La A.N.L.R.P.S. de Dagoberto Juan

28 Febrero 1999
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Academia de la Nueva Lengua Religiosa Popular y Simplona

Sin haber siquiera consultado al académico de turno y decano de esta prestigiosa institución pan hispánica, el ínclito Dagoberto Juan, animador y contribuyente frecuente de este Foro, me he atrevido a hacer la presentación de este epígrafe dando por hecho que contaré con su aprobación y simpatía, junto al beneplácito general de todos los foristas.
Tras la Introducción donde explicaré la intención y alcance de esta original iniciativa, quedan libres los foristas de introducir los vocablos que a su leal entender puedan integrar este glosario de términos evangélicos obsoletos más otros nuevos que nos van llegando, más los que siendo bien conocidos están siendo desvirtuados o recibiendo un tratamiento distinto cuando no contrario al original. En lugar de las Autoridades que adornaban con su erudición el primer Diccionario de la R.A.E., para una mejor instrucción de los consultores, aquí apreciaremos desde el comentario más erudito de un helenista o hebraísta, al dislate más cómico que imaginar pudiéramos.
Que todo sirva para nuestra mejor ilustración que permita a la postre una mejor comunicación entre los cristians sapiens.

INTRODUCCIÓN

Poco caso haríamos a cualquier dificultad de la semántica general, si no fuese por la influencia que ejerce en el decir y el hacer de la gente.
El buscar ser precisos en el lenguaje, no tiene por objetivo que la Real Academia aplauda y premie nuestra corrección gramatical o cosa que se le parezca, en cuanto decimos y escribimos, sino que nuestra expresión convenga como anillo al dedo con respecto a la idea que trasmitimos. Hoy día es común que los predicadores se expresen descuidadamente, y luego se molesten cuando son observados, alegando que mejor haríamos en ejercitar oídos espirituales para recibir vida de las palabras, y no los naturales que tropiezan con la letra que mata. Así que al pretender excusarse echan más mantos de oscuridad sobre su discurso, pues todos saben que la verdad y la vida van juntas, y no se contraponen.
Por gracia de Dios, mi madre, siendo casi centenaria, ha hablado mucho usando de un rico lenguaje, pero a lo último ya se impacientaba al no encontrar rápidamente la palabra apropiada; así que sin pensarlo dos veces metía la primera que se le ocurría, que distaba mucho de ser un sinónimo del término no recordado. Al observarla por ello, se fastidiaba conmigo y me decía que si la entendí bien por lo que venía hablando, entonces ¿por qué la corregía? Es cierto que debemos simpatizar y mostrarnos condescendientes con los ancianos, niños, extranjeros o personas que no tuvieron la oportunidad de recibir siquiera una básica educación. Pero quienes se precian de ser pastores, predicadores y expositores bíblicos, no pueden permitirse ningún descuido. Errarán y se equivocarán como todos los hombres falibles hacen, pero su fidelidad a la verdad quedará expuesta por la prontitud con que corregirán cualquier desacierto, ya sea que sean advertidos o que se den cuenta por sí mismos. Lo que nunca harán, será disimular o encubrir la falla cometida, y menos aun, reaccionar contra quien se lo hubiese hecho notar.
En una audición radial me complace muchísimo escuchar la predicación de un taxista cristiano. Habla a buena velocidad, redimiendo el tiempo, y su exposición de la Escritura y la aplicación del Evangelio a sus oyentes, es certera e inspirada. En ocasiones se le escapa alguna modalidad de nuestro lunfardo, que constituye una incorrección del mejor castellano. Así y con todo, tales inexactitudes del habla como que pasan desapercibidas, pues realmente sorprende que un obrero del volante pueda dar tan largo y buen discurso, a un nivel que ya desearían pastores egresados con honores y ordenados al ministerio con toda la formalidad acostumbrada.
Contrastando con este caso, está el de otra audición donde el orador es interpelado de continuo y él mismo se presenta haciendo un uso abusivo del título de “Pastor”. Pues bien, maravilla que hablando acerca de la idolatría de Israel, varias veces se refiriera a las “estuatas” de los dioses cananeos. Sin duda que este no es un caso de lapsus linguae, sino la conservación de un balbuceo infantil jamás corregido, y que está reñido con cualquier pretensión de oratoria sagrada, pues así se desprestigia el Evangelio.
Existen unos cuantos términos que, o no son bíblicos, o su aplicación no corresponde a la presente dispensación de la Iglesia de Jesucristo.
Su vigencia solamente se explica porque su generalizada utilización tiene mayor peso que la impropiedad de los mismos.
Si probáramos de hacerle notar a un predicador el inadecuado uso de una palabra (como las que son objeto del presente glosario), probablemente nos responda:
-¡Ya lo sé! Pero todos la usan.
Desestiman el punto porque suponen que apenas se trata de diferencias de palabras, sin advertir que en ellas van envueltos conceptos diferentes que constituyen un desvío de la sana doctrina.
La ordenación alfabética de los vocablos a considerar la irá ordenando cada forista a medida que estos lleguen al epígrafe, intercalándolos como corresponde.
Ricardo, por la filial uruguaya de la A.N.L.R.P.S.
 
