La fuerza de la Razón (I y II), por Oriana Fallaci

Bart

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24 Enero 2001
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La fuerza de la Razón (I)

Contra los pacifistas y contra el derecho de voto de los inmigrantes.

El lunes pasado salió a la venta en Italia el nuevo libro de Oriana Fallaci, La fuerza de la Razón, editado por Rizzoli Internacional.EL MUNDO ofrece en exclusiva algunos extractos de la obra sobre diversos temas: el pacifismo, el voto del extranjero, Nasiriya, el cristianismo, así como el inicio del epílogo, en el que Fallaci se divierte imaginando su próximo auto sacramental. También publicamos un extracto del prólogo en el que la conocida periodista italiana, nacida en Florencia en 1930 y residente en Nueva York, se identifica con Mastro Cecco, el escritor florentino que, por culpa de su libro La esfera armilar, fue encarcelado y torturado hace siete siglos por el inquisidor Fray Accursio y quemado vivo por hereje reincidente e irreductible.

Han pasado más de dos años desde el día en que, como una Casandra que al viento habla, publiqué La rabia y el orgullo. Aquel grito de dolor que los Fray Accursio definieron como impío, profano, indecente, abyecto, contrario a la fe ortodoxa, sugerido por el diablo e infectado por la más perniciosa herejía. Un j'accuse que me engulló como La esfera armilar había engullido a Mastro Cecco. (Culpable, también él, de haber dicho que la Tierra es redonda. Es decir, de haber escrito la verdad que la ignorancia y la estupidez y la irracionalidad nunca quieren escuchar). Los esbirros del Santo Oficio no me han infligido a mí el tipo de sevicias con las que le torturaron a él en 1327 y 1328. Y aunque estuve expuesta en la plaza de Santa Cruz a público escarnio, Messer Jacopo de Brescia (1) no me entregó a las llamas (al menos por ahora) junto a mi maléfico libro y a mis otros culpables escritos. Ya se sabe que la Inquisición se ha vuelto más sutil.


Hoy, declara estar contra la pena de muerte, a las torturas del cuerpo prefiere las del alma y, en vez de tenazas, cuerdas o cadenas, utiliza artilugios incruentos. Los periódicos, la radio, la televisión y las editoriales. En vez de las cárceles gestionadas por el Santo Oficio, los estadios, las plazas y las manifestaciones que, aprovechándose de la libertad, matan la Libertad. En vez de las sotanas con el capirote, los chador y los uniformes arcoiris que se definen pacifistas, a pesar de los trajes grises y de las corbatas de titiriteros que esconden. Diputados, senadores, escritores, sindicalistas, periodistas, banqueros, académicos y prelados. Miembros, en definitiva, del Santo Oficio, los Fray Accursio al servicio del Poder aliado con un anti Poder que es el auténtico Poder... En otras palabras, la Inquisición cambió de cara. Pero su esencia permanece inalterada. Y si escribes que la Tierra es redonda, te conviertes de inmediato en un fugitivo de la Justicia. Un Barrabás, un Mastro Cecco.

Pero la rabia que me consumía hace más de dos años no se ha aplacado.Más aún, ha aumentado, se ha quintuplicado. Y el orgullo que hace más de dos años me hacía levantar la cabeza no se ha debilitado.Al contrario, también ha crecido en mi interior. Y cuando un Fray Accursio cualquiera me pregunta si en lo que entonces escribí hay algo de lo que me arrepienta, algo de lo que me gustaría abjurar, le respondo: «Al contrario. Sólo me arrepiento de haber dicho menos de lo que habría debido decir y de haber llamado sólo ciegos a los que hoy llamo colaboracionistas. Es decir, traidores». Añado, además, que la rabia y el orgullo se casaron y han dado a luz un hijo robusto: la indignación. Y la indignación ha aumentado la reflexión y ha alimentado la Razón. La Razón ha incendiado la verdad que los sentimientos no habían incendiado y que hoy puedo expresar abierta y claramente. Preguntándome, por ejemplo: ¿Qué tipo de democracia es la que favorece la teocracia, restablece la herejía, amén de torturar y quemar vivos a sus hijos? ¿Qué tipo de democracia es aquella en la que la minoría cuenta más que la mayoría y, en contra de la mayoría, manda y chantajea? Esa es una no-democracia. Un embrollo, una mentira. Te lo digo yo.

¿Y qué tipo de libertad es la que impide pensar, hablar, ir contracorriente, rebelarse y oponerse a quienes nos invaden y nos amordazan? ¿Qué tipo de libertad es la que hace vivir a los ciudadanos con el temor de ser tratados o incluso procesados y condenados como delincuentes? ¿Qué tipo de libertad que, además de las razones, quiere censurar los sentimientos y, por lo tanto, establecer lo que debo amar, lo que debo odiar y, por consiguiente, si odio a los americanos y a los israelíes voy al Paraíso y si no amo a los musulmanes, voy al Infierno? Una no-libertad. Te lo digo yo. Una burla, una farsa. Con indignación y en nombre de la Razón retomo, pues, el discurso que hace más de dos años cerré diciendo basta-stop-basta. Con indignación y en nombre de la Razón imito a Mastro Cecco, reincido y publico esta segunda esfera armilar.Mientras arde Troya. Mientras Europa se convierte cada vez más en una provincia del islam, en una colonia del islam. E Italia en la vanguardia de esa provincia, en una avanzadilla de esa colonia.

LOS PACIFISTAS

Señores pacifistas (es un decir), ¿en qué piensan ustedes cuando hablan de paz? ¿En un mundo utópico donde todos se quieren como decía Jesús que, sin embargo, no era tan pacifista? («No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra: no he venido a sembrar paz, sino espadas; porque he venido a enemistar al hijo con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra». Mateo, 10, 34-35). ¿En qué piensan ustedes cuando hablan de guerra? ¿Sólo en la guerra hecha con tanques, cañones, helicópteros y bombarderos o también en la guerra hecha con los explosivos de los kamikazes capaces de matar a 3.500 personas a la vez? Se lo pregunto, ante todo, a los curas y a los obispos de la Iglesia católica. Una Iglesia que sobre este asunto es la primera en utilizar dos pesos y dos medidas. Una Iglesia que, amén de las hogueras de los herejes, nos ha enfangado con sus guerras durante siglos. Una Iglesia que ha tenido a mansalva papas guerreros como Mahoma, es decir papas expertos en el arte de matar. Una Iglesia que, con sus lágrimas de cocodrilo, con sus encíclicas Pacem in terris, pretende ahora rehacerse una virginidad que ni los cirujanos plásticos de Hollywood podrían devolverle.

