Re: Cuba, ¿y ahora qué?
Orar por las autoridades
Los católicos de La Habana, como los demás católicos de la Iglesia, se reunieron, el pasado domingo, en su catedral para celebrar la Santa Misa de la Fiesta de la Transfiguración del Señor. También oraron por las autoridades políticas del país; con una petición especial por el Presidente de Cuba. No veo nada de singular en esta petición. No sólo los cubanos, sino todos los católicos oramos por nuestras autoridades.
En el capítulo segundo de la primera carta a Timoteo, San Pablo establece una serie de normas para la oración: “te encarezco ante todo que se hagan súplicas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres, por los emperadores y todos los que ocupan altos cargos, para que pasemos una vida tranquila y serena con toda piedad y dignidad” (1 Timoteo 2, 1-2). La Iglesia no ha olvidado esta prescripción del Apóstol; y la cumple, sobre todo, en la llamada “oración universal” u “oración de los fieles” en la Santa Misa.
Para un cristiano, “no hay autoridad que no venga de Dios” (Romanos 13, 1). El origen divino de la autoridad civil, que es reconocido por el mismo Jesús en su diálogo con Pilato (cf Juan 19, 11), comporta para los ciudadanos el deber de la sumisión a quienes ejercen esa autoridad. Pero ese mismo origen constituye también un límite, pues nadie puede “ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2235).
Si es un deber orar por el César, también lo es, cuando sea preciso, recordarle al César que no es Dios (cf Mateo 22, 21). La crítica al César no es, sin más, insumisión ni deslealtad. Puede ser incluso una obligación, cuando las disposiciones del César perjudiquen a la dignidad de las personas o al bien de la comunidad.
¿Y la desobediencia? También cabe. Al menos lo que podemos calificar como “objeción de conciencia”; es decir, negarse a seguir las prescripciones de las autoridades civiles “cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2242). En la jerarquía de la obediencia, primero está Dios; luego, los hombres (cf Hechos 5, 29).
Incluso, en casos extremos, cabría la resistencia a la opresión de quienes gobiernan; y hasta la resistencia armada. El Catecismo indica las condiciones de la legitimidad, que han de cumplirse íntegramente, de este recurso: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos; 3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya fundada esperanza de éxito; 5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2243).
La vocación del cristiano no es la disidencia ni la rebelión; sino la colaboración al bien común. No hay que olvidar que, en las relaciones con el Estado, lo que tiene la primacía es siempre, como en todo, la caridad; que, lejos de ser una virtud intimista, tiene una repercusión social y política de primer orden. También como ciudadanos hemos de escuchar a San Pablo, que nos dice: “Sobre todo, revestíos con la caridad, que es el vínculo de la perfección” (Colosenses 3,14).
Guillermo Juan Morado
Fuente:
http://blogs.periodistadigital.com/predicareneldesierto.php/2006/08/08/orar_por_las_autoridades