Ningún obispo impuesto

6 Diciembre 2006
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Ningún obispo impuesto

En los primeros siglos, una iglesia “fermento” mantiene ante la sociedad el principio electivo.
Lo mantiene ante todo por razones teológicas y de fidelidad al Evangelio: por una convicción sorprendentemente comunitaria de Dios y una convicción de que aún más grave que manipular a los hombres, es intentar manipular el Espíritu apropiándose privadamente de Él. Si surgen problemas se intenta armonizar las exigencias con las exigencias del Evangelio, antes que negar simplemente estás.
Y la autoridad está precisamente para ayudar a encontrar esos caminos de vigencia lo que parece pedir el Evangelio, en lugar de suplantarlo. Así es como los papas resultan ser los grandes defensores del principio electivo.
Una iglesia así, aún con sus torpezas y sus fallos humanos, que siempre los hay, resulto “sacramento de comunión” y levadura para la sociedad de su época.
Más adelante y conforme nos acercamos al segundo milenio, una iglesia identificada con la sociedad no consigue mantener en pie el principio electivo.
No consigue mantenerlo, en primer lugar, por la impresionante estratificación de aquella sociedad, en la que, “el laico” se reduce simplemente al rey o los nobles.
También por la crericalización cada vez mayor de la iglesia. Así, “la iglesia” se va reduciendo primero al clero y luego a los canónigos catedralicios apropiándose ellos solos de la elección .
La actual demanda que existe en un amplio sector eclesial más consciente, y que reclama una vuelta a la tradición primitiva en el tema de las decisiones episcopales, no procede de una falta de amor ni de obediencia, aún cuando algunas veces se manifieste de forma ruidosa, de protestas o hasta de abandonos.
Es una demanda Evangélica. No sería cristiano reaccionar ante ella como suelen reaccionar los fariseos de todos los tiempos ante las voces proféticas: tratando de convertirlos en voces heréticas.
Más bien, debe ser atendida como una voz de Dios, que suele comenzar a abrirse camino de formas desconcertantes, como hizo a través del niño Samuel “habla Señor que tu siervo escucha” (1Sam 3). Y hay que procurar abrirse a ella aún a costa de la propia seguridad o la sensación de amenaza del propio poder.
El actual sistema de nombramiento de los obispos lleva implícitamente a creer que la autoridad y la misión de los obispos procede del papa. Y no es así: no fue Pedro quien eligió a los apóstoles, ni tampoco Jesús por medio de Pedro, sino que fue directamente Jesús.
 
Re: Ningún obispo impuesto

Da la casualidad de que en la elección de un obispo para una diócesis, se consulta a todo tipo de personas, laicos incluídos, sobre los posibles candidatos. Por tanto, se oye a los que tienen más crédito entre los fieles.
 
Re: Ningún obispo impuesto

Estimado Luis Fernando: tu y yo sabemos de algún obispo ya jubilado (gracias a Dios) que no fue muy consultado por el pueblo antes de ser elegido
y que su actuación ha dejado mucho que desear.
Que Dios te siga bendiciendo mucho.
 
Re: Ningún obispo impuesto

Da la casualidad de que en la elección de un obispo para una diócesis, se consulta a todo tipo de personas, laicos incluídos, sobre los posibles candidatos. Por tanto, se oye a los que tienen más crédito entre los fieles.

¿Se les oye? De oir a hacerles caso hay un trecho.... ¿insondable?
Busca en tus paginitas como fué elegido obispo Policarpo de Esmirna. Cuando lo encuentres nos lo comunicas.
 
