SI TU HERMANO PECA...
La palabra
disciplina proviene de la misma raíz que
discípulo. En sentido propio, pues, un discípulo de Cristo es quien aprende de él su doctrina y práctica: “disciplinar” es sinónimo de “hacer discípulos”.
En el lenguaje común y también dentro de las congregaciones, sin embargo, se habla de “disciplinar” con referencia a la corrección de alguien por medio de castigos de algún tipo.
En muchas iglesias se ha adoptado la costumbre de imponer alguna especie de castigo a los hermanos que han cometido un pecado, aunque se hayan arrepentido. Por ejemplo, privarle de la participación en la eucaristía por un plazo dado, suspender su participación en cualquier ministerio, etc.
Aunque la práctica esté bastante difundida,
carece de fundamento bíblico, y de hecho va en contra de lo que nos enseña la Palabra de Dios. Si bien en el caso de que el pecado haya causado un perjuicio a terceros el implicado está obligado a efectuar la restitución hasta donde sea posible, no hay base bíblica para separar de la plena comunión a hermanos que se hayan arrepentido.
Es mi propósito enunciar brevemente lo que la Biblia enseña acerca de este tema, transcribiendo los principales textos con un breve comentario.
1.
Solamente Dios puede perdonar los pecados, y es a Él a quien estamos obligados a confesarlo.
Proverbios 28:13
El que encubre sus pecados no prosperará, mas el que los confiesa y los abandona hallará misericordia.
1 Juan 1:6-2:2
Si decimos que tenemos comunión con El, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad;
mas si andamos en la luz, como El está en la luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.
Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso y su palabra no está en nosotros.
Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
El mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Esto es válido para
todos nuestros pecados. Dios no pone otra condición para perdonarnos que la confesión y el arrepentimiento sinceros.
2.
La intervención de uno o más hermanos en el pecado de otro siempre tiene como motivación fundamental la restauración del pecador y no su castigo
El Señor Jesucristo nos dejó bien clara la forma en que debemos proceder en el caso en que nos enteremos de algún pecado en un condiscípulo. El modo en que el Maestro lo presenta tiene la estructura de un algoritmo como los que se emplean modernamente en medicina en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades.
Mateo 18:15
Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano.
Primer paso: Si un creyente se entera de un pecado de un hermano, lo que ante todo debe hacer es hablar con el tal
a solas. Algunos manuscritos dicen “si tu hermano peca contra ti” y otros omiten “contra ti”. En todo caso, el Señor nos manda a confrontar al hermano con su pecado de manera privada y discreta. Nótese que no hay la menor indicación de que quien deba hacer esto sea el pastor u otro ministro. En virtud del sacerdocio universal de los creyentes, todo hermano tiene el deber de hacerlo sin dar intervención a nadie más en esta etapa. Pueden ocurrir dos cosas. La primera, que el hermano escuche y se arrepienta; entonces, dice el Señor, “has ganado a tu hermano”. Si tal cosa ocurre, el asunto debe darse por concluido. Puede ocurrir, por el contrario, que el hermano no se arrepienta:
Mateo 18:16
Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que TODA PALABRA SEA CONFIRMADA POR BOCA DE DOS O TRES TESTIGOS .
El segundo paso es darle participación a
uno o dos, y no más, de los demás hermanos. Se entiende que han de ser hermanos maduros y discretos, pues si oye ahora a los dos o tres, se entiende de nuevo (esta vez en forma implícita) que allí concluye el asunto, y no es necesario que lo sepa la congregación, ni mucho menos que ésta deba tomar cartas en el asunto.
Mateo 18:17
Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuesto.
En el tercer paso, toma parte toda la congregación. Nótese que no son solamente los líderes, sino la Iglesia toda la que ha de oír el caso. De nuevo, está implícito que si oye a la Iglesia, hemos ganado al hermano. Pero si la desoye, debe ser expulsado.
En esta enseñanza de Jesús, no hay la prescripción de ninguna pena para el hermano que se arrepiente. Y para el que en la tercera instancia rehúsa arrepentirse, la única conducta posible es su expulsión.
A continuación Jesús reafirma la autoridad espiritual de la Iglesia, no como jerarquía sino como el cuerpo de Cristo, el conjunto de los creyentes:
Mateo 18:18-20
En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.
Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos.
Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Uno casi puede oír las objeciones de algunos hermanos con más celo que ciencia, de que dar por concluido el asunto sin imponer ninguna pena es tolerar el pecado. ¡Seguramente debe de existir un límite! Esto es lo que parece haber pensado Pedro:
Mateo 18:21-22
Entonces se le acercó Pedro, y le dijo: Senor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces?
Jesús le dijo*: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
“Setenta veces siete” es un número enorme; a los efectos prácticos significa
tantas veces como sea necesario. Y por si no quedase claro, a continuación el Señor refiere la parábola del siervo que se negó a perdonar:
Mateo 18:23-35
Por eso, el reino de los cielos puede compararse a cierto rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos.
Y al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y que se le pagara la deuda.
Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: "Ten paciencia conmigo y todo te lo pagaré."
Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda.
Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: "Paga lo que debes."
Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo y te pagaré."
Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo lo que había sucedido.
Entonces, llamándolo su señor, le dijo*: "Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste.
"¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?"
Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía.
Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano.
La palabra clave de esta parábola es
compasión. Ya que el Señor nos tiene tan grande compasión, debemos tener compasión los unos con los otros, No es opcional; es un aspecto integral de nuestro camino, una característica sobresaliente de la iglesia como comunidad de discípulos de Cristo.
Del mismo modo, el Apóstol Pablo instruyó así acerca de la corrección cristiana:
Gálatas 5:25-6:1
Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.
No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.
Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.
El Apóstol acaba de hablar del fruto del Espíritu Santo, y exhorta a los gálatas a
andar por el Espíritu. Lo cual implica, ante todo, deprivarse de vanagloria, provocación y envidia. Pero va más allá de eso: inclusive si un hermano es sorprendido en algún pecado, nuestra reacción no debe ser la de juzgarlo sino la de
restaurarlo.
Entiendo que la palabra que se traduce “restaurar”significaba en la terminología médica volver a su lugar un hueso que se hubiera luxado. En lugar de separarle o estigmatizarle, el tratamiento divinamente prescrito para el caído es volverle a su lugar en el Cuerpo. Significa lo mismo que, en palabras de Jesús, “ganar al hermano”.
Nótese asimismo que esta restauración ha de ser hecha en un espíritu de mansedumbre, como conviene a hermanos en Cristo; y la razón que da Pablo es que ninguno está libre de tentación: cada uno debe mirarse a sí mismo antes que juzgar al hermano. Por el contrario, dice Pablo en el siguiente versículo, “Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”.
3.
Aún cuando, a causa de rebeldía persistente, se deba separar a alguien de la congregación, no se pierde de vista la restauración del hermano caído.
En la Iglesia de Corinto había un caso notorio de inmoralidad sexual abierta y manifiesta, sin que la congregación hubiese reaccionado al respecto. El Apóstol Pablo los reprende con dureza:
1 Corintios 5:1-5
En efecto, se oye que entre vosotros hay inmoralidad, y una inmoralidad tal como no existe ni siquiera entre los gentiles, al extremo de que alguno tiene la mujer de su padre.
Y os habéis vuelto arrogantes en lugar de haberos entristecido, para que el que de entre vosotros ha cometido esta acción fuera expulsado de en medio de vosotros.
Pues yo, por mi parte, aunque ausente en cuerpo pero presente en espíritu, como si estuviera presente, ya he juzgado al que cometió tal acción.
En el nombre de nuestro Señor Jesús, cuando vosotros estéis reunidos, y yo con vosotros en espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús,
entregad a ese tal a Satanás para la destrucción de su carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.
Así como en otra parte el Apóstol manda corregir y restaurar con espíritu de mansedumbre, en este caso de ostensible y desembozada inmoralidad Pablo reprende ante todo a los cristianos de Corinto por su arrogancia. Les manda expulsar de la congregación al inmoral (es lo que significa “entregar a Satanás” a la luz del v. 13, “expulsad fuera al malvado”).
Tal vez los corintos se jactaban de su actitud “liberal”, pero Pablo les declara que tal arrogancia es mala y contraria a la santidad propia de los creyentes. Les recuerda (5:9-13) que no deben tener comunión con quiénes,
llamándose hermanos, persistiesen en pecados como inmoralidad, avaricia, idolatría, difamación, ebriedad o estafa. Los tales, que corresponden a los que no oyen ni a la congregación en Mateo 18, o no escuchan la exhortación pública como la que Pablo manda en 1 Timoteo 5:20, deben ser expulsados.
Sin embargo, aún en un caso tan lamentable como el del hermano que vivía públicamente en inmoralidad, el próposito de la separación de la congregación es “que su espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.”
No es seguro, ni siquiera probable, que el caso al cual se refiere Pablo en 2 Corintios 2:1-11 sea el mismo de 1 Corintios 5. Pero también aquí no se pierde de vista el propósito de restauración, por lo cual les manda el Apóstol a reafirmar el amor por el ofensor.
En conclusión:
1. Todo creyente que peca puede ponerse en paz con Dios confesando su pecado.
2. Si un creyente sabe que otro creyente tiene un pecado sin confesar, Dios le da la autoridad de hablar con el hermano; y si lo oye y se arrepiente, no se necesita nada más.
3. Si no quiere escuchar, pues intervendrán solamente uno o dos hermanos más; si el pecador se arrepiente, no se necesita nada más.
4. Si en cambio aún persiste en su pecado, será la congregación la que lo exhorte. Si se arrepiente, no se necesita nada más.
5. Si no escucha a la congregación, debe ser expulsado. Pero si más tarde recapacitase y se arrepientiera, debería ser admitido.
Recalco para finalizar que en la forma bíblica de proceder con los hermanos que caen en pecado, no existen medidas “disciplinarias” intermedias como privar temporalmente de la comunión eucarística o de la participación en diversos ministerios. Si se arrepiente, ha sido restaurado. Y si se rehusa en forma reiterada y contumaz, debe ser separado de la comunión.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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