Una cosa que he constatado en este foro es que para los protestantes la salvación es una cosa individual. Y la basan en una relación personal con Dios. Podríamos decir que son cristianos porque de esta forma consiguen su salvación individual, mientras los demás se condenan. De forma que su salvación parece más una autosatisfacción que se acrecienta viendo como "los demás" se condenan. Es algo parecido a la postura del hijo que se queda en casa y se indigna porque sea recibido el hijo pródigo. Y esto viene dado porque consideran la relación con Dios de una forma personal, como si no se hubiera encarnado.
Sin embargo, la postura cristiana es completamente diferente. A cristo lo tenemos que encontrar en los hombres. "La vida histórica del Cristo histórico y la vida histórica del Cristo místico no son, pues, dos vidas distintas, sino una sola vida bajo dos aspectos: el uno, simbólico y ejemplar; el otro, simbolizado y real. No separéis a la Iglesia y a Cristo: ¡son una sola carne!".
Después de Cristo no existen ya dos amores realmente distintos. El amor al prójimo es amor a Dios. "El segundo mandamiento es igual al primero." La caridad fraternal es teologal. El prójimo ha sido elevado, juntamente con Dios, a la dignidad de término de la caridad.
Esta caridad, virtud teologal, no tiene sino un solo y el mismo objeto formal: Dios. Y tres términos: Dios, el prójimo y nosotros mismos. Pero, desde la ascensión, ya no alcanza el primero sino a través del segundo: la Iglesia, en tanto que ésta contiene y llama a todos los hombres. "Es preciso afirmar que, concretamente, estos objetos [Dios y nuestros hermanos] no se encuentran y no nos son accesibles sino en el misterio de la Iglesia, comunidad divino, humana de bienaventuranza."
El enemigo irreconciliable, de la encarnación es el fariseo, el hombre que, so pretexto de su celo con respecto a Dios, detesta y condena al hombre Dios. Los fariseos creen que odian tan sólo a un hombre. Pero, en realidad, se han decidido por rechazar a Dios.
El fariseísmo se perpetúa en todos aquellos que intentan convertir sus buenas relaciones con Dios en una excusa de sus malas relaciones con el vecino. ("Pues llega la hora en que todo el que os quite la vida, pensará prestar un servicio a Dios" ). En tiempos de Cristo habían inventado que podían rehuir el pago de una pensión alimenticia a sus allegados si consagraban sus bienes a Dios. ¡Y como ya os podéis imaginar, de unos bienes consagrados a Dios era de todo punto imposible deducir una pensión alimenticia! Tener en regla sus cuentas con Dios les procuraba una buena conciencia en lo que se refería a sus cuentas con los demás.
Cristo trastocó todo esto cuando nos dijo: Tienes las mismas cuentas a establecer con Dios que con tu prójimo. No estás más cerca de Dios que de tu vecino. ¡La única prueba decisiva de que amas a Dios es que ames asimismo a los demás!
La herejía más peligrosa para la Iglesia es la que estriba en desencarnar a Cristo, en re purificar a Dios de su Cuerpo, en situarlo de nuevo en su cielo (¡so pretexto de "prestar un servicio a Dios"! ).
Si Dios estuviera en su cielo, podríamos odiar al prójimo con toda seguridad. O, mejor aún, sin siquiera tomarnos este trabajo (porque detestarlo todavía es ocuparnos de él), podríamos olvidarle, ignorarle, permanecer muy tranquilos en casa con nuestra enclenque religión dominguera, dirigir nuestros respetos al Todopoderoso, y, durante la semana, obrar a nuestra guisa. ¡Qué paz la nuestra!
Pero, desgraciadamente, la religión de la encarnación nada tiene de apacible. Es una inquietud permanente: Dios está aquí. "Tuve hambre. Tuve sed. Me oprimieron". Todas las estructuras de la sociedad son anticristianas: capitalismo, proletariado, privilegios de clase, privilegios de dinero, privilegios de raza y de color, privilegios de educación y de cultura, por doquier se alzan privilegios y barreras, y, pues, por doquier existen opresiones ¡pero Cristo no se halla entre los privilegiados!