Protagonista el clero

Protagonista el clero

Protagonista el clero

Desde que terminó el concilio Vaticano II, los teólogos no han parado de decir que la iglesia es, ante todo y sobre todo, el “nuevo pueblo de Dios”. En consecuencia, la idea que los teólogos y los obispos no cesan de airear es que lo primario y esencial en la iglesia es el pueblo creyente, la comunidad cristiana. De esa idea se ha deducido, con toda lógica, que el papel de la jerarquía es cumplir un servicio dentro de la comunidad.
En buena lógica, esta manera de entender a la iglesia tendría que haber llevado a una consecuencia práctica, a saber: si lo primario y fundamental en la iglesia es el pueblo creyente en su totalidad, lógicamente el protagonista de la vida de la iglesia tendría que ser el pueblo cristiano, la comunidad. Eso es lo que tendría que ser. Pero ¿qué es lo que se hace? Sabemos que, en la practica diaria de la vida, el común de los fieles católicos se sigue comportando de forma demasiado pasiva respecto a las responsabilidades que un cristiano consciente debe asumir en relación con la iglesia. Por eso, este pueblo, que es el conjunto o “congregación de todos lo creyentes”, sigue siendo la masa de gente bautizada, que asiste a las funciones y ceremonias eclesiásticas, sin darse cuenta a veces de lo que tales celebraciones significan verdaderamente, y que no suele tener una idea cabal de sus auténticas responsabilidades respecto a la iglesia.. En teoría se puede afirmar que el protagonista de la iglesia católica es el pueblo de Dios o la comunidad. En la practica, sin embargo, sabemos que no es así.
Este protagonismo clerical se nota hasta en la manera de hablar y en las expresiones que ha acuñado el lenguaje popular. Por ejemplo, cuando alguien dice que “la iglesia no debe meterse en política”, en realidad lo que se quiere decir es que el clero no debe entrometerse en los asuntos de la política; lo mismo que cuando uno afirma que otro “es más interesado que la gente de la iglesia” lo que se pretende afirmar es que el individuo aludido le gusta el dinero tanto como a los curas y a los frailes gentes que para la opinión popular están especialmente apegados al dinero. Este lenguaje popular no es caprichoso. Ni responde a una mentalidad anticlerical. Este lenguaje es la expresión más patente de que la iglesia se localiza primordialmente en el clero. El hecho de que desde hace algunos años, a los seglares se les haya tenido que decir que ellos también son iglesia, es la prueba más clara de lo que estoy diciendo.
 
Re: Ningún obispo impuesto

¿Se les oye? De oir a hacerles caso hay un trecho.... ¿insondable?
Busca en tus paginitas como fué elegido obispo Policarpo de Esmirna. Cuando lo encuentres nos lo comunicas.

A ver si te vas a pensar que no sé que en no pocas ocasiones, los obispos eran elegidos incluso por aclamación, como fue el caso de San Ambrosio de Milán.

¿Tú crees que San Pablo pidió a Tito que "hiciera caso" a los cretenses a la hora de ordenar ancianos?


Marta, una cosa es que un obispo actúe mal, como puede ser el caso del que me hablas, y otra que tengas la certeza de que no hubo consultas de la Nunciatura entre el clero y algunos laicos de esa diócesis sobre los posibles candidatos a ocupar ese obispado. El procedimiento actual siempre incluye consultas. Luego se envía una terna de candidatos a Roma y allá se discierne sobre cuál es el mejor.

¿Podría cambiarse el sistema?
Sin duda. De hecho el sistema para la elección de obispos orientales en comunión con Roma es distinto. Roma se limita a dar el placet a la decisión tomada por esas iglesias locales.

¿Debería cambiarse el sistema para la Iglesia latina?
Tal y como están las cosas ahora, en mi opinión NO.
 
El papado del nuevo milenio

El papado del nuevo milenio

El Papado del nuevo milenio
Juan GARCÍA PÉREZ S.J.

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La figura de los Papas suele ser objeto de elogios encendidos que bordean un peligroso culto a la personalidad o de críticas caricaturescas. Aquí hablaremos no de los Papas sino del Papado. Y trenzaremos nuestras reflexiones en torno a cuatro afirmaciones principales.


