Amar al Mundo...si? o no?....

24 Abril 2006
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1 Juan 2:15

15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

Juan 3:16



16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.


Enonces Dios si puede amar al mundo y nosotros no?.....que piensas tu?:erde:
 
Re: Amar al Mundo...si? o no?....

@Tiempo! dijo:
1 Juan 2:15

15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

Juan 3:16

16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.


Enonces Dios si puede amar al mundo y nosotros no?.....que piensas tu?:erde:

Hay varias acepciones para entender la palabra mundo y de esta manera se puede entender, dentro de cada contexto, una acepcion u otra.

1º 1 Juan 2:15

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si
alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

Aqui mundo se entiende como sistema de entender la vida que esta bajo la influencia del maligno.

2 Corintios 4:4

en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento
de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del
evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de
Dios.

Santiago 4:4

¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo
es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser
amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.


2º San Juan 3:16

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna

Aqui se entiende como el mundo que Dios creo (kosmos=Universo) y todo lo que lo compone.

Romanos 8:21

porque también la creación misma será libertada de la
esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los
hijos de Dios.


MUNDO.- El vocablo gr. kosmos significa por derivación, “mundo organizado”. Se usa en el NT, pero no en la LXX, a veces para lo que deberíamos llamar el “universo”, el mundo creado, descrito en el AT como “todas las cosas”, o “cielo y tierra” (Hch. 17.24). El “mundo” en este sentido fue hecho por la Palabra o Verbo (Jn. 1.10); y es de este “mundo” del cual hablaba Jesús cuando dijo que no le aprovecharía nada al hombre el que ganase todo el mundo y perdiese su alma en procura de lograrlo (Mt. 16.26).

Empero, dado que la humanidad es la parte más importante del universo, la palabra kosmos se usa con más frecuencia en el sentido limitado de seres humanos, siendo sinónima de hē oikoumenē, ‘el mundo habitado’, también traducido en el NT por “mundo”. Es este “mundo” en el que nacen los hombres, y en él viven hasta morir (Jn. 16.21). Lo que el diablo le ofreció a Cristo si lo adoraba (Mt. 4.8–9) comprendía todos los reinos de este mundo. Fue a este mundo, el mundo de los hombres y mujeres de carne y hueso, al que Dios amó (Jn. 3.16), y al que vino Jesús cuando nació de una madre humana (Jn. 11.27).

Sin embargo, es un axioma de la Biblia el que este mundo de seres humanos, cúspide de la creación divina, el mundo que Dios hizo especialmente para que reflejase su gloria, se encuentra ahora en rebelión contra él. Por la transgresión de un hombre, el pecado ha entrado en él (Ro. 5.18), con consecuencias universales. Este se ha convertido, como consecuencia, en un mundo desorganizado en las garras del maligno (1 Jn. 5.19). Y así, con mucha frecuencia en el NT, y particularmente en los escritos joaninos, la palabra kosmos tiene un significado siniestro. No es el mundo como Dios quiso que fuese, sino “este mundo” opuesto a Dios, que sigue su propia sabiduría y vive a la luz de su propia razón (1 Co. 1.21), sin reconocer a la Fuente de toda verdadera vida e iluminación (Jn. 1.10). Las dos características dominantes de “este mundo” son el orgullo, nacido de la negativa del hombre a reconocer su estado de criatura y su dependencia del Creador, que lo lleva a obrar como si él mismo fuese el señor y dador de la vida; y la codicia, que lo lleva a desear y poseer todo lo que resulta atractivo a sus sentidos físicos (1 Jn. 2.16). Además, como el hombre tiende, en efecto, a adorar aquello que atesora, dicha codicia es idolatría (Col. 3.5). Consecuentemente, mundanalidad es el entronizamiento de algo que no es Dios como objeto supremo de los intereses y afectos del hombre. Los placeres y las ocupaciones, no necesariamente malos en sí mismos, se transforman en algo malo cuando se les presta una atención totalmente excluyente.

“Este mundo” está penetrado de un espíritu propio, que tiene que ser exorcizado por el Espíritu de Dios, si no ha de permanecer en control de la razón y el entendimiento humanos (1 Co. 2.12). El hombre está esclavizado a los elementos que conforman el mundo (Col. 2.20) hasta que es emancipado de ellos por Cristo. No puede vencerlos mientras él mismo no ha “nacido de Dios” (1 Jn. 5.4). El legalismo, el ascetismo y el ritualismo son los débiles y debilitantes sustitutos de la verdadera religión (Gá. 4.9–10); y sólo un verdadero conocimiento de Dios, tal como el mismo ha sido revelado por Cristo, puede impedir que los hombres confíen en ellos.