Se lo pregunto sobre todo a los hipócritas que nunca ondean las banderas del arco iris para condenar al que hace la guerra con los explosivos de los kamikazes o con las bombas con mando a distancia de los terroristas que no están dispuestos a morir.Se lo pregunto a los charlatanes que, de buena o mala fe, arrojan la culpa de la guerra sobre los americanos y nada más o sobre los israelíes y nada más. A esos que, sin saberlo (son ignorantes puros y duros) plagian la insensatez de Kant. En 1795, Emmanuel Kant publicó un demagógico ensayo titulado Proyecto para la paz perpetua. Demagógico porque, sin respeto alguno hacia la Historia del Hombre y hacia los hechos que estaba viviendo, sostenía que las que desencadenaban las guerras eran las monarquías y nada más. Por lo tanto, sólo las repúblicas podían traer la paz. Y precisamente en 1795, la Francia republicana, la Francia de la Revolución Francesa, la Francia que había guillotinado a Luis XVI y a María Antonieta y, por lo tanto, había abolido la monarquía, le estaba haciendo a las monarquías de Austria y de Prusia una guerra que, tres años antes, ella misma les había declarado.Estaba haciendo la guerra en la Vandée, es decir la fratricida venganza que la Revolución había desencadenado contra los católicos y los monárquicos (la mayoría, campesinos o leñadores) de la Vandée. Y, en París, el hombre que en nombre de la Libertad-Igualdad-Fraternidad había llevado la guerra a todos los países de Europa, a Egipto y a Rusia, es decir, el entonces super-republicano Napoleón Bonaparte, debutaba para el Directorio en el puesto de general, es decir, reprimía la insurrección monárquica. Y desde entonces, los oportunistas explotan el pacifismo de sentido único de Kant y, mientras tanto, recurren a la guerra con una caradura total. Incluso abanderan el Sol del Futuro.

Porque queridos míos, una revolución es una guerra. Una guerra civil es algo todavía más cruel que una guerra normal y, en la Historia del Hombre, todas las revoluciones fueron guerras civiles.Tanto en la Historia Antigua como en la más reciente. Véase la que llamamos Revolución Rusa o la que llamamos Revolución China.Véase la Guerra Civil española. Véase la guerra del Vietnam que fue una guerra civil en todos los sentidos y el que no lo admita es un deshonesto o un cretino. O la guerra de Camboya que fue exactamente lo mismo. Piénsese en las carnicerías con las que los países africanos se autodestruyen desde el final del colonialismo.Piénsese, por último, en la guerra civil (moralmente es una guerra civil) que los siervos del islam han prometido y están haciendo actualmente contra Occidente...

Platón dice que la guerra existe y existirá siempre, porque nace de las pasiones humanas. Que de ella no nos podemos librar, porque está inscrita en la naturaleza humana, es decir, en nuestra tendencia a la cólera y a la prepotencia, en nuestra ansia de afirmarnos y de ejercer predominio o, incluso, supremacía. Y sin duda acierta en su teoría. Pensándolo bien, todos nuestros gestos son actos de guerra. Todas nuestras acciones cotidianas son una forma de guerra que hacemos contra alguien o contra algo. La competitividad en todos sus aspectos es una forma de guerra. Las competiciones deportivas son una forma de guerra. Y determinados deportes son una guerra. Incluso el fútbol, que nunca me ha gustado porque me desagrada profundamente ver a 22 jugadores dedicados a robarse el balón y, para hacerlo, entregados a propinarse codazos, patadas, rodillazos y a hacerse daño. Sin hablar del boxeo o de la lucha libre, que todavía son peores. Me horroriza el espectáculo de dos hombres que se golpean, se destrozan la nariz y la boca a puñetazos, se retuercen piernas y brazos y se tuercen el cuello.

Sin embargo, Platón se equivoca al decir que la guerra nace de las pasiones humanas, que la guerra la hacen los hombres y nada más. Una leona que persigue a una gacela, la atrapa por la garganta y la asfixia, está haciendo un acto de guerra. Un pájaro que se lanza en picado sobre un gusano, lo coge con el pico y lo devora vivo, está haciendo un acto de guerra. Un pez que se come a otro pez, un insecto que se come a otro insecto está haciendo un acto de guerra. Y lo mismo hace una ortiga que invade un campo de trigo. O una enredadera que envuelve un árbol y lo asfixia.La guerra no es una maldición inscrita en nuestra naturaleza.Es una adicción inscrita en la Vida. No nos podemos sustraer a la guerra, porque la guerra forma parte de la Vida. Convengo en que esto es monstruoso. Tan monstruoso que mi ateísmo deriva principalmente de esto. De mi negativa a aceptar la idea de un Dios que creó un mundo donde la Vida mata a la Vida y come Vida.Un mundo en el que para sobrevivir hay que matar y comer a otros seres vivos, ya sean pollos, almejas o manzanas. Si tal exigencia la hubiese concebido realmente un Dios creador, se trataría de un Dios bien ruin. Pero ni siquiera creo en el masoquismo de poner la otra mejilla. Y si una ortiga me invade, si una hiedra me sofoca, si un insecto me envenena, si un león me intenta devorar, si un ser humano me ataca, lucho contra él. Acepto la guerra, hago la guerra. La hago con las armas que tengo, que llevo siempre conmigo y que utilizo sin reservas y sin timidez alguna. El arma incruenta del pensamiento expresado por medio de la palabra escrita, por medio de las ideas y de los principios que nos distinguen de los animales y de los vegetales.

Y si eso no es suficiente, estoy dispuesta a hacer algo más.Como hacía de joven, cuando la ortiga invadía mi país, cuando la hiedra lo sofocaba. Y ningún juglar que me grita ahora en las plazas, ningún lansquenete (2) que pisotea mi foto en la tele, ninguna orca cruel que me golpea con el yelmo en la cabeza y se ríe de mi enfermedad conseguirá nunca impedírmelo. Ninguna manifestación de bribones que caminan con carteles en los que han escrito Oriana, puta o Fallaci, belicista conseguirá jamás intimidarme y hacerme callar. Ningún hijo de Alá que invita a castigar-a-la-perra-infiel conseguirá jamás amedrentarme o cansarme.Jamás. Aunque esté en el atardecer de mi vida y ya no tenga la energía física de la juventud. Porque es un atardecer que espero vivir y beber hasta la última gota.