Altar:

Altar:






Altar: (Del latín: altare, lugar elevado)
Tanto en el Tabernáculo como en el Templo, los sacerdotes sacrificaban sobre el altar las víctimas que los judíos traían conforme a los ritos instituidos en la Ley mosaica. Con la destrucción del Templo en el año 70 por los romanos, cesó el servicio del altar.
Al entrar en Canaán, los israelitas debían derribar los altares de los ídolos que adoraban aquellos pueblos paganos (Ex.34:13). Una característica de los reyes de Judá fue su actitud hacia los altares, si los demolían o los levantaban.
El cristianismo primitivo no conoció altar alguno, porque el último, propiamente, había sido la misma cruz donde nuestro Redentor fue inmolado por nosotros como el Cordero de Dios.
A los altares de Israel y de los gentiles Pablo no contrapone ningún altar cristiano, sino la “mesa del Señor” con referencia a la Cena que Él mismo instituyó como memorial suyo, y anuncio de su muerte por nosotros (1Co.10:14-22; 11:23-26).
Posteriormente, el cristianismo decadente degeneraría hasta el catolicismo romano, que restituye al frente del recinto interior de sus templos (véase luego esta palabra), el altar donde el sacerdote oficiaba el sacrificio incruento de la Misa.
Con el advenimiento de la reforma protestante, es reemplazado el altar católico por el púlpito desde donde se predica la Palabra de Dios, generalmente ubicando una gran Biblia abierta sobre el atril. La mesa utilizada para la celebración de la Cena del Señor, también se acostumbra ubicarla delante del púlpito.
Entre los evangélicos está muy claro lo que dice la estrofa de un conocido himno:

Ni sangre hay, ni altar,
cesó la ofrenda ya;
no sube llama ni humo hoy,
ni más cordero habrá;
empero ¡he aquí la sangre de Jesús!
que quita la maldad y al hombre da salud.
(Himnos y Cánticos del Evangelio, Nro. 266)

Así, y con todo, el mero hecho que el predicador, el que preside una reunión, o quien dirija el canto, lo haga desde el mismo lugar donde otrora estaba el altar, y desde donde oficiaba el cura la Misa, ha inducido a llamar de altar al púlpito, a la plataforma o al estrado ubicado generalmente al frente del recinto.
Un viejo himno nupcial metodista, decía en su primer estrofa:
Dios bendiga las almas que unidas,
lentamente al altar se aproximan;
y conduzca por sendas de vida
a los que hoy se han jurado lealtad.

