La fe y la espada en el islam


La fe y la espada en el islam
La Gaceta de los Negocios
Alejandro Muñoz-Alonso
28-09-2006

El “Día de la ira” que, convocado por los mullas musulmanes, se celebró el pasado viernes, ha sido más pacífico de lo que se temía y, además, ha sido contrapesado por las llamadas a la calma de los dirigentes más moderados. Pero, la ya famosa cita del emperador bizantino Paleólogo, introducida por Benedicto XVI, sin hacerla suya, en su discurso de Ratisbona, constataba, simplemente, un incuestionable hecho histórico.

Apenas 60 años después de la Hégira de Mahoma (en el 622), el islam se había impuesto, “por la espada”, como decía el Paleólogo, desde Asia central al norte de África y sólo unos años más tarde la traición de los visigodos don Julián y don Opas (tienen herederos) les abría la puerta de España, cuya conquista, “por la espada”, comienza en la batalla de Guadalete (711).

A esta violencia expansiva y hacia fuera tenemos que añadir la violencia interna, dentro del propio islam. Tres de los cuatro primeros califas murieron asesinados. Estas luchas intestinas culminan con el asesinato de Ali en el año 661, que fue el cuarto califa, tras la cual sus partidarios crean “la secta de Ali” (chi’at Ali), es decir el chiísmo, cuyo radical enfrentamiento con el sector mayoritario sunnita ha llegado hasta nuestra época.

Como ha mostrado el gran islamista Bernard Lewis, es en el seno del islam donde, a finales del siglo X, se “inventa” el terrorismo, cuando el ismailita Hasan-i Sabah funda la secta de los “asesinos”, como un método para enfrentarse con éxito, y con sacrificio de la propia vida, a enemigos muy superiores. Exactamente la misma estrategia que el fundamentalismo actual.

Los “asesinos” lograron matar a Conrado de Monferrato, rey cruzado de Jerusalén, y atentaron varias veces, pero sin ningún éxito, contra Saladino, porque el integrismo islámico lucha tanto contra los “infieles” como contra aquellos quienes se desvían de su estrecha interpretación de las enseñanzas del Profeta. Cualquier musulmán que se haga acreedor a la etiqueta de “apóstata” se gana automáticamente la condena a muerte. Algunos intelectuales musulmanes que son moderados han intentado superar este legado de violencia pero, en la mayor parte de los casos, han tenido que elegir entre la muerte o el exilio, exterior o interior, es decir el silencio. Ahí está el caso del recientemente fallecido Premio Nobel egipcio, Naguib Mahfuz.

Es triste comprobar cómo en la mayor parte del mundo musulmán, incluidos aquellos países que luchan sinceramente contra el terrorismo, el personaje más popular en estos momentos es Osama bin Laden, seguido actualmente muy de cerca, en una buena parte de ese mundo, por Hassan Nasralá, el líder de Hezbolá. A una gran mayoría de musulmanes les pareció muy natural la fatwa de Jomeini que condenó a muerte a Salman Rushdie por sus Versos satánicos, aunque todos aquellos quienes aplaudían tan bárbara resolución ni se habían molestado un momento en leer la novela del escritor angloindio.

Exactamente igual que ha sucedido con el discurso de Benedicto XVI, que era una inteligente apelación a la razón, como instrumento indispensable para cualquier diálogo religioso. Algo totalmente ajeno a la mentalidad islámica clásica que, por la presunta transcendencia de su fe, no acepta las categorías de la razón, ni de la conciencia personal, ni de la tolerancia con el discrepante.

Como sucedió hace pocos meses con la polémica sobre las caricaturas de Mahoma, tan sorprendente es la intolerante reacción islámica —incapaz de entender el valor de la libertad de expresión y de los mecanismos existentes en nuestro mundo, en los casos en que se estime que se ha hecho un uso injurioso de la misma— como la cobarde reacción de la “progresía” occidental. En una pirueta ideológica que refleja netamente su propia decadencia y la neurótica búsqueda de una nueva identidad, la desorientada izquierda europea ha unido su feroz ateísmo anticristiano con una buenista apología del islam, que raya en lo ridículo.

Cualquier ataque al cristianismo es aplaudido como una muestra de modernidad, pero la expresión de cualquier reserva frente al islam se hace merecedora de todos los reproches que podamos imaginar. Por supuesto, no tratan de defender el islam en cuanto tal, sino de utilizarlo como ariete contra cuanto significa el cristianismo en esta civilización que, les guste o no, es su principio y fundamento, por secularizada que haya llegado hasta nosotros.

A esa distorsionada visión —que se basa en el buenismo, la ignorancia, la improvisación y el todo vale contra lo que significa la derecha, el auténtico centrismo y el sentido común— responde esa máxima mamarrachada de la Alianza de las Civilizaciones, que empezó como una estúpida ocurrencia y que ahora se quiere transformar en el instrumento contra el “imperialismo” americano y, por extensión, occidental.

Todo en nombre de la paz, sinónimo para ellos de rendición: frente al terrorismo etarra pero también frente al terrorismo islámico. ¿Qué se puede esperar de unas gentes que empezaron queriendo cambiar a posteriori el resultado de la Guerra Civil, convirtiendo a los vencidos en vencedores y viceversa y que ahora quieren darle la vuelta a la Reconquista, convirtiendo a toda España en Al-Andalus, bajo el mando de los moros? (Por cierto, ignorantes, ¡que “moro” no es un insulto sino es un gentilicio procedente de Mauritania, nombre clásico de todo el norte de África!). Pero, ¿qué se puede esperar de esta Europa cobarde y decadente, incapaz de aceptar en el preámbulo de su fracasada Constitución la referencia a su herencia cristiana? ¡Menudo porvenir nos espera!

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Re: La fe y la espada en el islam

Interesante reseña.

Asi que después de todo el terrorismo si es...

Saludos