Justamente fue debido al hecho de que los judíos confiaron en ellos que no reconocieron al Cristo en los días de su carne (Jn. 1.11), ni a sus seguidores (1 Jn. 3.1). De igual manera, los falsos profetas que abogan a favor de tales cosas, o los anticristos que son antinomianos en su enseñanza, siempre serán escuchados por los que pertenecen a este mundo (1 Jn. 4.5). Cristo, a quien el Padre mandó como Salvador de este mundo (1 Jn. 4.14), y cuya misma presencia en él representaba un juicio contra ese mismo mundo (Jn. 9.39), libró a los hombres de sus tenebrosas fuerzas entregándose él mismo a luchar a muerte con su “príncipe”, que es el perpetuo instigador del mal en el seno del mismo. La crisis de este mundo se produjo cuando Jesús salió del aposento alto fue a encontrarse con ese príncipe (Jn. 14.30–31). Sometiéndose voluntariamente a la muerte, Jesús ocasionó la derrota de aquel que tenía apresados a los hombres en las garras de la muerte, pero que no tenía poder sobre él (Jn. 12.31–32; 14.30). En la cruz se pasó juicio contra el gobernador (°vrv2 “príncipe”) de este mundo (Jn. 16.11); y la fe en Cristo como Hijo de Dios, quien ofreció el único sacrificio que puede limpiar a los hombres de la culpa y el poder del pecado (limpieza simbolizada por el agua y la sangre que manó de su costado herido, Jn. 19.34), permite al creyente vencer al mundo (1 Jn. 5.4–6), y soportar las tribulaciones que el mundo inevitablemente descarga sobre él (Jn. 16.33).

El amor del cristiano hacia Dios, Padre de su Redentor Jesucristo, que es la propiciación por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 2.2), actúa con el poder expulsivo de un nuevo afecto; hace que le resulte aborrecible ahora volcar sus afectos sobre “este mundo”, mundo que, por estar separado de la verdadera fuente de la vida, es transitorio y contiene en sí mismo la simiente de su propia destrucción (1 Jn. 2.15–17). El hombre que ha llegado a experimentar el amor superior hacia Dios, y hacia Cristo y sus hermanos, tiene que abandonar el amor inferior hacia todo aquello que está contaminado con el espíritu del mundo, porque la amistad del mundo es necesariamente enemistad con Dios (Stg. 4.2).

Jesús, en su última oración en el aposento alto, no oró por el mundo, sino por aquellos que el Padre le había dado y que estaban en este mundo. Mediante ese “regalo”, esos hombres a quienes Jesús describió como “los que le fueron dados”, dejaron de tener las características del mundo; y Jesús oró que fuesen guardados de sus malignas influencias (Jn. 17.9), porque sabía que después de su propia partida ellos iban a tener que soportar el impacto del odio del mundo, que hasta ese momento estaba dirigido casi exclusivamente contra él.
Como el Cristo resucitado y ascendido sigue limitando su intercesión a los que se acercan a Dios por medio de él (He. 7.25); y sigue manifestándose, no al mundo, sino a los suyos que están en el mundo (Jn. 14.22).

Pero está muy claro que los discípulos de Cristo no pueden ni deben intentar apartarse de este mundo. El los envía al mundo, justamente, a todo el mundo (Mr. 16.15). Ellos tienen que ser la luz de este mundo (Mt. 5.14); y el “campo” en el cual la iglesia ha de cumplir su obra de dar testimonio de la verdad, tal como se encuentra en Jesús, no es menos abarcador que el mundo mismo (Mt. 13.38). Porque el mundo sigue siendo el mundo de Dios, aun cuando por el momento esté sometido al maligno. Al final, “la verdadera hermosura de la tierra será restaurada”; y, una vez que todo el mal haya sido destruido y los hijos de Dios sean manifestados, toda la creación será “liberada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Ro. 8.21). Entonces Dios será “todo en todos” (1 Co. 15.28); en otras palabras, estará “presente de un modo total en el “universo” (J. Héring en Vocabulary of the Bible, 1958 [en cast. “Mundo”, Vocabulario bíblico, 1973, pp. 214–215]).

El vidente de Ap. vislumbraba un día cuando las grandes voces en el cielo proclamarán que “los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Ap. 11.15).

Bibliografía. J. Guhrt, “Mundo”, °DTNT, t(t). III, pp. 138–142; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 101–124; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1975, t(t). I, pp. 15–91; E. F. Harrison, “Mundo”, °DT, 1985, pp. 359–360.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.

Bendiciones
 
Re: Amar al Mundo...si? o no?....

Miniyo dijo:
Hay varias acepciones para entender la palabra mundo y de esta manera se puede entender, dentro de cada contexto, una acepcion u otra.