En forma inadvertida al principio, y nada más que por seguir la costumbre universal, los evangelistas al hacer su llamamiento a los pecadores para su conversión, los invitaban a venir al altar.
Los “salvacionistas” pusieron también adelante su “banco del penitente”, para que se arrodillaran los arrepentidos para recibir el perdón de Dios.
Lo que al principio pudo ser nada más que una conveniencia práctica para atender cuanto antes a los que manifestaban su necesidad de salvación, a poco que el sistema pastoral fue cobrando forma de ministerio sacerdotal, se apreció la ventaja de mantener el nombre de altar, así como la costumbre de invitar acercarse al mismo a las personas que quisieran ser ayudadas.
De esta forma, los evangélicos retrocedieron, pues mientras un innominado pero tácito clero ministra allí adelante, la feligresía (los mal llamados laicos), permanecen en las filas de bancos, y se adelantan al frente, sólo de ser invitados a hacerlo para oración.
Actualmente es frecuente también que el predicador o quien presida la alabanza congregacional, señale al altar, o a un sector del mismo, como el lugar preciso donde en ese momento está fluyendo o cayendo la unción del Espíritu Santo. Es ridículo lo que hacen algunos predicadores evocando la venida del Espíritu Santo en tono imperativo: -¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!, o indicando hacia un sector junto al “altar” a los gritos de: -¡Acá! ¡Acá! ¡Acá! como si el Espíritu de Dios pudiese ser manipulado en tiempo y espacio por voces de hombre. En verdad, no es posible ubicar en un sitio de la sala a ese Espíritu que soplando como viento recio llena todo el lugar de reunión (Hch.2:2). En todo caso, no sería el frente, sino el centro de la reunión, el lugar preferente de la presencia divina según la misma promesa del Señor: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt.18:20).
Ricardo
 
Re: La A.N.L.R.P.S. de Dagoberto Juan

Robar Ovejas: esto son dos palabras, pero muy evangelicas. Por lo visto algunos "pastores" se creen que las ovejas son de su propiedad y que las pueden ordeñar, trasquilar y comerciar con ellas.

Nunca mas lejos del Espiritu del Buen Pastor que dio su vida por su salvacion, bienestar y para que tengan vida en abundancia.

Que todo el mundo se entere, las ovejas son de Cristo y nuestros pastores son hermanos nuestros que nos ayudan en la fe y el camino con Cristo, pero no tienen ningun derecho sobre nosotros, lo unico que les debemos es respeto, amor y obediencia, y esto si desempeñan su labor con fidelidad a Cristo, pero sino, lo que les debemos dar es una exhortacion para que enmienden el camino.

Ya es hora de que se denuncie, en publico, todo lo que esta mal entre nosotros, quizas Dios quiera visitarnos, poniendo las cosas en su sitio.

1 Timoteo 5:20

A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos,
para que los demás también teman.

1 San Pedro Apóstol 4:17

Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de
Dios;
y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el
fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?


Mas nos valdria dejar de seguir a los hombres y empezar a seguir a Cristo

Joe 2:12 Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento.

Joe 2:13 Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo.

Joe 2:14 ¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá y dejará bendición tras de él, esto es, ofrenda y libación para Jehová vuestro Dios?

Que Dios les bendiga a todos

Paz
 
Casa de Dios:

Casa de Dios:


El primero en usar esta expresión fue Jacob: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (Gn.28:17).
Paradójicamente, este lugar no era ningún edificio, sino la misma tierra en que estaba acostado, teniendo el cielo de techo y una piedra de cabecera. La segunda mención ya alude al tabernáculo: “Las primicias de los primeros frutos de tu tierra traerás a la casa de Jehová tu Dios” (Ex. 23:19ª), y más precisamente también al arca del pacto de Dios en el libro de Jueces (18:31; 20:18, 26-28; 21:2). Luego las referencias a la casa de Dios tienen que ver con el templo que David se propuso edificar en Jerusalem, para lo que reunió los materiales necesarios, pero que recién pudo inaugurar su hijo Salomón (1R.5/8; 1Cro.22; 2Cron. 2/7).
Es notable la pregunta de Salomón en su oración en la inauguración del templo: “Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?” (1R. 8:27). En el mismo tenor, dice así el Señor en Isaías 66:1: “El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo?”
Son numerosas las referencias a la “casa de Dios” en los libros de Esdras y Nehemías, en relación a la reedificación del Templo. El Salmo 84 describe el deseo de estar en las moradas de Dios, en sus atrios, a la puerta de la casa de Dios.
En el Nuevo Testamento, el Señor Jesús se refiere al Templo como “casa de oración” (Mt.21:13), pero debe recordarse que es el Templo de los judíos, y no un edificio cristiano (Véase luego Templo).
Veremos seguidamente los demás textos que de uno u otro modo aluden a la casa de Dios, para verificar si al lugar en que la iglesia se reúne se le aplica la misma expresión:
2Cor.5:1: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”.
Sabemos por el contexto que se refiere a nuestro cuerpo que en la venida del Señor será transformado o resucitado, pero también nos recuerda aquellas palabras de Juan 14:2: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”.
1Tim.3:15: “para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. Esta casa de Dios, que es la iglesia con la descripción que sigue, lo es antes que nada en su aspecto general o universal, y obviamente también en toda expresión local, como la iglesia en Éfeso, en este caso. El propio Pablo ya había considerado esta figura de la iglesia cuando le dice a los corintios que eran edificio de Dios, y que él mismo como perito arquitecto había puesto el fundamento, que no puede ser otro que Jesucristo mismo.
Lo importante es ir notando como la casa de Dios son los creyentes mismos, el pueblo de Dios, y no el edificio en que ellos se reúnen. De otro modo se despersonaliza el concepto, pues aunque se diga que ambas ideas puedan coexistir juntas, la experiencia muestra que siempre se acaba por tomar al continente como si fuese el contenido: Iglesia, Parlamento, Congreso, etc.
He.3:6;10:21: “pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros”, “y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios”. Aquí la idea de casa, más que de un edificio material es la de familia y su linaje; siendo Moisés, como siervo, fiel sobre toda la casa de Dios, que era Israel; y el Señor Jesucristo, como hijo, sobre la Iglesia. 1Pe.2:5;4:17: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”, “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios”. También en esta epístola la casa espiritual y casa de Dios comprende a la Iglesia.
Estos son todos los textos que he encontrado en el Nuevo Testamento en cuanto a la casa de Dios. Después de repasarlos se comprobará fácilmente que nunca señalan a un edificio material, con la única excepción del Templo en Jerusalem, casa de oración, profanada por los
mercaderes a los que se enfrentó el Señor Jesús. Adviértase también que cuando en el libro de Los Hechos se nos dice que todos los creyentes también se reunían en el Templo (2:46), no se refiere al edificio del Templo propiamente, donde estaba el lugar Santo y el lugar Santísimo, sino a los amplios patios exteriores o los pórticos, hasta donde se permitía estar a los gentiles. Si bien los primeros cristianos comenzaron a reunirse en casas, y en casas particulares funcionaron las primeras iglesias, ninguna es llamada “casa de Dios” sino que son conocidas por el nombre de sus moradores: Aquila y Priscila (1Co.16:19), Ninfas (Col. 4:15), Filemón (1:2).
Y bien, es razonable que también esta exposición sea cuestionada, originando un diálogo más o menos como sigue:
- ¡Muy bien! Ya lo sé; ¿pero qué inconveniente puede haber para que cuando inauguramos un salón alquilado o un edificio expresamente construido como lugar de culto, lo dediquemos como casa de oración, y nos acostumbremos a llamarlo como “casa de Dios”? Al fin y al cabo, ¿no es el sitio destinado para las reuniones de la iglesia? Que no exista tal antecedente neotestamentario tampoco priva del libre uso de un término que está perfectamente acorde con el propósito, destino y uso de tal inmueble. La universalidad de tal costumbre no solamente acredita tal uso, sino que también expone al descrédito a cualquiera que la cuestione, con el único argumento de falta de precedentes en las iglesias primitivas.
