Yo también lo leí
Miguel Molina
Columnista, BBC Mundo
Me pareció un texto predecible que anuncia a cada página la inminencia de la película, de la secuela, de otros libros dedicados a analizar, a interpretar, a recontar una historia tan inverosímil como intrascendente.
Sé que otros piensan distinto. Los he visto enfrascados en la lectura de El Código en aviones y trenes y autobuses, y en salas de espera y parques y cafés al aire libre y de los otros, y hay más que no he visto. Yo lo leí durante un resfriado invernal.
Me pareció un texto predecible que anuncia a cada página la inminencia de la película, de la secuela, de otros libros dedicados a analizar, a interpretar, a recontar una historia tan inverosímil como intrascendente
Entre febrículas fantásticas y capítulos hipnóticos busqué sin encontrar el relato que esperaba y encontré sin buscar las grietas en los muros de esa historia, es decir terminé de leer el libro y lo puse debajo de la cama.
La última vez que lo vi estaba en una caja debajo de la mesa donde ponemos las cosas que vamos dejando de usar.
El diario The Guardian cuenta que Ian McKellen, quien actúa como uno de los protagonistas de la película, dice que leyó el libro y creyó todo lo que dice porque Dan Brown lo convenció de que así era.
"Pero cuando lo terminé", agregó McKellen según The Guardian, "pensé que tenía potencial de mamarracho".
En ese tiempo
En ese tiempo la inclemencia del verano de California obligaba a la gente a encerrarse en sus casas durante el día. Uno pasaba las tardes jugando dardos en la sombra, nunca demasiado lejos de un tanque con hielo y con cerveza.
En el frescor del crepúsculo veíamos películas mexicanas en televisión.
A veces me ganaba la indignación por detalles que la película se negaba a registrar, o por diálogos que nadie sostendría en ningún idioma, o porque la situación era inexplicable o insostenible o las dos cosas
Por lo general eran producciones de los hermanos Almada en las que se contaba en imágenes corridos como el de La Venganza del Silla de Ruedas, el de Emilio Varela contra Camelia la Texana, o el de El Hombre de Medellín, historias de amor y muerte llenas de narcos y agentes de todas las policías.
Pero eran trabajos comerciales, descuidados, que ilustraban el fragor de la industria más que la pasión del arte, y que nosotros veíamos en silencio quizá digno de mejor causa y con una cerveza al alcance de la mano.
A veces me ganaba la indignación por detalles que la película se negaba a registrar, o por diálogos que nadie sostendría en ningún idioma, o porque la situación era inexplicable o insostenible o las dos cosas.
Y yo protestaba en voz alta, y los demás se reían y me daban una cerveza y me decían maestro, no la tome en serio, no crea, por eso es película.
Risas y abucheos
Han pasado veinte años y habrían pasado otros veinte o más sin recordar el consejo de mis compañeros de casa si no hubiera sido por El Código Da Vinci, que también había olvidado.
El mundo, como advierte el clásico, ya no es lo que era antes.
El mundo, como advierte el clásico, ya no es lo que era antes
Uno se entera de que la película ha causado controversia en India y en Tailandia y en otros lados del mundo, y de que hay quienes consideran que partes de la obra son blasfemas porque sugieren que Cristo se hizo hombre y tuvo mujer e hijos.
Pero también se entera de que quienes han visto la película antes de condenar su propuesta iconoclasta cuentan que se trata de un mamarracho descomunal, y de que en el Festival de Cannes la recibieron entre risas y abucheos.
Por favor. Una película no puede conmover una religión que dura dos milenios, y menos si es como nos cuentan, pese a que uno nunca deja de sentir la necesidad de creer.
Y quienes crean que la historia que cuenta el texto de Brown es verdadera tendrían que haber oído a mis compañeros de casa en California, donde la luz del sol no deja ver las sombras.
Miguel Molina
Columnista, BBC Mundo
Me pareció un texto predecible que anuncia a cada página la inminencia de la película, de la secuela, de otros libros dedicados a analizar, a interpretar, a recontar una historia tan inverosímil como intrascendente.
Sé que otros piensan distinto. Los he visto enfrascados en la lectura de El Código en aviones y trenes y autobuses, y en salas de espera y parques y cafés al aire libre y de los otros, y hay más que no he visto. Yo lo leí durante un resfriado invernal.
Me pareció un texto predecible que anuncia a cada página la inminencia de la película, de la secuela, de otros libros dedicados a analizar, a interpretar, a recontar una historia tan inverosímil como intrascendente
Entre febrículas fantásticas y capítulos hipnóticos busqué sin encontrar el relato que esperaba y encontré sin buscar las grietas en los muros de esa historia, es decir terminé de leer el libro y lo puse debajo de la cama.
La última vez que lo vi estaba en una caja debajo de la mesa donde ponemos las cosas que vamos dejando de usar.
El diario The Guardian cuenta que Ian McKellen, quien actúa como uno de los protagonistas de la película, dice que leyó el libro y creyó todo lo que dice porque Dan Brown lo convenció de que así era.
"Pero cuando lo terminé", agregó McKellen según The Guardian, "pensé que tenía potencial de mamarracho".
En ese tiempo
En ese tiempo la inclemencia del verano de California obligaba a la gente a encerrarse en sus casas durante el día. Uno pasaba las tardes jugando dardos en la sombra, nunca demasiado lejos de un tanque con hielo y con cerveza.
En el frescor del crepúsculo veíamos películas mexicanas en televisión.
A veces me ganaba la indignación por detalles que la película se negaba a registrar, o por diálogos que nadie sostendría en ningún idioma, o porque la situación era inexplicable o insostenible o las dos cosas
Por lo general eran producciones de los hermanos Almada en las que se contaba en imágenes corridos como el de La Venganza del Silla de Ruedas, el de Emilio Varela contra Camelia la Texana, o el de El Hombre de Medellín, historias de amor y muerte llenas de narcos y agentes de todas las policías.
Pero eran trabajos comerciales, descuidados, que ilustraban el fragor de la industria más que la pasión del arte, y que nosotros veíamos en silencio quizá digno de mejor causa y con una cerveza al alcance de la mano.
A veces me ganaba la indignación por detalles que la película se negaba a registrar, o por diálogos que nadie sostendría en ningún idioma, o porque la situación era inexplicable o insostenible o las dos cosas.
Y yo protestaba en voz alta, y los demás se reían y me daban una cerveza y me decían maestro, no la tome en serio, no crea, por eso es película.
Risas y abucheos
Han pasado veinte años y habrían pasado otros veinte o más sin recordar el consejo de mis compañeros de casa si no hubiera sido por El Código Da Vinci, que también había olvidado.
El mundo, como advierte el clásico, ya no es lo que era antes.
El mundo, como advierte el clásico, ya no es lo que era antes
Uno se entera de que la película ha causado controversia en India y en Tailandia y en otros lados del mundo, y de que hay quienes consideran que partes de la obra son blasfemas porque sugieren que Cristo se hizo hombre y tuvo mujer e hijos.
Pero también se entera de que quienes han visto la película antes de condenar su propuesta iconoclasta cuentan que se trata de un mamarracho descomunal, y de que en el Festival de Cannes la recibieron entre risas y abucheos.
Por favor. Una película no puede conmover una religión que dura dos milenios, y menos si es como nos cuentan, pese a que uno nunca deja de sentir la necesidad de creer.
Y quienes crean que la historia que cuenta el texto de Brown es verdadera tendrían que haber oído a mis compañeros de casa en California, donde la luz del sol no deja ver las sombras.