Ningún obispo impuesto
En los primeros siglos, una iglesia “fermento” mantiene ante la sociedad el principio electivo.
Lo mantiene ante todo por razones teológicas y de fidelidad al Evangelio: por una convicción sorprendentemente comunitaria de Dios y una convicción de que aún más grave que manipular a los hombres, es intentar manipular el Espíritu apropiándose privadamente de Él. Si surgen problemas se intenta armonizar las exigencias con las exigencias del Evangelio, antes que negar simplemente estás.
Y la autoridad está precisamente para ayudar a encontrar esos caminos de vigencia lo que parece pedir el Evangelio, en lugar de suplantarlo. Así es como los papas resultan ser los grandes defensores del principio electivo.
Una iglesia así, aún con sus torpezas y sus fallos humanos, que siempre los hay, resulto “sacramento de comunión” y levadura para la sociedad de su época.
Más adelante y conforme nos acercamos al segundo milenio, una iglesia identificada con la sociedad no consigue mantener en pie el principio electivo.
No consigue mantenerlo, en primer lugar, por la impresionante estratificación de aquella sociedad, en la que, “el laico” se reduce simplemente al rey o los nobles.
También por la crericalización cada vez mayor de la iglesia. Así, “la iglesia” se va reduciendo primero al clero y luego a los canónigos catedralicios apropiándose ellos solos de la elección .
La actual demanda que existe en un amplio sector eclesial más consciente, y que reclama una vuelta a la tradición primitiva en el tema de las decisiones episcopales, no procede de una falta de amor ni de obediencia, aún cuando algunas veces se manifieste de forma ruidosa, de protestas o hasta de abandonos.
Es una demanda Evangélica. No sería cristiano reaccionar ante ella como suelen reaccionar los fariseos de todos los tiempos ante las voces proféticas: tratando de convertirlos en voces heréticas.
Más bien, debe ser atendida como una voz de Dios, que suele comenzar a abrirse camino de formas desconcertantes, como hizo a través del niño Samuel “habla Señor que tu siervo escucha” (1Sam 3). Y hay que procurar abrirse a ella aún a costa de la propia seguridad o la sensación de amenaza del propio poder.
El actual sistema de nombramiento de los obispos lleva implícitamente a creer que la autoridad y la misión de los obispos procede del papa. Y no es así: no fue Pedro quien eligió a los apóstoles, ni tampoco Jesús por medio de Pedro, sino que fue directamente Jesús.
En los primeros siglos, una iglesia “fermento” mantiene ante la sociedad el principio electivo.
Lo mantiene ante todo por razones teológicas y de fidelidad al Evangelio: por una convicción sorprendentemente comunitaria de Dios y una convicción de que aún más grave que manipular a los hombres, es intentar manipular el Espíritu apropiándose privadamente de Él. Si surgen problemas se intenta armonizar las exigencias con las exigencias del Evangelio, antes que negar simplemente estás.
Y la autoridad está precisamente para ayudar a encontrar esos caminos de vigencia lo que parece pedir el Evangelio, en lugar de suplantarlo. Así es como los papas resultan ser los grandes defensores del principio electivo.
Una iglesia así, aún con sus torpezas y sus fallos humanos, que siempre los hay, resulto “sacramento de comunión” y levadura para la sociedad de su época.
Más adelante y conforme nos acercamos al segundo milenio, una iglesia identificada con la sociedad no consigue mantener en pie el principio electivo.
No consigue mantenerlo, en primer lugar, por la impresionante estratificación de aquella sociedad, en la que, “el laico” se reduce simplemente al rey o los nobles.
También por la crericalización cada vez mayor de la iglesia. Así, “la iglesia” se va reduciendo primero al clero y luego a los canónigos catedralicios apropiándose ellos solos de la elección .
La actual demanda que existe en un amplio sector eclesial más consciente, y que reclama una vuelta a la tradición primitiva en el tema de las decisiones episcopales, no procede de una falta de amor ni de obediencia, aún cuando algunas veces se manifieste de forma ruidosa, de protestas o hasta de abandonos.
Es una demanda Evangélica. No sería cristiano reaccionar ante ella como suelen reaccionar los fariseos de todos los tiempos ante las voces proféticas: tratando de convertirlos en voces heréticas.
Más bien, debe ser atendida como una voz de Dios, que suele comenzar a abrirse camino de formas desconcertantes, como hizo a través del niño Samuel “habla Señor que tu siervo escucha” (1Sam 3). Y hay que procurar abrirse a ella aún a costa de la propia seguridad o la sensación de amenaza del propio poder.
El actual sistema de nombramiento de los obispos lleva implícitamente a creer que la autoridad y la misión de los obispos procede del papa. Y no es así: no fue Pedro quien eligió a los apóstoles, ni tampoco Jesús por medio de Pedro, sino que fue directamente Jesús.