1. La configuración actual del Papado no es satisfactoria. La frase no supura «afecto antirromano» ni dosifica cicateramente respetos y aprecios. Es conclusión directa de una lectura no edulcorada de la realidad. No satisfacía a Pablo VI quien ya en 1967 reconocía que el papado (o el Papa) es el mayor obstáculo en el diálogo ecuménico. Juan Pablo II (Ut unum sint ) con una cierta audacia, que arriesga y compromete, se dirige en primer lugar a las jerarquías y teólogos de otras confesiones cristianas para que, sin renunciar a los elementos esenciales del ministerio de Pedro, le ayuden a encontrar otras formas más ecuménicas de configuración del Papado.


2. El Papado, en su forma actual, está «contaminado» por algunos rasgos que no forman parte de la tradición recibida del grupo de los Doce o de las estructuras nacientes de la Iglesia primitiva. Son secuela del «contagio» que los poderes civiles han ejercido en la Iglesia. Un repaso muy somero de la abundante literatura teológica sobre esta cuestión nos llevaría de la mano a los escritos de figuras tan venerables como Congar (cardenal), o tan prestigiadas como K.Lehmann (cardenal), Quinn (arzobispo emérito) Pottmeyer, K.Schatz, Alberigo, Kaufmann y otros muchos.

En las orillas del lago de Tiberíades aquel pequeño grupo de Pedro y compañeros se hace a la mar del futuro. Un especialista en historia podría adentrarse en el recorrido minucioso que L. Pastor hace del Papado a través de los Papas. Pero el Papado ha recibido no sólo el encargo de Jesucristo, abrumador en su sencillez, sino que en su andadura por la historia se ha tiznado con rasgos que desfiguran su rostro.

La Iglesia más primitiva debía transmitir fielmente el legado de los Doce. Se comprendía a sí misma -escribe H.J.Sieben- como testigo de la tradición apostólica. La iglesia particular de Roma se asentaba sobre las tumbas de Pedro y Pablo. Por ello gozaba de una especial consideración. Muy pronto el estilo de autoridad y un cierto oropel de los emperadores romanos asedia a los obispos de Roma. En el s.V, León el Grande de sucesor pasa a llamarse vicario de Pedro.

A nuevo milenio, nuevo paradigma. Los obispos de Roma, sin dejar de ser «testigos» se van convirtiendo en expresión de Pottmeyer en «monarcas». Influyen en este viraje varios sucesos. El primero de ellos, el cisma de Oriente. El obispo de Roma, dentro de los patriarcados (Pentarquía), gozaba de un primado de honor pero no de jurisdicción. El cisma contribuye a difuminar las lindes entre la jurisdicción del patriarca de Occidente y el ministerio del sucesor de Pedro.

Segundo factor, la lucha de las investiduras en tiempos de Gregorio VII. Un signo, exóticamente gráfico como la tiara o triple corona, que comienzan a ceñirse los Papas, expresa la «plenitudo potestatis» sobre la propia Iglesia. Los canonistas acentuarán en esta época los rasgos jurídicos. A comienzos del s.XIII, Inocencio III se presenta ya como el único vicario de Cristo para toda la Iglesia, y queda situado sobre el conjunto de los obispos. La afirmación sobre la «puissance absolue et perpétuelle» que Bodin refiere a los príncipes en el Estado moderno, se transfiere a los Papas cuya soberanía quedará por encima de las leyes. Siglos más tarde, ya en el XIX, Mauro Capellari, precursor del ultramontanismo y futuro Gregorio XVI, deducirá de esta soberanía la infalibilidad papal, definida como dogma en el Vaticano.


3. ¿Habría que cambiar los dogmas? Algunos teólogos católicos (Paul Wess) creen que para cambiar la situación de acentuado centralismo en la Iglesia, no bastaría con una reformulación de las expresiones y habría que llegar a una revisión de los contenidos dogmáticos. El Vaticano II ha hecho suyos los dogmas del Vaticano I y a una concepción muy verticalizada de la Iglesia ha yuxtapuesto una eclesiología de «colegialidad». Pero el resultado, según Wess, no es una relación fraterna de Papa y obispos (el mayor y los menores) sino la relación de un maestro con sus discípulos, por echar mano de las palabras de Gasser, relator del Vaticano I.