1º 1 Juan 2:15

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si
alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

Aqui mundo se entiende como sistema de entender la vida que esta bajo la influencia del maligno.

2 Corintios 4:4

en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento
de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del
evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de
Dios.

Santiago 4:4

¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo
es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser
amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.


2º San Juan 3:16

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna

Aqui se entiende como el mundo que Dios creo (kosmos=Universo) y todo lo que lo compone.

Romanos 8:21

porque también la creación misma será libertada de la
esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los
hijos de Dios.


MUNDO.- El vocablo gr. kosmos significa por derivación, “mundo organizado”. Se usa en el NT, pero no en la LXX, a veces para lo que deberíamos llamar el “universo”, el mundo creado, descrito en el AT como “todas las cosas”, o “cielo y tierra” (Hch. 17.24). El “mundo” en este sentido fue hecho por la Palabra o Verbo (Jn. 1.10); y es de este “mundo” del cual hablaba Jesús cuando dijo que no le aprovecharía nada al hombre el que ganase todo el mundo y perdiese su alma en procura de lograrlo (Mt. 16.26).

Empero, dado que la humanidad es la parte más importante del universo, la palabra kosmos se usa con más frecuencia en el sentido limitado de seres humanos, siendo sinónima de hē oikoumenē, ‘el mundo habitado’, también traducido en el NT por “mundo”. Es este “mundo” en el que nacen los hombres, y en él viven hasta morir (Jn. 16.21). Lo que el diablo le ofreció a Cristo si lo adoraba (Mt. 4.8–9) comprendía todos los reinos de este mundo. Fue a este mundo, el mundo de los hombres y mujeres de carne y hueso, al que Dios amó (Jn. 3.16), y al que vino Jesús cuando nació de una madre humana (Jn. 11.27).

Sin embargo, es un axioma de la Biblia el que este mundo de seres humanos, cúspide de la creación divina, el mundo que Dios hizo especialmente para que reflejase su gloria, se encuentra ahora en rebelión contra él. Por la transgresión de un hombre, el pecado ha entrado en él (Ro. 5.18), con consecuencias universales. Este se ha convertido, como consecuencia, en un mundo desorganizado en las garras del maligno (1 Jn. 5.19). Y así, con mucha frecuencia en el NT, y particularmente en los escritos joaninos, la palabra kosmos tiene un significado siniestro. No es el mundo como Dios quiso que fuese, sino “este mundo” opuesto a Dios, que sigue su propia sabiduría y vive a la luz de su propia razón (1 Co. 1.21), sin reconocer a la Fuente de toda verdadera vida e iluminación (Jn. 1.10). Las dos características dominantes de “este mundo” son el orgullo, nacido de la negativa del hombre a reconocer su estado de criatura y su dependencia del Creador, que lo lleva a obrar como si él mismo fuese el señor y dador de la vida; y la codicia, que lo lleva a desear y poseer todo lo que resulta atractivo a sus sentidos físicos (1 Jn. 2.16). Además, como el hombre tiende, en efecto, a adorar aquello que atesora, dicha codicia es idolatría (Col. 3.5). Consecuentemente, mundanalidad es el entronizamiento de algo que no es Dios como objeto supremo de los intereses y afectos del hombre. Los placeres y las ocupaciones, no necesariamente malos en sí mismos, se transforman en algo malo cuando se les presta una atención totalmente excluyente.

“Este mundo” está penetrado de un espíritu propio, que tiene que ser exorcizado por el Espíritu de Dios, si no ha de permanecer en control de la razón y el entendimiento humanos (1 Co. 2.12). El hombre está esclavizado a los elementos que conforman el mundo (Col. 2.20) hasta que es emancipado de ellos por Cristo. No puede vencerlos mientras él mismo no ha “nacido de Dios” (1 Jn. 5.4). El legalismo, el ascetismo y el ritualismo son los débiles y debilitantes sustitutos de la verdadera religión (Gá. 4.9–10); y sólo un verdadero conocimiento de Dios, tal como el mismo ha sido revelado por Cristo, puede impedir que los hombres confíen en ellos.

