Siempre que se aborda la cuestión del "infierno" en conferencias o círculos bíblicos, se forman de inmediato dos frentes perfectamente diferenciados. Los unos están completamente seguros de que hay realmente un infierno y de que -por motivos de justicia-tiene también que haberlo. Están convencidos de que un número en modo alguno pequeño de personas viven en este estado de eterna condenación. Entre los ejemplos nombrados figuran casi siempre Judas, Hitler, Stalin y otros nombres similares. En apoyo de sus tesis, los partidarios de este frente pueden acogerse además a una vasta tradición cristiana, en la cual, empezando ya por san Agustín, siempre se ha mantenido la presunción de que el infierno daría cabida a un gran número de seres humanos (la "massa damnata").
Para los otros, en cambio, es igual de indiscutible que no puede haber un infierno. En primer lugar, porque este último sería absolutamente incompatible con el amor infinito de Dios; y, en segundo lugar, porque el infierno sería entonces una señal de que la voluntad de Dios de que todas las criaturas se salven no habría alcanzado su objetivo y habría terminado finalmente por fracasar, lo que, sin embargo, es contradictorio con la omnipotencia del amor de Dios. Como en el caso anterior, esta concepción puede apoyarse también en un gran número de Padres de la Iglesia griegos (es decir, ortodoxos, como, por ejemplo, Orígenes, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno, etc.), los cuales defendieron de forma más o menos expresa la doctrina de la "reconciliación absoluta" ("apocatástasis"). Esta última, no obstante, fue condenada por la Iglesia -en la versión de Orígenes- en un sínodo celebrado en Constantinopla en 543.
Para los otros, en cambio, es igual de indiscutible que no puede haber un infierno. En primer lugar, porque este último sería absolutamente incompatible con el amor infinito de Dios; y, en segundo lugar, porque el infierno sería entonces una señal de que la voluntad de Dios de que todas las criaturas se salven no habría alcanzado su objetivo y habría terminado finalmente por fracasar, lo que, sin embargo, es contradictorio con la omnipotencia del amor de Dios. Como en el caso anterior, esta concepción puede apoyarse también en un gran número de Padres de la Iglesia griegos (es decir, ortodoxos, como, por ejemplo, Orígenes, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno, etc.), los cuales defendieron de forma más o menos expresa la doctrina de la "reconciliación absoluta" ("apocatástasis"). Esta última, no obstante, fue condenada por la Iglesia -en la versión de Orígenes- en un sínodo celebrado en Constantinopla en 543.