo, la
presentación de infantes y el bautismo son dos oportunidades donde el ministerio a la familia
podría operar preventivamente. En ambas ocasiones, la situación permite la aclaración de ciertos
roles. En el caso de la presentación de infantes, se brinda información a los padres sobre sus
roles como padres y madres. El bautismo es una ocasión para recordar a los adultos el tipo de
compromiso que adquieren cuando van a las aguas y las implicaciones concretas y específicas
de esto para la vida de la familia.
6. El ministerio a las familias debe mantener su militancia como agentes educativos sobre lo que
constituye abuso y violencia, así como su constelación conductual y detección temprana.
7. Los hijos e hijas de padres divorciados se enfrentan a situaciones confusas cuando tienen que
compartir con más de un padrastro o madrastra, hijos e hijas de estos, en diferentes hogares
dependiendo del fin de semana que sea, o con otros arreglos variables. Esta población pudiera
estar necesitando la atención del ministerio familiar. Debemos desarrollar y mantener al día los
programas para responder a las necesidades de esta población.
8. El mundo está experimentando un aumento en la cantidad de adicciones, una escalada
progresiva en el crimen y la violencia, la proliferación de desastres naturales y desastres
causados por los seres humanos, la influencia de la Internet en la vida de las familias y las
tendencias globalizantes (Kaslow, 2001). Todos estos renglones tienen la capacidad de provocar
consecuencias traumáticas en la vida de las familias (Warren, 2006). Los ministerios que
atienden a las familias deben empezar a plantearse estos renglones de intervención.
9. El ministerio a las familias, a nivel denominacional, debe continuar asumiendo y reforzando una
presencia robusta en los foros públicos en defensa de los valores cristianos que sostienen el
andamiaje espiritual de la familia. No podemos permitir que las voces que controlan los debates
sean aquellas que promulgan los anti-valores (por ejemplo, el relativismo moral y ético, el
hedonismo, el ego-centrismo).
10. El ministerio a las familias en las iglesias locales se beneficiaría de la creación de grupos de
apoyo para atender necesidades particulares de varios grupos dentro de las iglesias. Por
ejemplo, se necesitan grupos de apoyo para hombres y mujeres divorciadas, familias que han
perdido a un hijo o hija, mujeres abusadas, y otros. La Iglesia necesita encontrar espacios para la
reflexión personal y grupal, donde se planteen de forma crítica los principios que les va a permitir
enfrentar su realidad particular.
Estamos ubicados en un momento histórico de gran importancia. Las fuerzas sociales
mundiales convergen de una manera apremiante y nos convocan a un ministerio comprometido y
robusto, donde el señorío de Jesucristo continúe encontrando expresiones pertinentes, compasivas y
esperanzadoras. Este es el llamado de Dios a la iglesia en estos tiempos.
Bibliografía
Anderson, H. (1984). The family as a context for change and a changing context: a sign that
God is always making some things new. Journal of Psychology and Christianity, 3(4), 48-60.
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Matthijs, K. (Ed.) The Family: contemporary perspectives and challenges. Leuven: Leuven
University Press.
Cooper, T.D. (2006). “Inner” signs and “outer” realities: balancing psychotherapy and social
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Fisher, H.E. (1992). Anatomy of Love: the natural history of monogamy, adultery and divorce.
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Informe Anual de Estadísticas Vitales, (2003). Secretaría Auxiliar de Planificación y Desarrollo,
Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
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Kraut, R., Patterson, M., Lundmaek, V., Kiesler, S., Mukopadhyay, T. & Scherlis, W. (1998).
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Pagán, S. (2006). La Familia en la Biblia: una lectura teológica y pastoral. Retiro Ministerio
Pastoral, Campamento Morton.
Warren, M. P. (2006). From Trauma to Transformation. Norwalk, CT: Crown House Publishing.
Waters, D B. & Lawrence, E. C. (1993). Competence, Courage and Change: an approach to
family therapy. New York: Norton.
ICDC en El Señorial
I. Introducción
II. Una Visión Panorámica de la Familia en Puerto Rico
III. La Situación en la Iglesia Cristiana Discípulos de Cristo
IV. Afianzando el ministerio a las familias
A. Estableciendo alianza y trabajo colaborativo con las familias
B. La prevención como parte de la visión del ministerio a las familias
C. Restaurando la visión de futuro
D. El Apoderamiento en Jesucristo
V. Conclusiones
VI. Algunas Recomendaciones
VII. Bibliografía
PREGUNTAS GUÍA PARA LA CONFERENCIA MAGISTRAL
1. ¿Cómo se define la familia?
2. ¿Cuáles son algunos cambios que han surgido como resultado de la
reestructuración que ha ocurrido en la familia?
3. ¿Considera usted que la situación en la Iglesia es diferente? Explique.
4. (a) ¿De qué manera(s) se afianza el ministerio con las familias al establecer trabajos
colaborativos con ellas?
Mencione algunos requisitos de este tipo de acercamiento al ministerio con las
familias.
5. ¿Qué rol juega la prevención en el ministerio a las familias? Esboce algunas
razones por las cuales el ministerio a las familias debería contener un elemento
preventivo.
6. ¿Cuál es la diferencia entre el apoderamiento secular y el apoderamiento en
Jesucristo?
7. “Un ministerio robusto dirigido a las familias comienza con el cultivo de la sanidad
interior de los ministros que imparten el servicio.” ¿En que sentido podría ser cierta
esta aseveración?