EL VOTO DE LOS EXTRANJEROS

El trauma más violento lo tuve al analizar la experiencia del voto y al leer el proyecto de acuerdo que las comunidades islámicas reclaman para imponernos sus normas: matrimonio islámico, vestido islámico, comida islámica, sepultura islámica, festividades islámicas y escuelas islámicas. Amén de una hora de Corán en las escuelas estatales. Reclaman dicho acuerdo, basándose en el artículo 19 de nuestra Constitución. El artículo que afirma que «todos tienen el derecho de profesar su propio credo religioso». Lo reclaman fingiendo remitirse a los acuerdos que, en los últimos 15 años, Italia ha suscrito con la comunidad hebrea, budista, valdesa y evangélica. «Fingiendo», porque detrás de las demás comunidades no hay una religión que se identifica a sí misma con la Ley y con el Estado. Una religión que, colocando a Alá en el puesto de la Ley y en el lugar del Estado, gobierna en todos los sentidos la vida de sus fieles y, por lo tanto, altera o molesta la vida de los demás. Una religión que en la separación entre Iglesia y Estado ve una blasfemia y que en su vocabulario ni siquiera existe el vocablo libertad. Para decir libertad utiliza la palabra Emancipación, Hurriyya. Palabra que deriva del adjetivo hurr, esclavo emancipado y que fue utilizado por vez primera en 1774 para firmar un pacto rusoturco de naturaleza comercial.

Por eso, al que quiera escucharme, le digo: ¿Vamos a claudicar, después de todo lo que hemos luchado por romper el yugo de la Iglesia católica, es decir, de un credo que era nuestro credo y que, todavía hoy, es el credo de la inmensa mayoría de los ciudadanos? Un credo que, a pesar de sus errores y de sus horrores, impregna nuestras raíces y pertenece a nuestra cultura. Un credo que, a pesar de sus papas y de sus hogueras, transmitió la enseñanza de un hombre enamorado del amor y de la libertad, un hombre que decía: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Tras haber roto ese yugo, ¿vamos a resignarnos al yugo de un credo que no es el nuestro, que no pertenece a nuestra cultura, que en vez de amor siembra odio y en vez de libertad, esclavitud y que en Dios y en el César ve la misma cosa? Digo más. ¿Para quién ha sido redactada nuestra Constitución? ¿Para los italianos o para los extranjeros? ¿Qué quiere decir el «todos» del artículo 19? ¿Todos los italianos y nada más o todos los italianos y todos los extranjeros, o todos los extranjeros? Porque, si se entiende todos los italianos y nada más, no me preocupa demasiado. Según las estadísticas oficiales, de los 58 millones de italianos, apenas 10.000 son musulmanes. Si, en cambio, en ese «todos» se entiende todos los italianos y todos los extranjeros, nos estaríamos refiriendo al millón y medio o a los dos millones de extranjeros musulmanes que hoy afligen Italia. Nos estaríamos refiriendo a los que tienen permiso de trabajo y a los irregulares, que deberían ser expulsados. En este caso, me preocupo profundamente.Más aún, me indigno e, indignada pregunto para qué sirve ser ciudadano y tener los derechos del ciudadano. Pregunto dónde cesan los derechos de los ciudadanos y donde comienzan los derechos de los extranjeros. Pregunto si los extranjeros tienen derecho a proclamar derechos que niegan los derechos de los ciudadanos, que ridiculizan las leyes de los ciudadanos, que ofenden las conquistas civiles de los ciudadanos. Pregunto, en definitiva, si los extranjeros cuentan más que los ciudadanos. Si son una especie de superciudadanos. Nuestros amos y señores.

Por lo que al voto se refiere... mucho ojo, señores, y deshagamos entuertos. El artículo 48 de la Constitución italiana establece de modo inequívoco que el derecho al voto corresponde a los ciudadanos y nada más. «Son electores todos los ciudadanos, hombres y mujeres, que han alcanzado la mayoría de edad», dice. Antes de que Europa se convirtiese en una provincia del islam, nunca se había visto, de hecho, un país en el que los extranjeros fuesen a las urnas para elegir a los representantes de quienes les reciben. Yo no voto en Norteamérica. Ni siquiera para elegir al alcalde de Nueva York, a pesar de residir en Nueva York. Y me parece justo. ¿Por qué iba a votar en un país del que no soy ciudadana? Tampoco voto en Francia, en Inglaterra, en Irlanda, en Bélgica, en Holanda, en Dinamarca, en Suecia, en Alemania, en España, en Portugal, en Grecia, etc., a pesar de que en mi pasaporte está escrito «Unión Europea». Y por los mismos motivos me parece justo. Pero en uno de sus artículos el Tratado de Maastricht «contempla» el presunto derecho de los inmigrantes a votar y a ser votados en las elecciones municipales. Y la resolución aprobada el 15 de enero de 2003 por el Parlamento Europeo «asume» la idea, recomienda a los estados miembros extender el derecho de voto a los extracomunitarios que lleven al menos cinco años en uno de sus países. Derecho o presunto derecho que la demagogia unida al cinismo ya ha concedido en Irlanda, en Inglaterra, en Holanda, en España, en Dinamarca, en Noruega, y que, en Italia, una ley aprobada en 1998 por el gobierno de centroizquierda concedió para los referendos consultivos.Derecho o presunto derecho que el presidente de la Toscana y el presidente de Friuli-Venecia Giulia, por ejemplo, quieren extender «al menos» a las elecciones municipales. Derecho o presunto derecho que alguno querría conceder incluso a los irregulares, es decir, a los clandestinos (¿Y por qué no a los turistas de paso?). El Partido Comunista Italiano piensa también en luchar por el derecho a votar y ser votado incluso en las elecciones generales, al tiempo que postula reducir a tres años el periodo de 10 actualmente en vigor para conseguir la nacionalidad...