- El problema no está con el uso de las palabras, sino que una infeliz aplicación del término puede inducir a error y a un desvío de la sana doctrina. Por ejemplo: cuando una familia cristiana se muda a una nueva casa, puede también dedicarla al Señor y decir que esta es
también su Bet-el, casa de Dios, pues Él reina soberano en ese hogar. No hay forma de ver riesgo alguno en el empleo de tan sano criterio.
- ¡Pues con mayor razón todavía respecto al edificio donde el pueblo de Dios se congrega!
- No es tan simple en este caso. Con el primero, siendo el hogar la unidad colectiva menor, es obvio que ningún padre de familia, por fanático que sea, estirará la expresión “casa de Dios” al grado de atribuirle un privilegio exclusivo que pueda distinguirla de las casas de sus hermanos en la fe. Pero tratándose del recinto donde se congregan en el nombre del Señor los cristianos, puede darse a esa expresión una connotación impropia, desviándose de la verdad, tal como frecuentemente ocurre por todas partes.
- Pero ¿quién haría tal cosa?
- La misma fuerza de tan generalizada costumbre, puede llevar a que ingenuamente, sin malicia alguna, se aplique con total inocencia y buenas intenciones. Por ejemplo: miembros de la congregación que aman al Señor y a sus hermanos, serán sensibilizados también en cuanto a amar al lugar físico en que se reúnen, y donde Dios es adorado y su Palabra predicada. Así que querrán mantener siempre limpio, bien pintado, ventilado y arreglado ese sitio como todo su mobiliario, para que luzca con la dignidad debida como casa de Dios. Esto es inobjetable. Por otra parte, es sensato imaginar también, que
quienes guían la iglesia exhorten a los hermanos a ser recatados y reverentes al concurrir a las reuniones, guardando la solemnidad que corresponde al hallarse en la casa de Dios. Esto también es inobjetable.
- ¿Entonces?
- Pues de alguna forma, lo que al principio era bueno y conveniente, paulatinamente va cobrando cuerpo y comienza a adquirir rasgos que no le son propios; quizá por asociación de ideas se importan aspectos del Templo en Jerusalem, así como los que perduran en la memoria colectiva de nuestra tradición católica romana. Los miembros de la congregación pueden irlos incorporando inconscientemente, pero hay siempre un tiempo en que los dirigentes pueden advertir la ventaja de llegar a enfatizar este aspecto de que el edificio o recinto usado es la casa de Dios. Surge entonces la impresión -que a poco se convierte en dogma indiscutido-, que aunque ese ámbito se halle vacío, de algún modo el recinto es sagrado, y así va naciendo la superstición -que en el fondo no es otra cosa-, que Dios de veras mora entre esas cuatro paredes, de modo que allí sucederán cosas que no ocurren ordinariamente en otras partes. Es habitual que los pastores exhorten “a venir a la casa de Dios” (ya vimos que: “la cual casa somos nosotros”) cuando no es cosa de a dónde vamos sino de lo que somos. O sea, que si la iglesia se reúne en la playa o en el parque, son tan “casa de Dios” allí como dentro del recinto donde habitualmente se congregan. Dicho de otro modo, no existe santidad o virtud alguna que el edificio pueda conferir a la congregación, sino precisamente al revés: es la asamblea reunida de los santos, -morada de Dios en Espíritu-la que santifica con su presencia ese sitio de reunión. Inadvertidamente, los pastores suelen animar a los fieles a que busquen al Señor cuando están en la “casa de Dios”, con la oración, la alabanza y el oír su Palabra, y ahí se quedan. Muy bien estaría la exhortación, si enfatizaran la necesidad de hacerlo también así en sus propias casas, lugares de estudio o trabajo, al transitar por la calle, y en cualquier sitio en que se encuentren. Entonces, al tiempo de reunirse como iglesia podrían compartir cuanto de Él han recibido, para edificación de todos los hermanos.
En lugar de ello, se ha alimentado la falsa idea de recibir en la “casa de Dios” la bendición que se les torna esquiva y huidiza durante el resto del día. Imperceptiblemente, el lugar físico ha cobrado una mística emparentada con la católica romana, que consagra los sitios de apariciones de “Vírgenes” y “Santos” como santuarios y oratorios donde buscar las mercedes divinas. Recordemos que la bendición del Salmo 133 no es para los que se encierran entre cuatro paredes, entre el piso y el techo, sino para los que se sientan alrededor del Señor como si fuesen uno solo, haya o no, paredes, piso y techo.
Tampoco la advertencia de He. 10:25 es para los que incumplen “el deber que tenemos de asistir a la iglesia” como mal traducen algunas versiones modernas, sino el dejar de reunirnos por nosotros mismos, como se lee del griego.