C O N F E R E N C I A M A G I S T R A L
UNA IGLESIA QUE FORTALECE SU MINISTERIO CON LA FAMILIA1
I. Introducción
Durante los próximos días estaremos examinando el tema de la familia como parte del compromiso
ministerial que la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico tiene con la sociedad en la
cual nos ha tocado servir. Durante estos días escucharán a los/las deponentes hablar sobre el tema de
la familia desde diferentes puntos de vista. Nos adentraremos en el rol formativo de la familia,
exploraremos la familia como una red idónea para transmitir valores espirituales y examinaremos los
temas difíciles que representan para el ministerio cristiano las familias no-tradicionales, las diferencias
generacionales y la violencia familiar, entre otros temas. En algún momento durante los próximos días
irán escuchando estadísticas, comentarios diagnósticos sobre la familia puertorriqueña y las diferentes
posiciones que se han adoptado con respecto a estos problemas y sus soluciones.
Más que considerar los temas anteriores en esta conferencia, quisiera compartir algunos
pensamientos de base sobre la familia y sobre el ministerio dirigido hacia ésta. Esta mirada global a su
vez, podría ayudarnos a formular los criterios y a evaluar las estrategias para lograr el objetivo de
diseñar e implementar ministerios dirigidos hacia las familias que sean pertinentes al momento
histórico que estamos viviendo.
II. Una Visión Panorámica de la Familia en Puerto Rico
La familia fue instituida por Dios y de aquí su origen (véase Génesis 5; Deuteronomio 6: 6-7;
Proverbios 10:1-5; Efesios 6: 1-4). En Génesis 2: 24, la Biblia registra lo siguiente: “Por tanto, dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne”. Entiendo que la
Palabra de Dios enseña que, al casarse, las personas dejan a padre y a madre, no solamente en el
sentido físico, sino en el sentido de establecer unas fronteras psicológicas semipermeables que
permitan la privacidad, así como el intercambio con elementos afuera de la relación. El aspecto de
unirse y de ser una sola carne especifica los parámetros de intimidad que definen al matrimonio. En
este sentido, da la impresión de que el recuento bíblico, tanto en el Viejo como en el Nuevo
Testamento, propone una noción de familia extendida como la estructura más funcional, adaptativa y
eficiente de organización social (Pagán, 2006).
La mayoría de los seres humanos consideran que la familia es la roca fundamental del edificio social y
uno de los semilleros principales para transmitir visiones de mundo, actitudes y creencias. La
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 definió a la familia como “el grupo natural y
fundamental de la sociedad”. La observancia del año Internacional de la Familia por la resolución 44/85
de las Naciones Unidas en 1994 destacó el papel de la familia como unidad social básica y creó
conciencia de los problemas que aquejan a esta institución.
1 Deseo hacer constar mi agradecimiento al Reverendo José Heriberto Roselló, a la doctora Mercedes
Martínez y al doctor Francisco O’Neill por las sugerencias que me brindaron.
A lo largo de los años, las civilizaciones de hombres y mujeres han ido modificando la estructura y la
función de esta unidad básica. Por ejemplo, desde la revolución industrial de hace un poco más de
200 años, el mundo se ha ido moviendo de una sociedad agraria hacia una urbana. A medida que las
personas se mudaron del campo a la ciudad, las familias extendidas comenzaron a perder su
preeminencia. Esta tendencia comenzó a fortalecer a la familia nuclear como la estructura organizativa
primordial de la familia.
El movimiento de una familia extendida a una familia nuclear en Puerto Rico se comenzó a viabilizar
durante el siglo 20. Recuerdo que, en la década del 1950-60, existía en Puerto Rico una noción de
familia extendida muy preponderante que nos cobijaba, proporcionando sensaciones de seguridad y
pertenencia. Aún los vecinos se convertían en extensiones de esa red. Recuerdo los regaños que
recibía de algunos vecinos y el respeto con que los recibía. Recuerdo los intercambios de azúcar,
arroz y otros víveres entre los vecinos cuando uno de ellos tenía escasez.
Además del cambio de las familias extendidas hacia las nucleares, en Puerto Rico se ha observado un
cambio en el tamaño de las familias, una disminución en el número de matrimonios, un aumento en el
número de divorcios y separaciones y una proliferación de nuevas formas de unión, tales como la cohabitación
permanente e intermitente (Informe Anual de Estadísticas Vitales, 2003 2000). Las
relaciones sexuales pre-matrimoniales se han convertido en una práctica más común y la edad a la
cual las personas se casan ha aumentado. Un gran número de jóvenes adultos permanecen viviendo
en el hogar paterno/materno por más tiempo.
El siglo 21 nos encuentra con un gran número de núcleos familiares monoparentales, particularmente
mujeres en jefatura única del hogar. Aunque este arreglo usualmente está vinculado al divorcio y/o a la
viudez, el número de mujeres que optan por vivir con sus hijos e hijas, sin compañía masculina, está
en aumento, particularmente entre aquellas mujeres profesionales que cuentan con los medios.
La institución del matrimonio y la vida en familia se han afectado de forma muy particular por las
variables mencionadas. Con el aumento sostenido en las tasas de divorcio, las familias se están
segregando cada vez con mayor frecuencia. Las personas que se divorcian, a su vez, se toman entre
dos a cinco años para sanar completamente de los efectos psicológicos del divorcio (Kaslow, 2001).