El juicio final no versará sobre nuestras relaciones con Dios, porque se prestan a demasiadas ilusiones. "No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán aquel día: ¡Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre, y en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Yo entonces les diré: Nunca os conocí “”.
.
San Mateo es decisivo cuando habla contra ésa hipocresía: anuncia la gran sorpresa, la asombrosa novedad (el mandamiento "nuevo”, profetiza el pasmo general: ¡Dios se había encarnado, Dios era hombre!
El texto comienza majestuosamente, en el estilo idealista de la religión celeste: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes... Entonces dirá el rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo".
¡Nada hay que sea más transcendente! Pero después, brutalmente, pasamos al realismo más absoluto y experimentamos el impacto de la sorpresa. ¿ Qué dice este rey señoreando desde lo alto del cielo? "Tuve hambre... Tuve sed... Estaba desnudo... preso...” Después de la religión "en el cielo", he aquí la religión encarnada. ¡Dios nos devuelve a la tierra!
Y más fuerte aún: El Señor predice que la enseñanza religiosa será siempre deficiente: ni los malditos, ni siquiera los justos, esperaban ser juzgados de aquella manera. ¡Nadie les había prevenido! No sabían que el segundo mandamiento era igual al primero, ignoraban la encarnación.
Fijaos en que este juicio escatológico no menciona las catástrofes habituales. Quizás sea para sugerirnos que la verdadera catástrofe, la gran sacudida (de la que las demás no son sino meras figuras), será el descubrimiento de la identidad de Cristo y de nuestros hermanos, La sorpresa será tan violenta como si las estrellas del cielo cayeran sobre la tierra.
Cuando por primera vez nos dicen: "No estás más cerca de Dios que de tu vecino", la sacudida que experimentamos es harto violenta. Yo me creía muy cerca de Dios debido a mis arrobos y a mis plegarias, a mi estudio de la biblia, etc. Pero si es verdad que no amo más a Dios que lo que amo a mis vecinos (mi vecino de calle, mi vecino de mesa, mi vecino de trabajo, mi vecino de autobús), entonces, resulta en verdad terrible, pero no amo apenas a Dios.. Esto lo cambia todo. Semejante puntualización es trastornadora. He de pasar del "infinito" al primer plano. "Pero, Señor, ¿acaso no comí y bebí contigo?" "¡No te conozco!"
¿acaso no leía la biblia y oraba todos los días? ."¡No te conozco!"
Sin embargo, la postura cristiana es completamente diferente. A cristo lo tenemos que encontrar en los hombres. "La vida histórica del Cristo histórico y la vida histórica del Cristo místico no son, pues, dos vidas distintas, sino una sola vida bajo dos aspectos: el uno, simbólico y ejemplar; el otro, simbolizado y real. No separéis a la Iglesia y a Cristo: ¡son una sola carne!".
Después de Cristo no existen ya dos amores realmente distintos. El amor al prójimo es amor a Dios. "El segundo mandamiento es igual al primero." La caridad fraternal es teologal. El prójimo ha sido elevado, juntamente con Dios, a la dignidad de término de la caridad.
Esta caridad, virtud teologal, no tiene sino un solo y el mismo objeto formal: Dios. Y tres términos: Dios, el prójimo y nosotros mismos. Pero, desde la ascensión, ya no alcanza el primero sino a través del segundo: la Iglesia, en tanto que ésta contiene y llama a todos los hombres. "Es preciso afirmar que, concretamente, estos objetos [Dios y nuestros hermanos] no se encuentran y no nos son accesibles sino en el misterio de la Iglesia, comunidad divino, humana de bienaventuranza."
El enemigo irreconciliable, de la encarnación es el fariseo, el hombre que, so pretexto de su celo con respecto a Dios, detesta y condena al hombre Dios. Los fariseos creen que odian tan sólo a un hombre. Pero, en realidad, se han decidido por rechazar a Dios.
El fariseísmo se perpetúa en todos aquellos que intentan convertir sus buenas relaciones con Dios en una excusa de sus malas relaciones con el vecino. ("Pues llega la hora en que todo el que os quite la vida, pensará prestar un servicio a Dios" ). En tiempos de Cristo habían inventado que podían rehuir el pago de una pensión alimenticia a sus allegados si consagraban sus bienes a Dios. ¡Y como ya os podéis imaginar, de unos bienes consagrados a Dios era de todo punto imposible deducir una pensión alimenticia! Tener en regla sus cuentas con Dios les procuraba una buena conciencia en lo que se refería a sus cuentas con los demás.