Ricardo
 
Laico. -

Laico. -

Laico. -

Es de uso general en la jerga evangélica universal, este término tan innecesario como impropio, con una evidente carga discriminatoria pese a la ingenuidad de cuantos lo usan, oyen y repiten.
Por supuesto que esta palabra jamás aparece en las versiones bíblicas usuales entre hispano hablantes; y por supuesto también que la mera ausencia de la misma no basta a descartar su uso, pues empleamos a diario cientos de términos que tampoco aparecen en la Biblia, y no por ello incurrimos en error ni faltamos a la verdad.
Sin embargo, todos de continuo ejercitamos nuestro discernimiento, y aunque el uso haya impuesto ciertos modos del decir popular, cristianos conscientes no los repiten como loros, sino que los pasan por el filtro espiritual que jamás aprobará lo que esté reñido con la Palabra de Dios y la ética cristiana.
Aunque la idiosincrasia de nuestros pueblos conserva todavía una fuerte influencia de la tradición católica romana, a su vez nuestra tradición evangélica mantiene su propia terminología más afín al texto bíblico y depurada de aquellas expresiones religiosas que aunque no incorrectas, retienen un fuerte tinte de la religión mayoritaria de la que se ha salido.
A nadie parece ya preocuparle estas cosas, pues ha sido minada esa exquisita sensibilidad que distinguía a tantos hermanos y hermanas que nos educaron cuando niños.
Ahora, predicadores exitosos se permiten soltar desde el púlpito alguna palabrota o “mala palabra”; ¡las mismas que los miembros de sus iglesias corrigen de sus hijos! Ellos advirtieron el impacto efectista sobre los asistentes al teatro, cuando algún actor dejaba escapar una grosería, como si ello lograra una mejor comunicación con la platea. Así el buen gusto que por siglos cultivaba el teatro con su público, ha sido trocado por el mal gusto, característico del arte contemporáneo.
Así también ahora el predicador es más humano, natural y franco; aunque lo que gana como humanista lo pierda como siervo del Dios vivo.
Por ello, no será nada fácil convencer hoy día a nuestros hermanos y hermanas que no es edificante sino sumamente pernicioso repetir palabras y expresiones apenas legitimadas por el generalizado uso de las mismas.
Laicos visibles y clérigos encubiertos