Una vez pasa algún tiempo, algunas de las personas que se divorcian tienden a casarse nuevamente
o a convivir consensualmente en lo que ha sido llamado la “monogamia en serie” (Fisher, 1992). Los
hijos e hijas de estas parejas reincidentes terminan formando parte de varias familias a la vez: la que
está formada por el padre con una mujer/madrastra que quizás también tiene hijos e hijas y la que
forma la madre con un hombre/padrastro que quizás también tiene hijos e hijas. Este dato ha
provocado el que ahora se hable de familias compuestas, padres no casados que viven juntos y otros
arreglos y re-estructuraciones que hacen del término “familia” uno más difícil de definir.
La re-estructuración de la familia puertorriqueña ha provocado, a su vez, múltiples formas de vida
familiar, cambios en los valores culturales, cambios en los roles de los hombres y las mujeres y
variaciones en la manera de vivir. Se experimenta un sentido generalizado de confusión ante la
intensidad y rapidez con que estos cambios ocurren y ante las exigencias de adaptaciones que no
habían sido anticipadas.
Estos cambios estructurales en las familias empiezan a generar situaciones problemáticas. Una que
me preocupa, porque lo he experimentado en mi trabajo como psicólogo, es la contracción de la figura
paterna en la vida de los hijos e hijas. Muchos padres se limitan a interactuar con sus hijos e hijas en
los fines de semana alterno que les asigna la Corte luego del divorcio. Como resultado, algunos
niños/niñas y adolescentes carecen de un ingrediente importante en el moldeamiento de su carácter.
El crecimiento poblacional acelerado que se observó en Puerto Rico en las décadas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, conocido como los “baby boomers”, se ha cristalizado en términos de una
población numerosa de personas en la tercera edad o cerca de ésta. Esto quiere decir que el número
de abuelos y abuelas ha aumentado. En las décadas de los 1960, ’70 y, quizás hasta los ’80, las
familias albergaban a los abuelos y abuelas. Sin embargo, a medida que las mujeres y los hombres
participan en los trabajos remunerados fuera del hogar y las circunstancias de vida imponen realidades
estresantes, las personas de edad avanzada han comenzado a emigrar hacia los Centros de Cuidado
u Hogares de Cuido. Esto es cierto particularmente cuando existen enfermedades o condiciones que
requieren atención constante y/o especializada. La función del cuido de los mayores que antes recaía
en la familia ahora ha quedado delegada a instituciones sociales. Las familias han aceptado esta
realidad para poder reconciliar la necesidad de cuidado de estas personas amadas con la necesidad
de mantener la calidad de vida del resto de la familia.
Esta solución no está exenta de problemas. Los adultos en la edad mediana, casados(as) y con hijos e
hijas, están en medio de dos generaciones que requieren cierto tipo de cuido: los menores, por su
inmadurez física y emocional, y los mayores por sus enfermedades y condiciones. Cuando las
circunstancias obligan a delegar el cuido de cualquiera de estos, algunas personas sufren los
sentimientos de culpa correspondientes. Esto es cierto particularmente en Puerto Rico, donde el
cuidado en las instituciones de cuido a las personas de la tercera edad no siempre es el mejor.
La situación descrita ilustra algunas de las maneras en que la familia en Puerto Rico ha ido perdiendo
varias de sus funciones históricas. Algunas de las funciones relacionadas con la sobrevivencia y el
bienestar han pasado ahora a formar parte de las estructuras gubernamentales. De ahí, la creación del
Departamento de la Familia y otras oficinas gubernamentales que se han desarrollado en las últimas
décadas.
No podemos dejar de mencionar el efecto de la globalización sobre la estructura y función de las
familias. Aunque la globalización hace referencia a fenómenos macroeconómicos que fomentan una
comunicación mayor entre las naciones y personas del planeta, también constituyen fuerzas que
afectan los valores, las actitudes y las conductas de las personas. En ese sentido, la globalización
afecta la vida de las familias. Algunos de los instrumentos de la globalización, tales como la Internet y
la tecnología electrónica importan y exportan, no solamente productos, sino valores y visiones de
mundo que impactan nuestra vida en el microespacio de la familia nuclear.
Los jóvenes se sumergen en los video-juegos y, tanto jóvenes como adultos, navegan frecuentemente
en la Internet. Cabe mencionar que algunos estudios han concluido que el incremento en el uso de la
Internet reduce la frecuencia de la comunicación directa entre los miembros de la familia (Kraut,
Patterson, Lundmark, Kiesler, Mukopadhyay & Scherlis, 1998). Estos autores han concluido que, en
algunas personas, un mayor uso de la Internet está asociado con depresión y soledad. Concluyen los
autores: “nuestros hallazgos son consistentes con la hipótesis de que usar la Internet afecta
adversamente el envolvimiento social y el bienestar psicológico” (página 1028).
En Puerto Rico, los cambios estructurales y funcionales de las familias han venido acompañados por
un dislocamiento progresivo en las estructuras económicas, políticas, sociales y religiosas durante las
últimas décadas, También ha afectado la constitución psicológica de los miembros de las familias,
creando en algunos un sentido difundido de aislamiento personal y de sensaciones perturbadoras de
desvalidez y de desesperanza.
III. La Situación en la Iglesia
La situación en nuestras iglesias no es muy diferente al cuadro presentado. En el mes de mayo de
2006, la Reverenda Maritza Rosas, Directora del Instituto Bíblico y Vida Familiar de nuestra
denominación, condujo una encuesta informal en 58 iglesias locales de la denominación Discípulos de
Cristo en Puerto Rico. Le agradezco a ella la gentileza que tuvo al compartir estos datos conmigo y al
permitirme utilizarlos en esta presentación. En la Tabla 1 a continuación, les presento estos datos
como una aproximación a la realidad, pues no hemos obtenido datos científicos sobre el tema.
