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El Papa que fue mujer,
la Papisa Juana
La aseveración que los papas son los sucesores del apóstol Pedro, viene a ser la base o piedra angular
del romanismo católico, y sin el la Iglesia Romana simplemente no podría funcionar: «El Pontífice romano,
como sucesor de Pedro, es la perpetua y visible fuente y fundamento de la unidad de los obispos y de toda la
compañía de los fieles « (Vatican Council II: The Conciliar and Post Conciliar Documents, Costello Publishing,
1988, vol.I, p.376).
No obstante, se necesitaría ser un retrasado mental, o en su defecto estar hechizado -como definitivamente
lo está todo católico romano- para poder creer que pueden ser sucesores del apóstol Pedro tipos que han
sido asesinos, adúlteros, fornicarios, homosexuales, avaros, etc. A continuación presentamos, a manera de
ejemplo, algunas anécdotas de los «santos sucesores» del apóstol Pedro, empezemos con el Papa que fue mujer,
la Papisa Juana.
Distintos cronistas católicos romanos, entre ellos obispos, cardenales, sacerdotes, pero especialmente
monjes, nos hablan de esta mujer que llevó el nombre de Papa Juan VIII. El reinado de la Papisa fue de dos
años, cinco meses, y cuatro días, desde el año 855 al 858. Esto la sitúa después del Papa León IV (847-55) y
antes que Benedicto III, cuyo reinado normalmente lo datan de 855 a 858, pero evidentemente con el fin de no
dar lugar a la Papisa.
El monje benedictino Marianus Scotus (1028-86), pasó los últimos 17 años de su vida en la Abadía de
Mainz. La misma ciudad alemana donde Juana había nacido 250 años antes. Este cronista, en algunos de sus
manuscritos de su Historiographi donde describe eventos hasta el año 1083, tiene una anotación en el año 854
que dice: «El Papa León murió en las Calendas de agosto. Fue reemplazado por Juana, una mujer, que reinó
por dos años, cinco meses, y cuatro días» (Marianus Scotus, Hist. sui temp. ciar.; RGSS I, p.639; citado en The
Femóle Pope, Rosemarie and Darroll Pardoe, 1988, p.14). Posteriormente, en el siglo XII, tenemos dos cronistas
que hacen referencia a la Papisa Juana. Cronológicamente primero está Sigebert de Gemblours, un monje
benedictino nacido en 1030 y muerto en 1112 o 1113. Su historia, la Chronographia, termina en el año 1112, y
contiene la siguiente corta narración bajo el año 854: «Se rumora que este Juan es una mujer, y conocida así
solamente por su familiaris (compañero) que terminó enbarazándola. Dio a luz mientras era Papa, debido a lo
cual ciertas gentes no la cuentan entre los papas...».
El segundo cronista es Gotfrid de Viterbo, secretario de la Corte Imperial. En su obra el Pantheon, de
1185, incluye una nota después del Papa León IV, donde especifica que Juana, el Papa femenino, no es contado.
La historia de Juana consiste, por otro lado, en que ella nació en Ingelheim, cerca de Mainz, Alemania. Y,
debido a que en ese entonces a las mujeres se les negaba la educación, Juana viajó disfrazada con un hábito
de monje benedictino -juntamente con otro monje de la misma orden- desde Fulda (Alemania) hasta Atenas.
Allí rápidamente adquirió tal conocimiento que después, cuando fue a Roma, deleitaba a filósofos, cardenales
y teólogos con su enseñanza (The Chair ofPeter, F. Gontard, 1965, p. 190). Una vez elegida Papa, y estando
ya embarazada por su amante el monje benedictino que la ayudó a salir de su país, se descubrió su verdadero
sexo cuando en el transcurso de una procesión del Coliseo a la iglesia de San Clemente, dio a luz a un
niño en plena calle (Ibid.).
La papisa Juana dando a luz durante la procesión (De Mulieribus Claris, Giovanni Boccaccio, 1539).