Cristo trastocó todo esto cuando nos dijo: Tienes las mismas cuentas a establecer con Dios que con tu prójimo. No estás más cerca de Dios que de tu vecino. ¡La única prueba decisiva de que amas a Dios es que ames asimismo a los demás!
La herejía más peligrosa para la Iglesia es la que estriba en desencarnar a Cristo, en re purificar a Dios de su Cuerpo, en situarlo de nuevo en su cielo (¡so pretexto de "prestar un servicio a Dios"! ).
Si Dios estuviera en su cielo, podríamos odiar al prójimo con toda seguridad. O, mejor aún, sin siquiera tomarnos este trabajo (porque detestarlo todavía es ocuparnos de él), podríamos olvidarle, ignorarle, permanecer muy tranquilos en casa con nuestra enclenque religión dominguera, dirigir nuestros respetos al Todopoderoso, y, durante la semana, obrar a nuestra guisa. ¡Qué paz la nuestra!
Pero, desgraciadamente, la religión de la encarnación nada tiene de apacible. Es una inquietud permanente: Dios está aquí. "Tuve hambre. Tuve sed. Me oprimieron". Todas las estructuras de la sociedad son anticristianas: capitalismo, proletariado, privilegios de clase, privilegios de dinero, privilegios de raza y de color, privilegios de educación y de cultura, por doquier se alzan privilegios y barreras, y, pues, por doquier existen opresiones ¡pero Cristo no se halla entre los privilegiados!
El juicio final no versará sobre nuestras relaciones con Dios, porque se prestan a demasiadas ilusiones. "No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán aquel día: ¡Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre, y en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Yo entonces les diré: Nunca os conocí “”.
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San Mateo es decisivo cuando habla contra ésa hipocresía: anuncia la gran sorpresa, la asombrosa novedad (el mandamiento "nuevo”, profetiza el pasmo general: ¡Dios se había encarnado, Dios era hombre!
El texto comienza majestuosamente, en el estilo idealista de la religión celeste: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes... Entonces dirá el rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo".
¡Nada hay que sea más transcendente! Pero después, brutalmente, pasamos al realismo más absoluto y experimentamos el impacto de la sorpresa. ¿ Qué dice este rey señoreando desde lo alto del cielo? "Tuve hambre... Tuve sed... Estaba desnudo... preso...” Después de la religión "en el cielo", he aquí la religión encarnada. ¡Dios nos devuelve a la tierra!
Y más fuerte aún: El Señor predice que la enseñanza religiosa será siempre deficiente: ni los malditos, ni siquiera los justos, esperaban ser juzgados de aquella manera. ¡Nadie les había prevenido! No sabían que el segundo mandamiento era igual al primero, ignoraban la encarnación.
Fijaos en que este juicio escatológico no menciona las catástrofes habituales. Quizás sea para sugerirnos que la verdadera catástrofe, la gran sacudida (de la que las demás no son sino meras figuras), será el descubrimiento de la identidad de Cristo y de nuestros hermanos, La sorpresa será tan violenta como si las estrellas del cielo cayeran sobre la tierra.
Cuando por primera vez nos dicen: "No estás más cerca de Dios que de tu vecino", la sacudida que experimentamos es harto violenta. Yo me creía muy cerca de Dios debido a mis arrobos y a mis plegarias, a mi estudio de la biblia, etc. Pero si es verdad que no amo más a Dios que lo que amo a mis vecinos (mi vecino de calle, mi vecino de mesa, mi vecino de trabajo, mi vecino de autobús), entonces, resulta en verdad terrible, pero no amo apenas a Dios.. Esto lo cambia todo. Semejante puntualización es trastornadora. He de pasar del "infinito" al primer plano. "Pero, Señor, ¿acaso no comí y bebí contigo?" "¡No te conozco!"
¿acaso no leía la biblia y oraba todos los días? ."¡No te conozco!"