Tabla 1
Datos relacionados con la composición de las familias en las iglesias
locales de la denominación Discípulos de Cristo
I. Matrimonios
• Casados legalmente: 2,641
• Compuestos por personas divorciadas que se han vuelto a
casar y tienen hijos e hijas del matrimonio anterior: 677
II. Personas que no están casadas actualmente
Mujeres Hombres
Divorciadas: 704 Divorciados: 232
Viudas : 465 Viudos : 141
III. Parejas viviendo en relaciones consensuales*: 80
IV. Madres adolescentes:
casadas: 12
solteras: 27
V. Numero de familias por cantidad de hijos e hijas:
Un hijo/a: 649
Dos hijo/as: 1,029
Tres hijo/as: 648
Cuatro hijo/as o más: 443
VI. Abuelos y abuelas criando nietos y nietas**: 99
___________________________________________________
* En la mayoría de los casos solo un miembro de la pareja asiste a la iglesia.
** Los padres y/o las madres están ausentes.
La Tabla 1 registra algunas tendencias que quisiera resaltar. Por ejemplo, el número de familias
reconstituidas en nuestras iglesias es cada vez más alto. El número de adultos divorciados también
parece ser significativo. Con relación al número de madres solteras en nuestras iglesias locales, cabe
mencionar que esta estadística es menor que la que se observa en la población general. El Informe
Anual de Estadísticas Vitales del Departamento de Salud del Estado Libre Asociado de Puerto Rico
registra el porciento de nacimientos por año para adolescentes hasta los 19 años. En el año 2003, el
17.7% de todos los nacimientos eran de mujeres adolescentes. En el 2004, el 18.1% de todos los
nacimientos eran de mujeres adolescentes. En el 2005, se acercó al 20%. Aunque tenemos en
nuestras iglesias menos madres solteras que en la población general, la realidad es que, cada día
más, la sociedad secular avala las relaciones sexuales y los arreglos de convivencia nocomprometidos.
El número de abuelos criando a los nietos y nietas es interesante y quizás refleje un valor cultural que
constituye una necesidad a la luz del cuadro sociológico que se vive en Puerto Rico. En el siglo
pasado, particularmente durante la primera mitad del mismo, los abuelos constituían parte esencial de
la estructura familiar y tenían parte en la crianza de los hijos de sus hijos. Los resultados de esta
encuesta informal sugieren que, actualmente, los abuelos y las abuelas continúan siendo una fuente
de educación y valores para los nietos y nietas que cuidan. Esta noción de familia extendida me
parece saludable, particularmente cuando está amparada por aquellos valores reflejados en la Palabra
de Dios.
Los datos resumidos en la Tabla 1 sugieren que la situación que está ocurriendo en la sociedad en
general se reproduce en la vida de la Iglesia. Este escenario nos convoca a continuar desarrollando
programas que atiendan la condición y la necesidad de estos creyentes. Me parece que es apremiante
el que dediquemos más recursos para fortalecer el ministerio a la familia.
IV. Afianzando el ministerio a las familias
Los problemas presentados anteriormente exponen el cuadro de las familias en Puerto Rico y en
nuestras iglesias, pero también contienen una advertencia. De acuerdo a algunos autores (por
ejemplo, Cliquet, & Avramov, 1998), las tendencias recientes de algunos indicadores demográficos,
tales como la reducción en el número de matrimonios, la reducción en la fertilidad, el aumento del
número de uniones consensuales, y el aumento en el número de hogares con personas solteras
sugieren la eventual desaparición de la familia tradicional. Esta advertencia, a su vez, constituye una
convocatoria a la Iglesia para examinar continuamente las condiciones y maneras con que dispensa su
servicio a las familias. Desde este argumento, parece importante el examinar algunos renglones que
deben ser tomados en consideración para proveer servicios cristianos a las familias.
A. Estableciendo alianza y trabajo colaborativo con las familias
Un ministerio robusto dirigido a las familias comienza con el cultivo de la sanidad interior de
los ministros que imparten el servicio. Esta es la variable que hace posible que nos
posicionemos correctamente frente a las familias que servimos.
Como personas al servicio de los(as) demás podemos escoger posicionarnos de tal manera
que reforcemos el respeto y la conexión en nuestra relación con las familias que servimos o
podemos posicionarnos desde el juicio, la desaprobación y la desconexión. Si optamos por
lo segundo, enajenaremos a las familias que servimos2. Si optamos por lo primero,
entramos como aliados al campo vital de estas familias. La posición de alianza requiere de
nosotros un grado de empatía que sólo puede venir de nuestra relación personal con el
Espíritu Santo de Dios. Nadie puede dar lo que no tiene y toda buena dádiva y todo don
perfecto proviene de Dios (ver Santiago 1: 17).
Cuando centramos nuestros esfuerzos ministeriales en establecer relaciones de alianza,
nuestras preferencias personales pasan a un segundo plano. Algunos de los problemas que
las personas traen podrían ser ofensivos a aquellos(as) que sirven (por ejemplo, el
adulterio, la violencia doméstica, el incesto), pero el ministerio a las familias requiere que
sirvamos a personas que en ocasiones hacen cosas que nosotros rechazamos. Para poder
ayudarles tenemos que encontrar aspectos positivos en ellos, estimularnos al amor y
recordar que nosotros también hemos sido objetos de la misericordia de Dios y de la
benignidad de los(as) hermanos(as) cristianos(as). De esta manera, continuamos
respetándolos, mientras cultivamos la conexión desde la intimidad, la justicia y el
compromiso. A fin de cuentas, allí donde abunda el pecado debe sobreabundar la gracia
(ver Romanos 5: 20). Este es el tipo de alianza que el ministerio a las familias nos requiere.