La Papisa Juana y su amante siendo
devorados por el diablo (Lectionun
Memorabilivm et Reconditarum
Centenarii, John Wolfius, 1671).
Otra representación del parto de la Papisa (A Present for a
Papist, 1875)
Las referencias más amplias y precisas respecto a la Papa Juana datan del siglo XIII, y fueron registradas
por Martín Polonus. Martín, un sacerdote que pertenecía a la Orden de los frailes Dominicos, era originario
de Troppau en Polonia, y se le conoció frecuentemente como Martín von Troppau. Después, cuando fue a
Roma, obtuvo el nombramiento de capellán papal y penitenciario. Sus deberes en la burocracia de la Iglesia le
dejaban bastante tiempo libre para el estudio, así que se dedicó a un pasatiempo muy popular en la Edad Media,
la compilación de una crónica histórica. Para esto se valió de los Archivos Vaticanos, a los cuales tenía fácil
acceso dada su posición en la curia papal. Su obra, Chronicon Pontiflcum et Imperatum, en donde registra el
caso de la Papa Juana, fue un best-seller de su tiempo y se difundió por todo Europa, alrededor del año 1265. La
obra se consideró de carácter casi oficial, pues reflejaba la autoridad y opiniones de la misma Iglesia.
En la crónica de Martín la primera fuente citada respecto a la Papisa, en orden cronológico, es Anastasio
el Bibliotecario, Un hombre estudioso del siglo IX a quien se le atribuye la autoría del Líber Pontiflcalis, una
colección de biografías papales que empieza desde el Papa Nicolás 1 (858-67). Anastasio participó intensamente
en la intriga política que rodeó al papado en ese entonces, y por ello fue capaz de basar su narración
sólidamente con su propia experiencia y observación. En el Líber Pontificalis de Anastasio, el manuscrito
donde se hace mención de la Papisa está codificado en los Archivos del Vaticano como MS 3762 (ver Elude
sur le Líber Pontificalis, Louis Duchesne, 1886, p.95; una copia del manuscrito en cuestión aparece en Un
pape Nominé Jeanne, H. Perrodo-Le Mayne, 1972).
Por otro lado, para evitar la elección de otra mujer Papa en la «legítima línea de sucesión apostólica» de
los papas romanos, se desarrolló una extraña tradición en el Vaticano que perduró hasta el tiempo del Papa León
X (1513-21). La cual consistía en que los papas, antes de ser coronados, se sentaban en una silla de mármol
rojo para ser examinados a fin de probar su sexo. La silla estaba agujerada pues había sido en realidad un
excusado de los antiguos baños públicos romanos. Y, de la misma manera como solían restaurar todo aquello
que tenía que ver con el gran pasado pagano de Roma, la silla también fue restaurada e introducida en la
ceremonia papal.
A esta silla la denominaron entonces como la Sella stercoraria. Y, durante la ceremonia de inspección,
un diácono metía la mano por debajo de la silla para palpar los genitales y cerciorarse del sexo del fututo Papa,
y después gritaba ¡Habet!, la gente entonces contestaba ¡Deo gratias! (Gontard, op.cit., p.190; The Bad Popes,
E. R. Chamberlain, 1969, p.91). Respecto a la existencia de esta silla existe también el testimonio del inglés
William Brewyn, que en 1470 compiló un fascinante libro guía de las iglesias en Roma. Cuando describe
la capilla de San Salvador en la Basílica de San Juan Laterano, dice: «...en esta capilla existen dos o más
sillas de mármol rojo, con aberturas en ellas, sobre las cuales según he escuchado, se prueba si el Papa es
hombre (A XV th Century Guide-Book to the Principal Churches of Rome, William Brewyn, 1900, p.33).
La misma explicación da Bartolomeo Platina, que fue Prefecto de la Biblioteca Vaticana bajo el Papa
Sixto IV (1471-84). En su obra Vida de los Papas (1479) dice: «Algunos han escrito que debido a esto... cuando
los papas van a ser entronados en la silla de Pedro, son primeramente examinados por el diácono más joven
que esté presente « (La Légende de la Papesse Jeanne, Eugene Müntz, 1900, p.330).
