Estoy en un todo de acuerdo con el criterio de Luis Fernando respecto al asunto en otro epígrafe. Al fin de cuentas, el malogrado arzobispo polaco no ha hecho nada distinto a lo que hicieron renombrados “evangelistas” made in USA : reconocieron su error y pidieron perdón. Pero claro, nunca antes sino siempre después de ser descubiertos y tras iniciales negativas y ensayar vanas defensas. Alcanzó apenas una mirada de Jesús para que Pedro soltara el llanto tras negarle tres veces. Pero estos otros hicieron llorar mucho a los demás antes que las lágrimas de cocodrilo asomaran a sus ojos.
Sin intento de menoscabar la inteligencia del propio Wielgus, ¿no podía él haber previsto que se encaminaba hacia una alta cumbre nada más que para caer desde más alto haciendo un hoyo más profundo? Efectivamente, no se requería ser demasiado sagaz para calcular que el celo y envidia de los nostálgicos comunistas le jugasen ahora una mala pasada. De ser sincero en su vocación religiosa, y sin esperar a que nadie le denunciase, el arrepentimiento (con sus frutos) y la confesión de sus antiguos pecados contra sus hermanos, podían todavía hacer de él otra especie de Saulo, cumpliendo un ministerio realmente efectivo; o como el de Pedro, después de restaurado por el mismo Señor. Mejor le fuera nunca haber ascendido a tal dignidad, que tener que renunciar a ella el mismo día que debía asumirla.
Dejando ahora de lado a Wielgus, lo que sí maravilla es la torpeza que inexplicablemente está mostrando la inteligencia vaticana, cuya diplomacia era proverbial que fuese por siglos la mejor informada y más perspicaz, excediendo con creces a la francesa, británica y estadounidense.
Por declaraciones a la prensa de estos últimos días fuimos enterados que el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, ha dicho que “la actual ola de ataques contra la Iglesia Católica en Polonia, después de tantos años del fin del régimen comunista, más que un sincero afán de transparencia, tiene el aspecto de una extraña alianza entre sus perseguidores del pasado y otros de sus adversarios”. Explicó luego que los ataques parecían una “venganza de parte de los antiguos perseguidores, vencidos por la fe y la voluntad de libertad del pueblo polaco”.
Podemos aceptar sin chistar este afán revanchista de quienes habiendo quedado por el piso, ven ahora exaltado al arzobispado a un viejo camarada. Hasta ahí Lombardi puede tener razón. ¿Pero acaso tras esta explicación se esconde una preferencia a que mejor hubiera sido mantener el caso encubierto? De no haber incluido esos ataques el asunto Wielgus, entonces, ¿quedaría la arquidiócesis bajo la guía de tan peligroso pastor?
Lo que extraña es que el Papa haya efectivizado tal nombramiento, como si fuese tan inocente como el niño que todavía cree en los Reyes Magos. Se dice que según un sondeo de opinión el 67% de los polacos encuestados consideraban que Wielgus no debería tomar al cargo. Cuando se dice que recién tras las protestas de intelectuales, políticos y sacerdotes la Iglesia ordena una investigación especial, da la impresión de que este es un burdo recurso para contentar a los tontos. Aunque el fallo fuese categórico, no alcanza para eximir de responsabilidad a la Institución que retuvo a su Obispo en la impunidad, hasta donde le fue posible. Esta Institución olvidó que ya no estamos en la Edad Media y que la rápida difusión de los medios conspiraba contra el secretismo que tan bien supo administrar.
Pensar que en el proceso de canonización de candidatos a santos, el voluminoso expediente de algunos alcanzó a engrosarse por siglos. Pero esta vez el Papa se olvidó de aquel consejo de Pablo a Timoteo: “Manus cito nemini imposueris, neque communicaveris peccatis alienis” (No impongas con ligereza las manos a ninguno ni participes en pecados ajenos) 1Timoteo 5:22.
En todo este affaire quien queda más mal parado no es el propio Wielgus – a quien nadie conoce -, sino el mismo Papa y sus principales asesores.
Ricardo.