La agenda de alianza y trabajo colaborativo con las familias a quienes servimos, sin lugar a
dudas, nos impone la responsabilidad de mantener y/o mejorar nuestra salud mental y
nuestro crecimiento en el compromiso con Jesucristo como Señor. El servicio cristiano a las
familias demanda objetividad racional y exige dosis grandes de paciencia, una presencia
no-ansiosa y en paz (tanto interna como externamente), benignidad, esperanza, y
templanza o dominio propio. También envuelve la aceptación de que el cambio es parte de
nuestras vidas y procede de manera gradual (Anderson, 1984). Nuestros recursos internos
son parte del equipo que Dios utiliza para socorrer a las familias en necesidad. Sin estos,
no podemos cumplir exitosamente con nuestra comisión.
Cuando hablamos de estar conectados(as), la Palabra de Dios nos constriñe de maneras
diferentes a las del mundo secular. Si bien la ley de los hombres y las mujeres reglamenta
mayormente las conductas de las personas, bajo la gracia estamos llamados a someter
también nuestra vida interior a la voluntad de Dios. Desde esa perspectiva, el estar
conectados(as) y en alianza con otras personas implica una forma de relación que cubre lo
que pensamos, lo que sentimos, lo que decimos y lo que hacemos en los contextos
interpersonales. En cada uno de estos renglones debe de manifestarse el amor de Dios y
los efectos de Su gracia, a saber, la benignidad, el perdón, el arrepentimiento y la gratitud,
entre otros.
___________________________________________________________________
(2) Cooper (2006) establece una diferencia entre la “mentalidad de juicio” y el hacer juicios sobre situaciones
y eventos. De acuerdo al autor, todos y todas estamos llamados a formar juicio sobre aquellas conductas y
situaciones que atentan contra la vida de alguna manera u otra. Para ayudar a las personas, de acuerdo a
Cooper, el/la consejero(a) cristiano(a) debe tener juicios claros sobre lo que es saludable y lo que no lo es, lo
que es antagonista para el crecimiento y la realización de la persona y lo que no lo es, etcétera. Por el
contrario, la mentalidad de enjuiciar hace referencia a la condenación de las personas que ejecutan las
conductas sospechosas. Representa un ataque a la persona, más que a la conducta inapropiada de la
persona.
La conexión muchas veces se ve amenazada también por la naturaleza misma del trabajo
que nos demanda el ministerio a las familias. En esos momentos, es imprescindible que
nos aferremos a los principios valorativos del Reino y que nuestro proceder se ciña a esos
principios. Por ejemplo, estoy seguro de que todos(as) en este recinto rechazamos el abuso
y la violencia hacia las personas. Cuando me lo planteo desde la perspectiva de los valores
del Reino de Dios, yo objetaría igualmente el abuso hacia el agresor porque no creo que
sea apropiado el uso de conducta abusiva para sanar patrones de violencia en otros. No
solamente es objetable desde el punto de visto ético-moral, sino que ha probado ser
inefectivo como estrategia terapéutica (Madsen, 2003).
A veces servimos desde la premisa de que nuestra tarea es eliminar el dolor de aquellos a
quienes servimos. Pienso que esta es una premisa necesaria para el ministerio y que es
compatible con la fe que tenemos en Jesucristo como Señor y Salvador. No obstante, hay
ocasiones en que debemos conformarnos con respetar el dolor de las otras personas,
mientras les acompañamos sin crearles dolores adicionales con nuestras intervenciones.
B. La prevención como parte de la visión del ministerio a las familias
El ministerio con las familias debe contar con objetivos terapéuticos y propedéuticos con el
fin de sanar y prevenir, respectivamente. El ayudar a las familias a solucionar conflictos es
positivo y necesario, pero me parece que debemos intensificar los aspectos preventivos en
el ministerio a las familias. Me parece conveniente que continuemos enfocando en la
creación de espacios para enseñar destrezas interpersonales a los miembros de las
familias. Por ejemplo, las familias necesitan mejorar sus destrezas de comunicación, sus
destrezas para solucionar y prevenir conflictos y sus destrezas para la negociación. Me
parece que sería útil para las familias, desde el punto de vista del desarrollo integral de las
personas que la componen, el que pudieran mejorar los recursos con que cuentan para
modular efectivamente las emociones y crear actitudes sanas que los ayuden a manejar los
prejuicios, los excesos y el egocentrismo, entre otros.
A menudo se organizan los ministerios a las familias en términos de los problemas que
necesitan ser atendidos y es entendible que esto sea así. Muchas de las familias que
buscan consejería en nuestras iglesias lo hacen porque han identificado un problema que
no alcanzan a solucionar por ellos mismos. Como ministros del evangelio, debemos
guardarnos de la posibilidad de que esta orientación contribuya a enfocarnos en los
problemas de las personas más que en las personas mismas. Cuando hacemos esto
corremos el riesgo de sembrar inadvertidamente la desesperanza en las familias, al
confirmarles de manera sutil que las cosas difícilmente podrán ser diferentes.
El tener una visión preventiva sobre el ministerio a las familias nos permite evitar la reacción
de acercarnos a las familias solamente cuando éstas manifiestan problemas, apagando
fuegos en vez de prevenirlos. La visitación periódica y la división de tareas pastorales
utilizando a los ancianos y a las ancianas de las iglesias para pastorear a las familias de la
congregación son algunas maneras de viabilizar la visión preventiva en el ministerio a las
familias. La prevención es parte de un discernimiento saludable que debe imperar entre los
hijos e hijas de Dios. De aquí que el ministerio a las familias debe estar nutrido por un
énfasis en los aspectos que anteceden a los problemas de las familias.