Otros testimonios bastante interesantes respecto a la existencia de la Papisa Juana, y que tuvieron lugar
también durante la Edad Media, consisten en lo siguiente:
Resulta que el Palacio Laterano, lugar donde residen los papas, fue donado por Constantino a la
Iglesia en el siglo IV. Anteriormente había sido un palacio imperial, pero después se convirtió en la principal
residencia del Papa en Roma. La basílica que Constantino construyó a un lado, donde estaban las
barracas de su caballería, se convirtió después en la catedral episcopal del Papa como obispo de Roma. El
Palacio Laterano, no obstante, se encuentra en el lado opuesto de Roma en relación a los focos de actividad
papal que son el Vaticano y la Basílica de San Pedro. Desde entonces, y a través de toda la Edad Media, siempre
había procesiones papales yendo de un extremo al otro. La ruta entre ambos extremos incluía el paso por el
Coliseo y la Basílica de San Clemente, la cual se construyó sobre un Miíhraeum (lugar de sacrificios a Mithra)
del siglo III. Sin embargo, el punto es que estas dos antiguas construcciones están conectadas por la ViaS.
Giovanni en Laterano; y, en la Edad Media, esta ruta directa era evitada por los papas por causa de que allí había
dado a luz y había muerto la Papa Juana cuando se dirigía a la Basílica de San Pedro (Pardoe, op.cit., p.43).
En 1486 John Burchard, obispo de Estrasburgo y Maestro papal de Ceremonias bajo el Papa Inocencio
VIII (1503-13), Alejando VI (1492-1503), Pío III (1503) y Julio U (1503-13), organizó una procesión para
Inocencio VIH que rompió con la tradición de evitar la ruta directa. En su Líber Notarum registra la dura crítica
a la que se hizo acreedor como resultado de su decisión: «En su ida así como en su regreso, él (el Papa) vino por
la ruta del Coliseo, y por aquella calle recta donde la estatua del Papa mujer (imago papissae)
El Papa que fue mujer,
la Papisa Juana
La aseveración que los papas son los sucesores del apóstol Pedro, viene a ser la base o piedra angular
del romanismo católico, y sin el la Iglesia Romana simplemente no podría funcionar: «El Pontífice romano,
como sucesor de Pedro, es la perpetua y visible fuente y fundamento de la unidad de los obispos y de toda la
compañía de los fieles « (Vatican Council II: The Conciliar and Post Conciliar Documents, Costello Publishing,
1988, vol.I, p.376).
No obstante, se necesitaría ser un retrasado mental, o en su defecto estar hechizado -como definitivamente
lo está todo católico romano- para poder creer que pueden ser sucesores del apóstol Pedro tipos que han
sido asesinos, adúlteros, fornicarios, homosexuales, avaros, etc. A continuación presentamos, a manera de
ejemplo, algunas anécdotas de los «santos sucesores» del apóstol Pedro, empezemos con el Papa que fue mujer,
la Papisa Juana.
Distintos cronistas católicos romanos, entre ellos obispos, cardenales, sacerdotes, pero especialmente
monjes, nos hablan de esta mujer que llevó el nombre de Papa Juan VIII. El reinado de la Papisa fue de dos
años, cinco meses, y cuatro días, desde el año 855 al 858. Esto la sitúa después del Papa León IV (847-55) y
antes que Benedicto III, cuyo reinado normalmente lo datan de 855 a 858, pero evidentemente con el fin de no
dar lugar a la Papisa.
