Re: Encíclica: Dios es amor
Pienso que la mayoría de los cristianos evangélicos podrían subscribirse con algo más del 90% de la encíclica.
Lo mejor, lo hallo en la siguiente declaración ya al comienzo en el primer numeral:
No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16).
Lo conocido por todos los católicos, universalmente y desde siempre, es que el verbo “bautizar” aplicado a los recién nacidos se usa indistintamente con el de “cristianizar”. El nuevo Catecismo retiene todavía en toda su fuerza la regeneración bautismal, liberación del pecado, llegar a ser miembros de Cristo e incorporación a la Iglesia (1213).
La declaración más arriba citada, sin embargo, podría resumir una definición de lo que es la conversión o experiencia de salvación en boca de cualquier evangelista protestante. Si se imprimiera en una tarjeta ese párrafo de Benedicto XVI, podría encararse a cuanto cura, monja o católico encontráramos, para edificar sobre esta cláusula de la encíclica una presentación Cristocéntrica del evangelio, que aunque única posible en nuestra práctica, sabemos que en la católica - aunque se asuma tácitamente -, se distorsiona con el énfasis mariano y el sacramental.
Por supuesto que este no es el único aspecto positivo de esta carta, pero sí creo que es el que vale la pena destacar.
Lo que no puedo menos que reconocer como un error (15) es la inadvertencia tan común también entre los evangélicos, de llamar de “parábola” la historia de ultratumba relatada por Jesús en Lucas 16:19-31. Efectivamente, las parábolas no son anécdotas sino alegorías en que los personajes y hechos son anónimos y ficticios, aunque verosímiles. En este relato, en cambio, no sólo están los nombres de Lázaro y Abraham, sino que jamás Jesús hubiera puesto en boca de Abraham palabras que este jamás hubiera pronunciado. Esta historia es una prueba adicional a la deidad de Cristo, pues únicamente siendo Él el Hijo eterno de Dios pudiera conocer esa conversación más allá de la muerte.
En el numeral 28 vale la pena una reflexión al siguiente párrafo:
En este punto se sitúa la doctrina social católica: no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica.
El pensamiento es: Ojalá esta doctrina social católica se hubiera mantenido desde Constantino hasta la Revolución Francesa, y no haber sido forzada a seguirla desde 1789 para acá, al impulso de los nuevos tiempos. De haber sido así, no se hubieran conocido los horrores de la Inquisición ni la imposición de la religión a sangre y fuego por los dominios de los reyes católicos. Pero como el Papa anterior pidió perdón (?!), Benedicto XVI ya se olvidó de aquel pasado no demasiado remoto todavía, y ahora habla como si tal doctrina fuera la que desde siempre observara la Iglesia Católica.
Lo último que quisiera comentar y que desde un principio ya notara José Lahoz, es cuando al final del numeral 41, hablando de María dice:
“más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 4).” El relato del pasaje sigue este orden: 1ero. los once apóstoles; 2do. las mujeres; 3ero. María; 4to. los hermanos. Seguidamente en el v.15 dice que la multitud de los reunidos era como de ciento veinte. En todo el relato no hay la más mínima idea de que ella fuese centro de la reunión. De haber estado Jesús todavía muerto, se comprende que la madre fuese el objetivo del consuelo que los demás procurarían brindarle. Pero ese no era el caso, pues Él ya había resucitado y se les había estado apareciendo por 40 días. Incluso de los hermanos de Jesús se seguirá hablando en el N.T., pero María no volverá a ser mencionada a partir de aquí.
Ricardo.
Pienso que la mayoría de los cristianos evangélicos podrían subscribirse con algo más del 90% de la encíclica.
Lo mejor, lo hallo en la siguiente declaración ya al comienzo en el primer numeral:
No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16).
Lo conocido por todos los católicos, universalmente y desde siempre, es que el verbo “bautizar” aplicado a los recién nacidos se usa indistintamente con el de “cristianizar”. El nuevo Catecismo retiene todavía en toda su fuerza la regeneración bautismal, liberación del pecado, llegar a ser miembros de Cristo e incorporación a la Iglesia (1213).
La declaración más arriba citada, sin embargo, podría resumir una definición de lo que es la conversión o experiencia de salvación en boca de cualquier evangelista protestante. Si se imprimiera en una tarjeta ese párrafo de Benedicto XVI, podría encararse a cuanto cura, monja o católico encontráramos, para edificar sobre esta cláusula de la encíclica una presentación Cristocéntrica del evangelio, que aunque única posible en nuestra práctica, sabemos que en la católica - aunque se asuma tácitamente -, se distorsiona con el énfasis mariano y el sacramental.
Por supuesto que este no es el único aspecto positivo de esta carta, pero sí creo que es el que vale la pena destacar.
Lo que no puedo menos que reconocer como un error (15) es la inadvertencia tan común también entre los evangélicos, de llamar de “parábola” la historia de ultratumba relatada por Jesús en Lucas 16:19-31. Efectivamente, las parábolas no son anécdotas sino alegorías en que los personajes y hechos son anónimos y ficticios, aunque verosímiles. En este relato, en cambio, no sólo están los nombres de Lázaro y Abraham, sino que jamás Jesús hubiera puesto en boca de Abraham palabras que este jamás hubiera pronunciado. Esta historia es una prueba adicional a la deidad de Cristo, pues únicamente siendo Él el Hijo eterno de Dios pudiera conocer esa conversación más allá de la muerte.
En el numeral 28 vale la pena una reflexión al siguiente párrafo:
En este punto se sitúa la doctrina social católica: no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica.
El pensamiento es: Ojalá esta doctrina social católica se hubiera mantenido desde Constantino hasta la Revolución Francesa, y no haber sido forzada a seguirla desde 1789 para acá, al impulso de los nuevos tiempos. De haber sido así, no se hubieran conocido los horrores de la Inquisición ni la imposición de la religión a sangre y fuego por los dominios de los reyes católicos. Pero como el Papa anterior pidió perdón (?!), Benedicto XVI ya se olvidó de aquel pasado no demasiado remoto todavía, y ahora habla como si tal doctrina fuera la que desde siempre observara la Iglesia Católica.
Lo último que quisiera comentar y que desde un principio ya notara José Lahoz, es cuando al final del numeral 41, hablando de María dice:
“más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 4).” El relato del pasaje sigue este orden: 1ero. los once apóstoles; 2do. las mujeres; 3ero. María; 4to. los hermanos. Seguidamente en el v.15 dice que la multitud de los reunidos era como de ciento veinte. En todo el relato no hay la más mínima idea de que ella fuese centro de la reunión. De haber estado Jesús todavía muerto, se comprende que la madre fuese el objetivo del consuelo que los demás procurarían brindarle. Pero ese no era el caso, pues Él ya había resucitado y se les había estado apareciendo por 40 días. Incluso de los hermanos de Jesús se seguirá hablando en el N.T., pero María no volverá a ser mencionada a partir de aquí.
Ricardo.