En otro epígrafe leí una noticia dada en un breve párrafo de un forista, que en su aporte decía:
“Hace poco en México en un fin de semana cerca de 700,000 personas aceptaron a Cristo como su salvador…”.
En Iberoamerica estamos muy acostumbrados a los grandes números.
De uno de nuestros países ya se está diciendo que casi la mitad de la población es cristiana evangélica.
De otro, que lo es la tercera parte.
De Brasil, por ejemplo, que ya superan los treinta millones, y que cada día se convierten unos 6.500 .
Ahora, si un poco de levadura alcanza para leudar toda la masa, parece que ya habría levadura de sobra para que al menos se percibieran cambios en la masa social. Sin embargo, la corrupción desde los gobiernos hasta los estratos más bajos de la sociedad, campea por doquier. Los delitos y crímenes aumentan en cantidad e intensidad. La moralidad desaparece.
Cierto es que hay muchas radios y programas televisivos evangélicos diarios. Cierto es también que se realizan tremendas campañas de evangelización con miles de decisiones por Cristo. Igualmente es cierto que en las cosmópolis proliferan ya las mega iglesias sin edificio capaz de contenerlas.
Pero fuera de los recintos consagrados al culto religioso, constituye una rareza y toda una gratísima sorpresa encontrarnos con un hermano en Cristo. No niego que de vez en cuando demos con alguno, digo solamente que si las cifras fueran apenas cercanas a las estadísticas, nos pasaríamos tropezando con ellos por la calle.
Ahora, puede ocurrir una de dos cosas, o quizás ambas a la vez:
Una, que se den cifras exageradas.
Otra, que los profesantes sean sólo eso; no realmente convertidos.
Y tercera, que coincidan ambas situaciones; lo que parece lo más probable.
Si tan sólo en un fin de semana se hubieran convertido a Cristo 700.000 personas en México, se hubiera convulsionado de tal modo el país que otros serían los titulares de su prensa que recorro por Internet.
Cuando apenas un grupo de 120 estaban perseverando en oración, en pocos días toda Jerusalem fue conmovida. Entonces se convirtieron 3.000, después como 5.000 hombres. Sin otro poder que el de la palabra de Dios predicada con el denuedo de cristianos llenos del Espíritu Santo, el evangelio era el poder de Dios para salvación de cuantos creían.
Pero ahora tenemos el otro asunto. Sin pensarlo dos veces, hemos imitado la fórmula salvífica de los misioneros y evangelistas norteamericanos, repitiéndola como loros, y sin examinarla con las Escrituras para ver si esto era realmente así (Hch.17:11):
ACEPTA A CRISTO COMO TU SALVADOR PERSONAL.
En la sobreabundante gracia de Dios y por su acción soberana, muchas almas todavía alcanzaron a ser salvas muy a pesar del defectuoso evangelio que se les predicó. A fin de cuentas, Jesús es el que salva y no el predicador ni su ortodoxia.
Pero estudie el amable forista su Biblia, y descubrirá que el Señor Jesucristo no puede jamás ser aceptado pues Él no es aceptable. En la noción de acepto, aceptable, aceptación, está tácitamente implícita la idea de que en la persona u objeto a recibir podría haber algo que no infunde confianza y que pudiera legítimamente ser rechazado.
Los que somos más veteranos recordamos los viejos tiempos en que junto a la caja de los comercios o supermercados había un letrero con el aviso: NO SE ACEPTAN CHEQUES. La duda estaba en que quizás no hubiesen fondos en el Banco.
Cuando aparecieron las tarjetas de crédito, se pusieron otros carteles: NO SE ACEPTAN TARJETAS. Existía el temor a que fuesen robadas y tener después problemas.
Cuando todavía no existían los sofisticados autenticadores de billetes, el letrero solía decir: NO SE ACEPTAN DÓLARES. SÓLO MONEDA NACIONAL. Los cajeros no estaban suficientemente prácticos para detectar los billetes falsos.
La lista se haría demasiado larga con ejemplos que muestran que cuando en nuestro idioma se habla de aceptar o no, es porque existe la posibilidad real de equivocarse; o admitir un problema, o recibir un perjuicio en caso de decidirse a aceptar.
¡Cuántos contrayentes no se han arrepentido luego de haber respondido con un Sí a la pregunta del juez: - ¿Acepta usted por esposo/a a …?!
Ahora bien, aunque tal uso pudiera ser correcto en el idioma inglés, para los que hablamos castellano tenemos que decir que en el Señor Jesucristo no hay absolutamente nada que lícitamente nos permita dudar o arriesgar: “todo en él codiciable” Cnt. 5:16.
Recibir a Cristo, en cambio, aunque se le parezca, es distinto y escritural: “a todos los que le recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” Jn.1:12.
Aunque Cristo, como hijo de Dios y perfecto que Él es, no puede ser aceptado porque no reúne esa calidad de aceptable, nosotros sí podemos ser aceptados, pues siendo todos pecadores destituidos de la gloria de Dios, somos tan inaceptables que “Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Ef.1:5,6).
O sea, nosotros no le aceptamos a Él, sino que Dios nos aceptó a nosotros en Cristo.
Ricardo.