C. Restaurando la visión de futuro
El ministerio a las familias se confronta con un adversario que ha logrado penetrar las
costumbres y las creencias de un sector significativo de las personas que viven en Puerto
Rico. Esto es decir que el adversario mora en la cultura misma que da forma a nuestras
relaciones. Los planteamientos liberales relacionados con el matrimonio, la familia, la
crianza y otros renglones de la convivencia están matizados por unas visiones de vida y de
futuro que no son compatibles, en muchos niveles, con la visión y misión cristiana.
Estas visiones de mundo encontradas generan conflictos que requieren atención sostenida.
En muchas ocasiones, las familias se sienten desvalidas cuando intentan solucionar los
problemas que les aquejan y no lo logran porque sus recursos están mermados (Madsen,
2003). En estos momentos se percatan del desgaste de los recursos familiares o de la
ausencia de los mismos. Algunas familias en esta situación desarrollan la visión de que el
mantener la posición de desvalidez con respecto al problema les garantizará que van a
recibir ayuda. En ese sentido, la desvalidez se convierte para ellos y ellas en una
esperanza de auxilio. El pensamiento paradójico que mantiene atada a esta familia se
puede apreciar mejor cuando realizamos que la desvalidez es la fuerza que mueve a esta
familia en necesidad.
La posición de estas familias es muy parecida a la posición en que se encontraba el
paralítico de Betesda. En Juan 5: 1-9, la Biblia presenta a Jesús asistiendo a una fiesta en
Jerusalén. Cuando llega al lugar, le llama la atención un estanque alrededor del cual se
reunían muchos enfermos buscando sanidad. La esperanza de aquellas personas enfermas
radicaba en que cada cierto tiempo un ángel removía las aguas y el primero que se tiraba al
estanque era sanado. El personaje conocido como el paralítico de Betesda llevaba 38 años
esperando por ser sanado.
Los necesitados de la ciudad habían organizado su vida alrededor de aquel estanque.
Igualmente, hay personas hoy en día que han puesto su fe en factores externos a ellos y a
ellas; por ejemplo, en la cultura secular, en el dinero, en el gobierno, en la suerte. Por 38
años, el paralítico de Betesda había puesto su esperanza afuera de él, en las aguas
turbulentas del estanque. Pero en este día, Jesús se acercó a él y lo sanó. Lo sanó, no
solamente de su mal físico, sino que colocó en el corazón de este hombre una nueva
esperanza, una fe, una nueva manera de entender la realidad. Ya el problema no sería la
única manera de organizar su vida. Ya su esperanza no estaría afuera de él. Ahora este
hombre tenía la opción de encontrar adentro de él los ingredientes para mirar hacia el
futuro.
El ministerio a las familias se afianza cuando los/las ayudadores pueden presentar la
espiritualidad como un renglón significativo en nuestras vidas, pero sin negar nuestro
contacto con la realidad temporal en que existimos. En ese sentido, ayudaría al
ayudador/ayudadora el poder identificar las sutilezas que están presentes en la
comunicación humana y el contar con algunos recursos para enfrentar las paradojas que la
comunicación humana contiene como parte de su estructura misma.
Algunos escritores han descrito metafóricamente el proceso de sanación de las familias
como un viaje. Adoptando esta metáfora, el ministerio cristiano a las familias se afianzaría
al moverse de la noción de ayudar a las familias a corregir problemas específicos hacia la
idea de transformar las vidas de las familias. Esta perspectiva implica el movimiento de la
familia hacia unas visiones de futuro o metas. El problema de la familia se re-enmarca como
un paso en la dirección de estas metas y deja de ser el objetivo central del proceso de
ayuda. Sobre este tema, algunos autores (Waters y Lawrence, 1993) han concluido que el
sostener una visión positiva sobre el futuro añade elementos provechosos para el
funcionamiento presente de las familias.
D. El Apoderamiento en Jesucristo
El ministerio cristiano posee en Jesucristo la esperanza más poderosa para proveer una
visión de futuro para las familias a las que sirve. Jesús enseñó a Sus discípulos
diciéndoles: “…porque separados de mi nada podéis hacer” (Juan 15: 5b). El apóstol Pablo
recibió esta palabra y respondió: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:
13). Esta es una aseveración de apoderamiento y una declaración de nuestra posición
como cristianos ante los problemas de la vida.
La visión secular sobre apoderamiento envuelve el control y la autoridad vertida sobre sí
mismo(a). Esta visión se puede tornar un tanto egocéntrica cuando ignora la presencia de
Dios en nuestras vidas. La visión bíblica sobre apoderamiento es un tanto diferente. Jesús
invirtió mucho tiempo y energía para enseñarles a Sus discípulos un tipo de poder que ellos
no conocían. Lo hizo a través de Su autoridad como una herramienta al servicio de los
demás. Jesús ayudó a sus discípulos a reconocer y a activar sus dones y talentos.
Apoderar, en este sentido, equivale a afirmar a la otra persona, a validarla como tal.
Apoderar a la otra persona implica, desde la perspectiva cristiana, enseñarle a poner su
dependencia en Dios y a descubrir que, al hacerlo, encuentra progresivamente un nivel de
autonomía saludable.