Justamente fue debido al hecho de que los judíos confiaron en ellos que no reconocieron al Cristo en los días de su carne (Jn. 1.11), ni a sus seguidores (1 Jn. 3.1). De igual manera, los falsos profetas que abogan a favor de tales cosas, o los anticristos que son antinomianos en su enseñanza, siempre serán escuchados por los que pertenecen a este mundo (1 Jn. 4.5). Cristo, a quien el Padre mandó como Salvador de este mundo (1 Jn. 4.14), y cuya misma presencia en él representaba un juicio contra ese mismo mundo (Jn. 9.39), libró a los hombres de sus tenebrosas fuerzas entregándose él mismo a luchar a muerte con su “príncipe”, que es el perpetuo instigador del mal en el seno del mismo. La crisis de este mundo se produjo cuando Jesús salió del aposento alto fue a encontrarse con ese príncipe (Jn. 14.30–31). Sometiéndose voluntariamente a la muerte, Jesús ocasionó la derrota de aquel que tenía apresados a los hombres en las garras de la muerte, pero que no tenía poder sobre él (Jn. 12.31–32; 14.30). En la cruz se pasó juicio contra el gobernador (°vrv2 “príncipe”) de este mundo (Jn. 16.11); y la fe en Cristo como Hijo de Dios, quien ofreció el único sacrificio que puede limpiar a los hombres de la culpa y el poder del pecado (limpieza simbolizada por el agua y la sangre que manó de su costado herido, Jn. 19.34), permite al creyente vencer al mundo (1 Jn. 5.4–6), y soportar las tribulaciones que el mundo inevitablemente descarga sobre él (Jn. 16.33).

El amor del cristiano hacia Dios, Padre de su Redentor Jesucristo, que es la propiciación por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 2.2), actúa con el poder expulsivo de un nuevo afecto; hace que le resulte aborrecible ahora volcar sus afectos sobre “este mundo”, mundo que, por estar separado de la verdadera fuente de la vida, es transitorio y contiene en sí mismo la simiente de su propia destrucción (1 Jn. 2.15–17). El hombre que ha llegado a experimentar el amor superior hacia Dios, y hacia Cristo y sus hermanos, tiene que abandonar el amor inferior hacia todo aquello que está contaminado con el espíritu del mundo, porque la amistad del mundo es necesariamente enemistad con Dios (Stg. 4.2).

Jesús, en su última oración en el aposento alto, no oró por el mundo, sino por aquellos que el Padre le había dado y que estaban en este mundo. Mediante ese “regalo”, esos hombres a quienes Jesús describió como “los que le fueron dados”, dejaron de tener las características del mundo; y Jesús oró que fuesen guardados de sus malignas influencias (Jn. 17.9), porque sabía que después de su propia partida ellos iban a tener que soportar el impacto del odio del mundo, que hasta ese momento estaba dirigido casi exclusivamente contra él.
Como el Cristo resucitado y ascendido sigue limitando su intercesión a los que se acercan a Dios por medio de él (He. 7.25); y sigue manifestándose, no al mundo, sino a los suyos que están en el mundo (Jn. 14.22).

Pero está muy claro que los discípulos de Cristo no pueden ni deben intentar apartarse de este mundo. El los envía al mundo, justamente, a todo el mundo (Mr. 16.15). Ellos tienen que ser la luz de este mundo (Mt. 5.14); y el “campo” en el cual la iglesia ha de cumplir su obra de dar testimonio de la verdad, tal como se encuentra en Jesús, no es menos abarcador que el mundo mismo (Mt. 13.38). Porque el mundo sigue siendo el mundo de Dios, aun cuando por el momento esté sometido al maligno. Al final, “la verdadera hermosura de la tierra será restaurada”; y, una vez que todo el mal haya sido destruido y los hijos de Dios sean manifestados, toda la creación será “liberada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Ro. 8.21). Entonces Dios será “todo en todos” (1 Co. 15.28); en otras palabras, estará “presente de un modo total en el “universo” (J. Héring en Vocabulary of the Bible, 1958 [en cast. “Mundo”, Vocabulario bíblico, 1973, pp. 214–215]).

El vidente de Ap. vislumbraba un día cuando las grandes voces en el cielo proclamarán que “los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Ap. 11.15).

Bibliografía. J. Guhrt, “Mundo”, °DTNT, t(t). III, pp. 138–142; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 101–124; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1975, t(t). I, pp. 15–91; E. F. Harrison, “Mundo”, °DT, 1985, pp. 359–360.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.

Bendiciones

gracias
 
Re: Amar al Mundo...si? o no?....

@Tiempo! dijo:
1 Juan 2:15

15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

Juan 3:16



16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.


Enonces Dios si puede amar al mundo y nosotros no?.....que piensas tu?:erde:


Si solo das una cita, sacas todo fuera de contexto.

1 Juan 2:

15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

16 Porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre, mas es del mundo.

17 Y el mundo se pasa, y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre.


Se interpreta solo!





Juan 3:

15 Para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.

16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

17 Porque no envió Dios á su Hijo al mundo, para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él.


Se interpreta solo!


No "JALES" citas fuera de su contexto.


Luis ALberto42