NASIRIYA

No puedo olvidar las palabras que parecen salidas del cerebro de Sigrid Hunke (3). No puedo, ni debo, porque el 12 de noviembre de 2003, en Nasiriya, los caballeros del Sol-de-Alá-que-brilla-sobre-Occidente masacraron a 19 italianos que en Irak estaban haciendo una labor de ángeles de la guarda. Dar comida y agua y medicinas, proteger los sitios arqueológicos, recuperar los tesoros robados de los museos, requisar lar armas y, en definitiva, poner un poco de orden público. Los masacraron como tres días antes masacraron a 17 saudíes en Riad. Y el 19 de agosto, 24 funcionarios de la ONU en Bagdad. El 16 de mayo masacraron 45 civiles en Casablanca y el 12 de mayo a otros 34, de nuevo en Riad. El 12 de octubre de 2002 ya habían masacrado a 200 turistas en Bali y el 11 de abril de ese mismo año, a 21 en Yerba. El 11 de Septiembre de 2001 habían masacrado a 3.500 en Nueva York, en Washington y en el avión caído en Pensilvania. El 7 de agosto de 1998 habían masacrado a 259 en Nairobi y Dar es Salam. Y el 18 de julio de 1994, a 95 (casi todos judíos) en Buenos Aires. Y el 3 de octubre de 1993 a 18 marines en misión de paz en Mogadiscio. Sigue en la página 24

(Y después se divirtieron con ellos mutilando sus cuerpos).El 17 de marzo de 1992, otros 29 en Buenos Aires. El 19 de septiembre de 1989, los 171 pasajeros del avión francés siniestrado en el desierto de Níger. El 21 de diciembre de 1988, los 270 pasajeros del avión de Pan American que explotó sobre la ciudad escocesa de Lockerbie. Y el 23 de octubre de 1983, los 241 militares americanos y los 58 militares franceses (siempre en misión de paz) de Beirut.Sin contar los israelíes que, desde hace medio siglo, masacran con monótona cotidianidad. Sólo desde la Segunda Intifada, es decir desde finales del mes de septiembre de 2000 hasta hoy, 1.000 israelíes. Así pues, haciendo la suma y excluyendo las víctimas de los años setenta, se llega a más de 6.000 muertos en poco más de 20 años. ¡6.000! Muertos para la mayor gloria del Corán. Obedeciendo a sus versículos. Por ejemplo, aquel versículo que dice: «La recompensa de los que corrompen la Tierra, se oponen a Alá y a su Profeta será ser masacrados o crucificados o amputados de manos y pies, es decir, quedar desterrados de este mundo».Y, sin embargo, aquellos para los que el 1492 fue una desgracia, y el descubrimiento de América y la expulsión de los moros dos errores de los cuales la Humanidad todavía no se ha recuperado, no lo quieren admitir. El telediario de la RAI de la tarde del 12 de noviembre es cierto que comenzó con el presidente del Gobierno que ejercía su obvio deber de condenar el terrorismo. Es verdad que continuó con la misma dinámica. Nos regaló incluso la imagen de un Parlamento que, para expresar su dolor, no se abandonaba a sus habituales disputas. Pero concluyó con el honorable secretario de los comunistas italianos (ministro de Justicia durante el gobierno de centro-izquierda) que, en la plaza Montecitorio, entre un flamear de banderas arcoiris, preguntaba: «¿Quién les envió a la muerte?» Un ex ministro que, en vez de condenar a los asesinos, condenaba al Gobierno. Los italianos se fueron a la cama con la frase de «¿quién les envió a la muerte?» dando vueltas en su cabeza. Una frase que disculpaba a los auténticos culpables. Y al día siguiente, más de lo mismo. Porque, al día siguiente, ese mismo ex ministro de Justicia repitió claramente que la responsabilidad de los 19 muertos era del Gobierno y que éste tenía que dimitir. Peor aún. Dejando entrever que el derrocamiento de Sadam Husein era otra desgracia para la Humanidad y que los asesinos de Nasiriya eran auténticos combatientes de la resistencia, el presidente del mismo partido afirmó: «Italia se ha unido a una guerra imperial y colonial». Más aún. Utilizando el lenguaje de los médicos en la cabecera de Pinocho (si no está muerto, está vivo y, si no está vivo, está muerto), incluso la izquierda (que, absteniéndose en la votación, no se había opuesto al envío de tropas a Irak), pidió su retirada. Y entre sus diputados, el término resistencia comenzó a difundirse.

Por lo que a los llamados exponentes de la Comunidad Islámica se refiere, ni uno de ellos expresó la más mínima palabra de censura o, al menos, de dolor. Ni uno sólo pronunció la palabra «terrorismo». Ni uno. Todos presentaron la matanza como el fruto de una legítima «resistencia popular». Y el presidente de la UCOII (Unión de las Comunidades y de las Organizaciones Islámicas de Italia) dijo que los 19 italianos caídos en Nasiriya estaban allí «en contra de los valores fundamentales de la República».El imam de la mezquita de la plaza del Mercado de Nápoles dijo que Occidente estaba provocando más víctimas de las que hubo en ambas guerras mundiales y que, por consiguiente, la nación musulmana tenía que defenderse. «Si Occidente no cambia de ruta, será golpeado por los hermanos que están bajo la bandera de los honorables personajes de los que tanto se habla». (Donde dice honorables personajes, léase Bin Laden). El imam de la mezquita de Fermio, en la provincia de Ascoli Piceno, afirmó que «los ataques contra los invasores anglo-americanos-italianos en Irak y en Afganistán son producto de la yihad defensiva y respetan los dictámenes coránicos». El imam de la mezquita anexa al centro cultural islámico de Bolonia señaló que «los kamikazes que saltaron ayer por los aires en Nasiriya murieron por una causa justa, por lo tanto el Profeta les habrá recompensado y Alá les habrá llenado de gloria».

Todo esto mientras en Bari los pseudorevolucionarios padres combonianos sentenciaban que impartir la comunión a los militares en Irak no estaba bien. «Si le negamos la hostia consagrada al que se divorcia y al que practica el aborto, ¿cómo podemos darle este sacramento a los que abrazan un arma y están dispuestos a matar?».Y el 16 de noviembre, en la catedral de Caserta, durante la misa dominical de la tarde, el nada eximio obispo Raffaele Nogaro (4) pronunció una homilía durante la cual dijo que no estaba bien bendecir los ataúdes de los militares masacrados en Nasiriya.Que bendiciendo esos ataúdes se legitimaba el uso de las armas.Que era penoso asistir a las celebraciones a las que Italia se estaba abandonando en su honor. Celebraciones para los que habían llevado la guerra a Irak.

Traducción: José Manuel Vidal

NOTAS

(1) Messer Jacopo de Brescia: El verdugo que prendió fuego a la hoguera de Mastro Cecco, el escritor florentino, autor de La esfera armilar, encarcelado y torturado hace siete siglos por el inquisidor Fray Accursio. Messer era la forma antigua de decir «señor». En su última obra Oriana Fallaci se identifica con Mastro Cecco.