El monje benedictino Marianus Scotus (1028-86), pasó los últimos 17 años de su vida en la Abadía de
Mainz. La misma ciudad alemana donde Juana había nacido 250 años antes. Este cronista, en algunos de sus
manuscritos de su Historiographi donde describe eventos hasta el año 1083, tiene una anotación en el año 854
que dice: «El Papa León murió en las Calendas de agosto. Fue reemplazado por Juana, una mujer, que reinó
por dos años, cinco meses, y cuatro días» (Marianus Scotus, Hist. sui temp. ciar.; RGSS I, p.639; citado en The
Femóle Pope, Rosemarie and Darroll Pardoe, 1988, p.14). Posteriormente, en el siglo XII, tenemos dos cronistas
que hacen referencia a la Papisa Juana. Cronológicamente primero está Sigebert de Gemblours, un monje
benedictino nacido en 1030 y muerto en 1112 o 1113. Su historia, la Chronographia, termina en el año 1112, y
contiene la siguiente corta narración bajo el año 854: «Se rumora que este Juan es una mujer, y conocida así
solamente por su familiaris (compañero) que terminó enbarazándola. Dio a luz mientras era Papa, debido a lo
cual ciertas gentes no la cuentan entre los papas...».
El segundo cronista es Gotfrid de Viterbo, secretario de la Corte Imperial. En su obra el Pantheon, de
1185, incluye una nota después del Papa León IV, donde especifica que Juana, el Papa femenino, no es contado.
La historia de Juana consiste, por otro lado, en que ella nació en Ingelheim, cerca de Mainz, Alemania. Y,
debido a que en ese entonces a las mujeres se les negaba la educación, Juana viajó disfrazada con un hábito
de monje benedictino -juntamente con otro monje de la misma orden- desde Fulda (Alemania) hasta Atenas.
Allí rápidamente adquirió tal conocimiento que después, cuando fue a Roma, deleitaba a filósofos, cardenales
y teólogos con su enseñanza (The Chair ofPeter, F. Gontard, 1965, p. 190). Una vez elegida Papa, y estando
ya embarazada por su amante el monje benedictino que la ayudó a salir de su país, se descubrió su verdadero
sexo cuando en el transcurso de una procesión del Coliseo a la iglesia de San Clemente, dio a luz a un
niño en plena calle (Ibid.).
La papisa Juana dando a luz durante la procesión (De Mulieribus Claris, Giovanni Boccaccio, 1539).
La Papisa Juana y su amante siendo
devorados por el diablo (Lectionun
Memorabilivm et Reconditarum
Centenarii, John Wolfius, 1671).
Otra representación del parto de la Papisa (A Present for a
Papist, 1875)
Las referencias más amplias y precisas respecto a la Papa Juana datan del siglo XIII, y fueron registradas
por Martín Polonus. Martín, un sacerdote que pertenecía a la Orden de los frailes Dominicos, era originario
de Troppau en Polonia, y se le conoció frecuentemente como Martín von Troppau. Después, cuando fue a
Roma, obtuvo el nombramiento de capellán papal y penitenciario. Sus deberes en la burocracia de la Iglesia le
dejaban bastante tiempo libre para el estudio, así que se dedicó a un pasatiempo muy popular en la Edad Media,
la compilación de una crónica histórica. Para esto se valió de los Archivos Vaticanos, a los cuales tenía fácil
acceso dada su posición en la curia papal. Su obra, Chronicon Pontiflcum et Imperatum, en donde registra el
caso de la Papa Juana, fue un best-seller de su tiempo y se difundió por todo Europa, alrededor del año 1265. La
obra se consideró de carácter casi oficial, pues reflejaba la autoridad y opiniones de la misma Iglesia.
En la crónica de Martín la primera fuente citada respecto a la Papisa, en orden cronológico, es Anastasio
el Bibliotecario, Un hombre estudioso del siglo IX a quien se le atribuye la autoría del Líber Pontiflcalis, una
colección de biografías papales que empieza desde el Papa Nicolás 1 (858-67). Anastasio participó intensamente
en la intriga política que rodeó al papado en ese entonces, y por ello fue capaz de basar su narración
sólidamente con su propia experiencia y observación. En el Líber Pontificalis de Anastasio, el manuscrito
donde se hace mención de la Papisa está codificado en los Archivos del Vaticano como MS 3762 (ver Elude
sur le Líber Pontificalis, Louis Duchesne, 1886, p.95; una copia del manuscrito en cuestión aparece en Un
pape Nominé Jeanne, H. Perrodo-Le Mayne, 1972).
