La pena de muerte subsiste todavía incomprensiblemente en un mundo y época que se jacta de su civilización, adelanto tecnológico y los Derechos Humanos acordados por la comunidad de países integrantes de las Naciones Unidas. El derecho a la vida es uno de los esenciales a la humanidad, lo que no quita que las guerras, los crímenes y los asesinatos “legales” llamados también ejecuciones, estén cada día enlutando la conciencia universal de esta humanidad que no merece el calificativo de tal, y mucho menos se podría todavía substituir por el de “animalidad” o “bestialidad” pues seríamos injustos con animales y bestias.
De países donde raramente se invoca el nombre de Cristo, nada podríamos decir, pues los efectos del evangelio no se han hecho sentir.
Distinto es el caso de Europa con casi dos milenios de cristianismo, medio milenio para América y dos siglos para Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda.
Felizmente, la mayoría de estas naciones ha abolido la pena de muerte, pero no todas.
En los Estados Unidos, por ejemplo, rige en algunos estados y en otros no.
Hace un par de días ví por televisión una vieja película del Far West: “La Marca de la Horca”. La escena se desarrolla en un pueblo en la década del 1880. Sobre un tablado hay una media docenas de hombres maniatados y con la soga al cuello esperando el instante final de su ejecución. Hay dos hermanos de 16 y 18 años que robaron algunas vacas pero no mataron a nadie. Otro de los condenados pide como último deseo que se le permita hablar a la multitud reunida, y da su testimonio de conversión a Cristo en la cárcel. Un pastor se pasea entre ellos leyendo versículos de Antiguo Testamento. Luego dirige el canto del himno “Nos veremos en el río” coreado por todo el pueblo allí reunido. Tiene una palabra de oración. Luego dirige el canto del célebre himno “Roca de la Eternidad”. Yo esperaba, que como en tantas otras películas, algo pasara y se suspendiera la ejecución. Pero no, el alcalde dio la orden, cayó la tabla en que se apoyaban los pies de los condenados, y sus cuerpos quedaron vacilando en el aire en sus últimos estertores.
Yo podría comprender la pena de muerte, y que en el violento lejano oeste la ley fuera muy dura con los criminales y delincuentes.
Lo que no puedo comprender es qué hacía allí una Biblia, un pastor leyéndola y orando, y una multitud entonando los mismos himnos que expresan la fe y esperanza de los cristianos. Eso es una incongruencia.
Seamos consecuentes: si hay Biblia, pastor, oración, cánticos y una multitud piadosa e inspirada en su fe y esperanzas cristianas, entonces no puede haber ejecución y muerte. Donde hay lo uno no puede haber lo otro. Pueden sí haber fanáticos religiosos, pero cristianos genuinos, no lo creo.
Para este primer aporte no en necesario siquiera que cite un solo versículo bíblico, a fin de dar lugar a la voz de nuestra conciencia. Si ella está cauterizada, no serviría siquiera citarlos todos.
Yo creo, que la única razón que asiste a tantos cristianos evangélicos norteamericanos para seguir aprobando la pena de muerte, es porque de no hacerlo, estarían condenando a quien sabe cuantas generaciones de sus ancestros por tales crímenes “legales”, cometidos a la luz de la Biblia, con la oración de un “Reverendo” y el arrullo del cántico coral de himnos tan evangélicos.
Mucho me temo que la explicación a la hipocresía religiosa occidental y cristiana – entre otras cosas más – podría encontrarse en el consentimiento prestado por una sociedad que quería vivir piadosamente, a cosas tales como la esclavitud, las guerras y la pena de muerte. Consentir con tales aberraciones por quienes profesaban el evangelio de Jesucristo fue un contrasentido. Por supuesto que del seno de tales sociedades también salieron los valientes cristianos que protestaron contra la barbarie y los abusos del poder. Lamentablemente, son los menos.
Ricardo.