Jesús rechazó el uso del poder para fines egocéntricos y/o narcisistas. Por el contrario, lo
definió como una manera de servir, como una manera de sanar a los quebrantados de
corazón, como una forma de liberación y de esperanza (ver Lucas 4: 18-19). Este fue el
apoderamiento que Jesús practicó con Sus discípulos.
Los sistemas de ayuda a las familias que están basados en desarrollar los recursos de
éstas gozan de unas ventajas sobre aquellos que se interesan en describir sus patologías.
Algunas ventajas que podría mencionar son la disminución de las resistencias al proceso
de ayuda y al cambio, la claridad en los objetivos del proceso de ayuda y la utilización más
eficiente de la sabiduría que las personas han obtenido de sus experiencias personales y
familiares.
Este modelo de apoderamiento debe encontrar una manifestación en el ministerio hacia las
familias a quienes servimos. Considero que el propósito de la autoridad de los padres y las
madres es corregir, enseñar y desarrollar el carácter de sus hijos e hijas con el fin de
apoderarles en Jesucristo. Este nivel de apoderamiento es una manera de mostrarles, por
la manera en que los tratamos, quienes son ellos(as), su identidad en Cristo. El enseñar a
los padres y a las madres a depositar esta enseñanza en sus hijos(as) es una manera de
apoderar a las familias como parte del ministerio cristiano a las familias.
Las personas se encuentran con Jesucristo cuando enfrentan aflicciones donde la
misericordia de Dios se hace evidente. También se encuentran con Jesucristo cuando
identifican recursos que no sabían que tenían dentro de ellos(as) para enfrentar las
vicisitudes por las que atraviesan. Como ayudadores, debemos honrar a nuestros clientes
como personas apoderadas en Cristo que quizás todavía no han podido identificar en sus
vidas la totalidad de las dimensiones que este poder guarda para ellos y ellas. Por ejemplo,
no estamos llamados(as) a ponerle límites a un adolescente que reta contínuamente la
autoridad de su madre divorciada, sino a ayudar a ésta a poner límites efectivos en su hijo.
Esta acción es una forma de apoderar a la madre en esa familia.
Los supuestos y las creencias de las que parten las familias a quienes servimos son
entendibles a la luz de la perspectiva de la familia misma. Ellos se conocen mejor de lo que
nosotros los conocemos. Me parece que es importante que el/la ayudador(a) entre al
mundo de la familia con una actitud de curiosidad respetuosa y responsable, mientras
aprende sobre la familia y le orienta de maneras que sean pertinentes a su perspectiva.
Esto apodera a la familia en cuestión. En este sentido, es importante que el/la ayudador(a)
evite el tratar de entender el sufrimiento de la familia desde su perspectiva personal
solamente. Por ejemplo, una familia cristiana le consulta a un ministro sobre la noticia de
que su hijo se había declarado públicamente como homosexual. El ministro nunca había
pasado por una experiencia como ésta, por lo cual decidió estimular a esa familia para que
compartiera con él los significados particulares que esa situación tenía para ellos como
grupo familiar. Sencillamente, les pidió que le enseñaran lo que esta experiencia quería
decir para ellos y ellas. Entre las respuestas que obtuvo de los padres y hermanas del
muchacho, la familia presentó la pérdida de la posibilidad de ser abuelos y tías,
respectivamente, como algo doloroso e importante. La otra gran preocupación de la familia
era el rechazo que iba a sufrir el muchacho por parte de la comunidad. En ningún momento
esta familia se preocupó en primer lugar por el asunto de la salvación del muchacho ni por
otras consideraciones de orden teológico. Es importante que podamos afirmar y entender
los significados que las experiencias tienen para las familias que servimos antes de
nosotros presentar nuevos puntos de vista.
V. Comentarios Finales
Dobson y Bauer (1990) han concluido que los valores que dan fundamento a la familia se
encuentran bajo ataque, lo cual constituye un peligro para la familia como institución. No
obstante, me parece que la misma desarticulación y el caos en la vida de la familia
puertorriqueña también explican, en parte, el resurgir del interés y la necesidad aumentada
por la espiritualidad como renglón existencial necesario para el bienestar de las personas y
de las familias. He ahí una esperanza y he ahí también un llamado reiterado a la Iglesia.
Convulsionados por fuerzas globales que están fuera de nuestro control, pero que nos
imponen su influencia, muchas personas han regresado a aquellas tradiciones religiosas
que suministraban seguridad y certeza. La religión, sin embargo, tampoco parece calmar
las necesidades de bienestar de las personas. Anhelamos tener paz interior, integración
personal, una comunión real y significativa con Dios y con las personas que nos rodean.
Para ello, necesitamos regresar a, y poseer o re-poseer, valores espirituales que nos
permitan anclar nuestra propia vida, así como la vida de la familia y las comunidades que la
circundan.
Durante el siglo 20 observamos como el Estado asumió roles protagónicos en la prestación
de servicios que antes proveía la familia a sus miembros. Por ejemplo, los aumentos en los
casos de violencia doméstica han obligado al Estado a proveer protección a las mujeres y a
los hijos e hijas. Esta protección ha venido a través de leyes particulares, casas de refugio,
clínicas de ayuda psicosocial, así como otras acciones legales.
La implementación de leyes, la educación y los programas de intervención social que han
proliferado han demostrado ser insuficientes para resolver los problemas que afectan a
nuestras familias. Me parece que este pueblo necesita conectar con principios y valores
que le dirijan desde adentro a hacer cambios fundamentales en las estructuras personales
y familiares. El ministerio a las familias debe continuar respondiendo robustamente a esta
necesidad. En mi opinión, sin los cambios internos no podremos ver los cambios que
necesitamos que ocurran en las estructuras sociales. Tenemos que estar dispuestos a ser
aquello que predicamos y para ello necesitamos fomentar el enriquecimiento integral de las
personas.