Por otro lado, para evitar la elección de otra mujer Papa en la «legítima línea de sucesión apostólica» de
los papas romanos, se desarrolló una extraña tradición en el Vaticano que perduró hasta el tiempo del Papa León
X (1513-21). La cual consistía en que los papas, antes de ser coronados, se sentaban en una silla de mármol
rojo para ser examinados a fin de probar su sexo. La silla estaba agujerada pues había sido en realidad un
excusado de los antiguos baños públicos romanos. Y, de la misma manera como solían restaurar todo aquello
que tenía que ver con el gran pasado pagano de Roma, la silla también fue restaurada e introducida en la
ceremonia papal.
A esta silla la denominaron entonces como la Sella stercoraria. Y, durante la ceremonia de inspección,
un diácono metía la mano por debajo de la silla para palpar los genitales y cerciorarse del sexo del fututo Papa,
y después gritaba ¡Habet!, la gente entonces contestaba ¡Deo gratias! (Gontard, op.cit., p.190; The Bad Popes,
E. R. Chamberlain, 1969, p.91). Respecto a la existencia de esta silla existe también el testimonio del inglés
William Brewyn, que en 1470 compiló un fascinante libro guía de las iglesias en Roma. Cuando describe
la capilla de San Salvador en la Basílica de San Juan Laterano, dice: «...en esta capilla existen dos o más
sillas de mármol rojo, con aberturas en ellas, sobre las cuales según he escuchado, se prueba si el Papa es
hombre (A XV th Century Guide-Book to the Principal Churches of Rome, William Brewyn, 1900, p.33).
La misma explicación da Bartolomeo Platina, que fue Prefecto de la Biblioteca Vaticana bajo el Papa
Sixto IV (1471-84). En su obra Vida de los Papas (1479) dice: «Algunos han escrito que debido a esto... cuando
los papas van a ser entronados en la silla de Pedro, son primeramente examinados por el diácono más joven
que esté presente « (La Légende de la Papesse Jeanne, Eugene Müntz, 1900, p.330).
Otros testimonios bastante interesantes respecto a la existencia de la Papisa Juana, y que tuvieron lugar
también durante la Edad Media, consisten en lo siguiente:
Resulta que el Palacio Laterano, lugar donde residen los papas, fue donado por Constantino a la
Iglesia en el siglo IV. Anteriormente había sido un palacio imperial, pero después se convirtió en la principal
residencia del Papa en Roma. La basílica que Constantino construyó a un lado, donde estaban las
barracas de su caballería, se convirtió después en la catedral episcopal del Papa como obispo de Roma. El
Palacio Laterano, no obstante, se encuentra en el lado opuesto de Roma en relación a los focos de actividad
papal que son el Vaticano y la Basílica de San Pedro. Desde entonces, y a través de toda la Edad Media, siempre
había procesiones papales yendo de un extremo al otro. La ruta entre ambos extremos incluía el paso por el
Coliseo y la Basílica de San Clemente, la cual se construyó sobre un Miíhraeum (lugar de sacrificios a Mithra)
del siglo III. Sin embargo, el punto es que estas dos antiguas construcciones están conectadas por la ViaS.
Giovanni en Laterano; y, en la Edad Media, esta ruta directa era evitada por los papas por causa de que allí había
dado a luz y había muerto la Papa Juana cuando se dirigía a la Basílica de San Pedro (Pardoe, op.cit., p.43).
En 1486 John Burchard, obispo de Estrasburgo y Maestro papal de Ceremonias bajo el Papa Inocencio
VIII (1503-13), Alejando VI (1492-1503), Pío III (1503) y Julio U (1503-13), organizó una procesión para
Inocencio VIH que rompió con la tradición de evitar la ruta directa. En su Líber Notarum registra la dura crítica
a la que se hizo acreedor como resultado de su decisión: «En su ida así como en su regreso, él (el Papa) vino por
la ruta del Coliseo, y por aquella calle recta donde la estatua del Papa mujer (imago papissae)