Otros teólogos, en cambio, como Pottmeyer, piensan que no es cuestión de reformar los dogmas del Vaticano I sino releerlos en otro contexto. No se tome esta propuesta como una maniobra para retirar al desván algunos dogmas. La Iglesia no admite una manipulación de los dogmas que vacíe sus contenidos pero sí acepta reformulaciones que en contextos nuevos den lugar a aplicaciones diferentes. Recuérdese el reciente acuerdo (octubre 1999) de evangélicos y católicos sobre la justificación.


4. Sin atentar contra los dogmas, son posibles reformas audazmente renovadoras. Tantas que ofrecerían a ortodoxos e Iglesias de la Reforma un rostro de Iglesia Católica verdaderamente nuevo.

Piénsese (y no sólo en «sueños») en una Iglesia que reconociese un margen de actuación decididamente más amplio a las conferencias episcopales y a los obispos de las iglesias diocesanas. Algunos cardenales, cuyo perfil se destaca con fuerza en el actual colegio, como Silvestrini, Danneels, Law, O´Connor, Martini, han señalado la mortecina colegialidad que caracteriza a los actuales sínodos de obispos. «No es un misterio el sentimiento difuso de insatisfacción por la tendencia involutiva del Sínodo... reducido a monólogos sin discusión o réplica» decía el dimisionario cardenal Silvestrini, que durante mucho tiempo desempeñó importantes responsabilidades en la Secretaría de Estado. Y el cardenal Danneels echaba de menos en el colegio episcopal una verdadera cultura del debate que permitiría a los obispos una mayor franqueza e intervenciones más pertinentes. ¿Qué sucedería si los sínodos pasasen a ser deliberativos (y no sólo consultivos como hasta ahora) y los obispos en unión con los Papas tomasen decisiones sobre cuestiones importantes para la vida práctica de la Iglesia universal? Imagínese en la Iglesia una práctica del principio de subsidiariedad mucho más amplia y más coherente con las afirmaciones teóricas de documentos solemnes. ¿Por qué no dar un protagonismo mucho más directo a las iglesias locales en la elección de sus obispos? ¿Qué sentido tiene el reconocimiento encogido o el recorte minucioso de las competencias de las conferencias episcopales que puede dar la impresión de que se las tolera y vigila más que se las fomenta y respalda? Habría que revisar cuidadosamente los procedimientos judiciales y administrativos en la Iglesia para que también ella, cuando se dirige a las sociedades civiles, pueda presentarse sin alardes como ejemplo estimulante de respeto a las libertades y a los derechos. Hacer algo de todo esto, cuya realización no es fácil aunque tampoco imposible y sí muy deseable, no requiere cambiar ni una sola coma de los dogmas del Vaticano I pero sí exige una transformación honda de las prácticas actuales.

Hace ya muchos años, Ratzinger reconocía que en la historia el sucesor de Pedro ha sido a la vez roca de Dios y piedra de tropiezo. Juan Pablo II, al comienzo de este nuevo milenio prodiga en fragilidad de salud pero con vigorosa fortaleza de espíritu, gestos animosos y decididos. Nos toca a los católicos dar pasos audaces hacia otros cristianos. El puente del encuentro ecuménico hay que levantarlo desde las dos orillas. También desde la nuestra.





Publicado en ABC de Madrid, agosto 2001
Juan García Pérez, S. J.
Profesor de Teología.
Universidad Pontificia de Comillas.
 
Re: Ningún obispo impuesto

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Marta, una cosa es que un obispo actúe mal, como puede ser el caso del que me hablas, y otra que tengas la certeza de que no hubo consultas de la Nunciatura entre el clero y algunos laicos de esa diócesis sobre los posibles candidatos a ocupar ese obispado.

Luis, no solamente tengo la certeza de que no hubo consultas para elegir al obispo de que hablamos, sino que vino impuesto como castigo porque en su diocesis había un rebaño de clerigos que dejaban bastante que desear.