a) Los curas evangélicos

A lo menos en este aspecto la Iglesia Católica es más consecuente que los evangélicos con su terminología, pues mientras aquella mantiene dos estados bien definidos - como son el clerical (o eclesiástico) y el seglar (o laico) -, retienen estos otros a los laicos mientras jamás son presentados sus ministros como clérigos o eclesiásticos.
En realidad, no le queda bien al protestantismo más evangélico, bíblico y fundamentalista designar a sus ministros en forma similar al sacerdocio romanista. Pero, aunque los términos se omitan, el tácito estado eclesial de sus ministros se muestra con el reconocimiento de los laicos.
La mera presencia de los laicos hace realidad la de los no laicos; una casta muy especial formada por profesionales de la religión.
Es comprensible que nuestro sistema pastoral -por más protestante y evangélico que parezca-, no haya tenido tampoco interés en ventilar esta realidad, ya que al tiempo que se contenía de presentarse como clerical o eclesiástico – por obvia connotación romanista -, mantuvo la designación de laicos para la masa de su feligresía no graduada en estudios teológicos ni oficialmente ordenada.
Sin embargo, clérigos y eclesiásticos somos todos los miembros de la iglesia de Jesucristo, de acuerdo a la lección del Nuevo Testamento (ver el texto griego de 1Pedro 5:3).
Es común que un visitante a una iglesia evangélica, desconociendo al predicador, pregunte a quien tenga a su lado quién es el que va a dar el sermón. Podrá respondérsele, que ante un repentino viaje del pastor, le suplantará en el púlpito un laico, es decir, un hermano de la iglesia apto para predicar en alguna emergencia. Inmediatamente, la impresión que se tiene es que se va a escuchar a alguien con facilidad de palabras y algún conocimiento bíblico, pero de todos modos, un mero aficionado, alguien que toca de oído, un predicador de segunda, y así se dispondrá a soportar una exposición a la que le faltará la rúbrica de un orador formalmente capacitado, graduado y ordenado al ministerio.
Cuando el ocasional “suplente” predica en un nivel superior al Pastor titular, la gente no sale de su estupor pues no logra entender qué está pasando; como tampoco lo entendían los sacerdotes de Jerusalem, al escuchar a hombres iletrados y del vulgo como Pedro y Juan (Hch.4:13). ¡Es que el haber estado con Jesús -el único Maestro- hace la diferencia!

b) una etimología impúdica

El término “laico” no aparece en el NT griego, y por su raíz etimológica está emparentado con una familia de palabras impúdicas.
Tiene en su raíz “laik” un origen fálico, y su familia lingüística probablemente explique su ausencia del texto bíblico:
- laikadso: engañar, andar en liviandades.
- laikasés : impúdico.
- laikasreia: meretriz
- laikos : lego
Este es el orden de la lista de palabras que aparece en la pg. 421 del Diccionario Manual GRIEGO-LATINO-ESPAÑOL de los Padres Escolapios. Editorial Albatros. Buenos Aires 1943.
Rememorando una consulta de biblioteca, el término griego tiene un origen con sentido despectivo. Como es sabido, en las antiguas civilizaciones la cultura prácticamente era exclusiva de la clase sacerdotal, que ningún interés tenía de hacer partícipe al pueblo del conocimiento de las letras y las ciencias, reservándose para sí el dominio intelectual que le permitía prevalecer, así sobre los nobles como sobre sus vasallos. Es así como el digno vocablo “laos” tiene en “laicos” el sentido de plebe, chusma, vulgo, gentuza, populacho, caterva, carnales, profanos, irreligiosos y otras lindezas de sinónimos por el estilo. Y su sentido fálico, es tan antiguo como el de los mismos obeliscos.
Si a cualquiera de nosotros se nos llamara de “laico” como quien nos obsequiase una joya, ¡es para devolverlo con estuche y todo!
En realidad, nada obliga a seguir usando un término no escritural y que solo sirve al interés elitista que discrimina al pueblo de Dios entre ministros y ministrados.
Al fin de cuentas, lo único que traerá gloria a Dios, edificará su iglesia y convertirá a los pecadores, será la Palabra viva y eficaz predicada por hombres santos y fieles, llenos del Espíritu Santo, aunque carentes de títulos, graduaciones y ordenación humana; o al decir de John Wesley:
“Dadme cien predicadores que no le teman a nada excepto al pecado, y no desean nada excepto a Dios, y me importa un comino que sean clérigos o laicos; ellos sacudirán las puertas del infierno y establecerán el reino de los cielos en la tierra.”


Ricardo