La pérdida de visión en muchas familias tiene que ver con la construcción social que hemos
hecho como sociedad. Hemos construido un mundo donde algunos padres y algunas
madres han adoptado la costumbre de darles cosas a los hijos e hijas en vez de darse ellos
mismos. Hemos construido un mundo donde existe segregación por edad. De aquí que
ahora nuestros viejos están en Hogares de Cuidado, mientras muchos hijos e hijas se
sienten culpables e impotentes porque ellos y ellas también están atados(as) e
impedidos(as) para poder cuidar a los mayores. Hemos construido un mundo donde el
amor al dinero se ha convertido en el norte para muchos. Ese valor es el que, a su vez,
orienta muchas de las acciones y acomoda las prioridades de las familias. Hemos
construido un mundo donde la identidad y la valía personal están relacionadas con la
obtención de logros y cosas materiales. Hemos construido una sociedad que, como decía
Erik Fromm, promueve el ser en el tener. Este valor contrasta con la enseñanza de Jesús:
“Mirad y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia
de los bienes que posee (Lucas 12: 15)”.
La Iglesia tiene como su intención el efectuar cambios profundos y significativos en el
sistema social que nos rige. Nunca estuvimos tan intensamente convocados como Iglesia a
llevar a la praxis el esquema valorativo del Reino de Dios como sistema de vida, pero
también como alternativa y sistema terapéutico, como la respuesta de Dios ante la
fragilidad humana. El Reino de Dios es una realidad espiritual que debe encontrar una
manifestación continua y progresiva en el ámbito social, cultural y psicológico de las
personas.
VI. Algunas Recomendaciones
Las ideas que presento a continuación no son nuevas, pero necesitamos darles una mirada y
repasarlas. Me parece que el ministerio a las familias podría re-plantearse estos renglones.
1. Llevar a cabo un estudio de evaluación de las necesidades de las familias que componen la
Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico. Este sería un estudio exhaustivo,
conducido por expertos en investigación que son parte de los recursos con que cuenta nuestra
denominación.
2. Ayudar a fortalecer la inversión paterna/materna en la crianza de los hijos e hijas a través del
desarrollo de Escuelas para Padres y Madres.
3. Ayudar a desarrollar espacios de seguridad emocional a través de la enseñanza de destrezas
para la comunicación, proveer orientación e información a las familias sobre maneras de
solucionar conflictos, prácticas de socialización y otros temas pertinentes para la vida de las
familias.
4. Desarrollar una pastoral con capacitación continuada para atender la problemática de los
matrimonios.
5. Reforzar los aspectos preventivos de las intervenciones con las familias. Por ejemplo, la
presentación de infantes y el bautismo son dos oportunidades donde el ministerio a la familia
podría operar preventivamente. En ambas ocasiones, la situación permite la aclaración de ciertos
roles. En el caso de la presentación de infantes, se brinda información a los padres sobre sus
roles como padres y madres. El bautismo es una ocasión para recordar a los adultos el tipo de
compromiso que adquieren cuando van a las aguas y las implicaciones concretas y específicas
de esto para la vida de la familia.
6. El ministerio a las familias debe mantener su militancia como agentes educativos sobre lo que
constituye abuso y violencia, así como su constelación conductual y detección temprana.
7. Los hijos e hijas de padres divorciados se enfrentan a situaciones confusas cuando tienen que
compartir con más de un padrastro o madrastra, hijos e hijas de estos, en diferentes hogares
dependiendo del fin de semana que sea, o con otros arreglos variables. Esta población pudiera
estar necesitando la atención del ministerio familiar. Debemos desarrollar y mantener al día los
programas para responder a las necesidades de esta población.
8. El mundo está experimentando un aumento en la cantidad de adicciones, una escalada
progresiva en el crimen y la violencia, la proliferación de desastres naturales y desastres
causados por los seres humanos, la influencia de la Internet en la vida de las familias y las
tendencias globalizantes (Kaslow, 2001). Todos estos renglones tienen la capacidad de provocar
consecuencias traumáticas en la vida de las familias (Warren, 2006). Los ministerios que
atienden a las familias deben empezar a plantearse estos renglones de intervención.
9. El ministerio a las familias, a nivel denominacional, debe continuar asumiendo y reforzando una
presencia robusta en los foros públicos en defensa de los valores cristianos que sostienen el
andamiaje espiritual de la familia. No podemos permitir que las voces que controlan los debates
sean aquellas que promulgan los anti-valores (por ejemplo, el relativismo moral y ético, el
hedonismo, el ego-centrismo).
10. El ministerio a las familias en las iglesias locales se beneficiaría de la creación de grupos de
apoyo para atender necesidades particulares de varios grupos dentro de las iglesias. Por
ejemplo, se necesitan grupos de apoyo para hombres y mujeres divorciadas, familias que han
perdido a un hijo o hija, mujeres abusadas, y otros. La Iglesia necesita encontrar espacios para la
reflexión personal y grupal, donde se planteen de forma crítica los principios que les va a permitir
enfrentar su realidad particular.
Estamos ubicados en un momento histórico de gran importancia. Las fuerzas sociales
mundiales convergen de una manera apremiante y nos convocan a un ministerio comprometido y
robusto, donde el señorío de Jesucristo continúe encontrando expresiones pertinentes, compasivas y
esperanzadoras. Este es el llamado de Dios a la iglesia en estos tiempos.
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