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He leído el comentario que acerca del perdón y amor hacia los enemigos, en este caso ETA, has escrito hace poco tiempo. La verdad es que, y no sin razón, se han levantado voces por doquier discrepando tanto los argumentos como el fin que en él exponías.
Nadie puede negar que nuestro Señor abogó por el amor hacia los enemigos como claramente se nos muestra en el llamado Sermón del Monte, principalmente en los versículos 21 a 26 y 38 a 48 del capítulo 5 del Evangelio de Mateo pero, y esto es un mal endémico dentro del pueblo de Dios, no ponemos el sentido en lo que leemos y, si nos fijamos bien, en ningún lugar de estos dos sublimes pasajes se nos habla del perdón.
Hay un clarificador mensaje en los versículos 23 y 24 que hablan de arreglar los problemas que podamos tener con alguien antes de acercarnos al altar del Señor.
Jesús enseñó en público que para obtener el perdón y que éste sea efectivo en el corazón de las personas previamente tiene que haber arrepentimiento.
El hecho en sí de tener una actitud abocada al perdón, actitud totalmente loable que debiera anidar en todos los hijos de Dios, no es suficiente motivo para que, como ya he señalado antes, el perdón sea efectivo.
El amoroso padre de la incomparable parábola del hijo pródigo nos enseña que de no haber vuelto y pedido perdón (“…he pecado contra el cielo y contra ti…”) no hubiera recibido el abrazo y los besos de su padre, ni el vestido, ni el anillo, ni el calzado. De permanecer en la provincia lejana, donde vivía perdidamente, nada hubiera tenido. El padre atisbaba a diario para ver si su apreciado hijo volvía y, viéndolo de lejos, corrió a abrazarle, besarle y restaurarle. Ese es el bendito Padre que todos sus hijos tenemos. Esta es la hermosa historia de cualquiera de nosotros. Pero si hubiéramos continuado en la dureza de nuestros corazones, nunca habríamos experimentado personalmente el amoroso perdón de nuestro Padre. Creo, hermano Juan, que ésta es tu historia, y la mía, y la de cualquier otro que lea estas líneas. Así pues, es preciso el arrepentimiento primero para gozar del perdón después. En boca de otros personajes neotestamentarios encontramos el mismo principio. Cito sólo unos pocos pasajes: Mt. 3:2, Mr. 1:4. Lc. 3:3 y 24:47, Hch. 2:38 y 5:31 etc.
Está no solamente bien, si no muy bien, el desear el perdón de personas que han dado muerte a cerca de 1000 inocentes pero, que yo sepa jamás se han arrepentido de su acción (no sé si existirá alguno que sí haya sentido pesar en su interior, es posible que lo haya). Por el contrario celebran con efusión, incluso dentro de la cárcel, los nuevos asesinatos que llegan a los oídos de los que están presos. ¿Qué es lo que tú, Juan, entiendes por justicia? Si tan sólo se trata de amar y perdonar, pues que salgan de la cárcel todos los ladrones, violadores y asesinos que están en ella. ¿Porqué perdonar exclusivamente a los sicarios de ETA? ¿No deben merecer nuestro mismo afecto los violadores, los que hurtan con violencia, los conductores borrachos que causan destrozos y siegan vidas, los que engañan y defraudan a las personas sean éstas las que sean? ¿Para qué haber cárceles? Que todos sean liberados y se reinserten el la sociedad.
No nos equivoquemos amado; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Hemos de juzgar al mundo y a los ángeles y los juzgaremos con justicia, lo sé. Cuando a ti y a mí se nos demande juzgar algo de parte de Dios, ya nos habrán preparado para ese juicio, ya estará nuestra mente llena del Cristo glorioso. En aquel día no tendremos la mente que hoy tenemos.
Llevando las cosas al extremo. También Dios podría perdonar a Satanás, su enemigo acérrimo, en vez de tener un lago de fuego (sea esto lo que sea) para enviarle allí.
Pensemos con madurez, no con mente infantil conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuantos se opongan a la sana doctrina, según el glorioso evangelio que a mi me ha sido encomendado (1 Tm. 1: 9-11). Sin la ley ni siquiera se podría vivir en este mundo.
Alguien te ha acusado de coincidir tus razonamientos con las tesis del gobierno. Tú sabrás en tu conciencia si tiene algún fundamento o es mera casualidad. Sólo te digo una cosa para finalizar, si te alías con alguien que éste sea el Señor, tu y mí verdadero Rey de quien somos y a quien servimos.
Dios te bendiga, amado.
Epafrodito