Tiempo de peregrinar
Queridos hermanos y amigos: Paz y bien.
Estamos nuevamente embarcados en la travesía cuaresmal. Ya sabemos que Cristo ha resucitado, pero nosotros todavía no, o al menos no del todo, como muy bien cada cual puede reconocer mirando su propia vida con serena y sincera libertad, cuando constatamos que en nosotros o entre nosotros tenemos no pocas zonas oscurecidas o incluso mortecinas.
Por este motivo nos ponemos en marcha de nuevo, para salir al encuentro de ese Dios luminoso y vivificador que quiere encontrarnos. No se trata de una repetición cansina sin más, como quien vuelve a sacar al sol el ajuar del carnaval, o el atuendo de las fiestas pasadas. Hay en todo comienzo litúrgico un poso de veracidad que nos permite verdaderamente estrenar el tiempo, asomarnos a nuestra humilde realidad y abrirnos confiados al regalo de la gracia que inmerecidamente se nos vuelve a dar.
Un año transcurrido desde la cuaresma anterior nos impone una mirada real a nuestra vida cristiana: qué cosas no terminan de aclararse o qué cosas en nosotros no han gozado todavía de la luz del Señor; qué cosas se nos mueren, o qué cosas en nosotros no aciertan a revivir como la bendita novedad de quienes estrenan lo que el Señor nos da.
Ahí es donde aparecerán nombre de personas, de situaciones, de heridas pasadas, de temores por llegar, de conflictos o ambigüedades no resueltas todavía, el nombre de un presente espeso y lento que puede llenar de rutina y de bostezo lo que nació para la alegría y la creatividad. Pero ahí se nos desafía incesantes para dejarnos acompañar por Dios y por su santa Iglesia superando rencores, malos humos, torpezas y errores, envidias y durezas de corazón... superando en definitiva nuestra humilde condición de pecadores que se abren a la gracia del perdón que el Señor nos otorga de balde y por amor.
Tenemos delante todo un tiempo largo donde ir aquilatando ante Dios y ante su Iglesia, ante nuestro prójimo más próximo, y ante nuestra misma conciencia personal, tantas cosas en las que arrepentirnos y en las que pedir la misericordia divina. Así lo ha puesto de manifiesto el Santo Padre en su mensaje para la Cuaresma de este año 2006. Como dice él, “la Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la Pascua. Incluso en el «valle oscuro» del que habla el salmista (Sal 23,4), mientras el tentador nos mueve a desesperarnos o a confiar de manera ilusoria en nuestras propias fuerzas, Dios nos guarda y nos sostiene. Efectivamente, hoy el Señor escucha también el grito de las multitudes hambrientas de alegría, de paz y de amor. Como en todas las épocas, se sienten abandonadas. Sin embargo, en la desolación de la miseria, de la soledad, de la violencia y del hambre, que afectan sin distinción a ancianos, adultos y niños, Dios no permite que predomine la oscuridad del horror. En efecto, como escribió mi amado predecesor Juan Pablo II, hay un «límite impuesto al mal por el bien divino», y es la misericordia (Memoria e identidad, 29 ss.)”.
Esta es la esperanza que sólo Dios nos puede dar. No para inhibirnos de los retos o maquillar nuestra debilidad, sino para ser peregrinos del bien y de la misericordia. Hagamos juntos este camino, esta peregrinación, que nos lleva con toda la Iglesia a una tierra de luz y misericordia, en donde Dios nos abraza para volver a empezar la aventura de vivir de un modo apasionadamente cristiano.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
Queridos hermanos y amigos: Paz y bien.
Estamos nuevamente embarcados en la travesía cuaresmal. Ya sabemos que Cristo ha resucitado, pero nosotros todavía no, o al menos no del todo, como muy bien cada cual puede reconocer mirando su propia vida con serena y sincera libertad, cuando constatamos que en nosotros o entre nosotros tenemos no pocas zonas oscurecidas o incluso mortecinas.
Por este motivo nos ponemos en marcha de nuevo, para salir al encuentro de ese Dios luminoso y vivificador que quiere encontrarnos. No se trata de una repetición cansina sin más, como quien vuelve a sacar al sol el ajuar del carnaval, o el atuendo de las fiestas pasadas. Hay en todo comienzo litúrgico un poso de veracidad que nos permite verdaderamente estrenar el tiempo, asomarnos a nuestra humilde realidad y abrirnos confiados al regalo de la gracia que inmerecidamente se nos vuelve a dar.
Un año transcurrido desde la cuaresma anterior nos impone una mirada real a nuestra vida cristiana: qué cosas no terminan de aclararse o qué cosas en nosotros no han gozado todavía de la luz del Señor; qué cosas se nos mueren, o qué cosas en nosotros no aciertan a revivir como la bendita novedad de quienes estrenan lo que el Señor nos da.
Ahí es donde aparecerán nombre de personas, de situaciones, de heridas pasadas, de temores por llegar, de conflictos o ambigüedades no resueltas todavía, el nombre de un presente espeso y lento que puede llenar de rutina y de bostezo lo que nació para la alegría y la creatividad. Pero ahí se nos desafía incesantes para dejarnos acompañar por Dios y por su santa Iglesia superando rencores, malos humos, torpezas y errores, envidias y durezas de corazón... superando en definitiva nuestra humilde condición de pecadores que se abren a la gracia del perdón que el Señor nos otorga de balde y por amor.
Tenemos delante todo un tiempo largo donde ir aquilatando ante Dios y ante su Iglesia, ante nuestro prójimo más próximo, y ante nuestra misma conciencia personal, tantas cosas en las que arrepentirnos y en las que pedir la misericordia divina. Así lo ha puesto de manifiesto el Santo Padre en su mensaje para la Cuaresma de este año 2006. Como dice él, “la Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la Pascua. Incluso en el «valle oscuro» del que habla el salmista (Sal 23,4), mientras el tentador nos mueve a desesperarnos o a confiar de manera ilusoria en nuestras propias fuerzas, Dios nos guarda y nos sostiene. Efectivamente, hoy el Señor escucha también el grito de las multitudes hambrientas de alegría, de paz y de amor. Como en todas las épocas, se sienten abandonadas. Sin embargo, en la desolación de la miseria, de la soledad, de la violencia y del hambre, que afectan sin distinción a ancianos, adultos y niños, Dios no permite que predomine la oscuridad del horror. En efecto, como escribió mi amado predecesor Juan Pablo II, hay un «límite impuesto al mal por el bien divino», y es la misericordia (Memoria e identidad, 29 ss.)”.
Esta es la esperanza que sólo Dios nos puede dar. No para inhibirnos de los retos o maquillar nuestra debilidad, sino para ser peregrinos del bien y de la misericordia. Hagamos juntos este camino, esta peregrinación, que nos lleva con toda la Iglesia a una tierra de luz y misericordia, en donde Dios nos abraza para volver a empezar la aventura de vivir de un modo apasionadamente cristiano.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca