Renegar de los mártires

18 Noviembre 1998
12.218
21
blogs.periodistadigital.com
Renegar de los mártires

El Gobierno va a pedir a la Iglesia que quite de los templos los signos que recuerden la guerra civil. Me imagino que se referirán a las listas de católicos asesinados por socialistas y comunistas, algunos de los cuales ya han sido declarados mártires y otros lo son, aunque no hayan recibido el reconocimiento oficial.

Es verdad que esas listas suelen ir acompañadas por un yugo y unas flechas, pero también es cierto que estos signos en realidad pertenecen a los Reyes Católicos, aunque quizá lo que intenten es reescribir la historia desde entonces hacia acá.

En todo caso, y volviendo a lo que dicen que va a pedir el Gobierno a los obispos, en realidad lo que desean es que reneguemos de nuestro pasado, de los mejores de nuestros hijos. Cuando se empezaron los procesos de beatificación de los mártires de la guerra civil, el entonces Gobierno socialista de Felipe González expresó su malestar -secundado por esa quinta y poderosa columna que tienen en el seno de la Iglesia- y dijo que eso sólo servía para reabrir las heridas de la guerra.

La Iglesia contestó que no era ese su deseo, sino el de hacer justicia y darles a los que murieron por ser fieles a Cristo el título que merecían: mártires. Ahora son ellos los que reabren las heridas y encima echan sal en ellas. Pero, para colmo, quieren que borremos nuestra memoria histórica, que no queden huellas visibles de cuántos fueron asesinados por ser católicos.

Quieren que se recuerden las víctimas de un sector de lo que fue una estúpida guerra entre hermanos, pero a la vez desean prohibirle al otro sector incluso su existencia. Si la Iglesia cediera no estaría favoreciendo la convivencia -como pretende el Gobierno-, sino diciendo para el futuro que no merece la pena ser mártires, porque los suyos se avergonzarán de ellos.

Santiago Martin (La Razón)

http://www.larazon.es/noticias/noti_fyr18309.htm
 
Re: Renegar de los mártires

Barcelona. Pleno reclama se anule Consejo Guerra a Carrasco i Formiguera
Terra - 15-07-2005

http://actualidad.terra.es/nacional/articulo/pleno_consejo_guerra_carrasco_formiguera_404362.htm



El pleno del ayuntamiento de Barcelona ha aprobado hoy por unanimidad una declaración institucional en la que insta al Congreso a iniciar los trámites para anular el Consejo de Guerra sumarísimo al que fue sometido Manuel Carrasco i Formiguera (1890-1938), que fue concejal y diputado en Cortes.


La declaración reclama a la Comisión Interministerial creada para el estudio de la situación de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo que adopte las medidas necesarias para restituir la memoria histórica de este político catalanista, que 'personifica el valor de la coherencia con las propias convicciones llevado hasta las últimas consecuencias'.

El texto recuerda que la sublevación militar de julio de 1936 provocó el inicio de una larga y sangrante guerra en el país en la que el odio y la intolerancia, de todo color y de todo signo, vulneraron los derechos fundamentales de los ciudadanos.

Carrasco i Formiguera, perseguido en Cataluña 'a causa de sus convicciones religiosas', se desplazó al País Vasco como representante de la Generalitat, pero fue capturado en el trayecto, junto con su familia, por las tropas sublevadas, que le trasladaron a Burgos, donde fue sometido a un Consejo de Guerra sin ninguna garantía legal.

Carrasco murió finalmente fusilado el 9 de abril de 1938 por las tropas franquistas.

Ante la ilegalidad de su proceso y la relevancia de su figura, según indica la declaración, resulta plenamente justificado un acto formal que repare el daño causado, 'poniendo de manifiesto la ilegalidad cometida y reivindicando su memoria'.

'Esta reivindicación de la figura de Manuel Carrasco i Formiguera ha de ser fiel a su espíritu, un signo de reconciliación, de unidad entre todos aquellos que defienden la libertad y el respeto a la pluralidad. Carrasco no murió contra nadie, sino que vivió y murió a favor de la libertad y el progreso material y espiritual de Cataluña'.

¿Tambien forma parte de los "mártires" Carrascio y Formiguera, creador de la Democracia Cristiana? ¿Forma parte de vuestro santoral?

¿Y los que murieron en trabajos forzados (esclavitud pura y dura) en la construcción de la Pirámide para el Generalísimo en el llamado "Valle de los Caidos" también forman parte de los mártires de vuestra sacrosanta iglesia del nacional catolicismo?

¿Y los que murieron en los Campos de Concentración Nazis (Mathausen) con la aquiescencia del muy católico caudillo que ante la pregunta de Hitler que había que hacer con aquellos españoles y el catolicísimo Franco le dijo que fuera de España no habían españoles?

Tus complicidades apestan, Luis.
 
Re: Renegar de los mártires

RECUERDOS SUELTOS
Tres visitas al Valle de los Caídos
Por Pío Moa
Hace dos semanas visité con la familia el Valle de los Caídos. Aunque llevo viviendo en Madrid treinta y siete años, con ausencias ocasionales, sólo había estado allí un par de veces. La primera fue en 1976, con Brotons, que sería más tarde jefe del Grapo, y con su mujer, Carmen. Veníamos de una pequeña marcha de observación a la Bola del Mundo, principal centro retransmisor de televisión por entonces, donde pensábamos poner una bomba. Fue en otoño, un día frío pero sin nieve aún, y no había gente por los alrededores.

Haciéndonos los turistas despistados, nos acercamos a las instalaciones, las fotografiamos desde todos los lados y entramos en ellas. A un lado había una amplia nave o sala vacía, con un pasillo a la izquierda, tapizado de instrumentos electrónicos en uno de sus muros. Apareció por allí un empleado y fingimos interesarnos por si había en el edificio algún bar para calentarnos con un café. El empleado hizo un gesto ambiguo y desapareció por una puerta. Ya nos íbamos cuando nos salieron al paso, no sé de dónde, dos guardias civiles. Uno, armado con metralleta, se situó al fondo, observándonos, y el otro vino a nosotros, con expresión severa, preguntando qué hacíamos allí.

– Hemos venido de excursión, y pensábamos que a lo mejor había una cafetería por aquí.

Sin contestar, y mirándome fijamente, nos pidió la documentación. Le enseñamos los carnés. Los tomó, los miró por ambos lados, comparando las fotos con nuestras caras, y no hizo más preguntas. El PCE (r) tenía un buen aparato de falsificación.

– Váyanse. Aquí no hay ningún bar.

Quedó junto a la puerta, contemplándonos mientras salíamos, como si no estuviera muy convencido de dejarnos marchar. Nosotros, todavía inquietos, fuimos andando, sin volver la vista ni apresurarnos, y haciendo como que bromeábamos.

– ¡Qué pinta de fascista, el tío! No me atrevía ni a levantar los ojos –dijo Carmen. Los tres habíamos pasado un mal rato.

Para redondear la jornada nos acercamos al Valle de los Caídos. Pese a mis prejuicios, me impresionó. Es de esos monumentos que dejan a cualquiera boquiabierto. Brotons, que había estudiado varios cursos de ingeniero de Caminos, comentó alegremente:

– En cuanto hagamos la revolución, dinamita y a paseo.

La idea me irritó un poco.

– Esto no puede volarse, hombre. Lo transformaremos en otra cosa, en museo de la revolución, o así.

Pero él insistió en su buen propósito. Me recordó a otro camarada, cuando, viniendo una noche de robar un automóvil, pasamos ante el Museo del Prado: "Esto tendremos que quemarlo". "¿Por qué? No seas bárbaro". "Bueno, es arte burgués y feudal, arte al servicio de los explotadores, ¿no? ¿Qué importancia tiene?". No le faltaba lógica, vistas así las cosas. Durante la guerra, políticos casi tan bárbaros se llevaron las pinturas del museo, exponiéndolas a bombardeos y otros avatares, con el probable fin de pagar con ellas armas soviéticas. A tal atropello lo bautizó su propaganda, y todavía lo hace, "salvamento de los cuadros del Prado". Con un par.

Mi segunda visita debió de ocurrir hacia finales de 1984, y fui con otros dos, con quienes compartía piso en la calle Atocha: Luis el de Burgos, que preparaba oposiciones, y Daniel Haener, un periodista suizo que escribía una tesis o algo así sobre la implicación de Suiza en la guerra de España. Mi compañera de entonces, Violeta, debía de estar en Navarra, viendo a la familia.

Llegamos en tren a El Escorial, y desde allí subimos por el monte Abantos. Estaba todo nevado, y en lo alto se extendía una planicie o meseta por donde pasaba un camino solitario con rodadas de coches, en medio del bosque de pinos: podía uno imaginarse en Rusia. Luego bajamos hacia Cuelgamuros por un empinado barranco cubierto de nieve, bajo la cual el terreno estaba lleno de pequeñas rocas.

Luis y yo bajábamos con precaución, temiendo rompernos una pierna o torcernos un tobillo si de pronto nos hundíamos en algún hueco entre las piedras, pero el suizo, mucho más avezado (había sido instructor de esquí, creo), bajaba corriendo, casi como si planeara, evitando descargar con fuerza el peso del cuerpo sobre un pie. Enseguida le imitamos, y llegamos abajo sanos y salvos.

Pasamos sobre una verja, quizá era una alambrada, y, haciendo caso omiso de las advertencias de algún tablón, nos aproximamos entre los árboles y las peñas hasta el monumento, fuera de la entrada normal. Apenas había nadie allí, en aquella tarde fría y hosca.

Para entonces mi animosidad hacia el franquismo había cedido algunos grados, una vez hube llegado a la penosa conclusión, tras años de darle vueltas, de que las ideas por las que tanto había peleado eran falsas de raíz, y por tanto engendradoras forzosas de errores y de horrores. Luis el de Burgos, en cambio, si bien nunca había luchado contra aquel régimen, le tenía la inquina, un tanto trivial, propia de los lectores de El País, y no paraba de hacer comentarios despectivos. Por cabrearle, le informé:

– Tengo entendido que no hubo un solo muerto en la construcción del monumento.
– Eso sería un milagro –dijo Daniel–. Las obras de este tamaño siempre causan accidentes mortales.

En la construcción de muchos rascacielos de Nueva York el número de accidentes llegó a ser muy elevado. A decir verdad, hubo muertos en el Valle de los Caídos, pocos para la envergadura de una obra prolongada durante dieciocho años, pero los hubo. No sé de dónde había sacado yo la falsa información.

Daniel, asombrado por la mole y las esculturas de los evangelistas, opinó que aquello le parecía un tanto demoníaco, una expresión de hybris o desmesura. En parte coincidí con él. La severidad del conjunto sobre las grandes rocas y el entorno boscoso y nevado, ciertamente, causaban una impresión profunda, pero extraña, difícil de definir.

En mi última visita, un día ya caluroso de primavera avanzada, lo vi de otro modo. La grandiosidad de la construcción sobrecoge, su austeridad impone, pues, en definitiva, se trata de un monumento funerario. Pero éste se integra en el entorno natural con armonía muy pocas veces lograda en el arte del siglo XX. Pocos monumentos comparables, si alguno, se habrán erigido en esta época en cualquier lugar del mundo, y no me refiero sólo a su aire colosal, pues ha sido un siglo de colosalismos, sino a esa armonía y originalidad. Sostengo que, si no fuera por el prejuicio ideológico, casi todo el mundo coincidiría en estas apreciaciones.

El monumento fue concebido como un símbolo de reconciliación después de la Guerra Civil, pero difícilmente lo aceptarían muchos, al estar dominado por la cruz. Desde hace un año, el anticonstitucional Gobierno de Zapatero se aplica a recuperar los vetustos odios que llevaron al enfrentamiento civil, y a tal fin ha inventado una leyenda nada atípica, quiero decir muy tradicional en el arte de la propaganda izquierdista: el Valle de los Caídos se habría alzado sobre el sudor y la sangre de miles de prisioneros "republicanos" utilizados como trabajadores esclavos, al modo de los campos de exterminio nazis.

Ese engaño inmenso, aunque no mayor que tantos otros, lo difunden dentro y fuera de España los señores y señoras de los "cien años de honradez", valiéndose de los enormes medios propagandísticos a su disposición y de los fondos públicos, del dinero de todos.

En realidad fueron muy pocos, unos centenares a lo largo de seis años, los presos empleados, al lado de una mayoría de obreros corrientes. Lo hicieron en condiciones privilegiadas para la época, redimiendo penas a razón de hasta cinco días por cada uno de labor, y cobrando el jornal corriente de un peón. Con grandes facilidades para huir, por la naturaleza del lugar y la escasa vigilancia, muy pocos lo intentaron. Por el contrario, muchos de ellos, cuando cumplieron su sentencia, siguieron en la obra como trabajadores libres.

Me preguntaron una vez si me parecía bien la colocación de una lápida en memoria de aquellos presos. No soy quién para decidir, pero tampoco le veo impedimento. Siempre, claro, que el texto de la lápida cuente la verdad, y no algún cuento de los héroes de los cien años de no sé qué.


Fuente: http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276231784

:dogpile:
 
Re: Renegar de los mártires

UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL
El Pacto de San Sebastián
Por Pío Moa
Así pues, existe un consenso casi generalizado en que la dictadura de Primo de Rivera dejó un “mal legado”, cuando la verdad es estrictamente la contraria: dejó un país ordenado, con pocos conflictos y libre de las plagas que habían acabado con la Restauración. La falsa conclusión habitual deriva de un fallo historiográfico frecuente: la acumulación de datos diversos sin distinguir los principales de los secundarios, sin hacer balance global y bajo la impresión engañosa de que lo ocurrido tenía que haber pasado forzosamente por causas anteriores. El legado de la dictadura, insisto, fue básicamente positivo, y más bien debemos preguntarnos si los herederos iban a construir sobre él o dilapidarlo.

Enseguida pudo percibirse que la transición desde la dictadura a un régimen constitucional iba a verse lastrada por uno de los defectos de la Restauración, no superado: la extrema mediocridad de los políticos, nulos para manejar una crisis seria. Cambó era la excepción, un político a veces demasiado maniobrero pero con altura de miras, capaz de percibir la trascendencia del momento y de arriesgarse. Pero la fatalidad, en forma de un tumor maligno en la garganta, le impidió hacerse con las riendas de la transición, como deseaba Alfonso XIII. Las memorias del político catalán para este período suelen tener poca presencia en los libros de historia, pero resultan esclarecedoras.

Cambó comprendió la magnitud y dificultades del reto y, aun con la rémora de su mal, trató de movilizar a los políticos y ponerlos ante su responsabilidad. Pero los "politicastros" monárquicos escurrían el bulto, se desanimaban o pretendían frívolamente que el rey había creado el problema y, por tanto, él debía encargarse de resolverlo.

Alfonso XIII, desasistido, hubo de confiarse sucesivamente a dos militares políticamente nulos, Berenguer y Aznar, y al trapacero y chapucero Romanones, el "politicastro" por excelencia. Y, por congraciarse con una oposición republicana cada vez más agresiva, cometió el grueso error de manifestarse "víctima de la dictadura", provocando la irrisión y el desprecio de sus adversarios: ya empezaba a dilapidarse el legado. Por otra parte, casi nadie tenía una idea clara sobre la salida a la situación, pues se pensaba vagamente en una vuelta al régimen de la Restauración sin reformas profundas, plan fuera de lugar a aquellas alturas.

Así las cosas, la única esperanza para la Monarquía descansaba en la escasa enjundia política del personal republicano. Cambó lo describiría como gente gritona e inepta, sin disciplina ni sentido común, de la que sólo podían esperarse agitaciones peligrosas y gratuitas. En realidad, se trataba de grupos alborotadores, pero débiles y enfrentados entre sí por celos de protagonismo y nimiedades. Durante la primera mitad de 1930 fueron incapaces de ponerse de acuerdo y trazar una estrategia medianamente racional, y bien podrían haber seguido así. Pero finalmente lograron ponerse de acuerdo en San Sebastián, en el célebre pacto de agosto de aquel año.

Este acuerdo de los principales grupos republicanos complicaba mucho la situación a los monárquicos, pues suponía pasar de una especie de guerrillas dispersas a una acción coordinada y con un fin ambicioso. Por ello el Pacto de San Sebastián marcó un antes y un después. Algunos monárquicos percibieron el peligro y otros no, convencidos con cazurra pseudosapiencia de que, "al final, en España nunca pasa nada".

La mayoría de las historias de la guerra hablan de forma muy general sobre el Pacto de San Sebastián, casi como si estuviera predestinado, y sin dar la debida relevancia a dos aspectos cruciales del mismo: que fue organizado por dos políticos derechistas, monárquicos hasta muy poco antes, y que lo primero que se propusieron los pactantes fue… un golpe militar. Sin embargo, ambas cosas tienen el mayor interés para entender el devenir de la República.

Empecemos por el segundo punto. El Gobierno de Berenguer preparaba, aunque con lentitud exasperante, unas elecciones que normalizaran políticamente el país, mostrando la verdadera fuerza de las diversas tendencias. Pues bien, los republicanos del Pacto respondieron a esta oferta electoral organizando un clásico pronunciamiento militar, complicado con una huelga general. Esta reacción debe ser apreciada en toda su significación, sin tratarla como una reacción "natural", según suele ocurrir.

Aunque muchos siguen identificando el golpismo militar con la derecha, se trata de una tradición sobre todo izquierdista. Durante el siglo XIX el "pronunciamiento" fue una verdadera institución de las izquierdas jacobinas, basadas en las logias masónicas de los cuarteles. La Restauración acabó con el intervencionismo militar, si bien no por completo. Los republicanos, al intentar imponerse por ese método en 1930, enlazaban con una tradición de violencias y mesianismo típica del siglo anterior, augurio no muy propicio para el régimen deseado.

El segundo rasgo, también poco valorado en general, fue la iniciativa derechista en la unidad de los republicanos. Pues fueron Niceto Alcalá-Zamora y, sobre todo, Miguel Maura quienes pusieron en contacto a los dispersos y no bien avenidos grupos republicanos a fin de derrocar la Corona. Los dos políticos, monárquicos hasta muy poco antes, habían calibrado la flaqueza y oportunismo de los políticos en torno al rey, y del rey mismo, y consideraron que la república llegaría inexorablemente. Se unieron entonces al proyecto republicano con la esperanza de moderarlo y frenar la agitación demagógica, canalizándolo hacia una democracia liberal que albergase ordenadamente a las diversas tendencias. También, como católicos, querían mitigar la furiosa aversión a la Iglesia, único punto de unanimidad entre las izquierdas.

Por todo ello, pusieron manos a la obra de coordinar a los grupos y personalidades antimonárquicas durante el verano de 1930, y finalmente lo consiguieron. Había, ciertamente, otras fuerzas con el mismo designio unitario, muy especialmente la masonería, una de las fuentes principales del anticatolicismo y con sólidos amarres en el ejército. La masonería acogió muy bien el Pacto de San Sebastián, señala en sus memorias Juan Simeón Vidarte, uno de los poquísimos masones de altura que ha escrito sobre las maniobras políticas de las logias.

De las memorias de Miguel Maura sobre aquellos tiempos no resulta claro el origen de la decisión de ir al golpe militar, pero en todo caso fue asumida por todos. Los pactantes (un "acuerdo de caballeros", sin documento escrito) representaban en principio muy poco, pues sólo el PSOE-UGT constituía en aquellos momentos un partido organizado, disciplinado y masivo, gracias a su colaboración con la dictadura de Primo de Rivera. Pero de los socialistas sólo asistió Prieto, a título personal: los otros dirigentes principales, Besteiro y Largo Caballero, despreciaban abiertamente a los republicanos. Sin embargo, Prieto maniobraría para comprometer al PSOE en el golpe proyectado, y lo conseguiría, para disgusto de Besteiro.

Otra dificultad premonitoria y no bien resuelta la aportaron los nacionalistas catalanes. Carrasco y Formiguera, en representación de ellos, exigió la práctica separación de Cataluña. La cosa empezaba mal, y Maura hubo de advertirle que por ese camino marchaban directamente a la guerra civil. Quedó el compromiso, no cumplido luego por los nacionalistas, de plantear un estatuto autonómico a discutir en las Cortes.

El Pacto contó también con el apoyo informal de los anarquistas, cuyo terrorismo había torpedeado el régimen de libertades. Los republicanos veían en ellos una fuerza algo peligrosa pero ingenua, de la cual se servirían para conquistar el poder para acomodarla después, de grado o por fuerza, al nuevo régimen. Los ácratas, a su vez, esperaban que la debilidad de los republicanos facilitaría sus designios revolucionarios.

El golpe tuvo lugar finalmente el mes de diciembre, primero en Jaca y después en otros puntos, en circunstancias bien conocidas. Tras publicar un bando durísimo, con amenazas de ejecutar sumariamente a quienes hiciesen la menor oposición, y de ocasionar algunas muertes, la intentona de Jaca fracasó. Dos de sus máximos jefes, juzgados y fusilados, se convirtieron en "mártires de la república". Besteiro saboteó el intento de huelga general en Madrid.

Siguió una represión de opereta. Como señala Maura, fueron detenidos aquellos líderes golpistas que se dejaron detener. Algunos, como Largo Caballero, se presentaron por su propio pie en comisaría, donde los admitieron con reticencia. Sánchez Román no consiguió que le arrestaran, pese a su empeño. Prieto huyó al extranjero, como haría siempre en tales circunstancias. Los presos, encabezados por Niceto Alcalá-Zamora, tendrían las máximas facilidades en prisión para realizar una labor de agitación y propaganda de eco nacional, y su juicio iba a convertirse, por obra de los propios jueces militares y de la prensa, en una verdadera apoteosis de los acusados. Maura no había errado al dictaminar que el Gobierno monárquico carecía por completo de columna vertebral.

Pero entre tanto se habían producido otros dos hechos anunciadores (si bien entonces no podía saberse) del rumbo que adquiriría el nuevo régimen: un discurso de Azaña en el Ateneo de Madrid, donde expuso las líneas maestras de su futura política, documento crucial pero poco o nada citado por los hagiógrafos del líder republicano; y el retumbante artículo de Ortega titulado 'El error Berenguer', concluido con la célebre frase "Delenda est monarchia".

http://libros.libertaddigital.com/articulo.php/1276231113

:dogpile:
:dogpile:
 
Re: Renegar de los mártires

Nada de eso responde a mis preguntas.
¿Forma Carrasco y Formiguera en el "Santoral de los Mártires".
Los que murieron en Mathausen, ¿Tambien?

Y lo del Valle de los caidos... ¿Tu te lo crees? ¡¡¡Amos anda!!!

Deja de pegar articulitos y dinos tu personal opinión.

Como debes haber visto, cuando en algo aciertas no me duelen prendas para reconocerlo. (Y viceversa)
 
Re: Renegar de los mártires

Carrasco i Formiguera no forma parte de ningún martirologio por la sencilla razón de que no le mataron por ser cristiano sino por trabajar para la destrucción de la unidad de España. Idem con los de Mathausen.
Para ser mártir cristiano hay que morir por el "delito" de ser creyente. Ser comunista, independentista u otras hierbas no le da a uno la condición de mártir cristiano. Más bien lo contrario

Respecto al Valle de los Caídos, la realidad es exactamente la que refleja Pío Moa en su artículo.
 
Re: Renegar de los mártires

Luis Fernando dijo:
Carrasco i Formiguera no forma parte de ningún martirologio por la sencilla razón de que no le mataron por ser cristiano sino por trabajar para la destrucción de la unidad de España. Idem con los de Mathausen.
Para ser mártir cristiano hay que morir por el "delito" de ser creyente. Ser comunista, independentista u otras hierbas no le da a uno la condición de mártir cristiano. Más bien lo contrario

Respecto al Valle de los Caídos, la realidad es exactamente la que refleja Pío Moa en su artículo.

¿Comunista Carrasco y Formiguera?

Con esta respuesta te has cubierto de gloria.
Te haces cómplice y no de las victimas sino de los asesinos.
Los campos made in Mathausen fueronn un ejercicio de lavado general y así tu España permaneció unida.
Ahora sólo te falta exclamar Heil Hitler.
 
Re: Renegar de los mártires

Otra dificultad premonitoria y no bien resuelta la aportaron los nacionalistas catalanes. Carrasco y Formiguera, en representación de ellos, exigió la práctica separación de Cataluña. La cosa empezaba mal, y Maura hubo de advertirle que por ese camino marchaban directamente a la guerra civil.

¿alguien lee COMUNISTA ahí?

No, yo leo independentista. O sea, aquel que pretende ese absurdo de que Cataluña no es parte de España, cuando siempre lo ha sido y siempre lo será a menos que España deje de ser España (cosa no descartable si ZP sigue en el poder tras las próximas generales).
En cuanto independentista, Carrasco i Formiguera era guerracivilista (se lo dijo Maura). Igualito que hoy, oye

Carrasco i Formiguera no fue ejecutado por ser cristiano. Eso dije y eso mantengo.

Respecto a Mathausen, pertenece a la II Guerra Mundial, no a la Guerra Civil española
 
Re: Renegar de los mártires

Muy habil como siempre pegando articulitos de Moa y Cia. sobre aquello que te interesa.
>Y luego, cuando se te obliga a defenderlos, muestras tus conocimientos de Historia con frases como esta:
O sea, aquel que pretende ese absurdo de que Cataluña no es parte de España, cuando siempre lo ha sido y siempre lo será a menos que España deje de ser España
¿Antes de la boda de Isabel y Fernando, el Condado de Barcelona y los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca ya eran España?
¿En que quedó el tanto monta?

Incluso "Iberia" ha organizado un sabotaje en contra de Cataluña en su aeropuerto del Prat y en el momento preciso para causar más caos.
Una vez más, el separatismo catalán se fragua al otro lado del Ebro.