(2) lansquenete: así se conocían a los soldados de Infantería que recorrían la Europa occidental en los siglos XVI y XVII y actuaban generalmente como mercenarios.

(3) Singrid Hunke: escritora proislamista y partidaria del diálogo con la cultura árabe. Autora de El sol de Alá brilla sobre Occidente.

(4) Raffaele Nogaro: obispo de Caserta desde octubre de 1990.




La fuerza de la Razón (y II)

La iglesia católica no defiende a Cristo frente al islam

«Antes de invadir nuestro territorio y destruir nuestra cultura y anular nuestra identidad, el islam trata de acabar» con el cristianismo, asegura la periodista italiana Oriana Fallaci en La fuerza de la razón, su último libro. La obra, editada por Rizzoli Internacional, salió a la venta el lunes pasado en Italia.EL MUNDO ofrece en exclusiva la segunda entrega con extractos de una propuesta intelectual en la que Fallaci alude al peso de la tradición cristiana en Europa y se queja del «insuperable círculo que los italianos han trazado en torno al Pensamiento.La insuperable barrera en el seno de la cual sólo se puede callar o unirse al coro de las condenas y las mentiras que expresan reverencia por el enemigo y falta de respeto por la lucha contra él».

Soy una atea cristiana. No creo en eso que denominamos con el término Dios. Ya lo escribía en mi primera Esfera Armilar. Desde el día en que recuerdo no creer (cosa que sucede bastante pronto, es decir cuando, de niña comienzo a preguntarme sobre el atroz dilema: Dios existe o no existe), pienso que Dios ha sido creado por los hombres y no viceversa. Creo que los hombres lo han inventado por soledad, impotencia y desesperación. Es decir, para dar una respuesta al misterio de la existencia, para atenuar las irresolubles preguntas que la vida nos arroja a la cara... ¿Quién somos, de dónde venimos, a dónde vamos? Qué había antes de nosotros y de estos mundos, miles de millones de mundos, que con tanta precisión giran en el universo. Qué vendrá después... Creo que lo hemos inventado incluso por debilidad, es decir por miedo a vivir y a morir. Vivir es muy difícil. Morir es siempre un trauma. Y el concepto de Dios que ayuda a afrontar esos dos momentos puede proporcionar un alivio infinito. Es algo que entiendo perfectamente.De hecho, envidio al que cree. A veces, me siento incluso celosa de los creyentes. Nunca, sin embargo, hasta el punto de madurar la sospecha y, por lo tanto, la esperanza de que Dios exista.Un Dios que con todos los miles de millones de mundos que hay tenga el tiempo para localizarme y ocuparse de mí. Ergo, me las apaño sola. Y por si eso no fuese suficiente, soporto mal a las iglesias. Sus dogmas, sus liturgias, su presunta autoridad espiritual, su poder. Y no comulgo con los curas. Incluso cuando se trata de personas inteligentes e inocentes, no consigo olvidar que están al servicio de ese poder y hay siempre un momento en el que aflora mi innato anticlericalismo. Un momento en el que sonrío al fantasma de mi abuelo materno que era un anarquista y cantaba: «Con las tripas de los curas colgaremos al rey».

Y sin embargo, repito que soy cristiana. Lo soy aunque rechazo varios preceptos del cristianismo. Por ejemplo, el precepto de poner la otra mejilla, de perdonar (un error que incentiva la estupidez y que ya no cometo). Y soy cristiana porque me gusta el discurso que está en la base del cristianismo. Me convence.Me seduce hasta tal punto de que no le encuentro contraste alguno con mi ateísmo y con mi laicismo. Hablo, obviamente, del discurso de Jesús de Nazaret, no de aquel elaborado o traicionado por la Iglesia católica e incluso por las iglesias protestantes.Un discurso que, superando la metafísica, se concentra sobre el Hombre. Que reconociendo el libre albedrío, es decir reivindicando la conciencia del Hombre, nos hace responsables de nuestras acciones y señores de nuestro destino. En ese discurso, veo un himno a la Razón, al raciocinio. Y porque donde hay raciocinio hay posibilidad de optar y donde hay posibilidad de optar hay libertad, veo en él un himno a la Libertad. Al mismo tiempo, veo en él la superación del Dios inventado por los hombres por soledad, impotencia, desesperación, debilidad y miedo a vivir y a morir. Veo en él la ocultación del Dios abstracto, omnipotente y despiadado de casi todas las religiones. Zeus que reduce a cenizas con sus rayos, Jehová que se venga con sus amenazas y sus venganzas o Alá que sojuzga con su crueldad y sus estupideces. Y en vez de esos tiranos invisibles e intangibles, una idea que nadie había tenido o, en cualquier caso, nadie había divulgado. La idea del Dios que se hace Hombre. Es decir, la idea del Hombre que se hace Dios, Dios de sí mismo. Un Dios con dos brazos y dos piernas, un Dios de carne que se lanza a hacer o a intentar hacer la Revolución del Alma. Un Dios que hablando de un Creador sentado en el Cielo (¿quién nos escucharía si no?), se presenta como su hijo y explica que todos los hombres son sus hermanos y, por lo tanto, a su vez, hijos de aquel Dios y capaces de vivir su enseñanza divina.Vivirla predicando el Bien, que es fruto de la Razón y de la Libertad, dando Amor, que antes de ser un sentimiento es un razonamiento.Un silogismo del que deduje que la bondad es inteligencia y la maldad, una estupidez..

Un Dios, por último que afronta el drama de la Etica desde el hombre. Con el cerebro de un hombre, el corazón de un hombre, las palabras de un hombre y los gestos de un hombre. Un Dios que es más que benignidad. Más que dulzura, ternura, dejad que los niños se acerquen a mí. Como un hombre, echa con cajas destempladas a los fariseos y a los rabinos que comercian con la religión.Como un hombre afronta el tema del laicismo: dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Como un hombre detiene a los cobardes que van a lapidar a la adúltera: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Como un hombre grita contra la esclavitud. ¿Quién se había levantado contra la esclavitud? ¿Quién se había atrevido a decir que la esclavitud es inaceptable, inadmisible e inconcebible?

En definitiva, lucha como un hombre. Se enfada, se atormenta, se equivoca, sufre, ciertamente peca y, por fin, muere. Muere sin morir, porque la vida no muere. Renace siempre, resucita siempre. Es eterna.

Y, junto al discurso de la Razón, la idea de la Vida que no muere es el aspecto del cristianismo que más me convence. El que más me seduce. Porque en ella veo el rechazo de la Muerte, la apoteosis de la Vida.

La pasión por la vida se come a sí misma, pero es Vida y el contrario de la Vida es la nada. En definitiva, los principios que están en los cimientos de nuestra civilización. Esta mañana me he vuelto a leer el famoso ensayo que Benedetto Croce publicó en 1942: «Para que no podamos no decirnos cristianos». (Sí, aquel ensayo donde, en contra de los profesorcillos que exaltan el Faro de Luz, observa: «La larga edad de gloria que fue llamada Medievo completó la cristianización de los bárbaros y animó a la defensa contra el islam, tan amenazador para la civilización europea»).

Hay dos cosas en dicho ensayo que me llaman poderosamente la atención. El lapidario juicio con el que exalta lo que yo he llamado Revolución del Alma, y la fuerza con la que sostiene que todas las revoluciones que han venido después se derivan del cristianismo. «El cristianismo ha sido la mayor revolución que jamás haya realizado la Humanidad. Ninguna otra se le puede comparar. Respecto a él, todas las demás son limitadas».

Por otra parte, no es necesario acudir a Croce para darse cuenta de que, sin el cristianismo, no habría existido el Renacimiento, no habría existido la Ilustración, no habría existido siquiera la Revolución Francesa, que, a pesar de sus monstruosidades, nació del respeto por el Hombre y, en ese sentido, algo de positivo ha dejado. No habría existido el socialismo o, mejor dicho, el experimento socialista. Ese experimento que fracasó de una forma tan desastrosa pero que, como la Revolución Francesa, dejó algo de positivo. Y tampoco habría existido el liberalismo. Ese liberalismo que está en los cimientos de la sociedad civil y que hoy todo el mundo acepta o finge aceptar. A mi juicio, no habría existido siquiera el ya difunto feminismo.

Por lo tanto, despojado de las bellas fábulas sobre los milagros y sobre las resurrecciones físicas, lavado de las superestructuras católicas, liberado de los yugos doctrinarios, es decir reconducido a la genial idea del espléndido nazareno, el cristianismo es realmente una irresistible provocación. Un clamoroso desafío que el hombre se hace a sí mismo. Y eso aumenta la culpabilidad de una Iglesia católica que guiando a la Triple Alianza, favoreciendo y beneficiando al islam, se ha hecho y se sigue haciendo la primera responsable de la catástrofe que estamos viviendo. Porque, antes de invadir nuestro territorio y destruir nuestra cultura y anular nuestra identidad, el islam trata de acabar con esa irresistible provocación. Con ese clamoroso desafío.

¿Saben cómo? Por medio de la rapiña ideológica. Es decir, robando al cristianismo, fagocitándolo, presentándolo como un brote degenerado, definiendo a Jesucristo como «un profeta de Alá». Es decir, un profeta de segunda clase. Tan inferior a Mahoma que, casi seiscientos años después, éste tuvo que comenzar desde el principio. Para poder adueñarse mejor de nuestro Jesús de Nazaret, los teólogos musulmanes niegan incluso que fuese crucificado. Lo meten en sus jaimas a comer como un comilón, a beber como un borrachín y a azotarse como un maníaco sexual. Y, después, sentencian: Pobrecillo, a su manera predicaba el verbo de Alá, pero sus degenerados discípulos llamaron cristianismo a lo que en realidad era ya el islam, traicionaron lo que había dicho y....

Intentan robar incluso el judaísmo. Cuando afirman que el primer profeta de Alá fue Abraham. Como fundador de la estirpe de Israel, el viejo Abraham ocupa un lugar irrelevante (Es obvio que, si fuese judía, no lloraría por eso. A mi juicio, un fundador de una estirpe que para mayor gloria de Dios quiere degollar a su propio hijo es mejor perderlo que encontrarlo). Moisés, por su parte, se convierte en un impostor que atraviesa el mar Rojo con las barcazas de la mafia albanesa. Un charlatán que se va a la Tierra Prometida para jugársela a Arafat, su rival. Pero de esas infamias, el judaísmo se defiende con uñas y dientes.

La Iglesia católica, no. La Iglesia católica sabe bien que, para los musulmanes, Cristo murió de un costipado y que en la tienda se lo pasa de miedo con las huríes. Sabe bien que sus teólogos han efectuado siempre esa rapiña ideológica y que siempre han considerado al cristianismo como un aborto del islam. Sabe bien que el imperialismo islámico siempre ha querido conquistar Occidente, porque Occidente es el primero y el auténtico intérprete del raciocinio cristiano. Sabe bien que el colonialismo islámico siempre soñó con sojuzgar Europa, porque, además de ser rica, evolucionada y tener mucha agua, Europa es la cuna del cristianismo (un cristianismo manipulado cuanto quieran, traicionado cuanto quieran, pero, al fin y al cabo, cristianismo).

Sabe bien la Iglesia que sin el crucifijo los franceses nunca habrían vencido a los moros que habían llegado hasta Poitiers.Que sin el crucifijo, los españoles de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla nunca habrían reconquistado Andalucía, que los normandos nunca habrían liberado Sicilia, que el zar Iván el Grande nunca habría puesto fin a dos siglos y medio de dominación mongol en Rusia. Sabe bien que sin el crucifijo nunca habríamos roto el segundo asedio a Viena y nunca habríamos podido hacer frente a los 500.000 otomanos de Kara Mustafá (1). (Santidad, en 1683, defendiendo Viena estaban también los polacos. ¿Recuerda? Llegados de Varsovia y guiados por el heroico rey Juan Sobieski. ¿Recuerda lo que gritó Sobieski antes de la batalla? «¡Soldados, no es sólo Viena lo que tenemos que salvar! ¡Es el cristianismo, la idea de la cristiandad!». ¿Recuerda que gritaba durante la batalla? «¡Soldados, luchemos por la Virgen de Czestochowa!». Sí, sí, por la Virgen de Czestochowa. La Virgen negra de la que usted es tan devoto).

En otras palabras, La Iglesia católica sabe bien que sin el crucifijo nuestra civilización no existiría. Sabe también que una de las raíces de las que nació la civilización, la raíz de la cultura grecorromana, no nos fue transmitida por Avicena y Averroes como el diálogo euroárabe quiere hacernos creer. Nos fue transmitida por San Agustín que había integrado la cultura grecorromana en la teología cristiana unos siete siglos antes de Avicena y Averroes.Y por último sabe bien la Iglesia católica que, sin la irresistible provocación, sin el clamoroso desafío, hablaríamos también nosotros una lengua que no dispondría del vocablo «Libertad». Vegetaríamos también nosotros en un mundo que, lejos de rechazar la muerte, ve en la muerte un privilegio.

EPILOGO

La reincidente herejía está consumada Y Mastro Cecco se prepara para ir, para volver a ir, a la hoguera. No a la hoguera de nuestra civilización que, repito, está ya ardiendo. El pobre Mastro Cecco y la pobre Mastra Cecca pueden imaginar ya desde ahora mismo el auto sacramental con el que los alumnos de Sigrid Hunke celebran su castigo (un auto sacramental con el ceremonial de siempre, aunque modificado con el paso de los siglos). Lo imagino en Florencia, en la plaza Santa Croce, donde Messer Jacopo de Brescia me quemó en 1328 y donde, en 2002, el ex republicano de Saló quería hacer lo mismo. La plaza está llena de una multitud que no sabe bien quién es el reo o la rea, qué está pasando o de qué parte ponerse.

En cambio, sabe que la ajusticiada morirá entre atroces sufrimientos y, desde este punto de vista, la cosa promete. Al menos tanto como un partido de fútbol.

Están repletos los balcones requisados por las damas y los caballeros de la Triple Alianza. Parlamentarios, europarlamentarios, extraparlamentarios, líderes de los partidos, obispos, arzobispos, cardenales, ayatolás, imames, directores de periódicos, altos funcionarios y funcionarios de la RAI. Cada uno de ellos enarbola una bandera o una bufanda con los colores del arco iris, mientras las campanas tocan a muerto. Hacía una eternidad que callaban las campanas. El pluriculturalismo las había mantenido en silencio por consideración con el Profeta.Pero dado que hoy se trata de hacerlas tocar a muerto, el alcalde de Florencia ha concedido un permiso especial. Su tañido es bastante sombrío. Tanto más que se mezcla con la estridente voz de los muecines que ladran sus inevitables Alah akbar.

En este escenario, desfila el cortejo, alma del evento. Lo abren los frailes dominicos que avanzan llevando el estandarte con el lema Iustitia et Misericordia, rematado con una rama de olivo.Una rama (según la noticia de la página 78 de la Inquisición toscana) idéntica a la que hoy simboliza la actual coalición del Olivo.

Tras los frailes dominicos, los padres combonianos que distribuyen a los clandestinos «permisos de residencia en nombre de Dios».Después, los antiglobalización con sus elegantísimas batas blancas diseñadas por los estilistas de lo políticamente correcto. Detrás, los kamikazes palestinos, tunecinos, argelinos, marroquíes, sauditas, etc., con los explosivos a la cintura y una madre que exhibe un espléndido cheque en dólares.

Y después, el Gran Inquisidor que, exhibiendo su kaffiah, desfila a lomos de un purasangre iraquí. Esta vez, el Gran Inquisidor no es Fray Accursio. Es el obispo de Caserta. Tras él, los hermanos Pecadores de la Vanguardia Nacional con el jeque Ahmed Yasin en silla de ruedas y la gorda nieta de Mussolini que avanza, entre las risas de la multitud, portando un cartel que dice «Partido del Abuelo». A su espalda, Mortadella (2) y el émulo de Togliatti (3) que desfilan de la mano con un cartel sobre el que está escrito «Partido del Voto».

Tras ellos, los hermanos Aulladores del Frente Antimperialista, los Franciscanos de Asís que llevan de la mano a los magistrados de corazón tierno, y los cuatro soft-infibulistas a los que obesos prelados castrados y reducidos a eunucos alaban a coro: «¡Amame, Alfreeedooo! Amame, como yo te amo». Por último, los periodistas provoca lágrimas y los dibujantes mea conditio que, felices por mi ya inminente martirio, proclaman a grito pelado el Requiem Aeternam.

Al final de todos, me arrastro yo, descalza, desangrada, consumida, envuelta en un sambenito que parece un burka y ridiculizada con una mitra de pan de azúcar que me han colocado en la cabeza.A mi lado, el Ejecutor de la Justicia que, esta vez, no es Messer Jacopo de Brescia.

Es la jefa de las Brigadas Rojas que ha conseguido un permiso por buena conducta y que, tras haberme atado al palo, me pregunta (según el ceremonial establecido por el santo Oficio) en qué religión deseo morir. Si respondo en la católica, apostólica y romana o, todavía mejor, en la islámica, puede ejercer todavía la misericordia a la que aluden los estandartes de los dominicos olivistas. Es decir, estrangularme y quemarme muerta. Si respondo (como responderé) con una blasfemia, entonces no. Declarando que ella sólo responde de sus acciones ante el proletariado metropolitano, me quema viva.

Entendámonos. Imagino que me quema viva, sin creérmelo demasiado.El auto sacramental es una apuesta políticamente arriesgada entre los crucifijos y las campanas, símbolos demasiado incorrectos para el Diálogo Euroarabe. Pero de hecho, pienso que el castigo llegará, como explica Alexis de Tocqueville en la conclusión de su insuperable libro sobre la democracia.

En los regímenes dictatoriales o absolutistas, explica Tocqueville, el despotismo golpea groseramente el cuerpo. Lo encadena, lo tortura, lo suprime con las detenciones, las prisiones y las inquisiciones. Con las decapitaciones, los ahorcamientos, los fusilamientos y las lapidaciones. Haciendo esto ignora el alma que, intacta, puede levantarse sobre las carnes martirizadas y transformar a la víctima en héroe.

Al contrario, en los regímenes inertemente democráticos, el despotismo ignora el cuerpo y se ceba con el alma. Porque es al alma a la que quiere encadenar, torturar y suprimir. De hecho, no les dice a las víctimas: «O piensas como yo o mueres». Les dice: «Elige.Eres libre de pensar o de no pensar como yo. Y si piensas de una forma diferente a la mía, no te castigaré con el auto sacramental.No tocaré tu cuerpo, no confiscaré tus bienes, no te quitaré tus derechos políticos. Incluso podrás votar. Pero no podrás ser votado, porque yo sostendré que eres un ser impuro, un tonto o un delincuente. Te condenaré a la muerte civil, te convertiré en un fuera de la ley, y la gente no te escuchará. Más aún, los que piensan como tú también te abandonarán para no sufrir, a su vez, el mismo castigo».

Añade después Tocqueville que en las democracias inanimadas, en los regímenes inertemente democráticos, se puede decir todo, menos la verdad. Se puede expresar todo, difundir todo, excepto el pensamiento que denuncia la verdad.

Porque la verdad coloca a las democracias contra la pared. Da miedo. Y cuanto más ceden al miedo y, por miedo, trazan en torno al pensamiento que denuncia la verdad un muro insalvable. Una invisible pero insuperable barrera en el interior de la cual sólo se puede o callar o unirse al coro. Si el escritor salta ese muro, supera esa barrera, el castigo surge a la velocidad de la luz. Peor aún. Los que ponen la rueda del castigo en marcha son precisamente los que, en secreto, piensan como él, pero que por prudencia se cuidan mucho de oponerse a los que lo anatematizan y lo excomulgan. De hecho, durante algún tiempo, tergiversan, dan un golpecito al muro y otro a las botas. Después callan y, aterrorizados por el riesgo que incluso dicha ambigüedad comporta, se alejan pisando con la punta de los pies, abandonando al reo a su suerte. En definitiva, lo que hacen los apóstoles cuando abandonan a Cristo arrestado por voluntad del Sanedrín y lo dejan solo incluso después de la pantomima de Caifás, es decir durante el Vía Crucis.

Aclaremos esta cuestión. No me asusta ninguno de los dos castigos.La muerte del cuerpo porque, cuanto más odio la Muerte, cuanto más la considero un derroche de la naturaleza, menos la temo (tanto en la paz como en la guerra, en la salud como en la enfermedad, siempre he jugado con la Muerte a los dados y el que crea que me va a amedrentar con el espectro del cementerio comete una grosera estupidez).

Y tampoco me asusta la muerte del alma, porque ya estoy acostumbrada al papel de fuera de la ley. Cuanto más se intenta atenazarme, anatematizarme y excomulgarme, más desobedezco. Más me rebelo.Y esta herejía reincidente lo confirma.

En cambio, me molesta el insuperable círculo que los italianos han trazado en torno al Pensamiento. La insuperable barrera en el seno de la cual sólo se puede callar o unirse al coro de las condenas y de las mentiras que expresan reverencia por el enemigo y falta de respeto por el que lucha contra él.

Traducción: José Manuel Vidal

NOTAS

(1) Kara Mustafá: Gran visir del Imperio Otomano que 1683 emprendió una expedición contra Austria y sitió Viena, pero fue derrotado por tropas germano-polacas hasta que se batió en retirada. Fue condenado a muerte por orden del sultán Mehmet IV.

(2) 'Mortadella': Sobrenombre con el que se designa despectivamente en Italia a Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea.

(3) Palmiro Togliatti: Dirigente histórico del Partido Comunista Italiano, que participó en su fundación en 1921.

Fuente: El Mundo.
 
Re: La fuerza de la Razón (I y II), por Oriana Fallaci

TENÍA 77 AÑOS
Muere la escritora italiana Oriana Fallaci

EFE
ROMA.- La escritora y periodista italiana Oriana Fallaci falleció anoche, a los 77 años, en un hospital de la ciudad de Florencia, según informa la agencia Ansa. Sufría cáncer desde hacia varios años.

En los últimos años, Fallaci había atraído la atención internacional especialmente por sus duras críticas al islamismo radical, tras los atentados del 11-S en EEUU.

La escritora, nacida en Florencia y afincada desde hacía años en EEUU, vivió de cerca, en su residencia de Manhattan, los atentados contra las Torres Gemelas y ello le hizo romper el silencio guardado durante años después de ejercer como periodista de guerra.

El resultado fue un amplio y polémico artículo titulado 'La rabia y el orgullo' (pdf), que fue publicado después, en 2002, como libro y que dividió a sus propios seguidores. En él describe al Islam como opresivo y a los inmigrantes arabes en Europa como sucios e intolerantes.

Desde entonces, Fallaci criticó a Occidente por ser demasiado "débil" ante el mundo musulmán. Defensora del término 'Eurobia', que explicaba como una nueva situación geopolítica en la que la cultura dominante en Europa ya no sería la occidental, sino la islámica, se había erigido como una de las mayores críticas del islamismo radical.

En 2004, publicó otro libro, 'La fuerza de la razón', que profundizaba en las mismas críticas contra el Islam y el fundamentalismo.

"Nuestro primer enemigo no es Bin Laden ni Al Zarqaui, es el Corán, el libro que los ha intoxicado", dijo en una entrevista en EL MUNDO en septiembre de 2005.

La periodista marcó su rumbo durante la Segunda Guerra Mundial al unirse a la resistencia antifascista, y luego siguió mostrando su valentía como corresponsal de guerra.

En los años 70 y 80 se consagró como una de las entrevistadoras más osadas del mundo. Entre los líderes mundiales con los que habló estaban: el presidente de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, la primera ministro de Israel, Golda Meir, al ayatolá Jomeini y el secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger.

Kissinger llegó a escribir de ella que su entrevista había sido "la más desastrosa conversación individual jamás sostenida" que tuvo con un miembro de la prensa después de que Fallaci lo azuzara hasta conseguir que el dirigente aceptará reconocer que la guerra de Vietnam fue "inútil".

Sobre el cáncer y la muerte
Las exequias de Fallaci se celebrarán, por expreso deseo suyo, en la más estricta intimidad, según señalaron sus familiares.

Muy pocos sabían que Fallaci había regresado de Estados Unidos, donde residía de manera estable, según indicaron medios locales.

En el libro publicado en 2004 'Oriana Fallaci entrevista a Oriana Fallaci', analizaba el "cáncer moral que devora a Occidente" y su propia enfermedad. Escribió que le acechaba la muerte y que tenía "algún anticuerpo en el cerebro, pero no mucho tiempo que vivir y sí muchas cosas todavía por contar".

Fallaci aseguraba que no tenía miedo a la muerte y que lo que sentía era "una especie de melancolía. Me desagrada morir, sí, porque la vida es bella, incluso cuando es fea".

El pasado mes de julio Fallaci recibió el España el Premio Luca de Tena, aunque no pudo estar presente para recogerlo y en diciembre 2004 recibió en Italia la medalla de oro como "benemérita de la cultura".
 
Re: La fuerza de la Razón (I y II), por Oriana Fallaci

Aunque Oriana no fuera creyente era defensora de nuestras raices cristianas, y deseo sinceramente que haya obtenido la misericordia de Dios cuando fue juzgada por nuestro señor.

¿No deberiamos rezar todos por la salvación de las almas de tanta gente que no vive la Fe cristiana?